Los ojos de Elisabeth Moss
Iván González Vega – Edición 489
La actriz estadounidense vuelve a mostrar su talento y expresividad en la quinta y última temporada de El cuento de la criada, serie de televisión basada en un clásico de la literatura universal capaz de inspirar a los movimientos feministas del siglo XXI
De actrices y actores mucha gente admira su capacidad para perderse en los personajes, porque saben sacar el máximo partido a maquillajes, peinados, prótesis y formas de caminar. Pero hay artistas que asombran porque sus cuerpos y rostros entrenados son suficientes para emocionar al espectador: nacieron con bocas, cejas, frentes afortunadas, que en un solo movimiento producen la sensación eléctrica de que va a pasar algo espectacular. Es el caso de Elisabeth Moss, como lo demuestra cualquier escena de El cuento de la criada, la serie de Hulu que protagoniza desde 2017: una producción cargada de primeros planos de su cara porque cualquier gesto suyo puede hacer que decidas desvelarte y darle play al siguiente capítulo.
Elisabeth Moss (Los Ángeles, 1982) es June, la narradora y principal personaje de El cuento de la criada, serie de ficción basada en la novela de 1985 de la escritora canadiense Margaret Atwood. El programa llegará en septiembre de 2022 a su quinta temporada, para concluir la historia que describe el mundo distópico en que una dictadura religiosa gobierna Estados Unidos y reorganiza clases y roles sociales: las mujeres no tienen derechos y la mayoría de ellas son esclavas, algunas obligadas, como castigo por sus pecaminosas vidas anteriores —haber sido divorciadas, profesionistas u homosexuales—, a darles hijos a las parejas de la elite gobernante.
Si al estrenarse la serie acababa de comenzar la presidencia del empresario Donald Trump, un gobernante aficionado a atizar las controversias raciales y xenofóbicas de su país, la última temporada coincidirá con una coyuntura no menos relevante: el reciente golpe judicial en Estados Unidos contra el derecho al aborto, que ha alzado la protesta por el control político que la medida implica sobre los cuerpos de las mujeres.
En torno a esta polémica decisión, las alertas de quienes piden a la ciudadanía que vigile mejor a sus gobiernos incluyen la necesidad de reflexionar acerca de las muchas pequeñas cosas, los pequeños espacios de derechos individuales que corren peligro. Una advertencia frecuente en El cuento de la criada: June recuerda el día concreto en que los militares salieron a la calle facultados para perseguir o matar a enemigos del régimen, pero también admite que aquel nuevo orden ascendió de forma diáfana ante quienes pudieron haberlo detenido, si no se hubieran habituado a uno que otro abuso de vez en cuando. Como en la analogía de la rana en la olla: el agua se calentó poco a poco, de modo que los cambios graduales no la alarmaran, y de repente la rana ya estaba hirviendo.
Por supuesto: para muchas personas, estas inferencias —un grupo autoritario logra una conquista: deberíamos prepararnos para la caída de la democracia— son simples quejas de progres exagerados. Pero el personaje de Elisabeth Moss sabe que, a veces, no son exageraciones. Que las amenazas de controlar a las personas desde sus cuerpos suelen cumplirse en la historia del mundo. June lo vive en su propio cuerpo, y su rostro lo expresa con toda la elocuencia posible.
La niña de la cienciología
Con 40 años recién cumplidos y tres décadas en la industria, Elisabeth Singleton Moss es una de las reinas de la televisión estadounidense. El cuento de la criada le ha granjeado fama y respeto, así como la oportunidad de tomar decisiones creativas como directora y productora ejecutiva de la serie, pero antes ya había cimentado una carrera de reconocimientos. Con 23 años de edad se convirtió en la resiliente Peggy Olson de Mad Men, un show que parecía tratarse sólo de los hombres en la industria de la publicidad, y a los 17 años, en 1996, ya había aparecido como la hija del presidente Jed Bartlet, interpretado por Martin Sheen, en The West Wing.
Moss ya tenía camino andado como niña y adolescente dedicada al espectáculo, con un insospechado instinto o buen tino para oler el futuro de la televisión como un espacio de prestigio. Pero, conforme su carrera fue progresando, se supo de otro dato que Hollywood le recuerda cada tanto: Moss creció en una familia adepta a la cienciología, la religión —o sistema de creencias, según quien la describa— vinculada a numerosas estrellas del espectáculo y denunciada a veces como culto abusivo, sectario y hasta criminal.
Los padres de Moss son músicos de jazz y proveyeron a la niña de una vida llena de estímulos artísticos —ella no fue a la escuela y se graduó tras educarse en casa—. Su papá, Ron Moss, fue el manager del famoso pianista Chick Corea, fallecido en 2021, y quien fue padrino de la niña Lizzie; ambos, seguidores de la cienciología. Ron Moss, además, formó parte de una banda de jazz junto a Ron Miscavige, padre del actual líder mundial de la iglesia, David Miscavige; y también fue manager del músico Isaac Hayes, apenas la tercera persona afroamericana en ganar un Oscar (por la canción de la película Shaft, de 1971) e, igualmente, cienciólogo; Hayes, por ejemplo, dejó el show de animación South Park, donde hacía la voz del Chef, por las críticas contra la cienciología expresadas en un episodio.
Elisabeth Moss ha declarado su admiración y respeto por su padrino, y fue la niña que baila ballet —disciplina que estudió por años— en el video de “Ethernal Child”, de Corea. Un reciente perfil en The New Yorker expone que, según algunos datos, Moss habría empezado su vida formal como integrante de la iglesia a los ocho años de edad.
La cuestión es lo chocante que resulta para muchos la idea de que Moss, protagonista de una de las series de televisión más aplaudidas por movimientos en torno a los derechos de las mujeres, forme parte de un culto reputado como misógino. Quien guglee el nombre de la actriz se hallará con numerosos registros sobre el asunto.
Pero en esa semblanza de The New Yorker, y en otras múltiples fuentes, ella ha enfrentado el caso con diplomática (o evasiva) serenidad. Celebra su vida en esa organización, pero prefiere no contestar a las preguntas que persiguen desnudar los rumores. Con dos o tres frases niega toda validez a los chismes más polémicos y pide que, si ella ha de ser un personaje público, se la considere así por causa de su trabajo y su talento, no porque pueda ser vocera para despejar las morbosas leyendas.
“Si tú y yo nos juntamos nada más a pasar el rato como amigos, soy, digamos, un libro abierto en torno a ese tema […] Pero no quiero que la gente se distraiga por otra cosa cuando está mirándome”, dijo a The New Yorker.
No todas las personas que la entrevistan muerden el anzuelo, e insisten en hacerle preguntas sobre el polémico asunto. Pero Moss parece experta en batear fuera del campo la inquisición pública. Confrontada en torno a la ironía que suponen estas versiones cuando se piensa en ella como protagonista de El cuento de la criada, se ha limitado a definir su postura personal: “Un tema como la libertad religiosa y la resistencia contra una teocracia es algo muy importante para mí”. Y punto.
El departamento compartido
El ballet la llevó a la actuación y Moss tuvo bastante suerte, además de un talento temprano, para aparecer en las audiciones correctas en el momento correcto: leyó el papel de Zoey Bartlet frente al guionista Aaron Sorkin sin reconocerlo —sólo supo quién era luego de obtener el papel—. Antes de cumplir 20 años se mudó a Nueva York para continuar con su carrera y, sin dinero suficiente, debió compartir la renta de un departamento con un profesor de cincuenta y tantos años, mientras triunfaba en el circuito teatral off-Broadway junto a una hija de Martin Scorsese o hacía películas independientes que le traían nominaciones como actriz. Entonces le llegó Mad Men.
La serie sobre el misógino mundo de la publicidad en los años sesenta significó el paso decisivo para darle un cierto color a las interpretaciones de Elisabeth Moss: Zoey en The West Wing, así como su Peggy Olson y su June Osborne, son personajes muy diferentes, pero auténticas rebeldes, mujeres que se sacuden el control de los hombres y a menudo exhiben el mundo patriarcal en toda su ridiculez.
Pero el otro rasgo evidente es, por supuesto, la facilidad con que Moss explora personalidades excesivas: gente que va subiendo la intensidad de sus emociones hasta que estallan, mujeres que empiezan asustadas y vulnerables pero terminan tomando control de la situación aun por medio de la violencia. Incluso como personaje secundario, Moss deja un rastro magnético: en Us, la segunda película del director Jordan Peele, interpreta a un monstruo que ilustra la hipocresía de las relaciones sociales entre la gente blanca y la negra. El papel es grotesco y hasta cómico, pero Moss lo convierte en un auténtico retrato de horror.
En las pantallas, Moss puede dar miedo: su rostro se transforma poco a poco y expresa una oscura intensidad que la hace lucir intimidante y temible; incluso, a veces, consigue aparentar una edad mayor, como si pudiera envejecer para sus fines dramáticos. Con una especie de fanatismo primitivo o excentricidad de bruja, como venida —con perdón— de alguna secreta secta medieval. La comediante Melissa McCarthy trabajó con ella en la película The Kitchen y bromeó diciendo que, antes de conocerla, estaba segura de que aparecería “rodeada de fuego y libros de Chaucer”.
El contraste no podría ser más divertido: en entrevistas, videos, programas de televisión, la actriz Elisabeth Moss podría ser la imagen de la alegre California girl, sonriente, jovial y de sangre ligera, que se apena cuando la elogian y agita las candorosas pestañas. Pero, en personaje, los ojos de Moss la invisten del carácter oscuro que haría pensar que esa actriz sólo interpreta asesinas y posesas. O mujeres en peligro, por supuesto, que han decidido defenderse, como en la reciente película El hombre invisible, cuyo personaje da la vuelta al cuento de Wells para denunciar la violencia doméstica. Y eso es central para entender a su June de El cuento de la criada.
Porque June, esclava sexual de un Comandante de la república de Gilead y de su sádica esposa, sigue siendo, en el fondo, una mujer libre. Ha sufrido tortura, está aterrada por la violencia que la rodea, pero tiene la esperanza de que algo derribe el grotesco orden social que convirtió a las mujeres en máquinas de parir. Obedece, baja la voz e incluso le ofrece disculpas a su dueña porque ha fracasado al tratar de embarazarse, aunque su amo la insemina con disciplina ritual una vez por mes. Pero sus ojos, bien elocuentes, le dicen a la cámara que, si no tuviera tanto miedo, allí mismo se cobraría venganza en nombre suyo y de todas las demás mujeres esclavizadas: Un día vas a pagar por todo esto, tu poder es efímero, tú en mi posición no habrías llegado viva hasta hoy.
Los ojos de June/Moss hablan de este modo cuando le azotan las plantas de los pies, cuando fracasa en un intento de fuga, cuando le roban a su hija pequeña, cuando se enamora de un hombre o se decide a acostarse con otro. Y cuando, en uno de los momentos más memorables de la serie, sale a la calle a cumplir sus obligaciones diarias, pero sonriéndole a la calle mientras repite la frase con la que ya no dejará de burlarse del poder: “No dejes que los bastardos te hagan polvo”.
Su voz en off resume el ruido en su mente, pero es su mirada la que termina de narrarle la escena al espectador: entre su frente, los dientes apenas asomados entre los labios, los recios huesos de su rostro ancho, los ojos de Elisabeth Moss muestran miedo y angustia, pero en ningún momento a una persona derrotada. Su brillo azul denuncia su furia, su inteligencia y su capacidad de resistir. Y conforme la serie avanza tras la primera temporada, claro, puede apreciarse si esos ojos son sinceros.
Ojos
En la distópica Gilead, los Ojos de Dios son espías del régimen, tan aficionado a los cuerpos, que nombra así a su policía secreta. Un Ojo puede ser cualquier persona, de cualquier rango social, dedicada a identificar a posibles infieles. June teme que haya uno dentro de la casa en la que vive: la idea de ser descubierta por el Ojo la aterra más que la violencia de sus dueños.
Entre el libro de Atwood y la serie que lo adapta hay, por supuesto, importantes diferencias. La novela utiliza un lenguaje depurado y concreto, a veces mucho más perturbador que el régimen autoritario que describe; la serie, en cambio, se regodea en expandir y representar en detalle el desastre social donde ocurre la historia. Pero ambos hacen hincapié en el control biológico que procura la república de Gilead: este régimen gobierna cuerpos humanos. Cuelga y exhibe a los infieles, obliga a vestir ropas que determinan la casta social de cada persona, ordena bajar la mirada, asume pragmática la ley del talión, castiga con saña singular la “traición de género” que es la homosexualidad. Los Ojos vigilan y denuncian.
El nombre de la protagonista es un dato más en esta lógica: cuando la criada June es asignada a la casa del comandante Fred Waterford, en automático pasa a llamarse Defred (Offred, en inglés, con la preposición “of”), para que no quede duda de a qué hombre pertenece. Las criadas no tienen derecho ni al nombre propio: si alguna muere o es eliminada, el sistema asigna a otra, que llevará la misma denominación.
Este ensayo de ideas en torno a las mujeres como propiedades masculinas es el que atizó el interés de cientos de manifestantes cuando, en 2017, el recién llegado gobierno de Donald Trump en Estados Unidos redujo o retiró apoyos para la práctica de abortos seguros, la paternidad responsable o la salud reproductiva en general. Estaba lejos la disputa de la Suprema Corte de Justicia en torno al caso Roe vs. Wade, que, en 2022, derivó en eliminar la obligación de los gobiernos estatales de garantizar los abortos seguros (y ya produjo consecuencias legales). Pero la primera temporada de El cuento de la criada estaba de moda, y las mujeres que protestaron lucieron la capa roja de las criadas, se pararon alrededor de edificios de gobierno, guardaron silencio y exhibieron así que, para efectos prácticos, el gobierno de Trump decidía sobre los cuerpos de las mujeres.
Las protestas volvieron en 2022. Y seguramente reaparecerán conforme nuevas discusiones acerca de cuestiones como éstas reaviven las viejas luchas. Tal vez un fenómeno pop no sea suficiente para convencer a nadie de que las ranas se acostumbran a hervir hasta que el calor las cuece vivas, pero algo hay en El cuento de la criada que le recuerda al mundo que algunas mujeres sí son capaces de salir a la calle a enfrentar al poder, aunque tengan miedo, y es posible que sus miradas luzcan como las de los ojos grandes de Elisabeth Moss en la serie, que pronuncian este mensaje: “No dejes que los bastardos te hagan polvo”. ·
Y lo que sigue
Con un Globo de Oro y dos Emmys gracias a El cuento de la criada, Elisabeth Moss tiene dos proyectos en puerta. Con Hulu y FX produce y protagonizará The Veil, una miniserie que contará en clave de thriller internacional el enfrentamiento entre dos mujeres; aún no se sabe quién será su contraparte.
El otro es la película Francis y The Godfather, acerca de los días de la producción de la mítica cinta El Padrino, de Francis Ford Coppola. Moss aparecerá como la esposa del director, Eleanor Coppola, mientras que Oscar Isaac será su marido.