Los cuidadores no tienen quien los cuide
Vanesa Robles – Edición 464
En México, las leyes no reconocen a quienes tienen que cuidar de las personas dependientes por razones de salud. Muchas veces deben dejar de trabajar para atender a sus enfermos, lo cual complica más su situación
Desde aquella noche, Hortensia Aguilar jamás volvió a caminar, y su esposo, Jesús Robles, nunca descansó. Las noches son para cuidarla, los días para trabajar.
Dicen ellos que el coche en el que veníamos hizo un zigzagueo. Acabó en un barranco poco profundo, en cuyo fondo había un charco. Llovía. Fue la madrugada del 16 o el 17 de agosto de 1981 —37 años lavaron la fecha—. El coche dio una vuelta y cayó al agua. Una hora después, mi madre yacía sobre una camilla. Así siguió durante los próximos decenios, con una lesión entre la C6 y la C7 (la cervical 6 y la cervical 7): dos vértebras muy cercanas al cuello. Por eso, la consecuencia fue la inmovilidad eterna y, antes, un larguísimo internamiento en un hospital.
Mi padre nunca nos abandonó, pero volví a verlo meses después del accidente. Fue a comer a la casa. Había cambiado mucho. Era un anciano corajudo de 35 años, con surcos en el entrecejo y el cabello canoso. Me acordé de que la reina María Antonieta, se llenó de canas en unos días, entre el día en que supo que la ejecutarían y el día en que la ejecutaron. A mi papá no lo ejecutamos, pero no faltó mucho. Todas las noches dormía en el hospital y todas las mañanas daba clases en una secundaria pública, a donde no podía faltar, por aquello de las circunstancias familiares y la crisis económica de 1982.
Filiberto Rodríguez se retiró en 2000 de su trabajo para cuidar de su esposa, que entonces tenía 62 años y padecía del corazón. “Ella era muy activa y le gustaban mucho las plantas pero, a medida que pasaban los años, me decía que ya no podía hacer lo que le gustaba. Poco a poco fue empezando a tener más limitaciones: yo la tenía que bañar, le tenía que preparar las cosas. Tuve que aprender a cocinar, a limpiar. Estaba muy perdido”, dice. Foto: cdn1.uvnimag.com
Transcurrieron 37 años. La tecnología encogió al mundo. El sistema económico del país cambió. Y las formas de relacionarse. Y el clima. A mi padre lo afectaron las várices y le dieron dos síncopes. Se puso viejo. Sigue sin dormir.
México siguió en la crisis, y, en el asunto de los derechos de quienes tienen a su cargo a una o varias personas dependientes por razones de salud, el cuidado sigue siendo cosa de cada quien. Ese cada quien se friega solo, a veces con ayuda de quien pueda… cuando pueda.
El concepto de cuidador no existe en la Ley General de las Personas con Discapacidad, ni en la Ley General Para la Inclusión de las Personas con Discapacidad, ni en la Ley General para la Atención y Protección a Personas con la Condición del Espectro Autista. Tampoco en la Ley Federal del Trabajo.
Muchos dependientes, pocas leyes
En México no hay reconocimiento, ni estrategias ni política pública ni proyectos para quienes hacen el trabajo cotidiano de atender a quienes viven con alguna condición especial, temporal o crónica.
No es que las personas dependientes no existan, al contrario. De 120 millones de paisanos, 7.2 millones viven con mucha dificultad o imposibilidad para realizar tareas cotidianas. Otros 15.9 millones viven con limitaciones físicas leves o moderadas, según la Encuesta Nacional de la Dinámica Demográfica 2014.
Si imagináramos que a la mitad de ellos nadie los cuida —simple imaginación de esta autora—, eso significaría que existen por lo menos 9.6 millones de personas que de forma permanente o esporádica se hacen cargo de alguien en situación de dependencia.
En cambio, a escalas institucional y empresarial, no existen respuestas claras para enfrentar el tamaño de las demandas de cuidado, afirma la profesora investigadora del Departamento de Estudios Socioeconómicos (DESO) del ITESO, Rocío Enríquez Rosas, quien coincide con otros colegas en que el cuidado debe colocarse como un derecho, no sólo como una obligación familiar.
La noche de San Valentín de 2016, Anna Claire Waldrop y su novio, James —a quien llama de cariño “Jimbo“—, se dirigían a casa después de celebrar juntos. Pero un accidente cambió para siempre la vida de Anna: un conductor en estado de ebriedad se impactó contra su auto y, debido a la gravedad del accidente, ella quedó con cuadriplejía. Foto: Lexie Merlino
Rocío Enríquez se ha especializado en la vejez. Sabe que las cargas de trabajo están desbordadas, y las familias no pueden atenderlas de manera exclusiva.
En el otro extremo de la vida están los niños. En su tesis de doctorado en Estudios Científico Sociales, titulada Identidades narrativas en familiares cuidadores de niños con discapacidad, Hugo González Enríquez, que investigó sobre 15 familias de niños con discapacidad neuro-músculo-esquelética, descubrió que en la mayoría de los casos las cuidadoras son mujeres y han tenido que abandonar su empleo, lo cual significó estrechez económica y tensión.
La teoría de los investigadores se confirma en la práctica de Ludovic Neu, de la Asociación de Padres de Familia de Niños Down, AC, que pertenece al Instituto Down de Occidente. De unos 50 niños que reciben los servicios del Instituto, los padres de 40 de ellos están casi ausentes.
Neu dice que hay una preocupación por los cuidadores de personas, porque muchos niños y jóvenes con síndrome de Down no tienen seguridad social, pues sus padres no pueden asumir un empleo formal. Las madres buscan patrones que las dejen llegar a las nueve de la mañana, regresar por sus hijos a las dos y tenerlos un rato en el trabajo. La situación se complica cuando las madres envejecen y les es imposible mantener a sus hijos, ni siquiera con un empleo informal.
Las investigaciones cualitativas de Rocío Enríquez y otros académicos han revelado que en México las respuestas se concentran en los recursos con que cuentan las familias y, principalmente, las familias extendidas que comparten casa. La atención se dificulta en metrópolis donde las redes de parentesco están dispersas en la mancha urbana.
Enríquez añade que las discusiones académicas sugieren nuevos pactos acerca del cuidado, en dos planos: a escala micro, que se relaciona con la distribución de las cargas de cuidado entre hombres y mujeres en los hogares, y a escala macro, que implica a las instituciones de gobierno, las organizaciones comunitarias, las empresas y el mercado, desde la corresponsabilidad social —lo cual tiene que ver con las reformas necesarias para que las familias puedan atender las demandas de cuidado o contar con apoyos—.
Los cuidadores no sólo enfrentan los vacíos legales e institucionales, sino también el cambio demográfico en América Latina; el continente envejece sin remedio, y las familias son más pequeñas, por lo cual deben soportar cargas de cuidados mayores. Hoy existen 13.4 millones de personas de más de 64 años. Para 2030 habrá 20.3 millones: 51.5 por ciento más que ahora, según el Consejo Nacional de Población.
Ana Merino es ama de casa y Miguel de Cabo, jefe de ventas. Pero desde hace ocho años han dejado de ser sólo Ana y Miguel para convertirse en “los padres de Daniela”, una niña con diagnóstico de autismo desde hace seis años y que se ha convertido en el centro de esta pareja. Foto: AutisMap-Asocaición-Autismo-Málaga
La trayectoria uruguaya
En la región, la esperanza se llama Uruguay, que desde los años noventa, hace casi 30 años, comenzó a trabajar en la creación del Sistema Nacional Integrado de Cuidados, y en 2015 publicó el Plan Nacional de Cuidados.
Hoy en día, el país sudamericano reconoce el derecho de cuidar y ser cuidado, y valora, incluso con un sueldo, la actividad de los cuidadores.
Uruguay creó el sistema cuando reconoció la sobrecarga que enfrentan las cuidadoras, pues la mayoría son mujeres; también tuvo en cuenta el envejecimiento demográfico del país, así como la importancia estratégica que tiene para el Estado el hecho de que las personas dependientes reciban cuidados de calidad.
Por lo menos en el papel, el documento reconoce que el cuidado de personas con necesidades especiales se equipara a un empleo, que requiere una remuneración y periodos de descanso.
El sistema lo rigen los principios de responsabilidad estatal, que implica el reconocimiento formal y la regulación del cuidado de personas dependientes; la descentralización territorial, para que estas acciones no se limiten a las ciudades; la participación social, para que los sujetos de cuidado reciban atención de calidad y los cuidadores una retribución justa; el financiamiento solidario, que significa la asignación de recursos para servicios integrales; la progresividad del derecho y la calidad.
El Plan Nacional de Cuidados es una conquista de derechos sociales en Uruguay. Su fin es garantizar el derecho al cuidado, en corresponsabilidad entre las familias, el Estado, el mercado y la comunidad.
Entre otras acciones, contempla la creación y la promulgación de leyes y la ejecución de programas para transformar el cuidado en una actividad formal, que proporcione ingresos económicos a quien los realiza.
El principio que regula el Sistema Nacional de Cuidados, del cual forma parte el Plan, es la solidaridad, que implica la distribución de las tareas de cuidado con una visión de derechos de género e intergeneracionales —el documento explicita que no se trata de fomentar acciones caritativas—.
Un ejemplo: se propone un modelo de Casas de Cuidados Comunitarios para niños de 45 días a un año de edad, en el que una persona capacitada por el Estado, y certificada, se hace cargo, en su propia casa —avalada—, de tres bebés, a cambio de un sueldo. Otro ejemplo: se contempla un subsidio para que las familias que tienen a su cargo a personas con discapacidad severa puedan costear horas de cuidado por profesionales o en centros de cuidado permanente.
La abogada Cinthia Ramírez afirma que, con independencia del modelo de gobierno que dirigirá a México en los próximos años, es vital la creación de un modelo de solidaridad social para las personas con necesidades especiales y sus cuidadores. “No a través de la caridad, sino de la regulación”.
La vida de Ángela Torres dio un drástico giro de 180 grados el 9 de marzo de 2009. Ese día recibió una llamada de la policía en la fábrica donde trabajaba. Su madre se había perdido. La encontraron por la noche en un bar, con un brote de esquizofrenia. Era sábado y el lunes tenía que volver al trabajo. Una amiga se hizo cargo de la madre durante los primeros días. Al cuarto tuvo que dejar su empleo. Foto: Robert Ramos
Cinthia es reconocida por sus colegas, profesores y alumnos por sus capacidades para acompañar asuntos de derechos humanos —incluso ante los tribunales interamericanos—, pero no puede ejercer tanto como quisiera. Tiene un hijo pequeño con autismo. Desde el teléfono, en los pequeños lapsos de siesta de su niño, la abogada sugiere comenzar a discutir sobre opciones para los cuidadores. “¿Qué pierde el país cuando no podemos trabajar?”, se pregunta.
Aldo Flores, veinteañero, perdió su empleo administrativo en una empresa que prepara a jóvenes para exámenes académicos. Renunció cuando supo que no iba a obtener los permisos para atender a su madre, quien no se recupera de un derrame pulmonar; lo cuenta en la terraza de la Clínica 89 del IMSS, donde se toman un descanso unas 20 personas que tienen a alguien ahí internado.
A su lado, Jesús García admite que nomás porque es el gerente de una maquiladora se puede tomar unas horas para acompañar a su madre, que se fracturó la cadera y pasará varias semanas en la 89. Afirma, sin darse cuenta, que su empresa es comprensiva, porque les permite a sus empleados faltar cuatro días al año cuando tienen un pariente enfermo.
No todos los que están en la terraza tienen un pariente enfermo. A Gilberto, un bombero de la ciudad de Tequila, lo mandaron a acompañar a un paisano al que le amputaron la pierna. Los bomberos de ese municipio atienden tres o cinco situaciones como ésta cada semana. “Son casos complicados, porque los parientes que los cuidan dejan de trabajar y no tienen ni para traer a sus enfermos a la ciudad”.
Parece que los Bomberos de Tequila hacen un esfuerzo aislado para ofrecer servicios de traslado a la zona metropolitana. Pero este esfuerzo puede terminar de pronto, porque es informal.
“Hay aspectos que no pueden quedar a la buena de Dios; deben estar regulados. Si no nos hacemos cargo de las personas con discapacidad y de sus cuidadores, estamos mandando el mensaje de que existe un mundo en el no cabemos”, dice la abogada Cinthia Ramírez, con experiencia teórica y empírica.
Ojalá mi padre, Jesús Robles, viva para verlo. m.
José Carnero junto a su hijo cuando el niño estaba siendo tratado por una leucemia que ya ha superado. Foto: José Guzmán