Mónica Leyva: ser mujer en esta tierra
Sofía Rodríguez – Edición 499
En este proceso autorreflexivo, autobiográfico, multidisciplinario: plástico, escultórico, poético, performático y textil, el arco del trabajo de Mónica Leyva acuerpa su ser mujer en este contexto específico
La obra de Mónica Leyva se caracteriza por su carácter personal e introspectivo, en una continua reflexión sobre su identidad y su historia viviendo como mujer en México. En sus piezas explora temas como la identidad femenina, la maternidad, la ruptura, el empoderamiento y la conexión de la identidad con la tierra. Su trabajo, a veces, es resultado de procesos reflexivos y de investigación; otras, es intenso y explosivo, utilizando diversos medios y materiales: experimenta con la sangre, el textil, el adobe, la cerámica, la tierra, los objetos cotidianos y el poder de las palabras en la plástica y en la experiencia performática.
Nacida en Guadalajara y egresada de Ciencias de Comunicación en el ITESO, inició su trayectoria en el arte con el textil como material expresivo, práctica tradicionalmente asociada a las mujeres. Su serie Sigo creyendo en los milagros (2004) reinterpreta la imagen de la Virgen de Guadalupe, se apropia del símbolo más profundamente imbricado en el rol de la feminidad en México, abstrae sus formas y las reconstruye y reproduce en cada pieza con telas e hilos que cuelgan ligeros de los mantos de las vírgenes, sin rematar, como en la exploración de una historia que aún no termina. Esta interrogante de la condición femenina continúa en la pieza Las vestidas (2004), en la que Mónica deshace y reconstruye vestidos de novia y de primera comunión recortando, desarmando, volviendo a coser y a zurcir hasta ensamblar un gran lienzo blanco de tela, encaje y tul, como en una inspección de esa feminidad plasmada en las hermosas sonrisas y los blancos vestidos de sus retratos de la infancia que pueblan el álbum familiar. Y desentraña en el proceso cómo es que éstos son parte de su identidad y de su propia historia.
La constante búsqueda en su identidad por medio de la exploración de su linaje femenino lleva a Leyva de regreso a Etzatlán, Jalisco, donde se encuentra con la casa familiar que quedó atrás cuando la generación de sus padres se mudó a la ciudad. Este viaje, también un regreso a la memoria y la historia propias, se convierte en un nuevo giro en su proceso de transformación artística y personal. Al caminar el cerro circundante, se vincula de nueva cuenta con la tierra y utiliza los adobes que se producen en el pueblo, hechos con estiércol de vaca, rastrojo y tierra. Inspirada por las tablillas babilónicas que narran la épica de Gilgamesh, talla en los adobes, aún húmedos, con cuchillos y con cuñas de hierro, les incrusta objetos y escribe mensajes crípticos acerca de su propio mito y una nueva historia para sí misma: el resultado es la serie Mensajes ante la catástrofe, 2021. En esta obra integra al proceso personal el colectivo, en el que trabaja con artesanos a partir de materiales y tradiciones locales, y traza en cada ladrillo los procesos de renacimiento y muerte que traen las transiciones vitales.
Esta expresión narrativa, que poco a poco se va volviendo en una épica de su vida, se repite en su trabajo poético y en su exploración performática a través de su alter ego, Volta. Volta declama, aúlla, grita y rapea repitiendo y, de nuevo, deconstruyendo y reconstruyendo la fonética de las palabras en poemas que hablan de los quiebres de su vida y de las vidas de otras mujeres como ella (Vergüenza, 2018), de las inquietudes que afligen a las comunidades con las que trabaja (¿Por qué?, 2019-2020) y al país donde vive (In migrantes, 2020) , así como de la posición en el mundo que ocupa narrando a su país transitando por cada estado (Poema sinfónico de regeografización de la República Mexicana de sur a norte, 2022 ).
De manera más personal y visceral, continúa la exploración de las palabras y su poder en las series Sangre de poder (2021) y Hambre de poder (2022), que transitan de la desolación al empoderamiento, de la pérdida a la toma de control y la emancipación. En la primera, utiliza los dedos y el pincel con la sangre que sale sin límite, día a día, de su propio cuerpo; traza sílabas y palabras, balbuceos, en papel de algodón, que, de nuevo, analizan y reescriben su historia como parte de un reclamo por tomar el control del propio cuerpo que madura y que se desregula hormonal, física y emocionalmente ante los cambios en la madurez de la vida. En la segunda, transfiere esas palabras y ese trazo que portan el deseo de poder en una reflexión casi tautológica, que busca recuperar el potencial de la propia vida en las metáforas de la tierra y el alimento al amasar y hornear arcilla y cerámica en la forma de tortillas y tacos mientras escribe en ellos sus poemas como mantras balbuceantes que recuperan el potencial, la autonomía y la capacidad de contar la propia vida. Y en este proceso autorreflexivo, autobiográfico, multidisciplinario: plástico, escultórico, poético, performático y textil, el arco del trabajo de Mónica Leyva acuerpa su ser mujer en este contexto específico, en esta ciudad y en este país precisos. Y al acuerpar esa experiencia tan propia, su obra, de alguna manera representa la experiencia de muchas mujeres más, que se transforman y se piensan desde su ser mujer en su propio contexto.