Proyección y recordatorio
Hugo Hernández – Edición 448
Uno de los grandes temas abordados con frecuencia en el cine es cómo habrán de padecer los sobrevivientes de un planeta violentado, cómo habrán de encarar las precariedades de un mundo inhóspito: el Apocalipsis y lo que habrá de seguir.
Con ciencia o sin ella, desde sus inicios el cine no ha dejado de especular acerca del futuro. Acerca de viajes que habrán de ser posibles, o bien sobre el desarrollo de tecnologías, la imaginación se proyecta a partir de lo que es posible inferir en la época en que se realiza la propuesta cinematográfica. No deja de ser curioso, en este sentido, que la puesta en escena hasta cierto punto quede “anclada” en los tiempos de la producción, como puede verse en Naranja mecánica (1972), que se quiere finisecular, pero cuyos vestuarios y escenarios son setenteros.
Uno de los grandes temas abordados es cómo habrán de padecer los sobrevivientes de un planeta violentado, cómo habrán de encarar las precariedades de un mundo inhóspito: el Apocalipsis y lo que habrá de seguir (porque algo continuará: un final-final alberga escaso valor dramático) son también asuntos recurrentes de este género. A modo de ilustración valdría traer a cuento dos obras maestras de la animación: Nausicaä del Valle del Viento (1984) de Hayao Miyazaki y wall·e (2008) de Andrew Stanton.
La proyección a menudo tiene aires de recordatorio: se plantean al presente preguntas que los seres humanos no han dejado de hacerse desde tiempos inmemoriales, para las cuales no tienen respuestas (como podría interpretarse el monolito de 2001, Odisea del espacio: inalcanzable e incomprensible, lo mismo para el hombre primitivo, que para el del futuro). Qué nos hace humanos y qué seguirá haciéndonos son, así, dos grandes interrogantes que pone sobre la pantalla el cine futurista.
Mad Max: Furia en el camino (Mad Max: Fury Road, 2015), de George Miller
Mad Max es la franquicia postapocalíptica por antonomasia. Plantea la escasez de recursos que seguramente vendrá y que hará aflorar el lado salvaje del hombre, ese que la civilización se ha tardado siglos en disfrazar. Treinta años después de su mítica trilogía, Miller regresa con ánimos renovados y entrega un ejercicio en el que la cinematografía, extraordinaria, explora la antropología con agudeza y emoción. La conclusión parece inevitable: si hay futuro, o mejor, renacimiento, éste está en la mujer (como subraya Alfonso Cuarón en Gravedad).
Blade Runner (1982), de Ridley Scott
¿Qué pasaría si, como sugiere Scott aquí, la humanidad pudiera disponer de réplicas, creadas a su imagen y semejanza, para diversos “usos”? El trabajo ya no definiría al hombre, y éste engrosaría una masa (aún más) uniforme y mansa, como deja ver wall·e. Los replicantes no podrían evitar humanizarse —y ser sensibles a la maravilla de la vida— y buscarían encarar a su creador para demandarle más vida: tampoco para ellos el tiempo sería suficiente para dilucidar los misterios de la existencia, para encontrar respuestas convincentes con las cuales suavizar el tránsito a la muerte.
Matrix (The Matrix, 1999), de los hermanos Wachowski
Stephen Hawking afirmó que en un siglo las máquinas podrían rebelarse. En Matrix es ya una realidad, y los sobrevivientes tienen que echar mano de su imaginación y su fuerza para encarar al enemigo (que, inteligente, ve en ellos un mal planetario). El ser humano se ha instalado cómodamente en un mundo mecánico y cibernético, lo que ha provocado su extravío. Recuperar(se) es el propósito de la aventura que aquí proponen los Wachowski. Y los prodigios de la aventura dan bríos a un humanismo que debe robustecerse si queremos que el destino nos alcance.
Metrópolis (Metropolis, 1927), de Fritz Lang
La revolución industrial facilitó la vida humana. Pero no a todos. Acentuó las distancias entre ricos y pobres, y mientras los primeros, dueños de las nuevas máquinas, gozaron de más horas de ocio y mejores productos, los otros vieron cómo su vida se acortaba y se mecanizaba. Lang vio con justeza que este paisaje sólo podría empeorar y hace aquí una portentosa exhibición de una de las grandes falacias del capitalismo: la posibilidad de que todos tengan una buena calidad de vida. Pero la transgresión, de la mano del amor, seguirá definiendo al ser humano. ¿Será?
Niños del hombre (Children of Men, 2006), de Alfonso Cuarón
En el año 2027, los seres humanos han perdido la capacidad de reproducirse. Su desaparición inminente no hace sino agudizar su angustia. La violencia se acentúa y entonces es inevitable replantearse asuntos añejos, como la distribución de la riqueza. Y cuando aparece una mujer embarazada, es un buen momento para plantearse un futuro que luce aciago pero posible. Nadie sabe cómo será, pero apenas se abre una ventanita de esperanza, es preciso ponerse en acción. Cuarón no ofrece una respuesta, pero hace lo más sensato: deja la respuesta al espectador de hoy.
Para saber más
:: Diez representaciones del futuro.
:: “El cine futurista y la memoria del porvenir”, ensayo histórico de Fernando Vizcarra.
:: James Cameron sobre el futuro del cine.
:: La sala del cine del futuro.
:: Slavoj Žižek, el futuro y otros asuntos (subtitulado).
:: Žižek sobre Matrix y otras películas (subtitulado).
:: Debate sobre el futuro de Europa y Estados Unidos: Slavoj Žižek, David Horowitz y Julian Assange: goo.gl/JYn7dM