La fe de los científicos
Juan Nepote – Edición 438
Se dice que la fe y la ciencia son dos ramas incompatibles y que están en perpetua lucha. Sin embargo, muchas veces los científicos tienen su lado religioso muy bien arraigado.
Quizá los desencuentros entre la ciencia y la religión sean más recordados que sus convergencias: el asesinato —acusado de hereje— del singular astrónomo Giordano Bruno, el enfrentamiento del físico y matemático Galileo Galilei con la Inquisición italiana, el revuelo causado por el naturalista Charles Darwin a partir de su demostración de que la humanidad era el resultado de un luengo proceso de evolución y no el resultado de un consentimiento divino por ser hijos de Dios.
Y, sin embargo, la ciencia no es lo mismo que los científicos; mientras que es posible diferenciar, con toda contundencia, el actuar religioso de la metodología científica —como ha sabido hacer Marcelino Cereijido: “La ciencia es una manera de interpretar la realidad que no apela a milagros, revelaciones, dogmas, ni al principio de autoridad”—, los hábitos y las fobias de los científicos suelen ser más ambiguos: Galileo era un hombre profundamente religioso (dos de sus hijas fueron monjas), y Darwin, luego de su célebre viaje por las islas Galápagos —experiencia donde habitaba la semilla que lo volvería inmortal—, escribió una lista para evaluar lo que entonces parecía la decisión más importante que habría de tomar: ¿debía casarse? Entre las desventajas que Darwin encontraba estaba la de tener “menos dinero para comprar libros”, pero las ventajas estaban encabezadas por una: “tener hijos (con el favor de Dios)”. Finalmente, el padre de la teoría de la evolución de las especies se casó con su prima Emma (quien con el paso de los años sería el mayor motivo de preocupación para Charles, angustiado por la incertidumbre sobre cómo habría de reaccionar ella ante sus peligrosas teorías) y tuvieron diez hijos.
Apóstoles de la ciencia
No debemos olvidar que el polaco Nicolás Copérnico fue un clérigo de la Iglesia católica; que también fueron sacerdotes el austriaco Gregor Mendel, los italianos Lazzaro Spallanzani y Giovanni Battista Venturi, el alemán Martin Waldseemüller y el inglés Roger Bacon, el belga Georges Lemaître. O que el premio más cuantioso que existe se destina a estudios de ciencia y religión (creado por John Templeton para reconocer a quienes contribuyen en la investigación de las realidades espirituales: un millón de libras esterlinas).
Pero también están los científicos que asumen su trabajo como un apostolado y pretenden convencer a todos de que la ciencia es la única interpretación válida de la realidad: Richard Dawkins y Stephen Hawking, por ejemplo, empeñados en usar la ciencia para demostrar la inexistencia de un Dios, con tal vehemencia que se aproximan al fanatismo de las sectas que ellos mismos condenan.
Solemos recordar los desencuentros entre ciencia y religión, pero nos olvidamos de sus puntos de convergencia. m
Para continuar la conversación
:: El espejismo de Dios, de Richard Dawkins (Espasa Calpe, 2012).
:: El gran diseño, de Stephen Hawking y Leonard Mlodinow (Crítica, 2010).