La palabra en el cine: más allá del naturalismo
Hugo Hernández – Edición 508

Es posible consignar usos felices en la abundancia de palabras, a veces con resultados prodigiosos. Y si a menudo en la abundancia la palabra pierde fuerza, en la escasez se potencia, a veces con resultados prodigiosos
En el origen fue el silencio. Después llegó la palabra escrita, en los intertítulos de las películas silentes. Pero desde que el cine “aprendió” a hablar parece no estar dispuesto a prescindir de la palabra. En particular el cine estadounidense, que en aras de un supuesto naturalismo se caracteriza por una verborrea abundante. Es muy raro que, además, las películas no concluyan con explicaciones verbales que clarifiquen la resolución de la historia y, a veces, hasta el mensaje o el tema. De esta forma se menosprecia el potencial de la forma cinematográfica y nos acercamos al teatro más rudimentario.
Pero aun en la abundancia es posible consignar usos felices de la palabra, a veces con resultados prodigiosos. Es lo que sucede cuando esta cubre funciones que van más allá del naturalismo. Así lo podemos constatar en algunas producciones —a menudo de cinematografías europeas— con deliberada raigambre literaria.
Si en la abundancia a menudo la palabra pierde fuerza, en la escasez se potencia. Los anales de las series de televisión animadas —mejor conocidas como caricaturas— registran que la Pantera Rosa habló sólo una vez: en un capítulo que evoca el diluvio universal, al final del cual se pregunta: “¿Por qué los hombres no pensarán como los animales?” (como los animales de Flow, que vimos recientemente, que conviven y colaboran en silencio). A partir del resultado de las aventuras panteriles, el seguidor de la serie seguramente tenía claro que le habría ido mejor a personajes antropomorfos si pensaran un poquito.
Las vacaciones del Sr. Hulot (Les vacances de Monsieur Hulot, 1953), de Jacques Tati
Monsieur Hulot (al que da vida el mismo Tati) es alto y desgarbado, y transita por la vida con gracia y ligereza. Es afable y amable; es hombre de pocas, muy pocas palabras, y cuando habla sus parlamentos son ininteligibles. En sus vacaciones viaja al mar con la masa de citadinos. Por allá su irrupción es invariablemente disruptiva; sus acciones provocan desencuentros… y mucha risa. Tati alimenta en esta cinta su aguda reflexión sobre los sinsabores de la civilización. Sus afanes crípticos y críticos hacen de esta una comedia memorable.
El Valle de Abraham (Vale Abraão, 1993), de Manoel de Oliveira
De Oliveira se inspira en Madame Bovary de Gustave Flaubert, pero también Ema, la protagonista de la película, quien es apasionada y despierta pasiones en los hombres con los que se cruza. En la banda sonora, la narración (cortesía de un narrador en voice over) y los parlamentos son abundantes. Pero Oliveira va más allá de la literatura filmada. Como supo ver el crítico español Luis Martínez: la cinta es un “bello e intenso ejercicio en el que las imágenes y las palabras se arman en un arriesgadísimo y vibrante contrapunto”.
El tiempo recobrado (Le temps retrouvé, 1999), de Raúl Ruiz
El cine del chileno Raúl Ruiz se caracteriza por dosis valiosas de lirismo y atmósferas con tintes oníricos. En esta película ingresa en el memorioso mundo de Marcel Proust. No es de extrañar, así, que la palabra circule por aquí como Swann por su lado. La literatura cobra densidad, sí, pero Ruiz sabe que el cine se cuenta con la cámara, y ésta nos conduce (nos narra) con ligereza y movilidad. Pero también la puesta en escena se mueve: algunas partes de la escenografía “adquieren vida”. El resultado es alucinante; gran cine.
Después de la media noche (Dopo mezzanote, 2004), de Davide Ferrario
Martino labora como velador en el Museo del Cine de Turín. Habla poco “porque no sirve para nada” y pasa sus jornadas reeditando viejas películas silentes, en particular de Buster Keaton (a quien emula en más de un rasgo). Una noche recibe un huésped inesperado pero deseado: Amanda. El amor entre ellos transita de lo posible a lo probable, pero ella tiene un novio facineroso que no está dispuesto a dejarla ir. Ferrario hace aquí más que un homenaje al cine: va más allá de las vetustas maravillas de museo; el cine es un artefacto vivo, vigoroso.
Hojas de otoño (Kuolleet lehdet, 2023),de Aki Kaurismäki
Al finlandés Aki Kaurismäki le encanta el silencio. Sin embargo, no elude la palabra. Son pocas, pero son valiosas en el desarrollo de los personajes, pues la palabra compromete. Así sucede en Hojas de otoño, en la que sigue a un hombre y una mujer maduros, tristes y solitarios que coinciden en un bar. El flechazo es inmediato, pero luego aparecen los desencuentros. Con trazos sencillos pero elocuentes, Kaurismäki construye una historia conmovedora en la que el amor es más que una palabra y, consecuentemente, compromete.