Michel Franco: la importancia de descubrirse a uno mismo
Hugo Hernández – Edición 464
El cineasta mexicano ha ido consolidando una obra que goza de reconocimiento en los principales festivales del mundo, empezando por Cannes, donde ha cosechado diversos triunfos. Con la realidad como materia prima, su mirada está dirigida por la voluntad de explorar los extremos de lo humano y por una preocupación ética constante
Desde el año 2000, el festival de Cannes —el evento más importante del mundo cinematográfico— ha sido un marco esplendoroso para el cine mexicano, y en él han tenido lugar tanto prometedores descubrimientos como más de una consolidación. En la edición de ese año despegó Alejandro González Iñárritu con su primer largometraje, Amores perros (2000), que obtuvo el Gran Premio de la Semana de la Crítica; años después se embolsaría el premio al mejor director por Babel (2006). Carlos Reygadas obtuvo una mención especial de la Cámara de Oro (premio que se entrega a la mejor opera prima de todas las secciones del festival) por Japón (2002), el Premio del Jurado por Luz silenciosa (2007) y el reconocimiento al mejor director por Post Tenebras Lux (2012).
Mención aparte merece el tapatío Guillermo del Toro, quien logró competir con una película de corte fantástico —El laberinto del fauno (2006)— en la Sección Oficial de un festival que muy, pero muy rara vez, acoge películas de dicho género. Asimismo, ahí “nació” y ha crecido Michel Franco, quien ha estado presente en diferentes secciones con cuatro de sus cinco largometrajes. (En México, sin embargo, ha sido ignorado por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas, que no lo ha nominado ninguna vez a los Arieles). Cannes es un festival que hace eco de la famosa “política de los autores” (que desde los años cincuenta impulsa la revista Cahiers du cinéma y que hace del realizador el responsable —justamente, el autor— de una obra que se concibe de forma colectiva), y una vez que los organizadores otorgan esa consideración a un realizador, no es raro ver que sus películas sean convocadas al festival con regularidad. No obstante, el festival no hace concesiones, y menos regalos: cada película se gana su lugar, como afirma Michel, a quien contactamos vía telefónica en su oficina de Lucía Films.
Franco nació en la Ciudad de México, en 1979, en el seno de una familia de origen judío. Desde su infancia contó con el apoyo de sus padres, incluso cuando decidió hacer carrera en el cine. Cursó la licenciatura en Comunicación en la Universidad Iberoamericana. El aprendizaje, puntualiza, se dio en la práctica: “Estudié en la Ibero y realmente empecé a filmar cortos por cuenta propia. No es que en la Ibero te enseñaban cine. En esa época, la primera materia de cine la recibías en séptimo semestre, o algo así. Entonces estudié en Nueva York un curso práctico [en la New York Film School], y a partir de eso empecé a filmar y filmar; y ahí, a prueba y error, empecé a aprender”.
Con hablar pausado y respuestas concisas, confiesa que la influencia que ha recibido “es una mezcla de muchas cosas”. Precisa: “Los directores que más me gustan no tienen necesariamente que ver con el cine que hago. Me gusta mucho Woody Allen y no tiene nada que ver con lo que filmo; o Kubrick, y tampoco tiene nada que ver. Lars von Trier, con el Dogma, es un director que desde que yo tenía 15 años me empezó a llamar la atención, y que ha pasado por varias etapas. Yo creo que ahí hay una influencia fuerte”.
Antes de su debut cannois, pocos cortometrajes tuvieron circulación. En la filmografía del cineasta que registra la Internet Movie Database, sólo figura uno: Entre dos (2003). Protagonizado por Lumi Cavazos y Fabián Corres, el argumento recoge las vicisitudes de los padres de un niño que necesita un trasplante de hígado. Ante la urgencia y las escasas posibilidades de conseguir el órgano por la vía legal, y luego de no muchas dudas, se dan a la tarea de obtenerlo por medio de un “donador involuntario”.
Daniel y Ana (2009) es su primer largometraje y compitió en la Quincena de los Realizadores en Cannes. En él ingresa a la intimidad de una familia adinerada y expone la ignorancia —o indiferencia— de los padres acerca de lo que pasa con los hijos. La sinopsis oficial anota: “Daniel y Ana son dos hermanos que viven un momento crucial en sus vidas: Ana está a punto de casarse, Daniel explora su sexualidad y determina su identidad. Su vida se ve interrumpida cuando son secuestrados. Entonces sucede algo que los obligará a enfrentar sus más íntimos deseos y miedos. Su vida pasada será una memoria, pues nunca verán las cosas que conocían de la misma manera”. Ese algo al que se alude es un acto que escandaliza incluso a estómagos fuertes; por medio de él se hacen patentes los diferentes matices que pueden caber en los nexos fraternales, y que tienden un puente inquietante entre el miedo y el deseo. Esa exploración revela dinámicas familiares poco atendidas por el cine convencional, que a menudo ha hecho de la familia una institución inmaculada. En Cannes aspiró, sin éxito, tanto al premio de la Confederación Internacional de Cines de Arte, como a la Cámara de Oro. En México se estrenó con 40 copias y tuvo un paso fugaz —con ciertos matices de escándalo— por la cartelera comercial.
Luego vendría Después de Lucía (2012), que ganó el premio principal de la sección Una Cierta Mirada, en el multicitado festival francés. La historia acompaña a Roberto (Hernán Mendoza) y Alejandra (Tessa Ia), su hija. La esposa y madre, Lucía, ha fallecido recientemente, y ambos se trasladan de Puerto Vallarta a Ciudad de México. Él empieza con desánimo en un nuevo trabajo; ella ingresa en una escuela privada. La comunicación es escasa: viven en silencio, por separado y apartados, el proceso de duelo. Incluso cuando ella comienza a ser víctima de acoso y, posteriormente, de abuso verbal y físico. El acercamiento afortunado y oportuno al bullying, un asunto que cobraba visibilidad creciente a inicios de esta década, así como una rápida exhibición —pocos días después del hit en el festival francés— y una extraordinaria promoción, explican en buena medida el interés que generó en la taquilla nacional: fue un éxito.
En su tercer largometraje, A los ojos (2014), comparte la dirección con su hermana Victoria y regresa a asuntos similares a los que abordó en su corto Entre dos. Aquí sigue a una trabajadora social cuyo hijo necesita un trasplante de córneas. Con pasajes documentales, los Franco llevan a sus últimas consecuencias la angustia de una madre que no está dispuesta a que su hijo pierda la visión. La cinta fue recibida con frialdad por la crítica y tardó un tiempo considerable en llegar a la cartelera comercial, donde su presencia fue muy breve.
El presidente del jurado de Una Cierta Mirada, en 2012, fue Tim Roth. Ahí, comentó el actor y director británico, quedó impresionado con el cine de Franco. Además, comenzó una relación entre ambos, lo que explica que Roth encabece el reparto de El último paciente: Chronic (2015), el cuarto largo del cineasta, que fue coproducido por México y Francia y rodado en inglés. El cineasta registra las contrariedades de un enfermero que atiende a pacientes con enfermedades terminales y vive en silencio su añeja crisis familiar. La cinta compitió en la Sección Oficial de Cannes y salió con el premio al mejor guion.
Las hijas de Abril (2017), el más reciente largo de Franco, inicia en Puerto Vallarta, donde viven Valeria (Ana Valeria Becerril) y su hermana Clara (Joanna Larequi). La primera está embarazada, y el parto está cerca. Entonces se aparece la madre de ambas, Abril (Emma Suárez), quien decide la dinámica familiar y se hace cargo del neonato. Aun contra la voluntad de Valeria. En Cannes formó parte de Una Cierta Mirada y obtuvo el Premio Especial del Jurado.
Discurso, estilo
Franco ha ido depurando un estilo que deja ver similitudes con los de algunos cineastas iraníes, estilo que se sustenta en la contemplación y el acompañamiento. Si Entre dos lo filma con una cámara en mano nerviosa y es palpable cierta celeridad en el ritmo, en adelante apuesta por seguir, lentamente y de cerca, a sus protagonistas —se diría que hace marcación personal— por medio de largos planos y cámara estática. El manejo del sonido es peculiar y también se aleja de las convenciones. Por lo general no utiliza música incidental (cuya misión es apoyar o provocar emociones), con lo que los ambientes cobran densidad y contribuyen a la creación de atmósferas incómodas, de tal modo que incluso en los pasajes en que los personajes parecen pasársela bien —lo que rara vez sucede con los protagonistas—, se percibe cierta intranquilidad: se siente que algo va mal.
Desde sus primeras entregas, Franco toma distancia de las formas y los fondos del cine que habita la cartelera comercial. Su estilo es pertinente para imprimir un tono realista: es claro el afán de evitar el maquillaje, de alejarse de la ficción convencional (como proponían Von Trier y “sus secuaces” en el Dogma 95). Esta apuesta formal resulta congruente de cara a las historias narradas cuyos protagonistas son jóvenes incipientes, y que tienen la virtud de la oportunidad —pues a menudo surgen de temas vigentes— y se inspiran en la observación y en casos de la vida real. Franco pone la mirada en asuntos que de por sí presentan aristas puntiagudas, que son singulares o delicados (eutanasia, embarazo adolescente), que por lo general ofrecen matices violentos (bullying) y son susceptibles de provocar, de convocar al escándalo (incesto). En todo momento se hace presente la curiosidad por explorar situaciones extremas y situar a los personajes ante grandes dilemas: ¿hasta dónde es capaz de ir una madre cuyo hijo necesita un trasplante? ¿Hasta dónde llegará un padre cuya hija ha sido abusada? ¿Y una hija cuya madre la ha suplantado? ¿Y un padre adolorido que atiende a seres humanos adoloridos? El origen está en la realidad, y en el curso de los eventos intervienen la especulación, la imaginación.
Desde sus primeras películas percibo que hay un constante interés ético, el afán de reflexionar acerca del lugar que ocupa el otro y la facilidad con la que la violencia irrumpe en la convivencia. Me parece que el cine de Franco explora los límites en los que el otro pierde el estatus de persona y entonces deja de ser un alguien y se convierte en algo, algo que se puede maltratar, que se puede desechar. Comenté esta lectura con Franco, pero él se muestra más bien renuente a dialogar sobre la interpretación que se hace de sus obras. Reconoce, eso sí, que la familia, con sus diversas configuraciones y dinámicas, es un tema en el que tiene particular interés.
Productor
Como han entendido muchos realizadores de diversas tradiciones, el salto a la producción es una estrategia valiosa para alcanzar la continuidad como cineasta. Franco fundó su propia casa productora, Lucía Films. De acuerdo con lo que puede leerse en su portal, fue “fundada en el 2005 por Michel Franco bajo el nombre de Pop Films, comienza su trayectoria en la producción de publicidad y cine. En el 2010 la empresa se transforma en Lucía Films para enfocarse en largometrajes”. La compañía ha estado detrás de la gestación de Detrás de Lucía, Chronic y Las hijas de Abril; además ha permitido que prospere la relación profesional y creativa con otros realizadores, como el mexicano Gabriel Ripstein (600 millas, 2015) y los venezolanos Jorge Hernández Aldana (Los herederos, 2015) y Lorenzo Vigas (Desde allá, 2015). Esta última, por cierto, obtuvo el León de Oro en Venecia.
Mensaje a jóvenes
La trayectoria de Franco invita a la emulación. Descubrir la vocación y ser congruente con ella es fundamental. La ruta se facilita si se cuenta con el apoyo familiar, por supuesto, pero también si se asumen riesgos. Apostar por los festivales es una virtud, pero sin perder de vista las ventajas de alcanzar la cartelera comercial. El cineasta ha tenido la habilidad de ocuparse de temas oportunos y, sin renunciar a un estilo poco convencional, ha sabido interesar al establishment para que su cine circule (sus últimas cintas han sido distribuidas por Videocine, la filial de Televisa abocada al cine). Actualmente es un cineasta con voz y voto en el panorama nacional y en el internacional; así lo confirman su participación como jurado en Venecia y la presidencia del jurado que tuvo en Sarajevo, ambas en 2017.
En menos de diez años ha tenido un crecimiento plausible. Lo mejor, al parecer, está por venir. Porque si su cine ofrece un balance positivo, es provocador y muestra atisbos de madurez, también tiene sus bemoles: aparecen pasajes en los que la verosimilitud está en juego y ocasionalmente muestra propensión a la gratuidad; procedimientos que se vuelven predecibles. El portal Metacritic, que convoca a una parte representativa de la crítica mundial, arroja cifras ilustrativas en la valoración de las películas de Franco: van del 43/100 para Daniel y Ana al 69/100 por Chronic.
La charla concluye con un mensaje destinado a los jóvenes que pretenden iniciar una carrera en el cine: “Más que entrar a escuelas de cine o poner fe en que alguien te pueda explicar cómo es el cine, te tienes que descubrir a ti mismo a través del trabajo, de hacer cortometrajes. Ahí te vas dando cuenta de si realmente te gusta o no y si te sientes capaz o no, o si lo que prefieres es actuar, dirigir o escribir o hacer todo. Pero creo que la única manera de aprender cine es haciendo y viendo muy buen cine. También eso es importante, y para eso no hace falta ir a la escuela”. m.
Foto: Videocine