Profesión y ética. La brumosa acompañante de cada día
Juan Carlos Núñez – Edición 397
¿A quién salva el médico, al hijo o a la madre?, ¿podemos desconectar los aparatos que soportan la vida de un enfermo desahuciado?, ¿hay situaciones que justifiquen practicar un aborto? Con frecuencia, cuando se habla de ética, suelen evocarse situaciones de este tipo. Evidentemente se trata de preguntas de carácter ético, pero los problemas éticos no se limitan a los casos más espectaculares o conflictivos.
La dimensión ética está presente en prácticamente todos los actos humanos porque es casi imposible encontrar una actividad humana que no involucre, en mayor o menor medida, para bien o para mal, a otras personas. La posibilidad de elegir ciertos rumbos de acción, y no otros, implica relacionarnos de una u otra forma con los demás. Salvo casos extremos, como los náufragos solitarios, los ermitaños o los niños que se extravían en los montes y pierden todo contacto humano, el resto de los seres humanos estamos irremediablemente ligados a los otros y, por tanto, situados en un ámbito ético. Por eso, incluso en las decisiones más cotidianas, está presente la posibilidad de reflexionar desde esta perspectiva, aunque la gravedad y las consecuencias de las decisiones, al menos en el corto plazo, no sean las mismas.
¿Decimos o callamos?, ¿compramos a un productor local o a una cadena trasnacional?, ¿qué es una profesión y cómo la ejercemos?, ¿cómo decidimos nuestro voto?, ¿dónde nos estacionamos? En las respuestas a éstas y muchas otras preguntas encontramos un ámbito ético. No serán iguales las decisiones de un abogado que considere que el objeto de su práctica es la justicia, a las de alguien que afirme, como escuché el otro día, que la justicia es cosa de Dios y que el abogado debe concentrarse en ganar el juicio sin contemplaciones, independientemente de la justicia.
Así como no se puede afirmar que ser ciudadano se limite a la única acción de votar cada tres y seis años, tampoco podemos considerar que la dimensión ética aparece sólo esporádicamente y en situaciones extremas. Otro asunto es que las implicaciones éticas de las acciones más cotidianas no sean tan evidentes. La pregunta en términos de “bien” y “mal” aparece con mucha mayor urgencia y claridad en caso de un dilema radical, que en casos como: ¿cuáles son los supuestos que hay detrás de una forma de ejercer la docencia?, ¿en qué gastamos el presupuesto?, ¿por qué hay que ser competitivo?, ¿cuánta agua consumo?
No es que las respuestas a estas preguntas no tengan una dimensión ética, sino que ésta no siempre se revela con tanta claridad. El desconocimiento de las consecuencias de muchas acciones cotidianas y el hecho de considerar natural un sinnúmero de situaciones de la vida diaria, dificultan la posibilidad de incorporar una reflexión ética en formas muy arraigadas de ver el mundo y de actuar en él.
Cuando una persona conoce a dónde se van los desechos que genera, cuando sabe qué decisiones tomó en el Congreso el diputado por el que votó, cuando es consciente de lo que significa vivir con un salario mínimo o cuando entiende que su profesión no se limita a desempeñar una serie de habilidades técnicas, sino que vislumbra que este desempeño moldea la sociedad, la dimensión ética comienza a aparecer con mayor claridad. Y la vida se vuelve más complicada, pero también más interesante, porque las preguntas: ¿por qué?, ¿para qué? y ¿para quién?, abren nuevos horizontes de posibilidades.
Por eso resulta deseable generar la mayor cantidad de espacios que abran la posibilidad de reflexionar y dialogar en torno a estas preguntas en relación con la vida cotidiana. No para predicar la respuesta correcta, sino para reafirmar que hay más de una y que en el diálogo con los otros podemos encontrar más posibilidades de acción.
Por su vocación generadora de conocimiento sistemático, crítico y reflexivo, la universidad es un espacio privilegiado para alentar estas discusiones. Pero no sólo en las clases de ética. Si la dimensión ética aparece en cualquier actividad humana y la preparación para el desempeño de una profesión no significa otra cosa que trabajar en relación con los otros, entonces será difícil encontrar una asignatura donde el profesor no pueda alentar una discusión de carácter ético ligada a su materia. Ni habrá profesional que no pueda preguntarse sobre el sentido ético de sus decisiones cotidianas. m.