Les Luthiers: La risa que nos hace humanos
Jorge Pérez – Edición 461
Con la música y el lenguaje como materias primas, el arte del sexteto argentino es inconfundible. E infalible: lo prueban las multitudes que han reído en sus espectáculos a lo largo de medio siglo. El Premio Princesa de Asturias que se les entregó recientemente los reconoce como “un referente de libertad”
El filósofo francés Henri Bergson afirmaba, en su ensayo La risa, que sólo lo humano es cómico; además, que para el efecto cómico siempre se necesita la presencia del otro. Estas ideas concuerdan con el discurso de aceptación pronunciado por Marcos Mundstock, integrante del sexteto Les Luthiers, al recibir el Premio Princesa de Asturias en octubre pasado: “El humorismo es siempre social, uno no se cuenta un chiste a sí mismo”.
El 10 de mayo pasado, la Fundación del Premio Princesa de Asturias anunció como ganadores a Les Luthiers en la categoría de Comunicación y Humanidades (“El humorismo es comunicación… Comunicación y humanidades”, agregaba Mundstock en su intervención en la ceremonia de premiación). El jurado, conformado por quince expertos y presidido por Víctor García de la Concha, exdirector de la Real Academia Española, emitió un acta donde se resalta el valor del grupo como “comunicadores de la cultura iberoamericana desde la creación artística y el humor”, con un “original tratamiento del lenguaje, de los instrumentos musicales y de la acción escénica”. Remata el documento con la ponderación del grupo como un “espejo crítico y un referente de libertad en la sociedad contemporánea”.
Foto: Gerardo Horovitz
Vida larga
Originario de Argentina y fundado en 1967, Les Luthiers surgió de I Musicisti, un espectáculo cómico-musical del cual Gerardo Masana decidió separarse para crear un nuevo grupo junto con otros cuatro colegas (Daniel Rabinovich, Carlos Núñez Cortés, Marcos Mundstock y Jorge Maronna). La historia comenzó en un ambiente universitario, en el que los integrantes del recién nacido ensamble estudiaban carreras tan disímiles como bioquímica y arquitectura, pero se hallaban congregados en el coro universitario.
Gerardo Masana murió temprano en la historia del conjunto, en 1973. Ese mismo año se sumaron Carlos López Puccio y Ernesto Acher para crear una alineación que permaneció hasta 1986; fue su segunda alineación más duradera, sólo superada por la que mantuvieron desde ese año y hasta 2015, con la muerte de Daniel Rabinovich. Marcos Mundstock dedicó el Premio Princesa de Asturias a los dos fallecidos, Masana y Rabinovich.
Para cubrir el hueco de Neneco, como apodaban a Daniel, a Les Luthiers se sumaron oficialmente Horacio Tato y Martín O’Connor, quienes ya trabajaban en suplencias regularmente. Más tarde llegaría también Tomás Mayer-Wolf para completar la alineación actual. La presencia de Tomás y Martín es particularmente significativa dentro del grupo por su juventud: ambos nacieron cuando sus compañeros ya estaban en activo profesionalmente (1982 y 1966). Esto refleja la vigencia del ensamble con los nuevos públicos y es señal de lo atemporal de su humor.
Imagen de Les Luthiers durante una función en el teatro Marquina, de Madrid, en 1974. Foto: EFE
Erudición que hace reír
Además de los motivos citados por la Fundación Princesa de Asturias, hay otra constante en los espectáculos de Les Luthiers que los han colocado como un referente en el gusto del público: una velada erudición cultural plagada de referencias, en la que los chistes continúan funcionando aun cuando no se conozca a cabalidad el guiño histórico que proponen sus guiones. Esta característica está presente desde los géneros que abordan en la composición de la música: lo mismo madrigales medievales que boleros románticos, evocación de los juglares o estructuras como la de Las mil y una noches. Los textos para sus sketches rescatan también referencias, relecturas y parodias de otros clásicos literarios, incluso con ingeniosas referencias a la epistemología, la filosofía y la psicología.
La música clásica occidental y su tradición han sido motivo constante de parodia para Les Luthiers. Uno de sus personajes más recurrentes es el compositor Johann Sebastian Mastropiero. Este músico ficticio le ha servido al grupo para parodiar el mundo de las artes: el plagio, la calidad, incluso, la entrega de premios, con su show llamado Los Premios Mastropiero.
En sus piezas, a pesar de que la música es el ingrediente esencial de la comicidad, ésta se encuentra también íntimamente ligada al idioma, mucho más cuando se trata de sketches que incluyen una parte cantada o en los casos de canciones completas que son el chiste en sí mismas. Como compositores, han cuidado la versificación y la eufonía, utilizando además palabras homófonas que crean confusión en los personajes, pero también generan un doble sentido que causa risa a los espectadores. Piedra angular de su humor, este doble sentido no hace referencia al albur mexicano, sino a la doble mirada a un tema a partir de una confusión de términos o situaciones, a veces obvia, pero que, para señalarla, hace falta la genialidad de la simpleza. En muchos de los gags verbales de Les Luthiers encontramos esa constante: hay alguien que habla, alguien que escucha y que malinterpreta (como el psicoanalista y el paciente en el diván). Y desde las butacas del teatro, el espectador atestigua la confusión, raíz del chiste.
Más allá de fronteras y coyunturas
Todos estos detalles expresados por medio del español dificultan exportar el contenido de Les Luthiers más allá de las fronteras del idioma de Cervantes. Lo dificultan, pero no ha sido imposible: el grupo se ha presentado incluso en el Lincoln Center de Nueva York, con un show traducido que implicó meses de ensayos, además de un trabajo cercano con el traductor para buscar equivalencia y afinar lo más posible el guión al contexto anglosajón. Además de esta experiencia traducida, el grupo se ha presentado en otros países no hispanohablantes, como Brasil o Israel.
Pero en términos de negocio y público potencial, Les Luthiers no se puede quejar: con 500 millones de hablantes, la patria del español les ha dado ciudadanía en el difícil arte de hacer reír pese a las sutiles diferencias que representan las variantes del idioma entre país y país. El trabajo de perfeccionamiento de sus espectáculos cuando salen de gira incluye ligeros cambios de palabras para que el chiste encaje.
Otro factor que hace que los shows de Les Luthiers sean apreciables sin importar en qué lugar de Hispanoamérica se presenten es que han eludido el humor “de coyuntura”. Lejos de hacer mofa del momento o de personajes en boga (algo que siempre se ciñe a las fronteras del país, si no es que de la ciudad misma), lo que persigue Les Luthiers a lo largo de su carrera es un humor sin ataduras temporales. Ello resulta evidente cuando presentan sus shows de antología, en los que rescatan sketches de hace 40 años que son recibidos por el público de una manera fresca, como sucedió en su visita a Guadalajara en 2016, cuando presentaron ¡Chist! en el Auditorio Telmex.
También le han dado la vuelta a la politización, es decir, al humor a partir de las figuras públicas de la política. Ello les permitió algo inédito en Argentina, o por lo menos poco usual en el ámbito de las celebridades: una aceptación unánime. El grupo fue creado en una época (la segunda mitad del siglo XX) en la que la situación de Argentina estaba continuamente en tensión por los golpes de Estado y militarizaciones, de la mano de crisis económicas y políticas. Esto no quiere decir que Les Luthiers estén desconectados de su realidad inmediata: esporádicamente han recurrido a la imagen política, como en su sketch titulado “La Comisión”, tal vez el más popular y extenso en esa temática, en el que un par de políticos dialogan acerca de sus planes para modificar el himno nacional. Por otra parte, han evitado el chiste fácil de la grosería, cada vez más frecuente entre los comediantes de stand-up.
Fuera de sus guiones, la política sí ha tocado a Les Luthiers, con un episodio contado de boca en boca hasta que finalmente fue confirmado por el grupo: durante la dictadura militar de 1976 a 1981, el dictador Jorge Videla no nada más era fanático declarado del ensamble, sino que también los visitó en los camerinos tras una función. Carlos Núñez Cortés bromeaba al respecto al afirmar que sí, en efecto, Videla era fanático de ellos, pero “nosotros no éramos fanáticos de él”.
Al respecto de la política, la risa y el humor son clave para entender la libertad, de allí que el acta del Premio Princesa de Asturias los citara como un “referente de libertad”. Es frecuente el símil de citar al humor como “el canario en la mina”: si muere, es porque hay peligro. Allí donde todavía se puede bromear, aún queda libertad de pensamiento y de expresión; aunque en contextos autoritarios parezca que el único que puede hacer chistes es el bufón del rey (o del dictador). Fundado el ensamble poco después del golpe de Estado de 1966 y con un auge de popularidad durante la dictadura de la junta militar que comenzó un decenio después, la existencia de Les Luthiers representó una válvula de escape para la sociedad que veía la persecución y la desaparición de ciudadanos por sus ideas políticas: una luz al final del túnel del autoritarismo.
Más allá de Videla, Les Luthiers ha tenido vínculos con otras figuras emblemáticas de Argentina, en rubros más positivos. La más recordada sucedió en 2014 sobre el escenario del Teatro Colón, máximo recinto de las bellas artes en Buenos Aires. La velada convocó a los pianistas argentinos Martha Argerich y Daniel Barenboim, ambos reconocidos mundialmente. Además de sentarse al piano, Barenboim fungió como director, en un espectáculo en el que Les Luthiers incluyó la clásica referencia a Johann Sebastian Mastropiero. La función se realizó dentro del Festival de Música y Reflexión, iniciativa de Barenboim.
Trabajo de lauderos
Lejos del piano, el tema de los instrumentos musicales (acerca del cual el Premio Princesa de Asturias resalta el original tratamiento que el grupo les da) es inherente al nombre: Les Luthiers, vocablo de origen francés traducible como “lauderos”, es decir, que fabrican instrumentos. Desde sus comienzos en la década de los sesenta, como parte de la broma, decidieron ellos mismos construir para sus presentaciones buena parte de los instrumentos que tocan, creando así también toda una estética visual.
Como base, Les Luthiers utilizan instrumentos convencionales (piano, banjo, bajo, guitarras, teclados), pero, en gran medida, la esencia del grupo radica en sus propias creaciones como lauderos. Su lista de instrumentos informales, como se les llama, incluye 12 instrumentos de cuerda, 22 de viento, 10 de percusión y dos electrónicos. Buena parte de ellos remite a lo lúdico de la extrañeza desde su apariencia. El propio grupo divide su creación de instrumentos en tres rubros: los derivados (hechos a partir de otros ya conocidos), los construidos tomando como base un objeto de la vida diaria (sillas, bicicletas, cocos, percheros) y, por último, las invenciones puras, resultado de sus investigaciones para producir sonidos (como el yerbomatófono d’amore, instrumento de viento creado a partir de calabazas de mate). Uno de los artefactos que más llaman la atención en el escenario es el denominado bolarmonio, creado con pelotas (bolas) y armónicas: una especie de órgano de más tres metros de largo, con uno de altura, que acompaña al piano para interpretar el blues “Rhapsody in Balls” en su espectáculo Lutherapia.
Carlos López Puccio saluda al rey Felipe VI, de España, durante al entrega de los premios Princesa de Asturias 2017. Foto: EFE
A propósito de Lutherapia, la terapia misma ha sido una actividad presente, no sólo en el escenario, sino también en la vida cotidiana de Les Luthiers. Siendo, como es, una práctica característica de Argentina (según la Organización Mundial de la Salud y su Atlas de Salud Mental de 2014, el país sudamericano es el más poblado de psicoanalistas, con 200 por cada 100 mil habitantes; la media mundial es de 10), no es de extrañar que Les Luthiers acudiera a terapia en conjunto. Según los propios integrantes, fueron 17 años los que estuvieron en terapia con Fernando Ulloa, referente de la disciplina en Argentina, y ello les permitió permanecer unidos. Las sesiones empezaron cuando Masana, el fundador, enfermó de leucemia. Era el líder, y sin él, el resto del grupo tuvo indicios de rencillas que lo pudieron haber llevado a su desintegración.
Tras superar las adversidades, con todos esos años de existencia, el repertorio es copioso y suma 174 opus, en géneros tan disímiles como la cantata, el cuento infantil, el madrigal, el candombé, la emblemática milonga del Cono Sur, el también clásico tango, el blues, el bolero y un largo etcétera. Este censo de obras ha ido sumándose en sus numerosos espectáculos, a la fecha 37, en varios de los cuales (los más recientes) han combinado viejos números a manera de antología. En ellos, la actuación y la música se intercalan para darle forma a la diversión que presentan. Más que la obra de arte total con la que soñaba Wagner en La obra de arte del futuro (una ópera que conjugara danza, música, poesía, arquitectura, artes plásticas, etcétera), lo que ha hecho Les Luthiers es acaso una obra de humor total: el chiste como epicentro de la risa, efectos sonoros para sumar a la comicidad, gags para ilustrar y reafirmar en escena la reacción de la gente, todo conjugado con la personalidad y el trabajo en equipo de cada uno de los integrantes. m.