Lita Cabellut: un retrato al fresco
Daleysi Moya – Edición 487
Aunque Cabellut dice centrarse en el ser humano a la hora de construir sus obras (“Pinto personas en las que uno necesita encontrar la verdadera belleza detrás de la piel. Tengo debilidad por los desvalidos, y una parte de mí siempre se quedará con ellos”), es evidente su interés por la imagen femenina.
La obra de la artista española de origen gitano asentada en los Países Bajos, Lita Cabellut (Aragón, 1961), parece ir de la mano de su historia de vida. Una historia marcada por la orfandad, el extravío y la batalla temprana por la supervivencia. Abandonada al cuidado de su abuela siendo aún muy pequeña, Cabellut, cuenta, desandaba las calles de Barcelona intentando rascar algún dinero para salvar el día. A pesar de la situación extrema en la que se hallaba, la mujer que es hoy identifica en aquella niña el germen de lo que vendría luego, a saber: la artista (“Un niño nunca reconoce el arte como algo separado. Vendí estrellas imaginarias en las calles. ¿No es eso un verdadero performance artístico?”).1
A la edad de 12 años, sin embargo, su vida dio un giro inesperado y definitivo. Cabellut fue adoptada por una familia con plata que le brindó estabilidad económica y afectiva, educación, seguridad, y la introdujo en el universo de la pintura. Su primer encuentro con las artes visuales —repite siempre— fue en el Museo del Prado; allí llamó su atención el trabajo de uno de los pintores más grandes de todos los tiempos: Francisco de Goya. Su principal interés estuvo centrado en el manejo que hizo el español de las expresiones humanas, esa capacidad para desmontar psicológicamente la identidad de los personajes más oscuros y desesperados. Es muy probable, pues, que su decisión final de tomar el camino del retrato le deba mucho a ese primer encuentro con los rostros desfigurados de La romería de San Isidro (1820-1823), el cuadro que entonces la dejó absolutamente turbada y que la sigue imantando.
La pintura de Cabellut, no obstante, se iría despojando poco a poco de esta visión de lo humano descarnada y lindante con lo grotesco que es tan propia del Goya de las pinturas negras. Sus piezas más tempranas traen a escena figuras atravesadas por contradicciones interiores (vulnerables a la vez que feroces), con cuentas pendientes y difíciles de desentrañar en una sola aproximación. En estos casos, el trabajo con los componentes fisonómico y psicológico adquiere fuerza, entre otras cosas, de las varias texturas que dan sustancia a la piel de los retratados (superficies craqueladas, grietas, parches) y de un interés deliberado en lo imperfecto y lo sombrío.
Con el tiempo, empero, su obra se desplaza del expresionismo al fotorrealismo, un viaje que implicará la iluminación paulatina de su paleta cromática, el aplanamiento de las texturas y la consecuente “estetización” de sus retratos.
Aunque Cabellut dice centrarse en el ser humano a la hora de construir sus obras (“Pinto personas en las que uno necesita encontrar la verdadera belleza detrás de la piel. Tengo debilidad por los desvalidos, y una parte de mí siempre se quedará con ellos. Lo que me mueve es el retrato del ser humano, de ti, de mí, de nosotros”),2 es evidente su marcado interés por la imagen femenina. Basta con repasar las muchísimas piezas que convocan mujeres de todo tipo, condición y temporalidad, para entender que ésta será una constante que atraviese su quehacer de una punta a la otra. En relación con este asunto, la española ha comentado que un objetivo importante dentro de su pintura ha sido graficar, desde los predios del retrato, las muchas violencias a las que se enfrenta la mujer de hoy y que ella experimentara en carne propia. Violencias, vale precisar, que son físicas, pero también culturales. En una entrevista de 2017, explicaba a propósito de su serie Impulse: “Impulse es una serie sobre el ultimátum de la belleza femenina. Ya ves cómo le eché charcos de pintura a esos cuadros; son ataques realmente violentos. El impulso es siempre un acto de violencia, pero un acto de violencia es también un acto de amor. He vivido mucha violencia, he visto mucha violencia femenina. Para mí también es una forma de abordar este tema, y de soltarlo”.3
En efecto, su producción más reciente invoca esta energía visceral que tanto le interesa a partir de un manejo muy peculiar de la superficie pictórica: luego de realizadas las piezas, desmonta las telas de los bastidores y las somete a duros procesos de desgaste vital. Baila sobre los lienzos, los estruja, los sacude, los rompe. Los efectos de esta especie de intercambio gestual con la pintura son el punto más radical de tantísimos años de experimentación con el medio. Hay que recordar que la técnica que le identifica es la de la pintura al fresco, una técnica que demanda mucha habilidad del ejecutante debido a su alta dificultad a la hora de corregir y que —y es esto lo que más aprecia Cabellut— tiende a agrietarse con el tiempo dada su base de cal. Para ella, toda obra está basada en cierta dosis de alquimia, ese factor fuera del control autoral que aflora como resultado del azar. El azar es también el tiempo, el automatismo del dejarse llevar, el capricho de lo inesperado. De eso va el arte, en última instancia, de eso va también la vida. Cabellut ya lo sabía, sin saberlo, cuando las calles de Barcelona eran su único hogar.
Notas al pie
1. James Badcock, “How a Street Child Became a Leading Artist”, BBC News, 2016.
2. Idem.
3. Elena Cué, “Art Is Velvet on the Outside and Bleach on the Inside, Because it Burns You”, entrevista con Lita Cabellut, Huffpost, 2017.
Para saber más
:: Sitio de la artista.
:: Entrevista.
1 comentario
Un artículo muy interesante desde el inicio, me pareció bastante atrayente y el contenido me llamó mucho la atención, me agradó conocer más sobre esta artista.