“Los derechos de la mujer no son prioridad del gobierno”
Juan Carlos Núñez – Edición 452
¿Cómo está percibiéndose la violencia cotidiana y cada vez más grave contra las mujeres en México? A partir de tres casos recientes, Julia Monárrez Fragoso, especialista en el tema, señala los modos en que la discriminación está introyectada en nuestra cultura y cómo el Estado tiende a normalizarla
En México, el sistema de justicia colapsó. La violencia se ha extendido y la vida de las personas, mujeres y hombres, no se valora. Sin embargo, en el caso de las mujeres es más grave porque el Estado, lejos de atender la situación, normaliza la violencia de género y, para los distintos ámbitos de gobierno, el asunto de los derechos de ellas no es prioritario. Ésta es la perspectiva de la doctora Julia Monárrez Fragoso, investigadora en El Colegio de la Frontera Norte y especialista en el tema. Pese a esta compleja situación, afirma, también hay avances y logros importantes impulsados desde la sociedad civil, en especial por grupos feministas.
En fechas recientes, tres casos se han hecho públicos para mostrar la vulnerabilidad de las mujeres y las percepciones sociales con respecto a la violencia de género: el ataque a una periodista en la Ciudad de México, la difusión de un videoclip que muestra un feminicidio y la violación múltiple a una joven en Veracruz.
La especialista en feminicidio, violencia contra las mujeres e inseguridad ciudadana afirma, desde su oficina en Ciudad Juárez, Chihuahua, que no es solamente un asunto de las autoridades gubernamentales, sino que la discriminación contra las mujeres está presente en los más diversos ámbitos de nuestra cultura, incluidas las instituciones educativas y religiosas.
Estudiantes durante un performance para manifestarse en contra del abuso sexual y los feminicidios en Ecatepec, Estado de México, en noviembre de 2013. Foto: Reuters
Los casos de violencia de género que se dan a conocer se multiplican. ¿Se ha agravado el problema, o es que ahora los casos son más visibles?
La violencia contra la mujer es uno de los problemas sociales que han existido desde tiempos remotos. Y son los movimientos de mujeres los que los han hecho visibles. De hecho, el movimiento de mujeres y el movimiento feminista dicen que la violencia contra la mujer es un continuo que abarca lo emocional, lo psicológico, lo físico, lo sexual, lo económico. Hay varias manifestaciones de esto: el insulto, los albures, el incesto que se sufre en los hogares, los golpes, la forma en que son tratadas las mujeres en los espacios privados y en los espacios públicos, la forma en que las mujeres son discriminadas, humilladas, vejadas también por las instituciones educativas, por las instituciones religiosas, las instituciones políticas. Todo eso es un continuo de violencia contra la mujer que está sustentada en una discriminación de género que no permite que las mujeres tengan igualdad de condición frente a los hombres.
Si ha sido un continuo, ¿lo que estamos viendo sería una exposición más clara de un problema constante?
Sí, y tiene que ver también con las nuevas modalidades de la forma en que se ejerce la violencia y con el momento histórico que vive nuestra sociedad. En México estamos expuestos, en mayor o menor medida, a una violencia que maltrata tanto a hombres como a mujeres. Lo vemos en la desaparición forzada, en lo que malamente se llama la “ejecución”, en el homicidio y en el feminicidio. Sin embargo, las nuevas redes de comunicación y las nuevas tecnologías permiten hacer visible claramente a quien ha sido víctima de una violencia. Esto nos expone a una problemática que antes quedaba oculta o que se quedaba sólo entre las paredes del hogar.
¿Ayuda esta exposición pública?
Sí, ha logrado que tomen conciencia las mujeres y algunos grupos de hombres que están en favor de los derechos de las mujeres. Sin embargo, si no hay una aplicación de la ley ese proceso queda inconcluso, porque la aplicación de la ley es sentar pedagogías que digan: “No te voy a permitir que hagas esto porque hay derechos de las mujeres que no se deben trasgredir y tú estás trasgrediendo”.
En Ciudad Juárez, urbe con un largo historial de feminicidios, un hombre mira en un almacén abandonado el retrato de una joven desaparecida, mismo que lleva impreso en una lona en su espalda. Foto: Reuters
Pero eso no ocurre…
En México vivimos en un sistema de impunidad y de corrupción. El sistema de justicia en nuestra sociedad mexicana está colapsado, en este sistema no hay justicia. Lo que les pasa a las mujeres se ve como parte de la naturaleza. Cuando se expone un caso de violencia hay muchos hombres que contestan: “Pues ella se lo buscó porque estaba vestida de esa manera”, o “Para qué hacen tanto borlote, si bien que les gusta”. Todo esto es parte de una naturalización que el gobierno, en sus ámbitos municipal, estatal y federal, permite. Y lo permite al no sancionar a los agresores. Lo que hemos visto en México son casos en los que las autoridades omisas protegen a los hombres con poder.
Daphne
Eso fue lo que ocurrió en Veracruz. El señor Javier Fernández denunció que en enero de 2015 su hija adolescente, Daphne, fue violada por un grupo de cuatro jóvenes a quienes se conoce como Los Porkys. Los muchachos son hijos de prominentes empresarios de ese estado. En mayo del año pasado, el padre de familia denunció el ataque, pero no tuvo respuesta de las autoridades. Por esa razón, decidió hacerlo público en marzo de 2016. A partir de entonces, el caso fue retomado por las autoridades. Pese a ello, organizaciones sociales señalan que la autoridad ha sido omisa y con ello ha protegido a los presuntos violadores. Cuando, finalmente, el Ministerio Público giró las órdenes de aprehensión, el 10 de abril pasado, Los Porkys habían huido.
Éste es uno de muchos casos pendientes que hay que atender en el país. Julia Monárrez insiste en que, diariamente, miles de actos de violencia contra las mujeres quedan impunes.
¿El caso de Daphne muestra esa falta de voluntad del gobierno por hacer justicia?
No hay falta de voluntad, sino que la voluntad política es no hacer justicia. Deberíamos cambiar la expresión; no es falta de voluntad, es: “Mi voluntad es que no te voy a hacer justicia”. Esto sucede a lo largo y a lo ancho del país. Hay casos paradigmáticos, como éste, porque salen a la luz y son del dominio público, pero la mayoría no sale. Es como el video de la tortura a una mujer que acabamos de ver. Cuando Juan N. Méndez, el relator especial de la ONU contra la tortura, le dice al gobierno que en México se utiliza la tortura como una forma de interrogatorio, el gobierno responde que no. Pero claro que sí, la tortura es una forma extendida, y se utiliza tanto en mujeres como en hombres pero, en el caso de las mujeres, éstas son violentadas sexualmente.
La fundación Raúl Murrieta realizó en 2012, en la colonia Cerro Gordo de Ecatepec, Estado de México, la exposición Dándole rostro a las víctimas en Ecatepec. La muestra consistía en la instalación de retratos gigantes de mujeres víctimas de violencia en la fachada de las casas y en los muros de la colonia. Foto: Reuters
En el grupo de torturadores había mujeres.
Sí. ¿Qué pasa aquí? Hay dos grupos de torturadores, uno es el de los y las agentes del Estado; y el otro son las mafias del crimen organizado. Ambos tienen una ideología patriarcal. La milicia, la Marina y la policía federal son instituciones patriarcales donde dominan la violencia y el machismo, de manera que las mujeres que entran ahí también comparten esa cultura, porque tienen un puesto subordinado o porque quieren ser iguales que los hombres y tienen que mostrar que son más valientes que ellos y que pueden aplicar mejor la tortura que ellos. Finalmente, se adhieren a ese sistema de violencia machista.
Cada vez tenemos más instituciones, leyes, funcionarios, programas y centros de atención dedicados a la mujer… ¿Han servido para aligerar el problema?
Si bien hay una Ley General de Acceso a las Mujeres para una Vida Libre de Violencia, que fue impulsada por las feministas en 2007, para que sea aplicada son necesarios recursos humanos y recursos materiales. Ahí es donde encontramos los problemas. Por ejemplo, aquí en Chihuahua y en Monterrey, los centros de justicia que se han establecido carecen de muchos recursos para que las mujeres puedan acceder a la justicia. Pero, además, la justicia no es sólo la reparación del daño, sino que es necesario establecer una justicia pública, que la sociedad se entere de que se han violentado los derechos de unas personas y que eso no se permite. Otro de los problemas es que los derechos humanos de las mujeres y la vida libre de violencia no son asuntos prioritarios para los gobiernos.
Y parece que tampoco el de los derechos humanos en general.
En México no hay una valoración de la vida de los seres humanos. La vida no importa: ni la de las mujeres ni la de los hombres. Si no, no tendríamos el gran número de personas asesinadas. Sin embargo, aunque veamos que sus vidas son catalogadas como que no tienen ningún valor, los agresores de los hombres mayoritariamente son los hombres, y los agresores de las mujeres mayoritariamente son también los hombres. Si bien podemos ver violencias iguales, éstas no son necesariamente idénticas, siempre hay este componente de género hacia las mujeres y esta discriminación por parte de los hombres.
El 24 de abril de este año se realizaron diferentes movilizaciones en varias ciudades del país para protestar contra las violencias machistas. En la imagen, un aspecto de la movilización en Guadalajara. Foto: C.Andrea Osuna/ Facebook
Andrea
8 de marzo, Día Internacional de la Mujer. La periodista estadunidense Andrea Noel camina por una calle de la colonia Condesa en la Ciudad de México. Lleva un vestido rosa. Una cámara de seguridad registra cuando un hombre se le acerca por detrás, le levanta la falda y baja su ropa interior. La mujer cae al suelo. El joven huye corriendo. Tras el ataque, Andrea denuncia el hecho en su página de Facebook y el video corre por las redes sociales. Ahí vuelve a ser agredida. “Ojalá te hubieran violado, puta de mierda”, dice un anónimo. Otro se alegra también por el ataque: “Qué bueno, eso le pasa por puta y por andar usando minifalda”.
Las mujeres no solamente son víctimas en el momento de ser agredidas. Cuando denuncian los ataques, suelen ser victimizadas nuevamente, afirma Julia Monárrez Fragoso, autora de diversas investigaciones, entre ellas “Feminicidio sexual sistémico: víctimas y familiares, Ciudad Juárez 1993-2000”.
¿Cómo se pueden reparar los daños causados por la violencia de género?
Las víctimas necesitan una reparación moral, social, pública y también económica del daño, porque la violencia deja secuelas en las personas, como falta de sueño o incapacidad para trabajar. Tenemos grupos de mujeres feministas y grupos de derechos humanos que hacen esas peticiones y las sacan del contexto nacional, para llevarlas al internacional, porque aquí esas voces no se escuchan. Frente a un gobierno que se colapsa y que tiene excepcionalidad en algunas regiones, estos casos se ponen en la mesa de los organismos internacionales. Aquí todavía es un camino largo el que hay que recorrer.
Cuando habla de la excepcionalidad, ¿se refiere a la falta de un Estado de derecho?
Sí. Cuando el Estado deja de actuar por un largo periodo en determinadas regiones, éstas son gobernadas por gobiernos privados, por las mafias del crimen organizado. No hay que olvidar que los sicarios tienen poder, que tienen parejas mujeres y que las violentan sin que haya autoridad capaz de poner un alto. Ahí no hay refugios ni centros de justicia, porque el Estado no rige la convivencia.
Alma Gómez Caballero, luchadora social e integrante del Centro de Derechos Humanos de las Mujeres de Chihuahua (Cedehm), organismo que representa legalmente a familiares de víctimas de feminicidio, desaparición forzada, tortura, trata de personas, violencia sexual y familiar. Foto: Cedehm
Gerardo
Un videoclip del cantante de música de banda Gerardo Ortiz muestra un feminicidio. “Fuiste mía” es el título de la canción. En el video, él asesina a balazos al amante de su pareja. Después lleva a la mujer a un auto, la encierra en la cajuela y le prende fuego. Sonríe satisfecho con las llamas como fondo. El hecho desató una encendida polémica. Ortiz y sus seguidores insistían en que se trataba de una ficción. Sus críticos lo acusaron de promover la violencia machista.
El debate en torno al asunto de género parece radicalizarse. En un lado están quienes consideran que el problema no es tan grave y se exagera. En el otro, quienes ven en casi cualquier cosa un ataque contra las mujeres.
¿Está polarizado este debate?
Sí, sí está polarizado. Los argumentos de que no pasa nada son parte de la cultura, de un folclore, y se utilizan como si fueran la verdad. Tenemos el caso tan grave del cantante Gerardo Ortiz. Él dijo que es un hombre muy respetuoso y que jamás mataría a una mujer. Sin embargo, está haciendo eco de lo que sucede en nuestro país. Lo hemos visto y lo seguimos viviendo en Ciudad Juárez. Pero además hay una violencia simbólica. A través de esto se educa a una población, se le dice: “Tú puedes quitarle la vida a una mujer que te es infiel”.
La historia de las canciones es larga. Ahí está el corrido de Rosita Alvírez. Un hombre la mató porque no quiso bailar con él. O Vicente Fernández, que acaba de llenar el estadio Azteca, con “El tahúr”: un jugador que apuesta a la mujer y al perder el juego de cartas, la mata. ¿Por qué no causaban tanto revuelo?
Es una cultura que tenemos incorporada; tenemos ejemplos, como “Lachancla que yo tiro, no la vuelvo a recoger”, “El preso número nueve” y cosas por el estilo. Nosotras también introyectamos esta ideología. En estas expresiones, cuando yo mato a una persona, me aseguro de que nadie puede tener ese bien que yo tuve. La muerte es la última forma que yo tengo para decir que esto que es mío, no lo puede tener nadie más.
¿Qué hacer frente a esta cultura tan asumida?
Educar en derechos humanos, en el derecho que tiene la mujer a la igualdad. Una educación en el respeto. Pero también se tiene que aplicar la ley, que el Estado se comprometa con los derechos de las mujeres. Además, esto no tiene que ver nada más con la cultura, sino con un proyecto económico que satisfaga las necesidades de hombres y mujeres, pero en especial de las mujeres, para que les permita una autonomía económica.
Habla usted de procesos educativos, pero lo que se suele destacar es la denuncia y la confrontación. ¿Hay otras formas de avanzar en la transformación de la cultura?
Yo creo que no solamente es confrontación. Es importante que haya, además, otras acciones; tenemos muchos recursos, como los talleres sobre los derechos de la mujer. México tiene todavía un largo camino que recorrer, tanto en la cuestión económica como en la cuestión educativa y en la política. Una de las instituciones que deben ir sentando precedentes de respeto a la dignidad de niñas y mujeres es la Secretaría de Educación Pública, porque cuando se denuncian los abusos sexuales de algunos maestros contra menores lo único que se hace es que se les cambia de lugar de trabajo. En las universidades suceden muchos acosos sexuales, tanto por parte de los alumnos como por parte de los maestros. Las universidades carecen de protocolos para casos de violencia, que ya deberían desarrollarse. Se supone que son instituciones críticas, y por eso son las primeras que deben dar el ejemplo.
Hablaba usted de las condiciones económicas como factores que contribuyen a la violencia. ¿Se trata entonces de un problema estructural que va más allá de la “maldad” de cada individuo?
Hay una estructura de discriminación de género, una estructura patriarcal, hay una estructura económica, hay una estructura política que lesiona los derechos de las mujeres. Estas estructuras se juntan para la criminalización de las mujeres y para la violencia que se ejerce en su contra. En el ámbito económico, quienes están en las periferias son quienes sufren mayores abusos.
Transformar todas estas estructuras parece muy complicado. ¿Cómo no caer en la desesperanza?
Sí es complejo, pero las estructuras se cambian y en ello ha sido muy importante el feminismo. El que las mujeres accedieran a la educación fue gracias al movimiento de mujeres. Antes, las mujeres de la clase media y de la clase alta no trabajaban —porque las mujeres de la clase baja siempre han trabajado—, las mujeres no tenían derecho al divorcio, no tenían tampoco derecho a heredar, no tenían derecho a votar. En el ejido tampoco. Las cosas cambian, pero son procesos largos. m.
Cruces con nombres de mujeres asesinadas en Ciudad Juarez. Foto: thefeministwire.com