Páginas llenas de sol

Páginas llenas de sol

– Edición 494

Detalle de una portada de «Las doradas manzanas del Sol», de Ray Bradbury

Te proponemos cuatro lecturas en las que, además de echar luz sobre los acontecimientos, el Sol es un protagonista dentro de las páginas

Anhelante de ver a su amada Dulcinea, don Quijote urge a su compañero para que lleguen antes de que acabe la jornada: “Sancho amigo“, le dice, “la noche se nos va entrando a más andar” (muy deprisa). Sabe, sin embargo, que aunque la luz del día se apague, habrá otra más refulgente esperándolo: “como yo la vea […] cualquier rayo que del sol de su belleza llegue a mis ojos alumbrará mi entendimiento y fortalecerá mi corazón, de modo que quede único y sin igual en la discreción y en la valentía”. Sancho, como de costumbre, no está tan seguro, pues él más bien piensa que Dulcinea, si era un sol, estaba “escurecido” por la mugre, por la revoltura de sudor y polvo que la cubría durante sus labores con el trigo…

Es posible que el Quijote sea uno de los libros más solares que existen. Los campos por donde corren las aventuras del famoso caballero están bañados de una luz incesante, que no han logrado atenuar los siglos. Mientras la lectura transcurre, los nítidos perfiles de los personajes se dibujan gracias a ese colaborador poderoso. El propio narrador sabe que sin él poco lograría, y para poder contar como es debido la descalabrada historia de Sancho en su ínsula, así se dirige al astro rey: “¡Oh, perpetuo descubridor de las antípodas, hacha del mundo, ojo del cielo, meneo dulce de las cantimploras, Timbrio aquí, Febo allí, tirador acá, médico acullá, padre de la poesía, inventor de la música, tú que siempre sales y, aunque lo parece, nunca te pones! A ti digo, ¡oh, Sol, con cuya ayuda el hombre engendra al hombre!, a ti digo que me favorezcas y alumbres la escuridad de mi ingenio, para que pueda discurrir por sus puntos en la narración del gobierno del gran Sancho Panza, que sin ti yo me siento tibio, desmazalado y confuso”. (Es recomendable acompañar la lectura con la versión en línea del Instituto Cervantes, muy útil para desentrañar términos que el tiempo nos ha vuelto inalcanzables a los hispanohablantes de hoy en día.)

Sol adentro

Un sol más vivo, de Octavio Paz (ERA)

La consistencia solar de la poesía de Octavio Paz está claramente asumida en su poema más célebre, “Piedra de sol”, y por ello el título dado a esta antología es muy certero. Debida a la atención y a la sensibilidad de Antonio Deltoro, recientemente fallecido, esta selección “Comienza por un poema de juventud que habla de un jardín y termina con un poema de valiente despedida, y se trata de un magnífico ingreso para quienes van a encontrarse por primera vez con Paz, un autor al que la distancia en el tiempo amenaza con ir volviendo más inaccesible para los jóvenes lectores —cosa que sería absolutamente lamentable.

El gusto del dios

Bajo el sol jaguar, de Italo Calvino (Tusquets)

Es sabido que Italo Calvino había resuelto que este libro reuniera sendos cuentos referidos a cada uno de los cinco sentidos. La muerte lo impidió, así que sólo llegó a terminar los correspondientes al oído, el olfato y el gusto, y el cuento que da título al volumen es el que se ocupa de este último. Transcurre en el sur de México, en particular en la ciudad de Oaxaca y en las ruinas arqueológicas de Monte Albán y Palenque, y es ahí donde el protagonista sube al Templo del Sol y tiene, entonces, una experiencia… Bueno, naturalmente no la vamos a revelar.

Como los perros

Dormir al sol, de Adolfo Bioy Casares (Alfaguara)

Puede ser envidiable la facilidad con que los perros son capaces de tenderse al sol para dormir plácidamente. O también, gracias a la portentosa imaginación de Adolfo Bioy Casares, esa habilidad puede ser la clave de una historia en la que la traición, la intriga, cierta perversidad pseudocientífica y las pasiones malentendidas se resuelven en una trama fantástica en la que quizá la metempsicosis juegue un papel central. Después de leer esta novela, ver a un perro dormir al sol podrá ya no parecer tan tranquilizador ni tan deseable.

Un regalo

Las doradas manzanas del sol, de Ray Bradbury (Minotauro)

La nave espacial Copa de Oro (también llamada Prometeo o Ícaro) se dirige a su destino con la confianza que ha hecho posibles las mayores hazañas de la humanidad. De pronto, sin embargo, parece que todo puede salir terriblemente mal: los sistemas de refrigeración que envuelven la cabina en una capa de mil grados centígrados bajo cero no han sido suficientes, las llamas empiezan a estallar, es cuestión de instantes para que no quede un átomo de la nave ni de su tripulación. Sin embargo, el capitán decide culminar la misión: ya que han conseguido tocar la superficie del Sol, tienen que llenar una copa con su sustancia y traerla de vuelta a la Tierra. Si alguien sabía cómo terminar un cuento como éste, era Bradbury, y nadie más.

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