La originalidad, entendida como la ocasión en que nos es dado poner en la realidad algo que nunca le había pasado por la cabeza a nadie, es una aspiración inalcanzable
“No hay nada nuevo bajo el sol”. Da la impresión de que ni siquiera la voz que en el Eclesiastés medita acerca de la fugacidad de la vida y la vanidad de nuestros afanes, pudo ser muy original al hacer esa aseveración. La originalidad, entendida como la ocasión en que nos es dado poner en la realidad algo que nunca le había pasado por la cabeza a nadie, es una aspiración inalcanzable, y, no obstante, sin esa aspiración no habríamos podido movernos un centímetro desde nuestro origen como especie.
Por otro lado, es una convicción a la que difícilmente renunciaríamos, pues en ella puede radicar buena parte de las sospechas que nos hagamos acerca de nuestras razones para estar en este mundo. Damos por hecho que nuestras imaginaciones y nuestras comprensiones de lo que hay son originales porque, de otro modo, difícilmente nos abocaríamos a cultivarlas. Y lo cierto es que lo son, pero en la medida en que cada quien tiene un origen (y una historia proveniente de él), y eso sí nadie puede disputárnoslo. Claro: seguramente esto ya ha sido dicho antes, millones de veces…