Rodolfo Chávez Ortega: El hombre que habla con los árboles
Juan Carlos Núñez – Edición 495
Uno de los bienes más preciados del ITESO, y de los más valorados por la comunidad universitaria, es su campus: árboles y jardines ofrecen una experiencia inigualable. Don Rodolfo forma parte del equipo de personas que llegaron cuando todo esto era monte y con su trabajo convirtieron a la Universidad en un maravilloso bosque
Rodolfo Chávez Ortega tenía ocho años cuando llegó al ITESO. Era de noche y venía con su familia por una brecha, a bordo de una camioneta de redilas, sin imaginar que aquel árido paraje, donde se construían los primeros edificios de un incipiente campus universitario, se convertiría en un bosque. Tampoco le pasó por la cabeza la idea de que él sería el responsable de cuidarlo y hacerlo crecer durante decenios. Mucho menos imaginó que, con el tiempo, aprendería a hablar con los árboles. Pero todo eso ocurrió.
Don Rodolfo se jubiló en marzo de 2023, después de un servicio de 50 años. Bajo la fronda de un hule rememora su vida y su trabajo en el ITESO. Habla de plantas y animales. Detalla tratamientos para combatir plagas. Precisa la historia de algunos árboles. Cuenta cómo se ha transformado la Universidad. Comparte anécdotas y agradece.
Insiste, sobre todo, en la importancia de contemplar la naturaleza y aprender de ella. “Si observas bien, no hay un árbol que no te diga algo, nomás hay que poner atención. A veces me dice la gente: ‘Tú inventas eso’. Pero no, ellos nos enseñan mucho, solamente hay que observarlos”.
El primer balón
El papá de don Rodolfo, Matías Chávez, llegó al ITESO para trabajar en la construcción de los edificios B y C, en 1964. Venía de Ejutla, un municipio del sudoeste de Jalisco, invitado por un amigo. “Mi padre se vino un tiempo para ver cómo estaba la cosa y luego fue por nosotros. Veníamos seis de familia con las tres garras que hayamos tenido. Llegamos el 29 de marzo por la calle Independencia, que era entonces una brecha. No veíamos ni un pueblito, ni un ranchito, nada. Nos dieron espacio en una de las casitas de los trabajadores, que hoy son oficinas, y amanecimos aquí”.
¿Qué fue lo primero que hizo a la mañana siguiente?
Conocer y caminar. Queríamos ver si había algún pueblito para ir a comprar tortillas. Lo único que había era Santa María Tequepexpan y Las Fuentes. No había nada más. No existía el Periférico.
¿Cuál es su recuerdo más significativo de entonces?
Que en diciembre, el padre Juan José Coronado, SJ, nos ofició una misa y nos regaló juguetes. Donde vivíamos no teníamos casi nada. Él nos regaló el primer balón de futbol que yo conocí.
¿Usted quería venir?
Al principio no, porque no conocíamos y quién sabe cómo nos iría. Un padrino que tenía mucho ganado y solamente un hijo, le dijo a mi padre que me dejara con él. “Déjamelo y lo adopto como mi hijo”. Pero mi papá le respondió: “No, él es el más grande y pronto me tiene que ayudar a trabajar”.
¿Se imaginó que se quedaría aquí tantos años?
No. De donde venimos, la gente se va para el norte. Yo también quería irme, pero ya llegando aquí hubo chance de que laváramos algún carro o les ayudáramos a los albañiles a subirles ladrillos y nos daban para un refresco. Nos fuimos aclimatando, y como había mucho sembradío, al salir de la escuela trabajábamos en la milpa. Y así empezamos a ganar algo.
¿Ya traía el gusto por las plantas?
Ya venía algo, porque mi abuelo me llevaba a sus huertos y me enseñaba a subirme a los árboles para cortar el mango, el mamey, el café. Me decía que los frutos de las partes altas de los árboles, o de las orillas, son más buenos porque les pega más el sol. Yo escuchaba muchas cosas de los árboles.
¿Cómo se integró al ITESO?
Me quedé a trabajar a partir del 13 de marzo de 1973. Entonces éramos “mil usos”. Teníamos que barrer, luego podíamos pintar, arreglar una lámpara, destapar un baño, trabajar en el jardín… lo que fuera. A mí no me gustaba barrer. Yo, en cuanto podía, me iba a los campos. Poco a poco me dieron chance, hasta que me quedé nomás de jardinero. Eso fue como en 1979.
El bosque
De acuerdo con el registro más reciente, el ITESO cuenta con 4 mil 226 árboles de más de 250 especies. En el comienzo, el campus era un paraje más bien árido en el que crecían unos cuantos mezquites, camichines y guamúchiles, de los que quedan algunos.
Gracias a diversas donaciones de árboles, el terreno se fue forestando. Estudiantes y sus familias participaron en campañas de plantación. El padre Xavier Scheifler, SJ, rector del ITESO entre 1972 y 1979, fue clave en el desarrollo de lo que hoy es un bosque urbano.
“El padre Xavier dijo: ‘Vamos a tener una universidad con jardines. Quiero que en el ITESO haya muchos árboles, que tenga orquídeas’. Así empezamos”.
¿Cuál fue el primer árbol que plantó?
Las jacarandas que están entre los edificios B y C, en los años setenta. Los donó la familia Aguilar, la misma que dio el terreno al ITESO.
¿Qué piensa ahora que los ve gigantes?
En el beneficio que logramos al cuidarlos, porque es mucho trabajo que hay que hacer debido a que a los árboles los dañan las plagas y, si no los atendemos, se acaban.
¿Cómo aprendió?
Como esto me gustó mucho, me iba a los viveros y les disparaba un lonche a los que trabajaban ahí para que me dijeran cómo se llamaban los árboles o qué plagas tenían. Había un señor muy buena gente que me empezó a enseñar. También hice amistad con maestros de la Universidad de Guadalajara y salía con ellos al campo. En cuestión de la naturaleza, la única manera de aprender es andar el día pegado a los árboles, observando qué les nota uno.
¿Fue difícil?
Fui aprendiendo poco a poco. La calzada Scheifler se hizo para separar los campos de futbol y beisbol, que estaban juntos. El padre Xavier quería poner una malla para que las pelotas de beis no golpearan a los futbolistas. Le propuse mejor plantar unos fresnos que nos habían donado. Le pareció bien. Con el tiempo vi necesidad de podarlos. Supe que el padre se iría de viaje y podé un sábado, pero no alcancé a recoger las ramas. El lunes volvió el padre, porque se canceló su viaje. Preguntó que quién había podado y pidió traer a un experto. Dijo: “Si el trabajo está mal, Rodolfo se va”. Al rato me llamó mi jefe y me dijo: “El agrónomo valoró bien el trabajo y dijo que ojalá se siga haciendo así de bien”.
Y se volvió un maestro…
Es que, si observas bien a la naturaleza, ¡híjole!, no hay un árbol que no te diga algo. Si te fijas en la forma de su follaje, en sus raíces, ves cómo está y qué necesita. Tienes que revisar su balanceo. Ver para dónde se mueve con el viento. Si cuando hace mucho aire se arrima uno a un árbol y lo abraza, siente su movimiento y sabe cómo está. Ellos nos enseñan mucho. Hay que estar al pendiente de ellos y listo.
En una ocasión, mi jefe se enojó porque yo quería quitar un eucalipto. Le dije: “Se va a caer”. Trajo a un experto y recomendó una poda. Ese mismo día, el árbol se cayó. Otra vez vi una ceiba que ya había tumbado dos ramas y le dije: “Muchas gracias por avisarme que mañana te tengo que quitar peso. Me estás diciendo: ‘No se te olvide, hazlo ya, porque estoy en una zona donde pasa mucha gente y el peso me va a ganar’”. Es una forma en que el árbol te habla y te indica lo que hay que hacer. Cada árbol es una hoja y, si la sabemos leer, nos va a decir mucho.
¿Qué más le dicen los árboles?
¡Híjole! Es realmente increíble. Si se pone debajo de un árbol y lo abraza, a veces puede hasta sentir la savia de algunos. Una vez me mandaron a un curso que no me llamó la atención. Entonces me levantaba a las cinco de la mañana y me iba al jardín. Había un árbol que me gustaba mucho y lo abrazaba. Una persona me vio y me preguntó qué hacía. Le expliqué que trabajaba con árboles, que me gustaba arrimarme a ellos para sentirlos y que cuando andaba muy estresado me ayudaban mucho. Él me contó que era jesuita y que trabajaba en una zona marginada de Estados Unidos donde la gente comía periódico. Yo le dije que si no hubiera encontrado ese árbol, me habría escapado del curso. Nos hicimos amigos. Después me contó que cuando le platiqué lo del árbol pensó que yo andaba un poquito mal, pero que ya lo había comprobado y que era un aprendizaje que a él le ayudaba.
¿Qué es lo que más le gusta de los árboles?
Muchas cosas. Su sabiduría para encontrar lo que necesitan. En una ocasión dejamos una composta en un jardín y, al paso de los días, cuando quisimos sacarla estaba llena de raíces de un laurel de la India que estaba como a quince metros. Yo le decía a un señor que estaba conmigo: “Mira, este árbol es como nosotros”. “¿Por qué?”, me dijo. “Míralo, ¿cómo se dio cuenta de que aquí había comida? Fíjate hasta dónde sacó sus raíces. Nosotros venimos del pueblo. Mi padre pensó que aquí podíamos tener una mejor vida, nos trajo, nos dimos cuenta de que aquí había alimento y nos quedamos”. Él se reía y me decía: “Estás loco”.
Maestro
Don Rodolfo es un maestro en dos sentidos. Por una parte, es un experto. Durante la entrevista habla con minuciosidad de plantas, plagas y tratamientos. Explica cómo se quita el muérdago, cómo hay que atacar a los hongos nocivos o qué condiciones de agua, suelo y luz requiere cada especie. Sabe quién y cuándo plantó varios árboles.
Por otro lado, es maestro en el sentido de profesor. Ha compartido sus conocimientos y experiencias con alumnos y personal de la Universidad, así como con niños, visitantes y expertos. También con miembros de la comunidad que le preguntan sobre plantas. Además, guía visitas al terreno que el ITESO cuida en el bosque La Primavera.
¿Cómo le fue en su primera clase?
La primera vez que me llevaron a un aula yo me preguntaba qué iba a decir. Me presenté: “Soy el abuelo de los jardineros”, y les comenté algunas cosas. Luego los invité al jardín. Al final les pregunté: “¿Cómo me notaron al principio?”. Me dijeron: “Algo nervioso”. Pues sí, porque nunca había estado frente a tantas personas y no podía mostrarles lo que decía. Si les hablaba de un ficus o un fresno, no iban a entender. No era lo mismo que verlos en el campo. Se fueron contentísimos.
También lo consultan personas que no son de la Universidad…
A veces. Una vez me llamó una persona que daba un curso en Texas y me preguntó cómo atendemos el problema del gusano barrenador en los fresnos. Le expliqué. Como a los seis meses llegó con un papel del gobierno de allá en que le agradecían por haberles dado la solución y me lo quería dar. Le dije: “¿Yo para qué quiero el papel? Lo mío es que los árboles se hayan salvado. Me quedo muy satisfecho con que me lo hayas dicho. Allá, donde se salvaron los árboles, es donde estoy yo”.
Lo que sabe uno, hay que compartirlo. Cuando estaban los padres Xaviercito Gómez Robledo, SJ, y Luis Sánchez Villaseñor, SJ, les llevaba hojas de fresno para que se tomaran un té, porque ayuda mucho para la artritis, y platicábamos. Yo los veía y decía: “¡Qué don les dio Dios para venir y compartir todo lo que ellos saben!”.
En casa
Cuenta don Rodolfo que en su casa hay también muchas plantas y árboles frutales: durazno, mandarina, ciruelo, nogal, guayabo; también pitayas, pitahayas, agaves, orquídeas, cañas. “Tengo en cubetas arbolitos pequeños que le regalo a la gente”. Además, cría cabras y tiene dos vacas.
¿A su familia también le gustan las plantas?
A mi esposa no le gustaban mucho, y menos los animales, pero se ha ido adaptando. Al más grande de mis hijos lo llevaba a arreglar jardines. Estudió Comercio Internacional en el ITESO. Ahora vive en California y trabaja en una compañía de compostas. El más chico estudia Ingeniería Mecánica y me ayuda, aunque no le gusta tanto. Tampoco a mi hija, pero tengo tres nietas y a ellas sí les encanta. Cada una tiene sus plantitas y andan cortando zarzamoras o me dicen: “Mira, esa guayaba ya maduró, allá hay una pitaya”.
¿Algún árbol lo ha hecho llorar?
No. Uno hizo que me pusieran un tornillo en un pie. Me subí a poner la soga para la piñata en una posada y cuando brinqué, se me tronó el tobillo en tres pedazos. Lo triste es que no me pude quedar a la posada y al día siguiente tenía que ir a montar un toro de reparo. El premio era de mil pesos.
¿Qué siente cuando se muere un árbol?
Mucha tristeza. Sobre todo cuando es porque no planeamos bien o cuando hay construcciones que se diseñan desde la mesa, sin ver el terreno. A veces, con recorrer tantito un edificio o con mover una lámpara se hubiera salvado un árbol. Cuando se tiene que retirar alguno porque no queda de otra, aunque le duela a uno, hay que hacerlo, y hay que reponerlo. Pero no me parece que se mueran por descuidos o por ponerlos en lugares inadecuados. Una vez le hice una observación a un arquitecto y me dijo: “Eh, tú, jardinerito, tú no hables. Haz tu trabajo y no te metas”. Pero yo creo que hay que ser sensibles a la naturaleza: no se tiene un árbol grande de la noche a la mañana.
¿Qué le diría a la comunidad del ITESO ahora que se jubila?
Que sigan cuidando los jardines, que tomen muy buenas decisiones cuando se construyan los edificios para que se dañen los menos árboles posibles. A veces viene gente de fuera que no tiene amor por ellos. A unos les dije: “Si les estorba alguna rama, avísenme y yo la corto como se debe”. Pero nomás las quebraron, sin el cuidado debido. Es triste que hagamos daños por no saber o no preguntar.
¿Si fuera árbol, cuál sería?
¡Áhijales! A veces me preguntan cuál es el árbol que más me gusta. Yo digo que no hay árbol feo si está en el lugar y con las condiciones adecuadas. Por más fino que sea un árbol, si no tiene el espacio, no se va a desarrollar. Yo soy fanático de los tescalames [o amates] que se dan en las piedras. Me llama mucho la atención cómo pueden crecer ahí. Hay uno en la barranca de Huentitán, que me gusta visitar. Está en el mero voladero, al final de la piedra, casi sin tierra. ¿Qué nos dice? Que el que vivamos en una cuna rica no siempre es más bonito. Este árbol no tiene casi nada y está increíble. Él se tiene que balancear al contrario del barranco para que un viento fuerte no se lo lleve. ¿Por qué no se ladeó hacia el barranco? Porque no es tonto. Él dice: “Nadie va a venir a apoyarme, yo tengo que buscar la manera de vivir”. Qué bella es la naturaleza y cuánto nos dice. Cómo no quisiera ser yo un árbol así. De vez en cuando voy a verlo.
El compromiso
Una de las historias que más refiere Rodolfo es la de la carta que le firmó, junto con otros de sus compañeros, al padre Xavier Scheifler, SJ, cuando dejó el ITESO. “Nos comprometimos a seguir su ideal de tener una universidad con jardines de primera, con árboles y orquídeas, donde la gente se sienta feliz. Creo que la mentalidad del padre aquí está y a mí me tocó ser parte de eso. En la universidad he convivido con mucha gente y he aprendido mucho. Le doy gracias al ITESO por el don de estar tanto tiempo aquí y por la confianza que me dieron. Seguiré apoyando en lo que se requiera, porque el compromiso que hicimos con el padre no se acaba cuando uno se retira, sino cuando uno se muere”.
Don Rodolfo ha recibido múltiples muestras de gratitud de la comunidad universitaria y de sus autoridades, lo mismo que don José Luis Lara, supervisor de mantenimiento, quien también cumplió 50 años de servicio a la comunidad. En marzo pasado, un centenar de colegas les rindió un homenaje —a Rodolfo y José Luis— en la calzada Scheifler. Justo debajo de aquellos árboles que plantó hace decenios y cuya poda casi le cuesta el trabajo. En el marco de este reconocimiento, advirtió: “Si salen lágrimas de mis ojos es porque las plantas quieren agua, no porque quiera llorar”.
5 comentarios
Estudie Arquitectura bajo la fronda de los arboles (1988-1993) con los pajaros residentes visitando la fuente de piedra. Mi vida me ha llevado fuera de Mexico en donde he tenido la fortuna de plantar huertos, cetos y atender hortalizas y varias camas de flores (Inglaterra es una nacion de jardineros). En fin, estar muy cerca de la naturaleza aprendiendo de ella, como lo cuenta Don Rodolfo. A lo lejos, el recuerdo del campus verde del ITESO seguido florecia en mi mente. Seguido regreso a Guadalajara, a visitar a mi familia. Hace 3 anos pude visitar el ITESO junto con mis padres (ya en sus ochentas). Cuando me habia ellos visitado a mi en Inglaterra, siempre los llevaba a recorrer jardines. De vuelta en Guadalajara, sabia que les encantaria recorrer el bosque universitario del ITESO. Yo queria volver a ver a aquellos arboles que recordaba bien, como habian crecido. Lo disfrutamos mucho, es un arboretum maravilloso. En la Feria del Libro de ese ano, me encontre con la sorpresa de un libro-catalogo con los detalles de todas las especies de arboles en el ITESO, no pude resistirlo y ahora le tengo conmigo y voy aprendiendo de la flora de Mexico.
Que gran historia de vida, no habría imaginado al ITESO sin árboles, muchas gracias por Rodolfo por plantarlos, cuidarlos y por confirmarme lo que mi abuela me decía “mira los árboles hablan”, yo era una niña y le creía…hoy confirmo que si le hablaban.
Qué maravilla de historia, me encanta el iteso, y el bosque es una de las cosas mas cercanas al corazón.
Recuerdo mucho los rosales que había en las orillas de todos los prados, y que ahora ya no están, es una de las cosas que me dan tristecilla cuando voy.
Felicidades a Don Rodolfo, sólo un alma noble puede tener tantísimo amor amor por la naturaleza como él demuestra.
El ITESO es un gran lugar para trabajar, yo trabajé ahí, y es la mejor experiencia que he tenido.
Rodolfo, muchos decimos que nos gusta mucho el ambiente del ITESO. Seguro que los árboles y los jardines contribuyen en gran medida a esa sensación. Muchas gracias a ti, a tu equipo, al padre Xavier Scheifler y a todos aquellos que han apoyado su trabajo.
Felicidades a Don Ródolfo soy ex-alumna del Iteso carrera administración de empresas, cuanta sabiduría veo expresada por el Sr. Don Ródolfo, y felicidades a quien redacto este artículo, a los que lo han comentado. Seguramente de estudiante me toco convivir con él. Y me quedo con mucho aprendizaje sobre lo que se hablo aquí. simplemente me encanto, también soy amante de la naturaleza, me encanta, me relaja.