Martín Kohan: El secreto y la obsesión

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Martín Kohan: El secreto y la obsesión

– Edición 432

Kohan es un narrador de afinadísimo cálculo, cuya herramienta suprema es la precisión clínica del lenguaje: una prosa detenida en la consignación más incontrovertible —y, por tanto, reveladora— del instante.

 

No hay secreto que no sea intolerable. Tampoco existe un secreto absoluto, es decir, una información que pueda quedar permanentemente oculta a la inteligencia de su propio fabricante: si un hombre, digamos, cometió una atrocidad, será en vano que busque limpiarse de todo vestigio, y temprano o tarde se descubrirá al fondo de su afán. Casi lo consiguió, no obstante, Mario Novoa, profesor e investigador universitario que viajó a la ciudad de Bahía Blanca, en el sur de la provincia de Buenos Aires (la puerta de entrada a la Patagonia, suele decirse), con el solo propósito de pensar en otras cosas. Otras cosas: cualesquiera que no fuesen el secreto que, sin embargo, inevitablemente llevaba consigo. Con el pretexto de una investigación inexistente (cierta relectura de Ezequiel Martínez Estrada, autor de una obra caracterizada por la versatilidad de sus temas, es decir, por la dispersión, ese antídoto de la obsesión), Novoa consiguió hacerse de una residencia académica en esa ciudad, que escogió porque nada había que lo vinculara a ella y tampoco nada que pudiera interesarlo; al contrario, como declara en el diario que fue llevando desde el día de su llegada, “Ninguna persona que yo conozca ha dicho jamás nada bueno de Bahía Blanca, y fue por eso que la elegí como destino”. La ciudad, encima, está marcada por una pésima fama que se suma a su “ideología retrógrada” y a sus querencias militaristas y clericalistas: tiene mala suerte, pero además da mala suerte. Una vez instalado ahí, al principio logró cumplir intachablemente su proyecto: la distracción absoluta, hacer que su atención variara continuamente y que el presente por el que transcurría se pareciera al olvido; vivir en silencio y a solas, incluso al margen de sí mismo.

Pronto fue revelándosele que no contaba con dos factores adversos para su propósito: la existencia de los otros, en primer lugar (el vecino con el que a la fuerza tuvo que sostener alguna conversación; tres catequistas —dos hombres y una mujer— que llamaron a su puerta y porfiaron, a lo largo de varias visitas, en hacerle admitir ciertas ideas sobre el remordimiento; la hostil empleada del locutorio adonde Novoa acudía regularmente para consultar su correo electrónico —¿para qué, si ahí se insinuaba la inminencia del reencuentro con el que había querido dejar de ser?—; la prostituta que acaso era la misma empleada, sólo que con otro nombre); en segundo lugar, el azar: la inesperada coincidencia con alguien procedente de su pasado, justo ahí, donde era más improbable. Tampoco contaba con sus sueños: esa perseverancia de lo que somos, por más que pretendamos escapar. Soñaba con un león plateado, que lo perseguía implacablemente.

Bahía Blanca, la más reciente novela de Marín Kohan (Buenos Aires, 1967), ha sido definida por su autor como “novela de negación”: una historia en la que un personaje se obstina en borrar cuanto es y ha hecho para empezar de cero. También ha reconocido que es una novela de amor, y esto debe matizarse añadiendo que se trata de un amor extremoso, enloquecido, cuyas posibilidades de realización dependen de la supresión radical de cualquier obstáculo, empezando por los terceros que lo amenacen, por la voluntad del ser amado y por todo resto de razón. De ahí, quizás, el símil entre lo que pasa por la cabeza de un boxeador (Novoa es un apasionado de las peleas legendarias, que ve una y otra vez y de las que extrae buena parte de sus propias normas de vida) y lo que ocurre en el comportamiento del enamorado. Es, además, la historia de una obsesión, y no puede sino ser obsesionante: urdida como un misterio que va ahondándose a medida que se resuelve, Bahía Blanca impone una lectura tan absorta como intimidante.

Kohan es un narrador de afinadísimo cálculo, cuya herramienta suprema es la precisión clínica del lenguaje: una prosa detenida en la consignación más incontrovertible —y, por tanto, reveladora— del instante, de la que pueden encontrarse estupendos ejemplos en novelas anteriores como Cuentas pendientes o Ciencias morales (ganadora del Premio Herralde), que también son historias que apelan a las oscuridades y las pulsiones recónditas que deciden los destinos de sus protagonistas, ordinarios y por ello mismo fascinantes. Tal vez por eso deba ser un autor insoslayable: porque sabe entregar la forma exacta de la desolación y de la vulnerabilidad que supone el mero hecho de pasar por esta vida. m

 

Algunos libros de Martín Kohan

:: Dos veces junio (De Bolsillo, 2002).

:: Museo de la Revolución (Mondadori, 2006).

:: Ciencias morales (Anagrama, 2007).

:: Cuentas pendientes (Anagrama, 2011).

:: Bahía Blanca (Anagrama, 2012).

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