Quim Monzó: demasiado tarde
José Israel Carranza – Edición 445
“La injusticia es la base de todas las relaciones”, afirmó una vez Quim Monzó, narrador que parece estar muy al tanto de que a nuestro alcance sólo está enterarnos tarde —siempre demasiado tarde— de las causas por las que se ve siempre defraudada nuestra figuración de ir al mando de nuestra propia existencia.
“Una vida sin interrogatorios en toda dirección no es digna de ser vivida”, advirtió famosamente Sócrates, y desde entonces hemos jugado a creérselo: resignados a nuestra ignorancia y nuestra incertidumbre, en el examen inacabable de lo que somos y de lo que ocurre, terminamos por salir del mundo con más preguntas que respuestas, acaso resarcidos por la admonición socrática —sí, de acuerdo: qué aburrida sería la vida si estuviera vacía de perplejidades—, pero en el fondo querríamos lo contrario: tenerlo todo claro, cuanto antes, en el momento mismo en que va suscitándose cada enigma deparado por nuestra mera comparecencia en el presente. Por ejemplo en lo que tiene que ver con nuestro trato con los demás (los otros son siempre los demás: el elenco de personajes secundarios que atiborran el escenario donde nos obstinamos en ser los protagonistas): ¿no sería menos difícil ese trato, menos proclive a malentendidos y desencuentros, si estuviéramos siempre sobre aviso y supiéramos por qué ocurren las cosas?
El problema con los demás será siempre que no sabremos qué tienen en la cabeza, por más que nos rompamos la nuestra tratando de averiguarlo, y, así, avanzando sólo mediante recíprocas suspicacias, vamos de una decepción a otra, como en el caso de aquella mujer y aquel hombre empantanados en las arenas movedizas de la incomprensión: “¿Cómo es posible que dudes que te quiero?”, le preguntaba él, ya cerca de desesperar por hacerla entender eso. “¿Cómo quieres que no dude?”, respondía ella, “¿Qué prueba real tengo de que me quieres? Sí, tú dices que me quieres. Pero son palabras, y las palabras son convenciones. Yo sé que a ti te quiero mucho. Pero, ¿cómo puedo tener la certeza de que tú me quieres a mí?”. “Mírame a los ojos”, reponía él, “¿Crees que podrían engañarte? Me decepcionas”. Y ella, con una lógica irrebatible aunque tristísima: “¿Te decepciono? No será mucho lo que me quieres si te decepcionas por tan poco. ¿Y todavía me preguntas por qué dudo de tu amor?”.
O bien el problema es que estamos siempre demasiado apresurados por sacar conclusiones: por ahorrarnos el examen socrático y abreviar para llegar enseguida a la satisfacción de nuestros deseos. Porque de eso se trata, en el fondo: de la tensión entre lo que anhelamos y los obstáculos para su consecución. “La injusticia es la base de todas las relaciones”, afirmó una vez al respecto Quim Monzó (Barcelona, 1952), narrador al tanto de que a nuestro alcance sólo está enterarnos tarde —siempre demasiado tarde— de las causas por las que se ve siempre defraudada nuestra figuración de ir al mando de nuestra propia existencia. “Si hablaras con una persona que te dijese que controla su vida y hace lo que quiere, creerías lo contrario”. Por esa injusticia es que son posibles historias como las que Monzó resuelve en cuentos, por lo general breves, cuyos protagonistas se hallan sujetos a los hechos que están más allá de su capacidad de decisión: un universo sin lugar para ningún heroísmo ni ninguna hazaña, pero precisamente por eso extraordinario: porque se parece tanto a la realidad de todos los días. Por ejemplo, en el caso del señor Trujillo: un hombre que, harto de que le roben el radio del coche, compra un aparato desmontable, pero no se siente cómodo yendo con él para todos lados, así que lo deja un día en la guantera. Se lo roban. Como le gusta mucho oír música cuando conduce, pero no quiere que le roben el radio, lo deja en casa. Como no puede resolver el dilema, opta por no usar el coche, y entonces deja de salir a la calle. Como se aburre por no salir, un día se pone a ver la televisión. Y ahí se encuentra con un concurso de adivinar palabras, se inscribe para participar, gana un premio millonario, compra un departamento, entra en contacto con sus nuevos vecinos, un matrimonio; hay luego una desgracia que involucra a los vecinos —de la que Trujillo sale aparentemente beneficiado al terminar casado con la vecina—, pasan los años, llegan los hijos, crecen, y, un día que lleva a los niños a la escuela, Trujillo quiere oír la radio en el coche…
El porqué de las cosas es el título del libro de cuentos más celebrado de Quim Monzó: una treintena de historias de humor melancólico cuyo asunto es justo ése: la explicación de lo que nos ha ocurrido, y por qué todo resultó como resultó —la explicación que conocemos siempre demasiado tarde. Un libro tan conmovedor como fascinante. m.
Algunos libros de Quim Monzó
:: Gasolina (1984)
:: El porqué de las cosas (1994)
:: El mejor de los mundos (2002)
:: Catorce ciudades contando Brooklyn (2004)
:: Mil cretinos (2008)