Los adictos del nuevo siglo

Los adictos del nuevo siglo

– Edición 504

Foto: Cottonbro Studio vía pexels.com

Todos alrededor también viajamos en una pantalla. Un chico escucha a Carín León en Spotify. En Google, una mujer lee una oración a san Cayetano. Un hombre ve un meme de Musk en Instagram. Recuerdo la voz de Nora Volkow: “Es una situación que ahora vemos por todos lados, las personas ya no están con los demás”

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¡Levante el pie antes de salir de las escaleras! ¡Levante el pie antes de salir de las escaleras! Antes de salir de las escaleras, ¡levante el pie!

La cantaleta se repite todas las mañanas de lunes a viernes, en la estación Guadalajara Centro de la línea 3 del Tren Ligero, justo a la hora en la que miles de personas se dirigen a poner en marcha la maquinaria social. No es una grabación, sino la voz de un hombre entrado en los treinta, un guardia de seguridad. De rostro fino, con vestigios del acné de la pubertad y un bigote desprolijo, el joven viste y calza un Pantone negro ébano. En la mano izquierda sostiene, con firmeza, un altavoz, como un francotirador que apunta a un blanco. Dispara una ráfaga de instrucciones —más que órdenes suenan como súplicas —que, con suerte, penetrarán por el lóbulo frontal izquierdo de quienes, cegados a esa hora, se elevan desde el subsuelo sobre peldaños eléctricos hacia el corazón de la ciudad.

“Antes de salir de las escaleras, ¡levante el pie!”, insiste el guardia. Y, después de un rato de indiferencias fugaces: “¡Que levante el pie, con una…!”.

Cómo no va a estar furioso. Aunque traiga traje de policía, sus jefes le asignaron el trabajo de un lazarillo que guía a decenas de ciegos, que lo son no porque se hayan quedado sin ver, sino porque tienen la vista vacía. Sólo tienen ojos para las pantallas. Con las cabezas hacia el piso, viajan por uno de los universos programados por la oligarquía tecnológica: Facebook, Instagram, WhatsApp, TikTok, X, Spotify, YouTube, Google. El hombre del megáfono es, en realidad, un guardia contra accidentes provocados por el uso del celular.

La curiosidad me obliga un día a detenerme para observar la escena. El reloj corre. Uno, cinco, seis minutos bastan para que la primera víctima de sí misma, una adolescente con la mochila en la espalda, deba hacer contorsiones para no tropezarse cuando la escalera eléctrica se le acaba. Todo por no hacerle caso al del altavoz, un servicio exclusivo que ya quisieran los usuarios del metro de Nueva York.

Resulta que con tanta información al alcance de nuestras manos, ojos y cerebros que nos ofrecen las pantallas, un policía debe indicar cómo se sobrevive a unos simples peldaños automáticos.

Abro hilo largo

La decisión de regular el uso del teléfono durante las horas de clases en la escuela de mi hijo de 14 años, donde soy maestro, es tema de un gran debate, cara a cara y en los chats de WhatsApp. Primero se intentó que la juventud entrara al salón con sus aparatos, con el compromiso de ponerles atención a sus profes; no funcionó. “Mi mamá me mandó un WhatsApp [¿A las 9:00 de la mañana?]”. “Lo estaba apagando [No, estás viendo historias en Instagram]”. “Estoy investigando lo del taller de Filosofía [Compadre, estás jugando en Roblox]”. Los adolescentes acabaron reconociendo que no tienen control frente a las pantallas.

Se decidió, entonces, que el celular se apague desde el primer minuto de clases y se encienda cuando algún profesor lo necesite como instrumento didáctico, y durante los recesos. La noticia cayó como baldazo de agua en una comunidad educativa donde la autoridad se ejerce, de manera horizontal, a través de consensos entre padres, madres, profes y adolescentes. Muchos progenitores se alzaron; calificaron la regulación como un atentado contra la libertad de sus hijos e hijas. El chat de madres y padres se llenó de notas periodísticas, estudios científicos y ejemplos de los 79 países que han prohibido el uso de los móviles en las escuelas (según la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura, la UNESCO). Los padres inconformes exigen que, sin regularlo en ningún momento, la escuela enseñe a los y las adolescentes cómo usar el celular.

Mi debilidad por Nodal

Marc Masip es el director de Desconect@, un centro en Barcelona, España, que trata a adolescentes que sufren una adicción tecnológica. El especialista plantea que se trata de un problema de salud pública y que los gobiernos deben legislar al respecto, pues la educación no ha funcionado. “Los lugares donde más utilizan el celular las chicas y los chicos son su habitación y el baño. Son sitios muy parecidos a los que usa el drogadicto. […] Para nosotros es más complicado atender una adicción al móvil que a las drogas”, relata en el pódcast de Rafa Guerrero, en Spotify.

La edad a la que se accede a una pantalla es el origen de la enfermedad, según Masip: “Nos dicen que lo importante es que lo sepan utilizar. Bueno; empecemos todos a conducir a los 12 o todos a beber alcohol a los 12 o 15 años”. Tal vez no exagera. Se sabe que las redes sociales, en particular los “laics”, tienen en común con los enervantes la generación de dopamina, una sustancia que provoca placer, como declaró en enero pasado al diario español El País la entonces directora del Instituto Nacional sobre el Abuso de Drogas de Estados Unidos, Nora Volkow.

En sus palabras, las grandes empresas tecnológicas “pueden hacer lo que les dé la gana con tal de atraer la atención de las personas. […] De esa forma logran que pases una gran cantidad de tiempo en las redes sociales y eso está generando una problemática social muy intensa, que no solamente produce patrones de compulsividad, sino que también ha polarizado las actitudes de la gente”.

A escala mundial, 62.5 por ciento de las personas se conecta a internet en promedio unas 6.5 horas al día. En México, 74 por ciento de la población adolescente o de mayor edad usa internet casi nueve horas diarias, según las voces de especialistas de la Universidad Nacional Autónoma de México, la UNAM. De estas, casi seis horas las dedicamos a mirar y publicar en las redes sociales, según Luis Ángel Hurtado, académico de esa institución.

Después del debate en su escuela, mi hijo y yo acordamos recortar el tiempo en el teléfono. Él pasaba hasta siete horas frente a las redes. Yo, tres. ¿En qué se me iban? Una gran parte en leer noticias. Otra, en mirar memes y discutir diferencias ideológicas con gente a la que nunca voy a conocer. También en babosear en Marketplace… y en seguir el novelón de Ángela Aguilar, Cazzu y Christian Nodal. Nunca lo pedí, pero Facebook me lo recetó como a una mascota y yo obedecí.

Dos escenas para meme

El calendario marca 19 de enero de 2025. El mundo gira, incierto, ante el segundo mandato del republicano Donald Trump, que comenzará un día después. En mi casa se celebra un cumpleaños. Mientras llega el resto de la familia, mi hija veinteañera se toma un café, al tiempo que desplaza el índice derecho hasta el infinito del TikTok. Es lo que hace en los últimos meses. El mundo no le importa, ella lo dice… A menos que les importe a los influencer. Por eso se escandaliza cuando, desde un reel, una joven de su edad se pregunta: “¿Qué va a pasar con todos los “tiktokers” del mundo a partir de mañana?”. Resulta que la verdadera amenaza de estos tiempos es que Trump odia TikTok.

“¡Ay, no!”, exclama mi hija, que lleva horas absorta. Su temor más profundo no es ni el cambio climático ni la deportación masiva de personas a América Latina, sino el futuro de TikTok. Ni ella ni yo sabemos aún que, en unos días, Trump abrirá la posibilidad de que su amigo Elon Musk, el dueño de x, compre la red, a los influencers y a sus seguidores.

Mi hija y yo desconocemos, también, que Instagram, Facebook, X, Amazon, Google y TikTok —sus dueños— escudarán a Trump durante su toma de posesión, en una imagen que ilustra lo que Yannis Varoufakiz, el exministro de Economía de Grecia, ha definido como tecnofeudalismo: “Los mercados están siendo desplazados por feudos de la nube, creados a partir de capital digital. En estos feudos, productores y consumidores son vasallos o siervos del dueño de esa plataforma digital que se dedica a acumular renta. […] No existen medios de producción que ofrezcan la venta de productos, sino medios de producción de modificación del comportamiento”, como le dijo a eldiario.es en marzo de 2024.

Pero estamos en 2025; el 20 de enero se anuncia que habrá deportaciones masivas de migrantes desde Estados Unidos; se publica que los gobiernos tiemblan frente al arribo de Trump y circula una fotografía de su amigo Musk haciendo el saludo nazi. De todo esto me entero por las noticias que se escurren por la pantalla de mi celular, mientras me desplazo en la línea 3 del Tren Ligero.

Hago un conteo rápido. Todos alrededor también viajamos en una pantalla. Me muevo y planto el ojo como buen chismoso. Un chico escucha a Carín León en Spotify. En Google, una mujer lee una oración a san Cayetano. Un hombre ve un meme de Musk en Instagram. Recuerdo la voz de Nora Volkow: “Es una situación que ahora vemos por todos lados, las personas ya no están con los demás. Cada una está con su celular y se te pasa el mundo y ni siquiera te das cuenta”.

El tren hace un alto. Las puertas se abren en la estación Guadalajara Centro. Entre la multitud que baja vamos el muchacho, la rezandera y yo. Ellos y otros siguen en el teléfono cuando alcanzan la escalera eléctrica, san Cayetano es mi testigo.

Arriba, una voz agazapada suena, como la sirena de una ambulancia. “¡Levante el pie antes de salir de las escaleras!”. Es el hombre vestido de policía, el guardia contra accidentes provocados por el uso del celular que ya quisieran en Nueva York. Lástima, nadie lo mira.

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MAGIS, año LXI, No. 504, marzo-abril de 2025, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A. C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Édgar Velasco, 1 de marzo de 2025.

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