Políticas educativas: ¿elegir en función del mercado?
Ignacio Román – Edición 428
Una política educativa debe, entonces, ubicar el sentido de la educación más allá de las necesidades de los mercados; favorecer la capacidad de adaptación y de aprendizaje permanente de los estudiantes, más allá de su periodo escolar y, sobre todo, vincularse con las necesidades del entorno.
La visión tradicional de la economía considera que nuestra participación en la producción, la distribución, el intercambio y el consumo de riqueza está restringida a los mercados. En otras palabras, toda la actividad económica está delimitada por procesos de compraventa. Conforme a esta lógica, todos tomamos decisiones libres e individuales que debemos procurar que sean lo más razonables, y el conjunto de éstas determina el funcionamiento agregado del mercado. Se supondría que el sistema educativo deba preparar “productos” (seres humanos) insertables en el mercado de trabajo en función de la demanda. Los profesionistas con conocimientos innecesarios para tal demanda no podrán encontrar trabajo, o encontrarán uno en el que no ejerzan sus conocimientos, mientras que el panorama será mejor para quienes se eduquen en función de lo que necesitan las empresas; por tanto, la política educativa debería de fortalecer la formación de estudiantes de acuerdo con lo que los empresarios requieran. Ésta ha sido la lógica predominante en las políticas educativas desde mediados de los años noventa en México.
Pero la cuestión no es tan sencilla. Al menos según la Ley Federal del Trabajo, el trabajo no es una mercancía (por tanto no puede restringírsele al “mercado de trabajo”); según la Organización Internacional del Trabajo, el empleo es toda actividad generadora de riqueza (en el mercado o fuera de él), y la educación contribuye a generar múltiples formas de riqueza, no necesariamente sujetas a una relación de trabajo subordinado. Por otra parte, para que los empresarios sepan efectivamente qué requieren, necesitarían saber todo lo que los sistemas educativos aportan a los estudiantes —lo que no sería humanamente posible. Además, los conocimientos que se requieran hoy no son los mismos que se requerirán mañana, por lo que al educar en función del mercado de trabajo actual no se podrían prever los cambios que, durante cerca de 40 años de empleos diversos, vivirán los estudiantes de hoy.
Una política educativa debe, entonces, ubicar el sentido de la educación más allá de las necesidades de los mercados; favorecer la capacidad de adaptación y de aprendizaje permanente de los estudiantes, más allá de su periodo escolar y, sobre todo, vincularse con las necesidades del entorno, no sólo productivas sino distributivas, sociales, culturales, ambientales y científicas. La educación no puede reducirse a la reproducción de inercias sino enfocarse en la transformación de las sociedades, como se pretende en la misión del ITESO. Cabe así preguntarse qué opciones políticas se plantean al mantener las mismas lógicas educativa y económica, y qué opciones pretenden transformarlas. m