“Más que morir por la patria, hay que vivir por la patria”: Carmen Magallón
Vanesa Robles – Edición 468
Formada en las ciencias exactas, la académica y feminista española trabaja por instalar la cultura de la paz en el centro de la vida de las sociedades. Y cuenta, para ello, con el papel fundamental de las mujeres, históricamente discriminadas y violentadas, pero que, por otro lado, han desarrollado una forma de entender el mundo que nace de la ética del cuidado de los otros
En momentos en que las posturas radicales se apropian de los discursos públicos, Carmen Magallón Portoles (Alcañiz, Teruel, España), es feminista y pacifista. Quizá por eso la académica tiene la mirada segura y apacible de quien sabe de los horrores de la violencia y la lucha por la paz. Su hoja curricular es notable porque no es una egresada de Ciencias Sociales, sino una doctora en Ciencias Físicas y profesora en el Instituto de Física y Química de la Universidad de Zaragoza. Ahí imparte cursos de doctorado y posgrado sobre género y ciencia y filosofía de la ciencia. También es presidenta de la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad (WILPF, por sus siglas en inglés), una organización que nació en 1915, en el marco de la Primera Guerra Mundial, y a la que se considera la precursora de la Organización de las Naciones Unidas. Es autora de los libros Contar en el mundo. Una mirada sobre las Relaciones Internacionales desde las vidas de las mujeres (Madrid, Horas y Horas, 2012), Mujeres en pie de paz. Pensamiento y prácticas (Madrid, Siglo XXI, 2006) y Pioneras españolas en las ciencias. Las mujeres del Instituto Nacional de Física y Química (Madrid, CSIC 1998, reimpresión en 2004). En varios de sus escritos plantea que la tarea histórica de compartir el cuidado de los otros ha educado a muchas mujeres para colocar la vida en el centro, por lo que el mundo será más pacífico en la medida en que los hombres compartan esta labor.
Margaret Bondfield fue primera ministra del gabinete de Gran Bretaña y miembro de la Liga Internacional de las Mujeres por la Paz y la Libertad (wilpf, en inglés). En la imagen, pronuncia un discurso sobre los formularios de declaración de paz con 2.2 millones de firmas recogidas por WILPF y enviadas a la conferencia mundial de desarme en Ginebra, en 1932. Foto: Archivo
A veces creemos que las ciencias exactas y las humanas no tienen relación. ¿Cómo fue que una física se trasformó en especialista en asuntos de género y paz?
Es algo inseparable; soy una académica activista o una activista académica. Estudié física a principios de los años ochenta, durante la Guerra Fría. En mi ciudad, Zaragoza, se hizo fuerte un movimiento por la paz, por el rechazo a una base estadounidense de utilización conjunta que instalaron ahí. Nos unimos a un movimiento europeo, que en esos años rechazaba la instalación de euromisiles que tenían la capacidad de llegar en siete minutos a la entonces Unión de Repúblicas Soviéticas Socialistas.
En 1983 fui a Berlín, a una conferencia por una Europa desmilitarizada. Fue mi bautizo en el movimiento por la paz. Descubrí a Petra Kelly, que participaba en grupos de mujeres. Ellas rechazaban la idea del enemigo y exigían el desarme unilateral. Decían: “Ni con el este ni con el oeste”. Eran asociaciones por afinidad, sin jerarquías, en horizontalidad, y propuestas que iban más allá que contar el número de misiles. Estaban muy inspiradas en el campamento de mujeres Greenham and Common, en Inglaterra, que duró hasta el año 2000. Decían: “No me pueden decir que soy responsable de que mis hijos se enfermen y, sin embargo, no prevenir una guerra nuclear”.
Luego, a finales de los ochenta, en España se desarrollaron los estudios de género. Había aportaciones en los campos de la historia, la literatura, la filosofía, pero no de la ciencia. Vi que como física es necesario ese compromiso, y para mí fue un reto poner los saberes científicos al servicio de los estudios de género. Hice mi tesis acerca de la recuperación de las primeras españolas que trabajaron en la física y la química, hasta antes de la Guerra Civil, y del primer capítulo de mi marco teórico surgió el libro Pioneras españolas en las ciencias (2004).
¿Es posible la paz?
Es posible si se concibe como algo que se cultiva socialmente, no como una meta.
Todo el mundo está a favor de la paz, incluso los militares. En lo que diferimos es en los métodos para conseguirla. Yo sigo las líneas de Johan Galtung, el fundador de los estudios de paz, autor de Paz por medios pacíficos. Creo que para cultivarla hay que involucrar al conjunto social y a los Estados en los elementos que constituyen el núcleo de la cultura de paz: la defensa de los derechos humanos, el desarme, la participación democrática y la justicia social; el hecho de que las poblaciones tengan cubiertas sus necesidades básicas de alimentación, salud, educación, vivienda. Ésa es la paz con la que nos comprometemos. Hay otra faceta, que es la erradicación de las violencias, pero lo cierto es que una sociedad que construye los ejes de paz que sugiere este teórico, erradica las violencias.
Galtung tipificó estas violencias en la física —la que agrede, la que mata—, la estructural —la que mata por hambre, enfermedades curables, injusticia, desigualdad— y la simbólica o cultural —que es la que discrimina y considera a unos seres humanos, culturas, ideas y religiones más valiosos que otros—. Todas se apoyan unas a otras: hacen un flujo.
De forma simbólica, las mujeres, que somos la mitad de la humanidad, hemos sido discriminadas históricamente. Desde Aristóteles se nos ha considerado como un hombre deficiente. Eso nos lleva a ser objeto de varias violencias, y por eso es necesario aumentar la autoridad social.
Greenham Common Women’s Peace Camp fue un campamento de paz establecido para protestar contra las armas nucleares. El campamento comenzó en septiembre de 1981 en Berkshire. El primer bloqueo de la base aérea ocurrió en mayo de 1982 con 250 mujeres protestando, durante el cual 34 personas fueron arrestadas. Foto: Ed Barber
¿Cuál es el origen de estas violencias?
Uno muy importante es la construcción cultural de la masculinidad. Desde los antiguos se concibió a las mujeres como seres deficientes, sobre una diferencia biológica.
La ciencia ha tenido mucha responsabilidad en esto. ¡Ha construido cada teoría! Desde el principio de la conservación de la energía, algunos autores del siglo XIX argumentaban que, en la medida en que las mujeres desarrollaban sus capacidades cerebrales, podían afectar a sus ovarios.
Las teóricas de las relaciones objetales explican que los hombres se construyen socialmente a partir de una ruptura con la madre, por lo que rechazan todo lo que en ellos es mujer: para muchos, lo peor que pueden decirles es que tienen características femeninas. Estas teóricas de la psicología sostienen que ser un hombre no es un hecho, sino un imperativo: “Sé un hombre”. El problema es que las masculinidades se suelen construir con base en estereotipos dominadores y violentos.
Por esta razón, ante el conflicto muchos líderes se ven impulsados a recurrir a la violencia; por ejemplo, al bombardear Afganistán después del 11S, en lugar de asumir la vulnerabilidad humana. Como grupo al que se ha responsabilizado del cuidado de los demás —los niños, los ancianos, los enfermos—, las mujeres hemos aprendido más sobre la vulnerabilidad. Si los hombres compartieran estos cuidados, estarían más cercanos a asumir la vulnerabilidad y sabrían que, cuando te tiran unas torres con un avión, no existe una tecnología humana capaz de ir contra alguien que quiere suicidarse por sus ideas.
A propósito de ideas, la paz parece un tema de festival escolar, el día de la ONU. Sin embargo, cada vez existe más interés por investigación académica al respecto. ¿Cuál es la importancia de que el tema se aborde en las universidades?
No podemos menospreciar que los niños y niñas saquen palomas en la escuela un día al año, pero lo importante es colocar la paz dentro de la vida material de los seres humanos. Desde este punto de vista, la universidad es un referente de autoridad; es responsable de poner todas sus excelencias académicas al servicio de la ausencia de violencias, un bien que a todos nos afecta. En las investigaciones y planes de estudio de las universidades tendría que haber un compromiso explícito y programático con la paz, desde los distintos saberes.
La sociedad mira y valora lo que surge de las universidades; éstas tienen influencia en los debates, discursos y teorías que tienen que ver con la realidad.
La reproducción de la lógica de acumulación económica, el egoísmo y la competencia deben ser contrarrestados desde las universidades y desde los movimientos sociales. Muchas veces éstos le han hecho preguntas a la academia y movilizado saberes. Los estudios de género, los de paz y muchos otros nacieron de los problemas que viven los grupos humanos.
Las mujeres enlazan sus manos en la base de misiles de Greenham Common Cruise, cerca de Newbury, Inglaterra. La protesta se realizó el 14 de diciembre de 1985, en el marco del sexto aniversario de la decisión de la OTAN de desplegar misiles us Cruise y Pershing en Europa. Foto: greenhamwpc.org
¿Por qué se relaciona a los asuntos de género con los asuntos de paz?
Federico Mayor Zaragoza, quien fue director de la UNESCO, le acaba de proponer a la directora actual, Audrey Azoulay, un proyecto para recuperar Lisístrata, la obra de Aristófanes. Es importante porque en Lisístrata las mujeres deciden que no harán el amor con los hombres si ellos se involucran en la guerra.
Desde tiempos inmemoriales, las mujeres han sido afectadas por la violencia en sus cuerpos y comunidades. Al mismo tiempo han desarrollado una razón que nace de la ética del cuidado a los otros y, como la anterior, se manifiesta en muchas iniciativas históricas.
Carmina García Herrero, investigadora de la Universidad de Zaragoza, ha documentado que algunas reinas antiguas establecían complicidades entre ellas para frenar a sus esposos bélicos. Un ejemplo es María de Castilla, de Aragón, que, cuando supo que Navarra y Aragón iban a pelear contra el ejército de Castilla, se instaló en una tienda, en medio de la batalla.
Carmina García ha investigado que en la Guerra de Marruecos, a mediados del siglo XIX, las mujeres se levantaron en contra de que se llevaran a sus hijos en las levas.
Un hito histórico es el Congreso Internacional de Mujeres, al que convocaron las sufragistas en La Haya, Holanda, en 1915.1 Las participantes, mil 336 señoras de clase media, procedían de los países que estaban en guerra entre sí, pero pensaban desde otro paradigma porque ellas no estaban en la política, pues ni votar podían. Al final plantearon 20 resoluciones muy prácticas, entre ellas, que se democratizara la política internacional, porque no son las poblaciones, sino sus líderes, quienes declaran la guerra; que hubiera democracia participativa; tribunales internacionales de justicia; el derecho de las mujeres al voto. Lo más notorio fue que propusieron un foro internacional para discutir conflictos entre países. Se dice que son las madres de la Organización de las Naciones Unidas. Varias se reunieron con los mandatarios europeos, con el Papa… Jane Adams, la Premio Nobel de la Paz en 1931, visitó al presidente de Estados Unidos, Woodrow Wilson. Él tomó del Congreso Internacional de Mujeres nueve de los 14 puntos que dieron fin a la Primera Guerra Mundial.
Cada 25 de noviembre, en el marco del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, se realiza la Ruta Pacífica de las Mujeres. Sus integrantes emprenden un gran viaje a las zonas remotas de Colombia donde más se sienten los efectos del conflicto armado. Foto: Javier Solé
En estos momentos hay derechos que reclaman las mujeres, como la despenalización del aborto, que son vistos como violentos por ciertos grupos. ¿Es posible conciliar estos intereses?
No es fácil, pero hay que colocar estos temas en un contexto más amplio, porque no se trata de juzgar a nadie, sino de acompañar. En este caso, no sólo hay que hablar del cuerpo de las mujeres y su capacidad de dar la vida, sino de lo que implica traer a un ser humano al mundo, criarlo y educarlo en condiciones dignas. La sociedad obliga a las mujeres a traer seres al mundo, pero se desentiende del resto.
En el fondo, el reclamo de las mujeres es a tener una maternidad libre y decidida. Ése es el tema y atañe a las mujeres de forma directa, pero también a sus hijos, pues quienes sufren son los nacidos que no pueden ser cuidados de un modo amoroso y con la dignidad humana que precisan.
En artículos y entrevistas anteriores usted habla de un feminismo pacifista. ¿Existe
un feminismo pacifista y no simplemente un feminismo?
Igual que las mujeres, el feminismo es plural. La Primera Guerra Mundial, por ejemplo, dividió a las sufragistas porque varias apoyaron el esfuerzo de guerra de sus países; en Inglaterra ridiculizaron a los hombres que no fueron al frente, e incluso participaron en los combates. Otras se transformaron en una voz contra la guerra.
Hoy hay quienes afirman que “Las mujeres deben construir la paz”. ¡Oye, no! La paz la debemos construir todos. No somos moralmente mejores. Nuestra opción libre es trabajar por la paz porque la valoramos, y la valoramos porque hemos sido socializadas para valorarla. Por eso es importante decir que no todas las mujeres somos pacíficas ni pacifistas; para que quede más clara la influencia que tienen la socialización, la educación y las tareas que hacemos. El pacifismo no es una opción que nos viene con el cuerpo, sino precisamente del cuidado de los otros.
No todas las mujeres somos pacíficas ni pacifistas, así como no todos los hombres son violentos. Eso quiere decir que si los hombres son socializados en compartir el cuidado y la autoridad, también habrá un mayor número de hombres que rechace la violencia.
Hay estudios que indican que son más pacíficas las sociedades con igualdad entre hombres y mujeres, pero esta igualdad no es causa-efecto, sino correlación.
En noviembre de 1993, la ciudad de Mérida, España, fue escenario para unas jornadas en protesta contra la guerra de los Balcanes. Participaron ocho mujeres de Belgrado (vestidas de negro) y varias españolas, todas opositoras a la guerra y sensibilizadas por el trabajo de las mujeres belgradenses. Foto: Zaragoza Rebelde
A principios de los años noventa usted participó en acciones de paz ante la guerra en los Balcanes, donde la paz parecía imposible. ¿Cuáles fueron los factores que facilitaron la paz allá?
En un conflicto armado es importante criticar a los tuyos, no establecer bandos.En los Balcanes fueron muy importantes el grupo de Mujeres de Negro y la activista Staša Zajović, de origen serbio. Ellas criticaron a los líderes serbios: estaban conscientes de que la guerra estalló porque hubo líderes irresponsables que pugnaron por el poder a través de la limpieza étnica. Se reunían en silencio y vestidas de negro, en Belgrado, y promovieron encuentros con las mujeres de Croacia y Bosnia. Siempre practicaron la filosofía “No en mi nombre”.
Es importante, vital, criticar siempre a los tuyos.
Antes ha hablado de la necesidad del desarme como un elemento indispensable. ¿No pueden tener paz las sociedades cuyos ciudadanos tienen acceso legal a las armas?
Las armas son un factor de la violencia. No sólo sufre la sociedad cuando alguien que ha comprado un arma llega a un colegio y dispara; además hay flujos de las que van a otros países. Y no sólo se debe señalar la venta; también hay que responsabilizar a los países productores: los cinco grandes del Consejo de Seguridad de la ONU y España, octavo productor de armas en el mundo.
La sociedad civil de nuestros países y organizaciones como la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad deben presionar a estas naciones para que no produzcan armas. No es fácil. En Cádiz hay unos astilleros a los que Arabia Saudí les ha encargado fragatas, y con los que el gobierno español anterior hizo un contrato de compra de misiles: producen cinco mil empleos. No se puede entrar como elefante en cacharrería y decir: “¡Afuera las fragatas!”. Lo que le pedimos al gobierno español es que tenga un plan de transformación económica a mediano plazo. Es una posibilidad. No buscamos soluciones fáciles ante problemas complejos. A los productores de armas hay que monitorearlos y hay que trabajar con la comunidad.
Las Madres de Plaza de Mayo comenzaron areunirse en esa plaza de Buenos Aires en 1977. La utilizaban como un punto de encuentro para organizarse y exigir el regreso de sus hijas e hijos, desaparecidos a manos del gobierno. Al principio permanecían sentadas, pero al haberse declarado el estado de sitio, la policía las expulsó del lugar. Luego, para identificarse en una peregrinación ese mismo año, decidieron ponerse un pañuelo blanco en la cabeza. Foto: Archivo
En México, los últimos años han dejado miles de muertos y desaparecidos. ¿Puede involucrarse la sociedad civil en la construcción de la paz?
Sí. En América Latina hay ejemplos muy importantes y el trabajo de las mujeres en la construcción de la paz ha estado ligado a la crítica de la impunidad. Las Abuelas de Plaza de Mayo, en Argentina, son una muestra.
En otros países, las mujeres también fueron capaces de levantar movimientos muy potentes frente al problema de desaparecidos. Están las CoMadres (Comité de Madres y Parientes de Prisioneros, Desaparecidos y Mártires Políticos), de El Salvador; las Viudas de Guatemala; las Madres de Soacha, de Colombia…
En el caso de México, creo que hay que colocar la cultura de la paz con más fuerza entre la sociedad. Involucrar a las universidades, generar discursos sociales, realizar encuentros por este derecho, rescatar figuras de autoridad, debatir, acudir a los medios de comunicación para que las propuestas estén más presentes. Hacer presente la idea de que la paz es posible. Más que morir por la patria, hay que vivir por la patria. .