Mundial 2014: algo está podrido en Brasil
Enrique González – Edición 440
Muy lejos de los alegres mensajes publicitarios que caen en avalancha en prácticamente cualquier rincón del planeta, la Copa del Mundo 2014 está seriamente manchada por casos de corrupción, descontento social y exorbitantes gastos en un país con 37 millones de personas sumidas en la pobreza.
En el primer acto de Hamlet, William Shakespeare dejó una frase para la eternidad —“Algo está podrido en Dinamarca”—, a la que solamente hay que cambiar el nombre del país para resumir la sucia, turbia y oscura realidad de cualquier territorio en cualquier época. En 2014, Brasil es una excelente opción para sustituir a la original Dinamarca: “Algo está podrido en Brasil”.
Thiago Silva, defensa central de la selección brasileña, dijo a la revista So Foot: “En su primer aniversario, cada brasileño pide una pelota de futbol”. El comentario editorial de la revista deportiva francesa: “Eso nos hace preguntarnos seriamente sobre el desarrollo del lenguaje en el niño, pero explica por qué tienen cinco estrellas”.
Este pequeño extracto de la nota de So Foot ejemplifica la agridulce —por decir lo menos— relación que millones de brasileños tienen con la Copa del Mundo, a la que albergarán del 12 de junio al 13 de julio en doce estadios. Para nadie es un secreto el enorme poder que tiene el futbol en aquel país, el más veces ganador, el pentacampeón mundial, el que lo organizó y perdió calamitosamente en 1950 y cuya selección fue, años después, la quintaesencia de este deporte, la cuna del jogo bonito y de Pelé: Brasil es, para muchos, sinónimo de futbol.
Pero por más alegría que haya por albergar un Mundial 64 años después, a nadie en su sano juicio le gusta que le arrebaten las cosas a las que tiene derecho.
Dilma Rousseff, presidenta de Brasil, patea una pelota junto al secretario general de la FIFA, Jerome Valcke, en la inauguración del estadio Arena das Dunas, en Natal. Foto: Reuters
Trate de no quedarse sin aliento: Coca-Cola, Adidas, McDonald’s y otras empresas afiliadas a la FIFA dejarán de pagarle a Brasil más de 400 millones de dólares gracias a las exenciones fiscales que les otorgó el gobierno de Dilma Rousseff, del Partido de los Trabajadores; es la Copa más cara de la historia, rebasa los 14 mil millones de dólares (más que Alemania 2006 y Sudáfrica 2010 juntos); la inversión para dejar listos los estadios se ha cuadruplicado y ya ronda los 3 mil millones de dólares (el valor de mercado de Motorola, aproximadamente); han sido las ciudades —es decir, los ciudadanos— las que se endeudaron para afrontar semejantes gastos y, además, los dos grandes constructores (Odebrecht y Andrade Gutierrez) que obtuvieron del gobierno los contratos para hacerse cargo de los estadios, han incrementado hasta 500 veces sus contribuciones para las campañas electorales en Brasil entre 2008 y 2012, según un exhaustivo reportaje de Associated Press (AP) basado en investigaciones de instancias tales como el Tribunal de Cuentas del país.
“Las coincidencias no existen; el universo no suele ser así de perezoso”, afirma Sherlock Holmes en la serie de televisión que produce la BBC. Muchos en Brasil piensan exactamente igual.
“¿Quién se ha robado mi Mundial?”
“A Brasil le han robado la Copa del Mundo” es el lema de la campaña Las Jugadas de la FIFA, lanzada por la ONG InspirAction y que recolecta firmas para exigirle a la FIFA que deje de apropiarse de los cientos de millones que recibe por exenciones fiscales, dinero que bien podría destinarse a “reducir la brecha de la desigualdad entre los 37 millones de brasileños que, tras el Mundial de Futbol, seguirán yéndose a la cama con hambre”.
“Cuando un país acepta organizar un certamen deportivo global, básicamente está entregando un cheque en blanco”, afirma Bent Flyvbjerg, profesor de la Oxford Said Business School y experto en eventos deportivos.
Séptima economía mundial en 2013; octavo país en cantidad de adultos analfabetos (más de 13 millones); nación “impresionantemente desigual, como México”, según palabras de Sergio Negrete, académico del ITESO; habitado por unos 199 millones de personas —30 millones de ellas, pobres; 2.8 por ciento ricas y 56 por ciento de “clasemedieros”—, Brasil es un océano de contrastes a lo largo de sus 8 mil 515 kilómetros cuadrados de territorio, equivalentes a unas diez Francias o casi cuatro Méxicos.
“El país tiene otras prioridades y la inversión en un evento tan puntual, además de que no es algo trascendente para el bienestar de la población, me parece un lujo que no nos podemos dar. No me emociona ni me hace feliz que la Copa y las Olimpiadas sean en Brasil”, expone Johann Gottschalk, investigador y profesor del ITESO de origen brasileño especializado en temas ambientales.
Al carecer la presidenta Dilma Rousseff del carisma y la habilidad de su antecesor, Luiz Inácio Lula da Silva, Gottschalk percibe que Brasil ha perdido protagonismo en el ámbito internacional, pero en general hace un balance positivo de la mandataria, quien buscará reelegirse en octubre de este año.
“Dilma ha acertado en dar seguimiento a la política económica del gobierno anterior, que en parte es un legado de Fernando Henrique Cardoso, pues fortaleció programas sociales como el Beca-Familia, Beca-Escuela o Hambre-Cero y su programa de inversión en infraestructura y educación, abriendo nuevos campus a lo largo y ancho del país. Creo que logrará reelegirse”.
Hierve internet (y no gracias a Neymar)
“Fora FIFA (Fuera FIFA)”, “Não vai tenir Copa! (¡No habrá Copa!)”, “¡Queremos escuelas, más seguridad y mejor salud, no un estadio que costó 1.5 billones de reales!” o los hashtags #FuckFIFA, #DayAgainstWorldCup, #BRevolução o #LasJugadasdelaFIFA, son apenas una muestra de los mensajes que escriben en sus computadoras y en sus carteles cientos de miles de brasileños que muestran su inconformidad en Río de Janeiro, São Paulo, Recife, Belén o Fortaleza, sobre todo después de que a finales de abril falleciera un bailarín en una favela, a quien la policía había confundido con un narcotraficante. Miles acamparon en las inmediaciones de los estadios, y los enfrentamientos con la policía se intensificaron.
Los expertos prevén que en 2014 se superarán con creces las marchas que se vivieron en 2013, cuando durante la Copa FIFA Confederaciones más de un millón de personas salieron a las calles a pedir mejoras en el transporte, la educación y los servicios de salud. “Los gritos fueron, son y serán mucho más inclasificables”, advierte Bernardo Gutiérrez, periodista y fundador de la red de innovación brasileña FuturaMedia.net.
Un niño se sienta en un sofá desvencijado mientras ve una “pelada” —partido de futbol donde los equipos juegan descalzos— en Natal, ciudad que es sede mundialista. Foto: Reuters
Más cauto es Rodrigo Nunes, profesor de Filosofía de la Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro: “Es cierto que habrá protestas, pero no se puede saber qué tan grandes serán, ni qué tan diseminadas. Un rasgo interesante de lo que pasó el 15 de mayo —durante las protestas del Día Mundial contra la Copa del Mundo— es que la composición social y política de las protestas fue distinta: una participación grande de los sin techo (especialmente en São Paulo) y muchos más sindicatos de lo que suele pasar. Hay muchas huelgas actualmente, mucho más que en otros años.
“Muchos grupos se van a aprovechar de la visibilidad que da la Copa para protestar, pero si esto va a tomar las mismas dimensiones del año pasado [durante la Copa Confederaciones] depende de factores contingentes: la violencia de la represión, la campaña del equipo nacional, algún incidente grave, la muerte de un turista…”.
Varios analistas consideran que los mismos avances sociales y económicos vividos en la última década, que han ensanchado la clase media del país, explican en parte las revueltas que se expanden por la red, las calles brasileñas y los medios occidentales: “Veo que hay frutos y quiero que a mí también me toquen”, refiere Negrete. “La masa de la población sigue preocupada por sobrevivir”, complementa Gottschalk. “Estas inconformidades existen porque la sociedad pensante [que se expresa en los medios sociales y tiene acceso a los medios] tiene toda la razón… Pero están lejos de poder ser caracterizados como ‘amplios sectores’”.
Desde São Paulo, sede del partido inaugural entre Brasil y Croacia el jueves 12 de junio, Gutiérrez sigue con lupa estos movimientos sociales online y offline, y en uno de sus artículos, titulado “#BRevolução: la revolución simbólica de Brasil”, les otorga una relevancia que trasciende con creces al Mundial o los Juegos Olímpicos.
“En su texto Deliciosa oportunidad de cuestionar los mitos, Theoronio de Paiva afirma que las revueltas echan por tierra todos los mitos fundadores de Brasil: ‘Mucho tiempo de falta de conciencia política produjo una herida abierta descomunal’. A pesar de la falta de estructura, diálogo regional y conexión entre los diferentes grupos de indignados, el nuevo sistema red surgido a partir de las jornadas de junio ha trastocado profundamente a la sociedad y la política de Brasil”, afirma Gutiérrez, tuitero sumamente activo y a quien puede seguir en @bernardosampa.
¿Qué ocurrirá en ese mes futbolero? ¿Cuántas personas saldrán a la calle? ¿Se suspenderán partidos? ¿FIFA y autoridades brasileñas serán capaces de sortear el creciente descontento popular? Tal como ocurre con colegas, economistas, sociólogos y activistas, a Gutiérrez lo embarga la incertidumbre.
“Puede que las revueltas de Brasil no hayan consolidado una nueva estructura social, pero el impacto subjetivo ha sido tan fuerte que no hay ninguna duda de que la revolución simbólica llegó para quedarse…. Cualquier cosa puede ocurrir en el agitado 2014 brasileño [Mundial de futbol y elecciones generales]”.
“¡Prepárense! El Hexa está llegando”
Ésta es la frase que adornará al autobús oficial de la verdeamarelha, la selección brasileña que, como anfitriona, intentará ganar su sexto campeonato del mundo. (La de México —si tiene curiosidad—, es “Siempre Unidos… ¡siempre Aztecas!”).
Activistas y estudiantes se enfrentaron con la policía antidisturbios en medio de una nube de gases lacrimógenos afuera del estadio Mané Garrincha, en junio de 2013. Las protestas contra las políticas económicas del gobierno y la organización de grandes eventos deportivos han sido una constante en Brasilia. Foto: Reuters
Un mes, 64 partidos, 12 sedes (Belo Horizonte, Salvador, Fortaleza, Río de Janeiro, Porto Alegre, Manaos, Natal, Recife, Curitiba, Brasilia, Cuiabá y São Paulo) y 32 selecciones es lo que ha organizado la FIFA, un organismo poco transparente que se rige por sus propias reglas y que castigará a cualquiera de sus 209 miembros (16 más que la ONU) que decida acudir a los tribunales civiles para dirimir alguna disputa.
La sonrisa que suele portar en cada acto público el suizo Joseph Blatter, su presidente, tal vez se explique con las utilidades netas de 72 millones de dólares que el organismo reportó en 2013. Año con año estas ganancias van en aumento y, de los mil 160 millones de dólares que ganó en 2012, pasó a mil 386 millones en 2013. Este año, por ser mundialista, las cuentas bancarias de la FIFA seguramente registrarán un notable incremento.
Es por eso que, después de revisar las reacciones que causan los favores recibidos por la FIFA en Brasil (exención de impuestos), resulte interesante leer el apartado de “Responsabilidad Social” que aparece en su sitio oficial en internet: “Mediante su misión de ‘construir un futuro mejor’ [sic] la FIFA aspira a guiar con el ejemplo y a canalizar el poder del futbol y la influencia de la organización sobre este deporte y sus interesados hacia el objetivo de conseguir impactos positivos sobre la sociedad y el entorno”.
“Los torneos de la FIFA”, continúa el texto, “ofrecen plataformas excepcionales para sensibilizar a la opinión pública, llamar la atención sobre determinados temas e instrumentar proyectos y campañas in situ”. Nadie podría negar que este 2014 lo han logrado con rotundo éxito, aunque no de la manera que hubiera deseado su presidente, el suizo Joseph Blatter.
Encuestas levantadas en el primer trimestre del año mostraron que tres cuartas partes de los brasileños creen que la Copa del Mundo está organizada por corruptos, cifra nada sorprendente si se toma en cuenta que 40 por ciento de sus legisladores (diputados y senadores) enfrenta algún proceso penal, según el portal Congresso em Foco.
“Si hay culpables de corrupción, nuestro sistema de justicia los castigará”, afirmó a los medios Aldo Rebelo, ministro de Deportes de Brasil y miembro del Partido Comunista, quien descartó que las manifestaciones (como la del Día Internacional contra el Mundial, celebrado el 15 de mayo en honor al movimiento 15M español) pudieran amenazar el desarrollo de la competición.
El apoyo de los brasileños al certamen ha caído estrepitosamente, pasando de 79 por ciento en 2008 a 48 por ciento en abril de este año, según la casa encuestadora Datafolha. Los que se oponen directamente a su realización pasaron de 10 por ciento a 41 por ciento en ese mismo periodo.
El optimismo del ministro solamente se puede encontrar en voz de políticos, gobernantes, el Comité Organizador o patrocinadores.
Para la propia FIFA, Brasil ha sido el peor organizador de un Mundial en 40 años; la agencia de calificación de riesgo Moody’s advirtió que la bonanza económica del certamen no sería duradera; la Academia Brasileña de Eventos y Turismo esperaba 700 mil extranjeros y al final no serán más de 300 mil; ocho trabajadores han muerto durante la construcción de los estadios, algo “normal” en obras monumentales, a decir de Edson Arantes do Nascimento Pelé, también conocido como el Rey del Futbol.
La cadena TV Globo le preguntó a Luiz Felipe Scolari, técnico de la selección brasileña, si las protestas durante la competición podrían afectar el desempeño del equipo. “Pueden. Y mucho”, respondió el estratega.
Y es que, a pesar de ser una posibilidad real (Alemania, Argentina, Holanda, Italia o España son serios contendientes), la sola idea de que Brasil pierda “su” Mundial añade más leña a los ya de por sí encendidos ánimos de millones de ciudadanos. En la primera fase, Brasil forma parte del grupo A, junto a Camerún, Croacia y México, y si clasifica, lo más probable es que juegue los octavos de final contra… Holanda o España.
La ONG Río de Paz realizó, en la playa de Copacabana, una instalación para protestar por las muertes y los niños heridos durante las operaciones policiales en los barrios pobres de Río de Janeiro. Foto: Reuters
Marcaje ¿personal? a la corrupción
“La corrupción va a donde el dinero está, y hoy por hoy, el dinero está ligado a la Copa”, sentencia Gil Castelo Branco, fundador de la ONG Contas Abertas.
Evidentemente, también hay datos esperanzadores, y algunos de ellos los ha visto de cerca Álvaro Pedroza, investigador del iteso que se mudó al sur de aquella nación.
“El gobierno le está apostando fuertemente al apoyo a la I+D+I (Investigación, Desarrollo e Innovación). El gobierno está apoyando la formación de doctores tanto en el país como en el extranjero, por lo que la producción científica en cuanto a artículos publicados, ha crecido bastante”, comparte vía correo electrónico el académico, quien trabaja en un proyecto con la jesuita Universidade do Vale do Rio dos Sinos: la gestión de un parque tecnológico con apoyos del Conacyt y la Unión Europea (proyectocesar.eu).
A miles de kilómetros de Pedroza, en Brasilia, Paulo Rodrigues fue entrevistado por la agencia AP.
El 15 de mayo se organizó en Río de Janeiro una protesta masiva contra la organización de la Copa del Mundo 2014. Los brasileños respondieron al llamado para protestar en todo el país por el uso de fondos públicos para la construcción de estadios. Foto: Reuters
Paulo es guardia de seguridad de uno de los cuatro “elefantes blancos” que parirá el Mundial —y que ya está siendo auditado por el gobierno—: el estadio Mané Garrincha de Brasilia que, con 900 millones de dólares engullidos, ya es el segundo estadio más caro del planeta, sólo detrás del londinense Wembley. Y ni siquiera cuenta con un club profesional que juegue ahí.
“Éste es un monumento a la tristeza y al despilfarro nacional”, reflexiona Paulo. “No estoy en contra de la Copa, pero estoy frustrado con los gastos y la corrupción que todos sabemos que la rodean. Cuando los políticos construyen una carretera, incluso si hay sobornos, por lo menos al final tenemos una carretera. Con este estadio no tendremos nada”. m
Más información
:: Brasil es el octavo país del mundo con el mayor número de adultos analfabetos (13.2 millones), según este estudio de la Unesco.
:: #BRevolução: la revolución simbólica de Brasil, artículo de Bernardo Gutiérrez.
:: Reportaje de Associated Press (AP) sobre corrupción alrededor del Mundial.
:: Evolución del PIB de Brasil, según el Banco Mundial.
:: Video: un equipo amateur de futbol de Río de Janeiro celebra un gol disparando al aire algunas metralletas.