Las ciencias exactas también son humanas
Vanesa Robles – Edición 469
Una pinta en una universidad de Brasil da cuenta de la importancia de las llamadas ciencias duras en el bienestar de las comunidades. El ITESO contribuye con la utopía por medio de proyectos multidisciplinares
Un día presumí que, tras casi 28 años de andar por el ITESO, podría caminar por el campus con las luces apagadas. La realidad es que ni con la luz del día supe llegar a los edificios de la Universidad donde se enseñan las llamadas ciencias duras o exactas. Hasta hace poco veía estas licenciaturas como ajenas al mundo de las ciencias sociales, pero lo cierto es que este texto, que trata acerca de la responsabilidad de la ciencia en el bienestar social, lo escribo en el teclado de una computadora mientras engullo una ensalada de atún de lata, con fórmulas de conservación que un conocedor creó en un laboratorio. Igual de cierto como que las computadoras no resuelven todo y tampoco todas las personas tienen acceso a una lata de atún.
El doctor en Agroecología y profesor investigador del Centro Interdisciplinario para la Formación y la Vinculación Social (Cifovis) del ITESO, Jaime Morales Hernández, resume el problema de la siguiente forma: “El mejor software no existe para quien no puede acceder a él”.
Más que la inclusión de más materias de ciencias sociales en las licenciaturas de ciencias duras, continúa el académico, hace falta que el pensamiento complejo —el que mira la realidad desde varias disciplinas— sea un asunto transversal. En opinión de Morales, es un error pensar que la ciencia y la tecnología son buenas por sí mismas —una prueba es la bomba atómica—. La universidad es el mejor espacio para discutir cómo se generan, quién las financia, cuáles son útiles para cada contexto y cómo pueden ponerse al servicio de quienes las necesitan.
Varios especialistas afirman que los conocimientos científicos pueden hacer la diferencia entre un país maquilador, como México, y otro más independiente, que genera sus propios avances con mayor justicia.
Innovación con impronta ignaciana
En el ITESO existen algunas muestras de cómo las fórmulas y la ciencia generan bienestar social.
Una de ellas, por ejemplo, es el involucramiento que tuvieron varias carreras en la recolección y el análisis de datos en las comunidades de Mezcala de Asunción y San Pedro Itzicán, en la ribera del lago de Chapala, donde la contaminación del agua habría provocado un ascenso importante de casos de insuficiencia renal y muertes.
El trabajo de investigación de integrantes de los departamentos de Matemáticas y Física (Maf), de Estudios Sociopolíticos y Jurídicos (Desoj) y de Estudios Socioculturales (Deso), junto con el de una egresada de Ingeniería Ambiental y de estudiantes de la maestría en Derechos Humanos y Paz que participaron en la recolección y el análisis de datos, desembocaron en la presentación del caso en la XII Audiencia del Tribunal Latinoamericano del Agua (TLA), del 22 al 26 de octubre de 2018.
Liderada por el profesor investigador Carlos Peralta, del Desoj, la investigación concluyó que existen inconsistencias y cifras duplicadas en la información acerca de las condiciones del lago de Chapala que tiene la Comisión Nacional del Agua —nada menos— y que el acuífero alberga grados de contaminación “muy por arriba” de los que permiten la Norma Oficial Mexicana (NOM) y las regulaciones internacionales.
Como éste, la Universidad ofrece otros varios proyectos de aplicación profesional en los que las ciencias duras y las no tan duras conviven en armonía.
“No hay ingenieros no humanos”.
David Ochoa González, coordinador de Ingeniería Mecánica
“Las [ciencias] exactas también son humanas”. Así decía una pinta en la Universidad Federal de Santa Catalina, en Florianópolis, Brasil, donde David Ochoa hizo su doctorado, y así resume este académico la falsa separación que existe, según la creencia común, entre las ciencias exactas y las humanas. “No conocemos a nadie que haga ingeniería que no sea humano”. En cambio, la idea de que hay un divorcio disciplinar sí puede hacer parecer a la ciencia inalcanzable y excluirla de la realidad humana.
“Todas nuestras acciones contribuyen o entorpecen la justicia social. ¿Cómo hacemos para tomar las riendas de estas tecnologías para que respondan a las necesidades de una sociedad más justa?”, e inmediatamente se responde: “Quizá cuando la sociedad, con una diversidad de cosmovisiones, se apropie de la tecnología”.
Recuerda que, a través del Fablab, un laboratorio de fabricación digital, el ITESO intenta “sacar la ingeniería de las universidades”. Hoy, el proyecto tiene un espacio en el cerro del Cuatro; un local con máquinas de plotter, impresora y cortadora láser, accesibles a las personas del barrio. El sueño es la reconstrucción del tejido social y la generación de empleos por medio de la transferencia del conocimiento.
“Inges” con identidad humanista.
Gaby Gallegos Romero, profesora del Departamento del Hábitat y Desarrollo Urbano (DHDU)
Las personas creen que los ingenieros y los arquitectos son cuadrados y aportan poco a la justicia social. “No es así”, afirma la profesora Gaby Gallegos.
Desde el PAP Laboratorio de Innovación y Diseño Sustentable para la Vivienda, explica, “hacemos una reflexión continua de nuestra aportación a la calidad de vida de las personas”. Ahí, después del ii Congreso Internacional sobre Sustentabilidad en los Hábitats, en septiembre de 2018, surgió el prototipo para la construcción de una vivienda sustentable que se adapta al territorio, al contexto y a las necesidades de una familia de Tequila, Jalisco. Financiada por la Fundación Beckmann y hecha a partir de materiales como el bagazo del agave, los catorce estudiantes del PAP le pondrán números y mezcla a la Casa Celosía, de Savage y Bárcenas Studio, que resultó ganador tras una convocatoria.
En este PAP participan estudiantes de Diseño, Ingeniería Financiera, Mercadotecnia, Arquitectura e Ingeniería Civil. A decir de la coordinadora, el trabajo en el campo cambia su mirada de la realidad: “Desde que se integran, podemos ver cómo se va formando su identidad humanista”.
El nutriente social se llama conciencia.
Raquel Zúñiga Rojas, coordinadora de Ingeniería de Alimentos
Varios estudiantes de Ingeniería en Alimentos y uno de Ingeniería Mecánica trabajan juntos con un propósito de interés superior: que niños en situación de pobreza tengan acceso al más básico de los derechos humanos: alimentos con nutrientes. Sin éstos, el cerebro no se desarrolla.
La coordinadora de Ingeniería en Alimentos, Raquel Zúñiga Rojas, narra que el proyecto comenzó en 2017 y, por su importancia, obtuvo un premio Arrupe: el equipo enriqueció dos productos que ya ofrecía el Organismo de Nutrición Infantil (ONI). También creó algunas fórmulas que, literalmente, se hacen puré en la planta procesadora del Banco Diocesano de Alimentos de Tepatitlán, que es parte de la iniciativa Jalisco Sin Hambre. La institución recibe un excedente de fruta y hortalizas: algunas se harán papilla, otras se deshidratarán con energía solar para que muchas familias que necesitan frutas y hortalizas las incorporen a su dieta diaria.
Desde que comenzó, en agosto de 2005, la licenciatura ha trabajado en esa línea, afirma la doctora Zúñiga, quien ha sido testigo de cómo en el trabajo de quienes estudian o egresan de Ingeniería de Alimentos existe un proceso de transformación que va más allá de la formulación de comida e incluye un nutriente vital: la conciencia social. .