Los domadores de ondas
Vanesa Robles – Edición 411
Vivimos en una selva de ondas invisibles: satélites, celulares, alarmas de coches, radio AM y FM. ¿Quién trabaja para que, después de apretar un botón, se escuche la voz de un locutor, se abra una puerta automática o se apague el televisor? ¿Quiénes son los domadores de estas señales?
Radio, para distraer la ansiedad de la demora y el bochorno del tráfico vehicular. Clic: 104.3 FM, Radio Universidad de Guadalajara. Servicio a domicilio. Así se llama el programa y así llega la señal al automóvil, mientras se aleja, lento pero seguro, de la estación emisora. Los que saben, explican que el servicio a domicilio es cortesía de las ondas electromagnéticas. Los que no sabemos nos hacemos bolas. Los que saben añaden que todos los días caminamos, dormimos, amamos entre decenas de ondas. “Si pudiéramos verlas sabríamos que vivimos en una selva de señales”, dice Raúl Estrada Padilla, el ingeniero de la planta transmisora de Megaradio, otra cadena radiofónica en Guadalajara.
Casi en los mismos términos, Miguel Bazdresch Sierra, un profesor joven del Departamento de Electrónica, Sistemas e Informática del ITESO, explica que la selva tiene “flora abundante” de satélites, celulares, walkie-talkies (o sistemas de radio portátil), alarmas de coches, dispositivos de control remoto en general, radio AM y FM, teléfonos inalámbricos, radares…
Para hacer más comprensible el asunto de las ondas y las explicaciones de lo invisible, el ingeniero Estrada intenta una charla didáctica, que tiene preparada en su computadora: “Enciendes la radio y escuchas la voz del locutor, en vivo. El sonido se amplifica en un micrófono, que envía la señal hasta un transmisor. Éste genera la frecuencia y la potencia necesarias y envía otra señal, a la antena, para que la irradie en el espacio. El aparato de radio sintoniza la frecuencia de la señal…”.
Lo dice como si diera una receta de cocina cuyos ingredientes pueden conseguirse en el mercado —aunque, en realidad, así es—. Ante mi cara de extrañeza, usa una metáfora: “Tu aparato de radio ‘extrae’ el sonido de entre las muchas frecuencias que hay en el aire”; en este caso, las frecuencias de varias decenas de estaciones de radio en AM y FM. “Lo que haces cuando eliges un canal de televisión es decirle al aparato: ‘hazle caso a esta frecuencia y elimina el resto’”, añade Bazdresch Sierra, quien tiene un doctorado en comunicaciones digitales: “¡Es cosa del diablo!”, he oído decir a mi abuela más de una vez ante explicaciones como las anteriores. En realidad es cosa de la ciencia, que tiene cara de ingeniería. “Cada aparato que usas en la vida moderna fue diseñado por un ingeniero”, continúa Bazdresch. Se antoja entonces imaginar que los científicos y los ingenieros son los domadores de la naturaleza más invisible: el electromagnetismo y las oscilaciones eléctricas, y que son los artesanos de las frecuencias y las amplitudes de las ondas.
Una historia ancestral
Su trabajo comenzó hace siglos, para que la humanidad estuviera comunicada, con señales de humo y faros como el de Alejandría, en Egipto (en el siglo III antes de Cristo). Pero el principio moderno de la transmisión sin cables ocurrió en la segunda mitad del siglo XIX, cuando en 1860 el físico escocés James C. Maxwell, quien sabía de la existencia de las ondas electromagnéticas, afirmó que las oscilaciones eléctricas de frecuencias muy altas se pueden propagar por el espacio. Esta teoría fue probada por el físico alemán Heinrich Hertz —de su apellido viene el nombre de la unidad de medición y el de las ondas hertzianas—, quien fabricó una antena emisora y una receptora y transmitió ondas electromagnéticas. “Hasta entonces, la telegrafía había funcionado con hilos que incluso cruzaban el océano, mientras los operadores rezaban para que el huracán fuera piadoso”, relata Raúl Estrada. Según el portal educativo del Estado argentino, el siguiente paso lo dio, en 1895, el físico italiano Guglielmo Marconi, quien con tan sólo 19 años de edad le envió señales a su hermano a un kilómetro de distancia, en la ciudad de Bolonia. El gobierno de su país mostró poco interés por el asunto, y Marconi tuvo que mudarse a Inglaterra para desarrollar sus investigaciones. Sí: una historia que suena común en México.
A nuestro país los avances los trajo un ingeniero regiomontano formado en Francia, Constantino de Tárnava, 25 años después del experimento de Marconi, en 1919. Con bulbos y piezas viejas realizó la primera emisión de radio experimental, la TND (Tárnava-Notre Dame). Habría que imaginarse la cara de felicidad que pusieron sus dos acaudalados y únicos radioescuchas, Rodolfo de la Garza, gerente de un banco, y un hombre de apellido Bermúdez, fabricante de acumuladores. Dos años después, De Tárnava inauguró la primera transmisión de radio en vivo de América Latina, los miércoles, desde las 20:30 horas hasta la media noche; más tarde su estación cambió de nombre a CYO, luego a CYH y finalmente a XEH. Mientras, los radioaficionados hicieron una red social para intercambiar novedades y conocimientos…
La selva incesante
¿Los científicos hacen la demanda o la demanda hace a los científicos? La mayoría de las veces, los profesionales —incluso en áreas absolutamente novedosas— generan la demanda por sus carreras, según lo ha dicho el profesor investigador del departamento de Economía, Administración y Finanzas del ITESO, Luis Ignacio Román Morales.
En México se combinan las necesidades de la sociedad y la demanda de las nuevas tecnologías que, en forma de aparatos, aparecen en el mercado, afirma Sara Ortiz Cantú, coordinadora del Centro de Consultoría del Programa para la Gestión de la Innovación y la Tecnología del ITESO. La verdad es que menos de un siglo después del inicio de la TND, aquella primera radio experimental, existen 76.6 millones de usuarios de telefonía celular en México, 71.5 aparatos móviles por cada 100 habitantes, que sólo en marzo de 2009 enviaron casi cuatro billones de mensajes (la liga lleva a un documento de Excel), según los registros de la Comisión Federal de Telecomunicaciones (Cofetel). Además, hay 683 mil personas con televisión vía microondas, un millón de usuarios de televisión por satélite y 4.8 millones de televisión por cable, mientras la radiocomunicación especializada entre flotillas tiene 2.8 millones de usuarios.
Menos de un siglo después de De Tárnava, los ingenieros mexicanos que se dedican a la investigación se afanan en la “colección” de la energía solar; en el desarrollo de la nanotecnología (el control de la materia a partir de los átomos y las moléculas); en el diseño de circuitos de alta frecuencia, mientras el resto de la humanidad incorpora estos conocimientos a su vida cotidiana, a la velocidad de la luz. Bazdresch Sierra, por ejemplo, desarrolla fórmulas y prototipos para que algunos sistemas puedan recibir información de manera más rápida y utilicen menos potencia: “Hasta ahora, los sistemas son excluyentes: o son potentes o son rápidos. Mi trabajo consiste en lograr que reúnan ambas características”, explica.
Mientras se logra, suena como si la misión no fuera importante, igual que debió de ocurrir cuando se desarrollaban los teléfonos alámbricos, los faxes, internet, los celulares, las videocaseteras, la tecnología del DVD y otros inventos que, una vez que uno los incluye en su vida, se vuelven imprescindibles no sólo para el entretenimiento, sino para la difusión del conocimiento, la salud y la vida cotidiana de millones de personas.
Más que magia
Los ingenieros han logrado un hecho conmovedor: hacer que, un día común, uno apriete el botón de un dispositivo cuadrado y ocurra la magia. “Hacemos un trabajo para que la vida cotidiana parezca mágica”, dice Óscar Favio Fernández Larios, maestro en informática aplicada y coordinador de la Ingeniería en Redes y Telecomunicaciones del ITESO. Es cierto que no han logrado hacer visibles las ondas que nos rodean. Ni falta hace, aunque hoy nos serviría para entender algunas cuestiones aparentemente sencillas: ¿las ondas electromagnéticas ya existían?, ¿las creó el hombre? Las ondas de radiación electromagnética existen desde siempre: los científicos las han “domado” para que el ser humano pueda comunicarse eficazmente. Lo nuevo, a decir de Bazdresch Sierra, son las técnicas para comunicarse. Las señales se fueron descubriendo. Los científicos descubrieron y trabajaron con materiales de ciertas propiedades para emitir las ondas como ellos querían hacerlo, agrega Favio Fernández Larios.
—¿Por qué las ondas no chocan entre sí?
Vuelven las explicaciones sobre cuestiones invisibles. Bazdresch Sierra vuelve a las metáforas: “Porque hay sistemas para que no choquen. Imagínate que seis personas están hablando al mismo tiempo en un pequeño cubículo. El ruido que generarían les impediría escucharse entre sí, pero una de ellas tiene un aparato para hacer una voz tan aguda que no se perciba, y otra tiene un aparato que recibe esa voz y la transforma en una voz normal. Ocurre lo mismo con las señales: las que tienen frecuencias diferentes no chocan entre sí y, finalmente, la atmósfera tiene espacio para un montón de conversaciones”. ¿Hay algún límite para “domar” las ondas en el espacio? Hasta ahora no. Se conocen los límites de la radiación electromagnética, pero eso no significa que hayamos llegado a ellos.
La noticia es que la selva de ondas invisibles exige más, muchos más hombres de ciencia. ¿Cuántos? Bazdresch Sierra pone un ejemplo: en México hay alrededor de 50 ingenieros y científicos dedicados en cuerpo y alma a la investigación de las nuevas tecnologías; en una universidad estadunidense mediana, tan sólo, hay 20.
“Los jóvenes de hoy viven entre aparatos, entre ondas, y piensan que todo está hecho y que no es necesario estudiar ciencias exactas e ingenierías […] La verdad es que todo está por hacerse, y México necesita gente que lo emprenda, en beneficio nuestro”.
“Tenemos una gran tradición ancestral: los indígenas eran científicos avanzadísimos para su tiempo”. No es casual que el escocés James C. Maxwell, el alemán Heinrich Hertz, el italiano Guglielmo Marconi y el mexicano Óscar Favio Fernández Larios hayan sido físicos e ingenieros.
Y la necesidad está abierta al futuro. En el documento ¿Cómo se espera que sea el trabajo en el futuro?, del Observatorio Laboral del gobierno de México, basado en datos de varios observatorios del mundo, las tendencias de las oportunidades en los próximos años son claras: “Países europeos como Alemania, Francia e Italia están dirigiendo sus principales esfuerzos de investigación a los campos de la química y la física, con el mayor énfasis en esta última. Esta tendencia es compartida de cerca por las naciones asiáticas, pero con características más acentuadas por la gran velocidad con la que están abordando el problema de la tecnología de punta”. En Estados Unidos, “el área de mayor dinamismo es la de las ingenierías […] las telecomunicaciones, la electrónica, la robótica, la cibernética y otras”.
La compilación indica que las áreas con más demanda en esos países, hoy y en el futuro, serán las tecnologías de la información, que incluyen a profesionales como los analistas en sistemas de red y comunicaciones, ingenieros en software, informáticos y especialistas en soporte computacional, entre otros. La demanda en dichas áreas tiene un crecimiento vertiginoso, debido a la incorporación de todos los países del mundo a las redes de comunicación.
México se ha adaptado a las nuevas tecnologías, que maquila y compra. Pero no es suficiente: los aparatos son más caros que en los países ricos, y algunas maquiladoras de la industria electrónica no tienen la mejor fama por su respeto a los derechos laborales de sus miles de obreros.
En opinión de Miguel Bazdresch Sierra, Óscar Favio Fernández Larios y Sara Ortiz, la maquila exclusiva no es lo mejor que le puede pasar a un país. Al contrario: “Como existe hoy en el nuestro, es un callejón sin salida, porque te conduce a cierto punto y no pasas de ahí. La única forma de que un país sea próspero es el desarrollo científico, a través de las actividades de investigación de un mayor número de sus habitantes”, afirma Bazdresch. El centro de investigación que tiene Intel en Guadalajara, por ejemplo, se dedica a la innovación tecnológica en telecomunicaciones y circuitos integrados: “Comenzó con diez ingenieros muy bien preparados y ahora emplea a quinientas personas que tienen una calidad de vida mejor, que generan más riqueza que una maquiladora con mil empleados”. Pero ¿existen apoyos del Estado mexicano para la investigación científica y tecnológica? Sara Ortiz recomienda aprovechar los que ya hay, y que la investigación genere los que hagan falta.
Una cosa es cierta: para la selva de las ondas invisibles, que jamás chocan y nos hacen la vida más fácil, México necesita domadores y artesanos de los fenómenos naturales. Su escuela está en las ciencias exactas y las ingenierías. m.
De ondas y cables
- En marzo de 2009 había en México 76.6 millones de usuarios de telefonía móvil: 71.5 por cada 100 habitantes.
- En ese mismo mes se enviaron en México casi cuatro billones de mensajes por teléfono celular.
- Las líneas telefónicas fijas, en esa fecha, sumaban apenas 20.6 millones: 19.2 líneas por cada 100 habitantes.
- En marzo de 2008, el número de usuarios de televisión vía microondas era de 683 mil.
- Los usuarios de televisión satelital sumaban 1 millón 546 mil.
- La radiocomunicación especializada de flotillas (trunking) tenía 2.8 millones de usuarios.
- Mientras en 2000 los usuarios de internet eran apenas cinco millones, de los cuales casi la mitad accedía a la red desde su hogar, en 2008 eran 23.2 millones, 9.1 de los cuales ingresaban desde su hogar.