En el poema que aquí presentamos se oye también, como una suerte de plegaria, el más puro anhelo de abandonarse en las manos de una divinidad ignota
Ahí estuve yo.
En la calle inclinada
tocando para nadie,
jugándome la vida
en doble aliento,
Entre el ansia de la verdad
y el deseo
de ponerme en las manos
de un Dios desconocido.
Un Dios con vida propia
que caminara junto a mí
por la gran avenida,
un amigo a quien preguntarle
por qué la libertad
es el mar interior
de las batallas.
No el Dios ajeno
al que rezaba mi madre,
quería un Dios personal
que me salvara de mí mismo.
* * *
Con este título, Lobo de ciudad grande, Silvia Tomasa Rivera (El Higo, Veracruz) entrega un libro donde puede escucharse, al fondo, una pieza de jazz interpretada por un saxofonista invisible. Y es que, a lo largo de esas páginas, la poeta, con su habitual maestría, presta su voz para que a través de ella se deslicen las notas de una vida —las varias vidas— de un músico nómada, santo bebedor, noctámbulo irredento. Una trayectoria que parece sólo hallar refugio en las entrañas de la música y entrar en batalla con todo lo demás. Tal vez porque lo que se busca es aquella libertad sin adjetivos, a la que concibe como “esa ráfaga de alas que surca el firmamento”, donde la soledad hace sonar en voz baja el oscuro acento de un blues. En el poema que aquí presentamos se oye también, como una suerte de plegaria, el más puro anhelo de abandonarse en las manos de una divinidad ignota, que diera respuesta de una vez por todas a las más íntimas y apremiantes preguntas. Silvia Tomasa Rivera forma parte del Sistema Nacional de Creadores de Arte y ha obtenido, entre otros, el Premio Internacional de Poesía Jaime Sabines. Vale la pena destacar entre sus libros Duelo de espadas, Vuelo de sombras y Flores que matan. Una bibliografía a la que se suma Lobo de ciudad grande (La Otra/UANL, 2021) y conforma una de las aventuras más audaces e intensas de nuestra poesía.