Estas imágenes muestran la transgresión que representan las madres y sus bebés en los recintos de poder, así como el privilegio que ese poder les brinda para detonar la reflexión en torno a la necesidad de conciliar la vida familiar y la vida laboral de los millones de mujeres en el mundo que se dedican a la crianza
En 2010, la pequeña Vittoria acudió al trabajo con su mamá; tenía apenas 44 días de nacida cuando la diputada Licia Ronzulli la llevó por primera vez a la sede del Parlamento Europeo en Estrasburgo. Mientas la bebé dormía plácidamente sus brazos, su madre emitía el voto italiano. En 2016, la pequeña Isabella, hija de la también eurodiputada Anneliese Dodds, acompañó a su madre a emitir su voto. En 2017, la parlamentaria australiana Larisa Waters amamantaba a su bebé en la cámara y, en Japón, Dogen, el hijo de la representante Yuka Ogata, era expulsado del pleno en una reunión municipal, en Kumamoto. En 2018, Maile, con 10 días de nacida, asistió con la senadora Tammy Duckworth a votar en el capitolio estadounidense; ese mismo año, Jacinda Ardern, la persona más poderosa de Nueva Zelanda, integró a su pequeña Neve a una de sus intervenciones ante la Asamblea de la ONU. En 2020, en la sede del Congreso mexicano, la senadora Martha Cecilia Márquez fue bruscamente interrumpida durante su comparecencia por tener a su pequeña, Emilia, en sus brazos. El gesto de las madres, iniciado por la eurodiputada danesa Hanne Dahl en 2009, se reproduce en los recintos de poder a lo largo del mundo porque las condiciones que lo propician persisten.
Mientras que a unas se les aplaude o se les tolera esta toma de postura, a otras se las juzga con dureza. La discusión gira en torno a la cortesía y el respeto debidos al recinto, pero también está en la balanza la pertinencia de integrar a los bebés al ámbito laboral y a la esfera pública. Como si trabajar con un pequeño o una pequeña, atados y pegaditos al cuerpo, no fuera parte de la historia milenaria del ser humano, como si el amamantar y el maternar no fueran parte de la vida misma.
Estas imágenes muestran la transgresión que representan las madres y sus bebés en los recintos de poder, así como el privilegio que ese poder les brinda para detonar la reflexión en torno a la necesidad de conciliar la vida familiar y la vida laboral de los millones de mujeres en el mundo que se dedican —en compañía o en solitario— a la crianza. No se trata solamente de las condiciones de trabajo de senadoras y diputadas, y lo que está en juego no se resuelve con poner guarderías u otorgar bajas por maternidad; en realidad, se trata de cómo se teje el entramado entre la vida personal y la vida profesional en función de la productividad, mientras que los recursos y las soluciones para sostener el ritmo de lo cotidiano quedan a cargo de las madres que trabajan.
Y en medio de todo esto, Vittoria, Isabella, Neve, Emilia y el pequeño Dogen quedan desdibujados en el debate: tan sólo comen y duermen en los brazos de sus madres. La disrupción detonada por su presencia en las cámaras evidencia las estructuras que inhiben la inserción laboral y obstaculizan el desarrollo profesional de las mujeres en el mundo. Nos llevan a reconocer que las renuncias personales, necesarias para separar lo familiar y lo laboral, afectan profundamente el tejido de nuestra sociedad.
Estos pequeños representan a todos aquellos con menos recursos, separados de sus principales figuras de apego, apartados en lugares donde “no estorben”, donde no sean vistos o donde no interrumpan el ritmo de lo que, como sociedad, hemos trazado como lo importante. Los bebés en el pleno ponen de nuevo en el centro a los infantes como sujetos de derecho, con necesidades específicas que deben ser atendidas: una crianza con apego, pasar la primera parte de su vida con certezas afectivas, gozar de una lactancia continuada y satisfacer su necesidad de la constante presencia de su cuidadora primaria. Todo aquello que beneficiará su calidad de vida e influirá en el desarrollo de sus fortalezas y capacidades emocionales, y que, a la larga, como sociedad, también será determinante en nuestra salud mental y afectiva.
Texto: Sofía Rodríguez
Fotos: Agencia Reuters
1 comentario
Transgredir el espacio público es una de las tantas formas que tenemos de hacernos visibles, de hablar de nuestras maternidades y de nuestros derechos así como el derecho de nuestros hijos e hijas a ser criados por nosotras aunque tengamos que trabajar y producir. Que imágenes tan hermosas, poderosas y fuertes.