Remedios Zafra: Conexión y emancipación
José Miguel Tomasena – Edición 477
Dedicada a reflexionar acerca de las condiciones de la cultura digital en que vivimos, la pensadora española es también una voz activa cuando se trata de precisar el papel que las mujeres desempeñan en las sociedades contemporáneas. Su trabajo abarca, además, la crítica de las relaciones de poder y de la redefinición de las identidades en un mundo cada vez más conectado, tema que ha cobrado interés en estos tiempos de confinamiento, y que Zafra ve como una oportunidad óptima para reconstruir la realidad
Cuando al terminar el bachillerato la obligaron a elegir entre Ciencias o Letras, Remedios Zafra sufrió un bloqueo de varios días. ¿Por qué tenía que elegir entre una cosa y otra? Luego intentó compaginar Bellas Artes con Ingeniería, y posteriormente ha resistido presiones académicas para limitarse a un ámbito disciplinar específico. Al contrario de eso, su obra se sitúa en el cruce del arte, la filosofía, las ciencias. Este singular punto de vista la ha convertido en una de las figuras más interesantes para pensar nuestro presente desde el feminismo, la creación artística y las culturas digitales.
La obra de Zafra (Córdoba, España, 1973) interroga constantemente el hacer. Qué hacemos, con qué lo hacemos, dónde lo hacemos. Quién puede hacer y a quién le es negado el derecho a hacer (y ser). “Cuando era niña y descubrí que en las enciclopedias no encontraba ninguna mujer científica ni artista con la que poder identificarme, me hice preguntas que más tarde he ido respondiendo, como que sólo era posible si las categorías que organizaban mundo y saber eran convenidas, pues todas esas ausencias únicamente tienen sentido desde formas de poder que favorecen y que ponen luz y sombra a lo que importa”.
Investigadora en el Instituto de Filosofía del Consejo Superior de Investigaciones Científicas de España, Zafra ha sido profesora de Arte, Estudios de Género y Cultura Digital en la Universidad de Sevilla, profesora tutora de Antropología Social en el grado de Filosofía de la Universidad Nacional de Educación a Distancia y profesora invitada en posgrados y seminarios sobre cultura, ciencia y tecnología de diversas universidades. Esta entrevista se hizo vía correo electrónico, luego de que Zafra explicara que vivía en un departamento pequeño y que estaba saturada por la multiplicación de videoconferencias que le ha traído el confinamiento por el covid-19.
Quiero comenzar este intercambio con una referencia a tu respuesta a mi solicitud de entrevista… ¿Cómo has vivido personalmente el confinamiento? ¿En qué condiciones has estado?
Con la sensación constante de incertidumbre que de formas distintas hemos tenido todos y sintiendo que, de manera muy brusca, estábamos comenzando una época distinta de mayor vulnerabilidad. Paradójicamente, comencé el confinamiento casi como un regalo. Mi vida de antes me obligaba a viajar con mucha frecuencia, andaba siempre en andenes de tren y autobuses, con trabajo presencial en universidades y ciudades distintas. De pronto, me obligaban a pararme y a estar en casa, justo lo que yo habría deseado como regalo, un freno, un tiempo de concentración y silencio, de oportunidad para recuperar lecturas, para escribir más lentamente. Las primeras semanas de reclusión para mí fueron una oportunidad de replegarme y recuperar la atención perdida, incluso materialmente, para que el cuerpo (cansado y en los últimos tiempos más frágil) frenara. Sin embargo, toda saturación agota y más si es impuesta. A pesar de haber sido (y seguir siendo) gran defensora del teletrabajo y de la “vida de interior”, a veces me he encontrado con la sensación de intimidad usurpada por la hiperconexión, con pantallas que antes usaba para una comunicación escrita y que de pronto muchos usan para vernos la cara a cada rato y para hablar con más frecuencia. Esta intrusión de los otros, este cambio de lo escrito a lo hablado estando casi todo el tiempo en casa nos recordaba, de manera íntima y de manera física, que nuestros habitáculos urbanos son muy pequeños, que ahora no teníamos tiempos/espacios de transición para descansar del trabajo y de la conexión en lugares que sólo nos pertenecían a nosotros.
Tengo la impresión de que muchas de las ideas que has trabajado —la gestión del tiempo y del espacio propios, la continuidad entre las aficiones y las profesiones, la desigualdad de género en los trabajos de cuidado y los trabajos de creación, la precarización de los trabajos creativos— se han acelerado en estos meses. ¿Compartes esta sensación o más bien ahora nos resulta más fácil verlo?
Es un cambio cultural lo que estamos viviendo, en el que la gestión de espacios y tiempos se está viendo claramente transformada. Cuando en 2010 publiqué Un cuarto propio conectado, especulaba sobre las vidas-trabajo de las personas que en casa podían protegerse de los múltiples peligros que acechan una realidad material (accidentes, atentados, enfermedades…). En cierta forma, muchos viven los confinamientos como algo temporal, pero me parece que hay algo irreversible en estas transformaciones que estamos viviendo —o debiera haberlo, pues mala cosa si no conlleva aprendizaje ante las amenazas invisibles que se ciernen sobre la humanidad—. En mi trabajo siempre me han interesado las zonas vulnerables de la sociedad, allí donde empezamos a considerar normales las desigualdades e injusticias respecto a las asimetrías sociales que nos marcan en qué lado de una frontera nacemos, con qué cuerpo y con cuánto dinero. Mi interés por la precariedad y por las formas de desigualdad tiene aquí su motivación. Con la pandemia, esas vulnerabilidades se acrecientan: los que tienen más probabilidad de morir, de enfermar o de sufrir pérdidas de trabajo y de garantías vitales son siempre los más precarios. En las crisis cabe estar más alerta que nunca, pues corremos el riesgo de que con la excusa de alerta o de excepcionalidad, los cambios no se orienten a mejorar una normalidad previa “muy mejorable”, sino a legitimar mayores desigualdades.
¿Qué aspectos de esta experiencia te han obligado a matizar, re-pensar o confirmar algunas de tus ideas sobre nuestras relaciones con la internet y las tecnologías digitales?
Sin duda, ésta ha sido una oportunidad para cada una de estas acciones: matizar, repensar y confirmar. Por ejemplo, la defensa de las formas de teletrabajo siempre me ha parecido una apuesta por promover la libertad de las personas en la elección del lugar donde quieren vivir, de la autogestión de sus tiempos y, muy especialmente, de una contribución ecológica radical frente a los desplazamientos innecesarios y la contaminación del planeta, pero cabe matizar que el teletrabajo no puede limitarse a un “cambio de lugar” sin garantizar otros derechos básicos, como, por ejemplo, los cuidados. El caso más claro está en muchas mujeres que en la vuelta a casa han tenido que hacerse cargo de los niños (sin escuela) y de los ancianos (sin residencias), viéndose obligadas a dejar sus trabajos, incluso en sus fórmulas de teletrabajo. En este sentido, pienso que cabe repensar los logros de igualdad social valorando su fragilidad y su reversibilidad.
Y quizás haya confirmado que la globalización nos une en lo que amenaza, pero tristemente no es capaz de unirnos (o no aún) en maneras de enfrentar propositivamente los problemas como “humanos”, quiero decir, de manera planetaria y no compitiendo por los muertos.
De manera más concreta, también confirmaría cómo las crisis acentúan los riesgos de los trabajadores culturales y creativos, cuya práctica es puesta al final de la lista de lo que resulta necesario recuperar o apoyar cuando la materialidad de los cuerpos ocupa la centralidad. En muchos casos, se refuerza aún más el pago a este trabajo con capital simbólico o visibilidad, movilizados por una instrumentalización de la solidaridad que anima a trabajar gratis y a donar estos trabajos a la comunidad, como si su práctica no tuviera el valor de otros trabajos.
El cuarto propio conectado es una idea sobre la que has trabajado. ¿Cómo vives el hecho de que ahora muchos vivamos así, literalmente?
Como comentaba al inicio, para mí siempre ha sido el lugar deseado, y creo que, incluso valorando los aspectos más críticos, es un lugar que va a quedarse y tenemos que anticipar la reflexión al respecto ante fórmulas impositivas por venir que primen esta “vuelta a casa” por meras razones exclusivamente productivas o ligadas a máximos beneficios para unos pocos. El cuarto propio conectado requiere nuevas condiciones materiales para favorecer, por ejemplo, volver a los pueblos y repensar las ciudades. Condiciones que pasan por garantizar la conexión a internet como un derecho universal, y condiciones físicas que permitan, pongamos el caso, que los niños de una familia cuenten con habitaciones para estudiar. Si la escuela igualaba en muchos sentidos, las casas no pueden suponer reforzar viejas desigualdades, ahora menos visibles porque están al otro lado de las pantallas. Esos cuartos propios conectados serán emancipadores si nos permiten garantizar puertas y párpados para los espacios propios y también los tiempos de desconexión.
En El entusiasmo has problematizado la situación de precariedad y explotación que vivimos muchas personas en los ámbitos creativos y académicos. ¿Ves riesgo de que esta coyuntura de crisis favorezca esta tendencia? Si es así, ¿cómo podemos resistir, construir alternativas?
Claramente esta coyuntura amenaza con hacernos más precarios. Como forma de resistencia pienso que en el ámbito creativo tenemos, cuando menos, dos aspectos a nuestro favor: la conciencia crítica y la imaginación que se presupone a nuestro trabajo y que debiéramos usar para idear alternativas sin esperar a que nos vengan impuestas o pensadas desde quienes nos contratan. Tal vez en este punto sea donde contemos con la mayor dificultad, la alianza política. La época propicia un mayor aislamiento al estar conectados tras nuestras pantallas, pero también nuestra tradición productiva ha idealizado el individualismo como forma preferente de trabajo. En todo caso, saber que son maneras de hacer “convenidas”, y por tanto modificables, es algo que siempre va a favor de quien quiere transformar y mejorar las cosas y es capaz de generar “contagio”.
¿Qué debemos (y podemos) hacer desde las universidades para fortalecer la construcción de alternativas?
Pienso que estas mismas potencialidades que apuntaba en el trabajo creativo son pilares de la universidad, o debieran serlo. La conciencia crítica se construye con la reflexión y la dotación de sentido, se alienta con el estudio y el conocimiento que caracterizan nuestra práctica. Pero también la imaginación debería ser sustento de nuestro trabajo. No hay alternativa que, en las ciencias, las artes o en el pensamiento, no venga de especular con posibilidades, de tantear el futuro. Es lo que diferencia a un sujeto obediente, que se limita a cumplir las normas, de quien se identifica como sujeto consciente y activo en su implicación con la comunidad y con el mundo. El simple hecho de preguntarnos “¿Qué pasaría si probamos de esta manera, si introducimos este cambio?” es un gesto que, en la historia de la humanidad, ha permitido transformar mundos desde la ciencia, la política y en los distintos ámbitos donde nos pensamos y construimos. A mí me parece que hemos de vencer la docilidad que hoy caracteriza a la educación, donde muchos sólo esperan un certificado o se limitan a una práctica egoísta que mira por lo suyo. La educación, y más concretamente la universidad, permite a las personas no ser sentenciadas por las identidades heredadas o por las coyunturas sociales. El conocimiento siempre nos hará más libres. Y si además contamos con la “comunidad” que caracteriza a la institución, contamos con el poder de enfrentar nuevas formas de alienación.
Durante muchos años has trabajado sobre las aportaciones y los obstáculos que enfrentan las mujeres en internet. ¿Qué balance haces con los años? ¿Hay avances, involuciones, asuntos pendientes?
Claro, hay todo eso y al mismo tiempo. Como lectura positiva, hay mayor conciencia de una asimetría estructural que desanima a las mujeres en estudios y profesiones vinculadas con los ámbitos más prestigiados e influyentes de la tecnología. Las mujeres son usuarias y productoras de contenidos en internet, pero sigue habiendo obstáculos estructurales para que sean también ideólogas y programadoras de la red. Y esto me parece importante porque revela un profundo sesgo en la parte estructural y no visible de internet, la que habla de la capa algorítmica, ideológica y política que la sostiene. Lo que hacemos en la red está profundamente condicionado por lo que “podemos hacer” en ella, previamente programado por personas que se parecen llamativamente, en su mayoría son hombres de lugares muy localizados del mundo. Pensar que hay neutralidad en el asunto es pasar por alto una lente que se tiende a normalizar en nuestra vida cotidiana y que sigue empujando visiones conservadoras de la tecnología como algo masculinizado allí donde hay prestigio, y como algo feminizado allí donde la tecnología se ensambla —tareas realizadas por mujeres pobres, curiosamente de otros lugares también muy localizados del mundo—.
¿Qué puede aportar el ciberfeminismo para promover espacios y relaciones en internet más empáticos, serenos y colaborativos? ¿Cómo imaginar alternativas al ruido y al espíritu que parecen dominar nuestras prácticas hoy?
El ciberfeminismo puede ser un punto de entrada a la reflexión sobre formas más igualitarias y horizontales de construir mundo conectado y de abordar la vida en, con, desde y a pesar de la tecnología. De las lecturas que me parecen más interesantes del ciberfeminismo está justamente este freno que permite hacer la tecnología pensativa y enfrentarla al espejo de su dominio. Este freno no es algo que se proponga eminentemente desde lógicas logocéntricas de discurso, sino reivindicando la creatividad de la parodia, la ironía y otras estrategias que pueden ayudarnos a desvelar las contradicciones y repeticiones de una hegemonía que favorece no sólo el ruido y la celeridad, sino formas de desigualdad que se reiteran del mismo lado.
Percibo una evolución del discurso dominante sobre la red. Si hace unos años predominaba una visión “optimista” —internet como espacio democratizador, cívico, libre—, ahora parece dominar lo “apocalíptico” —monopolios capitalistas, espionaje, alienación—. ¿Cómo percibes tú estas polarizaciones del discurso?
Sí, también yo tengo esa sensación, singularmente polarizada en los discursos de los noventa y los actuales. Aunque también entonces, cuando la especulación sobre internet parecía estar cargada de optimismo por esa potencia democratizadora que nos hacía vislumbrar, convivían lecturas distópicas y críticas, como pesos de una estructura homeostática que oscilara a los dos extremos.
Pienso que, ante la potencia inquietante y fascinadora respecto a lo que esta tecnología podía y puede en relación con la humanidad, estos discursos se han posicionado desde entonces con gran énfasis. Pero también advierto que esas lecturas están cada vez más favorecidas por la lógica cuantificadora de internet, que, para digitalizar, necesita operacionalizar y simplificar: a favor o en contra, sí o no, bueno o malo. No es baladí que la cultura contemporánea se caracteriza por incentivar los titulares, la lectura rápida, la impresión frente a la concentración, el sentimiento frente a un pensar más lento que pudiera responder con visiones más matizadas y profundas, esas que abordan la complejidad sin simplificarla. Pero esas lecturas requieren tiempo y hacen que el sujeto rompa la inercia productiva que el tecnoliberalismo —y su cultura de buenos y malos— favorece.
Antes me preguntabas por la universidad, y creo que una responsabilidad, como educadores y como intelectuales, es enfrentar las lecturas maniqueas que hacemos de la tecnología y, prácticamente, de toda forma de poder. Porque en ese posicionamiento limitador que diluye matices y gradiente no podemos empatizar con los otros, es más difícil el entendimiento y más fácil la resignación. No podemos renunciar a implicarnos en la construcción colectiva de internet, porque es la construcción colectiva del mundo. .
ALGUNOS LIBROS DE REMEDIOS ZAFRA
La importancia de la obra de Zafra no sólo radica en los temas que toca —el cruce entre género, tecnología y creación—, sino en la forma en que lo hace. Si en su obra se problematiza constantemente el hacer —lo que hacemos, con qué lo hacemos, cómo lo hacemos—, no es extraño que el proceso y la forma de escritura sean tan significativos como el resultado.
El estilo de Zafra es distinto, desafiante. En sus páginas hay imágenes, juegos tipográficos, “ficcionalizaciones”, notas a pie de página que rompen la rigidez del discurso y lo abren a la creatividad. “Entiendo la creación desde la libertad que nos permite valernos de distintos códigos y maneras para expresarnos y comunicar, para compartir de manera simbólica. Que sean formas ‘disciplinadas’ sirve ‘más’ a quienes quieren estudiarlas e interpretarlas, que a la propia creación”.
Esta forma de escritura tiene también una intención política: “Siempre me ha parecido que los ‘modos de decir’ están muy vinculados con los ‘modos de poder’, y que para cuestionar esos modos de poder no está mal subvertir los modos de decir. Esa mínima insurrección simbólica me parece política y me interesa”.
Además de los artículos, entrevistas y conferencias que están en su página web —remedioszafra.net—, estos libros son una buena ventana para adentrarse en su trabajo intelectual:
Un cuarto propio conectado (Fórcola Ediciones, 2010)
Apropiándose del célebre llamado de Virginia Woolf para que las mujeres construyan “una habitación propia” —es decir, sus propios espacios y tiempos para hacer y ser—, en este ensayo Zafra explora las posibilidades (y límites) que internet ofrece para construir nuevas experiencias subjetivas. Un ensayo en el que se problematizan los límites entre el ocio y el trabajo, lo público y lo privado, la velocidad de las pantallas y la lentitud del pensamiento… En el contexto de la actual pandemia, puede ser una lectura iluminadora para entender las posibilidades y los límites de la “nueva normalidad”.
(h)adas: Mujeres que crean, programan, prosumen, teclean (Páginas de Espuma, 2016)
Reivindicando la figura de Ada Lovelace, matemática y programadora, este ensayo problematiza la desigual relación de las mujeres (y los hombres) con las herramientas tecnológicas. A partir de tres verbos que interrogan modos de hacer —programar, prosumir y teclear—, problematiza cómo las tareas de creación e invención les han sido negadas históricamente a las mujeres, relegándolas a otras tareas. Propone alternativas en las artes y la creación para construir espacios y tiempos propios, que permitan otras formas de hacer (y ser). Con este libro, Zafra ganó el v Premio Málaga de Ensayo.
El entusiasmo: precariedad y trabajo creativo en la era digital (Anagrama, 2017)
En este libro, con el que ganó el Premio Anagrama de Ensayo, Zafra hace un retrato desolador de la precariedad y la explotación que viven (vivimos) las personas que nos dedicamos a profesiones creativas: artistas, diseñadores, escritores, periodistas, fotógrafos… y académicos. Su gran virtud es que es capaz de conectar con precisión las condiciones estructurales del trabajo neoliberal con las emociones que operan personal y colectivamente. El entusiasmo —la pasión por lo que hacemos— es al mismo tiempo nuestra motivación más profunda y el fundamento de nuestra explotación. Y, sin embargo, hay salidas…