“Que las víctimas existan públicamente”: Etxeberria
Juan Carlos Núñez – Edición 434
Lo propio de este Xabier Etxeberria es la ética. Pero no únicamente como disciplina filosófica, sino como una manera de intervenir en el mundo para enfrentar los grandes desafíos actuales.
Homónimo de un futbolista, de un músico y de un fotógrafo, lo propio de este Xabier Etxeberria es la ética. Pero no únicamente como disciplina filosófica, sino como una manera de intervenir en el mundo para enfrentar los grandes desafíos actuales. La ética aplicada a temas como la discapacidad, la crisis ambiental, la tortura, los derechos humanos, la expansión empresarial o las víctimas. Por eso, a este profesor emérito de la Universidad de Deusto, en Bilbao, se le encuentra lo mismo dictando cátedra en un claustro universitario que trabajando como voluntario en una asociación de apoyo a personas con discapacidad o desarrollando un taller para víctimas de la violencia.
“Desde que estaba en el bachillerato me atrajo la filosofía, y dentro de la filosofía, la ética. Y después, dentro de la ética, la ética aplicada. Me he abocado a una reflexión que tiene un momento de ética fundamental, pero luego tiene que ver con su aplicación en la realidad. Intento hacer un círculo virtuoso entre realidad y reflexión: la realidad me ofrece retos a la reflexión ética y la reflexión intenta volver a la realidad para responder a esos retos”, comenta.
Etxeberria nació en Arróniz, Navarra, en 1944. Ha dirigido el Centro de Ética Aplicada de la Universidad de Deusto y es responsable del área de Educación para la Paz de la organización pacifista vasca Bakeaz. Con frecuencia visita universidades y organizaciones sociales de América Latina. A principios de 2013 impartió un seminario en el Centro de Formación Humana del ITESO.
Actualmente se habla mucho de ética, pero al mismo tiempo parece que tiene poca incidencia en la realidad. ¿Es ésta una buena época para la ética?
Yo diría, sobre todo, que es una época en que la ética es muy necesaria. Por un lado, en las sociedades anteriores, más tradicionales, había referencias religiosas y políticas que se imponían para orientar la realidad. En estos momentos, estas creencias han quedado en el ámbito de la privacidad y otras se han diluido. Nos encontramos entonces más desamparados respecto a la orientación de lo que debe hacerse. En ese sentido, hay un anhelo, un ansia de ética, porque nos puede aportar orientaciones. A su vez, esta situación nos revela que hay un descontento social y un desaliento respecto a cómo hacer frente a los problemas. Se impone entonces un trabajo arduo para que esta ética quede bien planteada y se acerque a la realidad para transformarla.
Las imágenes que ilustran esta entrevista muestran la obra de Banksy, un artista urbano británico famoso por sus esténciles de crítica social y, sobre todo, por el trabajo que ha realizado en zonas de conflicto, como la Franja de Gaza. Calificada por algunos como mero vandalismo, su obra, plasmada en los muros de diversas partes del mundo, es una crítica abierta al militarismo, el abuso de poder y la sociedad de consumo, entre otros temas.
Dice usted: “La ética es necesaria”. ¿Qué puede ofrecer?
Hay un aporte a nivel público que es necesario porque ayuda a regular la convivencia. La ética puede darnos criterios para que las autonomías personales de todos puedan convivir con cierta armonía o, si se quiere, para que los conflictos que aparezcan se resuelvan positivamente. Tenemos diversas identidades que a veces generan conflictos. La dimensión intercultural de la ética puede aportarnos luces para afrontar este tipo de conflictos.
Eso implica voluntad, y cuando vemos el comportamiento de las grandes empresas, de los gobiernos, de los políticos, de los propios ciudadanos, no parece que exista mucha voluntad. ¿Hay esperanza en este contexto?
Hay que reconocer que el reto es difícil. No es nada fácil que la ética impregne a la gran empresa o a los proyectos políticos. Es fácil que digan que tienen un referente ético, pero eso no necesariamente se imprime en sus comportamientos. Los ciudadanos tenemos, entonces, que exigirles. Hay un modo muy elemental que es, por ejemplo, no votar al candidato corrupto. O si una empresa contradice sus deberes éticos, podemos dejar de comprar sus productos. Y eso hay que hacerlo público y hacerlo llamativo. Yo creo que sí se pueden conseguir cosas.
Una mujer palestina y sus hijos pasan junto a un grafiti de Banksy, realizado en el polémico muro de seguridad israelí en la ciudad de Arm, Cisjordania.
Para impulsar la ética entre los ciudadanos, la educación es clave. Si estamos en la universidad, además de formar en competencias para una determinada profesión, hay que formar a los alumnos como ciudadanos. En la educación informal a través de los medios de comunicación y de las nuevas tecnologías de la información, el acercamiento al cine y a la literatura pueden ayudar. No se trata de ser ingenuo ni moralizante, pero las historias pueden servir para reflexionar sobre los grandes retos de la convivencia humana.
¿Por eso propone las narraciones como recursos para la formación ética?
Sí, porque en una narración pasan cosas en torno a lo ético. Si es buena, y no facilonamente moralizante, nos sitúa en la realidad. Se cuentan acontecimientos de personajes que viven circunstancias concretas, podemos ver sus actitudes y la complejidad de ellas. Ningún personaje es ángel frente a otro que es bestia, sino que son circunstancias complejas. Además tienen un componente afectivo porque me identifico con los personajes, sufro con éste y me indigna el otro. Si nos sumergimos en las narraciones y hacemos de ello una experiencia estética, sentimental y moral; si después de esa inmersión hacemos una hermenéutica del texto y lo analizamos, podemos aprender. Este proceso pedagógico de aprendizaje de la ética puede ser muy importante.
Usted ha propuesto también cultivar las virtudes cívicas. ¿Cuáles son?
Son aquellas que, siendo personales, porque la virtud siempre forma parte del carácter personal, tienen incidencia pública. Por ejemplo, la virtud de la justicia. La justicia yo la puedo concebir como principios que hay que obedecer, pero puedo concebirla como una disposición interiorizada en mí a ser justo. Y eso es realmente poderoso. La virtud del diálogo constante. La virtud de la generosidad. Que yo esté dispuesto a guiarme en la vida no meramente por la consecución personal, sino por la consecución del interés general. Lo que pasa es que si aprendemos los principios desgajados del pozo sentimental y despegados de esa búsqueda de disposiciones permanentes en nosotros, que son las virtudes, los principios tienden a parecernos fríos, extraños, lejanos.
Una niña registra a un soldado israelí en la ciudad de Belén. Esta imagen formó parte de una exposición temporal, titulada Santas Ghetto, en la que el artista trata de ilustrar la situación de la comunidad cisjordana, dividida con el muro y los altos controles de seguridad israelí desde 2002.
Alguien dirá: ¿Y por qué tendría yo que guiarme por estas virtudes y no por mi interés?
Las virtudes cívicas parten de algo que en su origen es un sentimiento. ¿En la vida me considero un individuo separado que tiene sus capacidades y hace lo que quiere con ellas? ¿O me considero perteneciente a una comunidad de la que he recibido muchísimo y de la que seguiré recibiendo? Hay gente que plantea la situación más egoísta y que ignora que los humanos somos fundamentalmente seres que recibimos de los otros. Claro que tenemos autonomía y la ejercemos, pero imaginemos nuestra infancia, la vejez que tendremos, imaginemos incluso que cuando somos autónomos los somos porque utilizamos muchas cosas que hemos recibido de otros. Cuando las solidaridades reales las convierto en solidaridades morales, esto sale de sí. En la familia, por ejemplo, esto es muy espontáneo. En las comunidades más amplias es más complicado, pero a su vez es más relativo, porque no necesito una solidaridad tan intensa. Si lo pensamos, es fácil reconocer que nos realizamos como seres humanos en el proceso de dar y recibir.
¿No sabemos qué está bien o no lo queremos asumir?
En las cuestiones más elementales sí que sabemos lo que está bien y lo que está mal. En lo que son cuestiones más complejas es más difícil tener claridad. Hay que acudir entonces a la reflexión filosó-fica. Hay, además, otro elemento, y es que, sabiendo lo que como principio está bien o está mal, no sabemos cómo aplicarlo a la realidad, porque la realidad es difícil y complicada. Tenemos que ayudarnos con el adecuado discernimiento ético personal: ¿qué me toca hacer en esta situación? Y también puede ser un discernimiento colectivo; dialogar sobre qué hacer.
¿El diálogo ayuda a discernir?
El diálogo es importantísimo en dos movimientos. En movimiento ascendente, para ver cómo podemos concretar una determinada norma en una determinada situación. ¿Qué tenemos que hacer aquí? El diálogo me ayuda a generar los criterios que debo tener presentes. Pero el diálogo me ayuda después a discernir cómo aplicar esos criterios a la situación. Los criterios son interesantes, pero a veces no se aplican con facilidad porque la situación no lo permite. Hay que discernir también cómo aplicarlos
En la ciudad de Londres, un controlador de tráfico muestra un grafiti que hace alusión a la invasión de la privacidad y la falta de ética en el oficio de paparazzi y los tabloides en los que colaboran.
¿Por qué le interesa el tema de los sentimientos en la política?
Porque, aunque no se ponen formalmente sobre la mesa de la política, son los que más actúan. En la vida política no se plantea tanto que uno esté de acuerdo con una exposición teórica muy desarrollada, sino importa que alguien esté emocionalmente conmigo. El sentimiento de pertenencia: yo soy de éstos y no de los otros. En la vida política se cultiva mucho el sentimiento de odio, es odioso el otro, simplemente por ser otro. Se cultiva el sentimiento de menosprecio; por principio, el otro no vale nada. Los sentimientos comandan constantemente la política. La idea es que no se nieguen, sino que se pongan sobre la mesa y se trabajen moralmente. Por ejemplo, cultivar el sentimiento de admiración para decir a qué personalidades de la vida pública conviene que admire, cómo conviene que les admire y hasta dónde conviene que les admire. Porque llegan casos extremos en los que se puede admirar al responsable del crimen organizado. O el caso en que no se admira a un líder político sino que se venera, pero yo no puedo venerarle porque si lo hago desaparece el elemento crítico que es indispensable en la reflexión política.
¿Qué aportes puede dar la ética a una situación de violencia como la que vivimos en México?
Yo he trabajado el tema de la violencia de motivación política en el País Vasco y es distinto a lo que vive hoy México, pero en cualquier caso, una intervención correcta implica que el Estado combata la violencia con el respeto a los derechos humanos de todos, incluso de los delincuentes. El Estado no puede acudir a una violencia ilegítima. También es importante que no se limite a la lucha directa, que vayan también a una lucha cultural que deslegitime esa violencia. Es muy importante, además, que se tenga siempre una solidaridad muy marcada con las víctimas. De igual forma, hay que atender los factores sociales que inciden en el fomento de la violencia. Cuando ésta es de una magnitud relevante, toda la comunidad tiene que comprometerse. La Universidad, por ejemplo, tendría que plantear qué educación da a los alumnos frente a esta violencia, qué investigaciones hacemos que ayuden a combatir esta violencia, qué compromisos públicos como académicos hacemos desde la Universidad. Y así podríamos ir viendo a la sociedad organizada en movimientos y agrupaciones cívicas. Todos volcándose a esto.
Hay quien piensa que no se deben respetar los derechos humanos de los delincuentes. ¿Qué opina?
La lucha contra la violencia que respeta los derechos humanos termina siendo más lograda. La que no los respeta genera otros modos de violencia. Puedes tener logros concretos, pero has hecho injusticias y eso es un nuevo incentivo para la violencia. Pero aparece además un elemento que es fundamental: el de la dignidad. No torturar, no ser injusto en la aplicación de los procesos judiciales, no condenar sin pruebas. Si pasamos a decir que la dignidad ya no depende de ser persona sino de las obras que hace, generamos un enorme retroceso porque la dignidad pertenece a todo ser humano, más allá de sus comportamientos. Es cierto que espontáneamente lo primero que se nos ocurre decir es: “A este que ha sido tan bestia, tratémosle bestialmente”. Pero si lo hacemos, entonces nos hemos igualado a esa persona.
Este grafiti, realizado en una noche, muestra a un grupo de niños izando una bolsa de plástico de Tesco como bandera. Tesco es una tienda de alimentos en el Reino Unido, muchas veces criticada por sus prácticas comerciales.
¿Cuál tiene que ser el trabajo con las víctimas?
Ya he dicho que me da un poco de apuro hablar sobre México, porque yo hablo desde la realidad mía; así es que ustedes tienen que ver cómo trabajar esta cuestión. Pero una primera cosa es que las víctimas existan públicamente, porque se tiende a hacer que no existan -—ellas tienen autoridad moral por lo que han vivido—. Segundo, no deben ser víctimas pasivas sino que tienen que participar en la vida pública para decirle a la sociedad lo que significa la victimización. En tercer lugar, hay que plantear los derechos que tienen las víctimas al reconocimiento, a la verdad, a la memoria y a la reparación del daño. Es fundamental que en los relatos que se construyan sobre la violencia tengan el lugar que les corresponde y no suceda, como a veces, que los victimarios quedan casi casi como héroes. Por supuesto, las víctimas tienen que asumir que a ellas no les corresponde hacer justicia; que eso le corresponde al Estado y que se debe hacer justicia según las pautas democráticas.
¿Qué opina de los delincuentes que luego ayudan a sus comunidades?
Eso contradice la moralidad. No puedes tener una solidaridad con algunos que se alimenta de la insolidaridad brutal con otros. Aquello que quebranta la dignidad de un sector de personas hace inmoral todo lo que le acompaña. Si un narcotraficante se muestra solidario con algunos, pero sustentado en la inmoralidad de la insolidaridad, hace inmoral incluso esa solidaridad. No puede decir que esa solidaridad está justificada.
Ronald McDonald y Mickey Mouse pasean alegremente tomando de la mano a una niña desnuda y aterrorizada. La imagen de la niña fue tomada de una fotografía hecha durante un bombardeo con napalm de una aldea vietnamita en 1972. Esta obra satírica es un ataque al consumismo y la política exterior de Estados Unidos.
Propone usted educar para la indignación y contra la indiferencia. ¿Qué significa?
La indignación y la vergüenza son dos sentimientos muy importantes para la justicia. El sentimiento de la indignación es moral y se convierte en virtud cuando lo sentimos ante lo que debemos y como debemos experimentarlo. Si yo siento indignación ante los derechos vulnerados de los otros, entonces estoy sintiendo indignación por lo que debo sentirla, porque si no la siento, eso significa que los otros me importan un comino. Los sentimientos revelan lo que de verdad me importa. Si me indigna, me importa. Por eso hay que educar contra la indiferencia. Además, es importante que me indigne como es debido. Esto es, que mi indignación no suponga el quebrantamiento de la dignidad del que ha cometido la violación. Mi indignación tiene que estar impregnada por el respeto. En ese sentido, estoy cultivando el sentimiento de indignación para convertirlo en virtud. El sentimiento de la vergüenza tiene que ver con el momento en el que yo soy el que ha violado los derechos del otro. Cuando se consigue que alguien sienta vergüenza moral de lo que ha hecho [esa persona] está en camino de reconocer la justicia a partir de la injusticia que cometió y puede introducirse en procesos de arrepentimiento que lo sanarán, que lo restaurarán moralmente y que le abrirán a colaborar, en lo que él pueda, en el reconocimiento y en la reparación de la víctima. Eso ayuda a dar salidas positivas a los conflictos y no a generar más odio. m