“México es un cementerio de migrantes”
Édgar Velasco – Edición 437
Desde hace nueve años recorren el país en busca de sus hijos, sus hijas, sus esposos. Muchas de ellas llevan las fotografías colgando del cuello, para que todos vean por quiénes caminan. Son las integrantes de la Caravana de Madres Centroamericanas, que no se cansan de buscar a su gente y exigir justicia
Todos los años, la familia de Narcisa del Socorro se reúne en Chinandega, Nicaragua, para celebrar la Navidad con “comida sabrosa”. Sin embargo, la felicidad no era completa: durante casi diez años pesó sobre la familia la ausencia de su hijo, Eugenio Marcelino, que un día salió de casa rumbo al Norte y del que apenas tuvieron una fugaz noticia cuando, en 2008, llamó a su familia para decir que estaba en Tijuana. No volvió a llamar.
Marcelino salió de su casa en Nicaragua en 2005 con rumbo al Norte. Dice que en aquel entonces —tenía 17 años— era “un chaval que no medía las consecuencias de sus actos”. Cuando cruzaba Guatemala perdió los números para comunicarse con su familia. Entró a México y llegó hasta Tijuana. Ahí se estableció. Se unió a una mujer. Estuvo a punto de ser deportado después de que lo detuviera el Instituto Nacional de Migración (INM). Se salvó porque su mujer estaba embarazada. Poco después nació su hija, pero la relación no prosperó: al final, la pareja se divorció.
Cuando Narcisa se unió a la Caravana de Madres Centroamericanas en 2012 para buscar a Marcelino, el Movimiento Migrante Mesoamericano comenzó a cruzar información sobre su hijo. En los registros del INM aparecieron su nombre y el de su ex esposa. Descubrieron que en Facebook había un perfil con el nombre de ella y la contactaron; ella, a su vez, los puso en comunicación con Marcelino y luego vino el contacto por teléfono con su familia.
Marcelino viajó 36 horas en autobús desde Tijuana. El 7 de diciembre de 2013, miembros de la Caravana lo recogieron en la central camionera. Marcelino se aseó, compró un pequeño ramo de flores —una rosa, una ramita de dólar, montecristos— y se encontró con su madre.
“Yo nunca perdí la fe de que mi hijo estaba vivo, porque yo lo sentía en mi corazón. Todos los años nos reunimos para la Navidad, pero yo sentía un vacío”, cuenta con una sonrisa Narcisa del Socorro en la sede de FM4 Paso Libre, una asociación civil que apoya a los migrantes en su paso por Guadalajara.
A su lado está, por fin, su hijo.
“[Este año] lo voy a pasar muy feliz [la Navidad]. En Nicaragua toda mi familia lo espera. Gracias a mi Dios que está en cielo y gracias al padre José Luis por darme esa noticia tan buena. Me lo llevo a mi hijo y lo amarro de una pata para que no se vuelva a ir”.
Es la primera vez que la Caravana de Madres Centroamericanas llega a Guadalajara. Su visita no es gratuita: luego de que los zetas tomaran el control de la ruta del Golfo, que pasa por Tabasco, Veracruz y Tamaulipas, los migrantes decidieron explorar la ruta del Pacífico, mucho más larga, sí, pero más segura. O al menos así era: FM4 Paso Libre ha documentado que Jalisco es el estado con más agresiones contra migrantes, con un 9.8 por ciento. Le siguen el Estado de México, Veracruz y Sinaloa.
La historia de Narcisa y Marcelino es esperanzadora en medio de una de las mayores tragedias que embargan al país: el tema de las personas desaparecidas. Según la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), la cifra global de desaparecidos en México asciende a 24,800 personas. Jalisco ocupa el cuarto lugar, con 2,230 casos, después del Distrito Federal, el Estado de México y Tamaulipas.
La directora de FM4 Paso Libre, Mónica Salmón, señala que el problema es que estas cifras no diferencian entre los desaparecidos nacionales y los extranjeros. Marta Sánchez Soler, del Movimiento Migrante Mesoamericano (MMM), dice que algunas organizaciones centroamericanas calculan que hay siete mil desparecidos, pero esta cifra sólo contempla los casos en los que hay una denuncia por desaparición ante alguna autoridad. Otras organizaciones centroamericanas hablan de 20 mil desaparecidos, pero el MMM lleva la cifra mucho más allá: 70 mil.
La disparidad en las cifras confirma lo que han denunciado las organizaciones civiles: no hay una base de datos confiable que permita documentar el fenómeno. Durante la parada de la Caravana de Madres en Guadalajara, Jacqueline Galaviz, de Amnistía Internacional México, insistió en la urgencia de crear un registro que facilite la identificación de las personas en tránsito y sirva, a su vez, para “que los abusos contra los migrantes dejen de ser invisibles”.
Galaviz urgió a los gobiernos a que faciliten métodos de búsqueda e identificación de personas: “Hacemos un enérgico llamado para que los abusos sean documentados, investigados y los culpables sean llevados ante la justicia. Es necesario establecer el paradero y la identidad [de los migrantes]. Es necesario romper la estadística y poner nombre y rostro a quienes son violentados”.
“Bienvenidos a México”
Ana Enamorado es hondureña. Al igual que el resto de las mujeres de la Caravana, busca a uno de sus seres queridos: su hijo Óscar Antonio López Enamorado. Ana vino a México en 2012 como parte de la Caravana de Madres Centroamericanas y se quedó a vivir en Guadalajara porque aquí desapareció su hijo en 2010.
La señora Enamorado cuenta su historia durante la rueda de prensa de la Caravana. “Cuando nosotras entramos, vemos ese letrero que dice ‘Bienvenidos a México’ y para nosotros es algo muy fuerte, porque nosotras como madres sí somos bien recibidas, pero nuestros hijos no. Ellos tienen que buscar caminos peligrosos. Las autoridades los critican, los juzgan, pero en lugar de eso deberían ponerse a trabajar para encontrar a los desaparecidos. A mí no me engañan: sé que no investigan, que no trabajan, quieren hacerme creer que mi hijo está muerto. Pero no les voy a creer hasta que tenga la prueba de ADN. Entonces, aunque me duela lo aceptaré, pero antes no. Sé que está aquí, aquí tiene que encontrarse. Guadalajara es un cementerio”.
Tomasa Pacajoj es guatemalteca y lleva en el pecho un retrato viejo de su esposo, Pedro Morales González, que parece observarnos a todos. Cuando toma el micrófono, anuncia que va a cantar una canción en quiché, una lengua maya.
Canta.
Todos los demás escuchamos. Al final, aplaudimos.
Después, mientras algunas madres descansan, beben café o dan entrevistas, Tomasa explica que cantó un villancico que habla sobre cómo Jesús nació humilde, en un pesebre. ¿Y por qué quiso cantar eso? “Porque nosotros los migrantes también somos personas humildes. Y nosotras andamos con un dolor”. En su caso, el dolor suma ya siete años, los mismos que tiene su hijo.
La última vez que tuvo noticias de Pedro, él estaba en un hotel en Tamaulipas, esperando cruzar a los Estados Unidos. No supo más. Ahora, su hijo le pregunta dónde está su papá y por qué no le da “un su hermanito”.
Se le quiebra la voz.
Llora.
Cuenta que tiene que trabajar para sacar adelante al niño, pero que no le alcanza el dinero. Explica que una hermana le cuida al niño mientras ella hace el recorrido con la Caravana de Madres.
Nada sirve para aliviar la pena que inunda los ojos de Tomasa.
Migración: números y prejuicios
En octubre de 2013, FM4 Paso Libre presentó el informe Migración en tránsito por la zona metropolitana de Guadalajara, elaborado con el testimonio de los migrantes que han sido atendidos y apoyados por la asociación durante su paso por la ciudad.
En la ruta del Pacífico, Jalisco es el lugar donde se registran más agresiones contra migrantes (9.8 por ciento). Le siguen el Estado de México (9.7 por ciento), Sinaloa (7 por ciento) y Guanajuato (6.7 por ciento).
Los principales delitos cometidos contra los migrantes son robo, lesiones, extorsión, secuestro y violación sexual.
A todo esto hay que sumar la discriminación que sufren en las calles. En agosto de 2013, el gobernador de Jalisco, Aristóteles Sandoval Díaz, invitaba a la población a denunciar la presencia de migrantes en las calles porque, “[Se ha detectado a] personal o gente, hondureños o gente sobre todo de Centroamérica, que está en las esquinas. Necesitamos que se denuncie para inmediatamente, con todas las condiciones y con todos sus derechos, regresarlos a su país. Esto en atención a que en algunas zonas hemos detectado, por ejemplo, [que] quienes asaltan casas son de otra nacionalidad, sobre todo algunos centroamericanos o sudamericanos”.
Aunque trató de corregir la declaración a través de su cuenta de Twitter, el llamado despertó la inconformidad de distintos grupos, encabezados por FM4 Paso Libre, que como respuesta exigió respeto para los migrantes y la apertura de mesas de diálogo para abordar el tema.
“Ellos saben quiénes son”
Aunque en su mayoría está integrada por mujeres, la Caravana de Madres Centroamericanas también tiene espacio para hombres. Como Luis Alberto López, procedente de El Salvador y que busca a su hermano. Habla, dice, en representación de los padres, los tíos, los hermanos que están buscando a sus seres queridos. Cuenta que, como casi todos, su hermano salió del país centroamericano con la ilusión de darle una vida diferente a su familia, pero le perdieron la pista en México.
Él tiene una exigencia muy específica: que se permita a los familiares buscar a su gente en las prisiones. “Buscar en la cárcel es uno de los obstáculos más grandes. Nosotros sabemos que hay bastantes centroamericanos detenidos en México sólo por ser migrantes. Uno de ellos puede ser mi hermano”.
Cuando se le escucha, las declaraciones de Aristóteles Sandoval acusando a los migrantes de robar casas cobran otra dimensión. Pero Luis Alberto va todavía más allá: “Ya no queremos palabras. México es un cementerio de migrantes. ¿Cuándo se va a detener esto? Cuando las autoridades busquen a los que ellos ya saben quiénes son. ¿Por qué no lo hacen? No lo sabemos”.
Sentimientos encontrados
Narcisa del Socorro y Eugenio Marcelino no dejan de sonreír. Ella dice estar “alegre, feliz y contenta” por tener de nuevo a su hijo a su lado. Sin embargo, los ojos todavía acusan el dolor. Fueron muchos años de luchar por no perder la fe. De luchar por no escuchar los que, dicen, eran pensamientos malignos. “Yo nunca esperé que estuviera muerto. A veces me entraban esos pensamientos, pero eran mentiras del diablo”.
Eugenio también está contento, pero tiene sentimientos encontrados: si bien por fin se reencontró con su madre, ahora quiere arreglar su estancia legal en México porque tiene una hija de poco más de un año y quiere seguir viéndola. “Tengo que arreglar mis papeles estando aquí, porque si me voy tal vez ya no pueda entrar. Yo creo que lo merezco: no tengo problemas con la ley aquí, tampoco en mi país”.
La alegría de la madre y el hijo es contagiosa. María Jesús Silva, de Nicaragua, está “alegre porque la señora encontró a su hijo”. Ella no ha tenido suerte, pero tiene una certeza: “Vamos a encontrar a nuestros hijos como sea. Queremos que nos den noticias. Que si ya murieron, o están metidos en una cárcel o enterrados en una fosa, que den esa lista de personas muertas, porque queremos a nuestros hijos”. Y a pesar de la dureza de lo que acaba de decir, sonríe al ver la felicidad de Narcisa y Eugenio. “Hemos tenido muchas conmociones y se nos olvidan con facilidad las demás cosas”.
Marcelino y Narcisa, juntos de nuevo
Es posible escuchar la misma mezcla agridulce en las palabras de Marta Sánchez Soler. Aunque afirma que la Caravana de Madres Centroamericanas “es mágica y deja una estela de buena voluntad por donde pasa”, reconoce que hay mucho por hacer. Explica que están comenzando a tender puentes con grupos de sexoservidoras en el sureste del país. Y es que hay otra tendencia: en seis años, la Caravana de Madres ha logrado encontrar a 200 de las personas desaparecidas. Sólo uno estaba muerto. Y casi todos eran hombres. “Esto nos dice que tal vez muchas de las mujeres desaparecidas están en situación de trata, entonces necesitamos comenzar a buscar por ahí”. También sentencia que es necesario que las embajadas de los países centroamericanas sean más firmes en sus reclamos a México por la barbarie que está ocurriendo en el país contra los migrantes. Trae a colación la doble moral que ha distinguido al país en los últimos años: bueno para levantar la voz ante el mal trato que reciben los migrantes mexicanos en Estados Unidos, pero omiso y negligente para velar por los derechos de los migrantes centroamericanos durante su paso por México.
Después de celebrar con Narcisa y Eugenio, es necesario seguir el camino. Las madres recogen las fotos de sus seres queridos, las cuelgan de sus cuellos, las muestran en su pecho. Reinician un camino que andarán una y otra vez y cuantas veces sea necesario para encontrar a sus familiares. Hasta que los encuentren, vivos o muertos. O hasta que se les acabe la vida.
Porque la esperanza y la fe, esas no se les acaban. m