De las partículas subatómicas a las mensualidades de la hipoteca, todo cuanto existe tiene un peso, incluidas las nubes de impostora levedad, las distancias que aún nos falta recorrer, los sueños…
Siempre nos costará un poco admitir que un kilo de plomo y uno de algodón muevan la aguja de la báscula hasta el mismo sitio. Por irrefutable que sea la física tendemos a dudar y, aun ante lo evidente, quedamos con una vaga sensación de estar siendo timados. ¿Qué pesa más: un recuerdo triste o una perspectiva desesperanzada? ¿Un secreto que llevamos encima o una sospecha irresoluble? ¿Una preocupación, una pérdida, un desengaño o un rencor? ¿El avión gigantesco que ha logrado desentenderse de la fuerza de gravedad o el garrafón de agua que hay que ir a cambiar ahora mismo en la cocina?
De las partículas subatómicas a las mensualidades de la hipoteca, todo cuanto existe tiene un peso, incluidas las nubes de impostora levedad, las distancias que aún nos falta recorrer, los sueños que deciden nuestro estado de ánimo o las mentiras o las verdades según las cuales nos conducimos. Los fantasmas no pesan, por eso no existen. Los que existimos somos nosotros —que, si nos recargamos en los demás con nuestros fardos, podemos ser unos pesados. m.