La posibilidad de lo imprevisible
José Israel Carranza – Edición 492
Si una relectura, ya sea inmediata o emprendida mucho tiempo después, nos revela algo insospechado, y si nuevas revelaciones se producen cada vez que volvemos a pasar los ojos por las mismas páginas, el libro tiene una suerte de existencia independiente de nuestra memoria y de nuestras expectativas
Tal vez una prueba elemental para distinguir los libros que son mero pasatiempo de aquellos que pueden volverse indispensables consista en calibrar su calidad de caleidoscopios. Si una relectura, ya sea inmediata o emprendida mucho tiempo después, nos revela algo insospechado, y si nuevas revelaciones se producen cada vez que volvemos a pasar los ojos por las mismas páginas, por las mismas líneas, el libro tiene una suerte de existencia independiente de nuestra memoria y de nuestras expectativas (Borges, claro, lo ideó como nadie: un libro cuyas letras están moviéndose todo el tiempo cuando lo dejamos en el librero, incapaz de ninguna quietud y de ninguna repetición). En cambio, si al releer corroboramos que pasa lo que ya sabíamos que iba a pasar, bien podremos rotular ese libro con nuestro olvido y pasar al siguiente.
Es cierto que Don Quijote, por lo general, se muere al final de la segunda parte del Quijote. Pero eso no impide que, alguna vez, en la lectura o la relectura deslumbrada que haga un lector afortunado, el viejo caballero por fin se salve. Para eso, quizá, leemos el Quijote una y otra vez.
El orden de las sinapsis
Continuación de ideas diversas, de César Aira (Jus)
¿El azar rige el pensamiento? ¿O la sucesividad de las ideas está determinada por una secreta voluntad discursiva de coherencia, de armonía, de legibilidad? De ser así, habría que encontrar la forma de ese entramado, distinguir los principios de la ilación que rige y va activando las sinapsis en medio del océano neuronal —a veces tempestuoso, siempre insondable—, y eso no cualquiera. Sólo alguien como Aira, que sabe que la escritura bien puede imponer un orden. Entrar a este libro es como internarse en el cerebro de uno de los autores más insospechables que existen. Y eso es fascinante.
Un mosaico
Centuria, de Giorgio Manganelli (Anagrama)
Es un libro breve, pero contiene cien novelas. Cada una, pese a su extremada economía verbal —o quizá gracias a ello—, es inmensa. Hechas con las ansiedades, las incertidumbres, las convicciones, las ilusiones, la indefensión y la gloria de que todos somos capaces en un momento dado, y hechas también con una imaginación incontenible, estas cien novelas son un mosaico incesantemente móvil que, en su infinita variedad de colores, bien puede recrear con toda fidelidad eso que conocemos como experiencia humana. Cada lectura depara, siempre, la ocurrencia de lo inesperado.
El mapa, los caminos
Buenos Aires Tour, de María Negroni (Aldus)
Hacia comienzos de este siglo, la poeta María Negroni, el artista visual Claudio Macchi y el artista sonoro Eduardo Rudnitzky pusieron un vidrio sobre un plano de Buenos Aires y luego lo estrellaron. Las grietas que se produjeron dibujaron los caminos que iban a seguir para capturar, conducidos así sólo por lo imprevisible (no hay arte que no sea descubrimiento), lo que debían ver y oír de la ciudad. Y Negroni estuvo a cargo de ponerles palabras a esos hallazgos. Toda ciudad en el mundo debería ser objeto de una exploración así.
La novela infinita
Si una noche de invierno un viajero, de Italo Calvino (Siruela)
¿Una novela que no empieza nunca? O, tal vez, una novela que prefiere hacer otras cosas en lugar de empezar. O, quizás, un conjunto de historias que se suceden y se superponen delante de nuestra atónita atención, de tal forma que, al leer, dudamos incluso de eso que estamos haciendo, y llegamos a sospechar que sólo hemos sido concebidos por la imaginación del autor para que acontezca la literatura contenida entre la primera página y la última… Como sea, una maravilla inacabable, que terminará asentándose en la memoria con el brillo que posee lo más entrañable.
El juego, la vida
Rayuela, de Julio Cortázar (Alfaguara)
Cortázar, célebremente, prescribió dos posibles lecturas para este libro, una de ellas guiada por un orden sólo aparentemente aleatorio de los 155 capítulos, y otra más convencional que, llegado al final del capítulo 56, puede detenerse y desentenderse del resto. Lo cierto es que Rayuela admite infinitas formas de recorrer los tiempos que contiene, las vidas que habitan esos tiempos, y cada vez lo fortuito obrará de un modo subrepticio, para que nos ocurra algo que no habríamos sido capaces de anticipar. Como pasa en la vida, que es también irrepetible.