Jorge Manzano, SJ: la alegría de vivir

En memoria de Jorge Manzano, SJ.

Jorge Manzano, SJ: la alegría de vivir

– Edición 437

En memoria de Jorge Manzano, SJ.

El 21 de septiembre de 2013 murió Jorge Manzano, jesuita, filósofo, maestro del ITESO desde hace muchas generaciones. Recuperamos fragmentos de una entrevista realizada en noviembre de 2011, cuando el ITESO y la UdeG se unieron para rendirle homenaje.

 

¿Cómo fue tu vocación de jesuita?

Estaba estudiando ingeniería química e iba muy avanzado. De pronto, no sé cómo, se me ocurrió, me pareció buena onda entrar a la Compañía. Pasé unos meses de discernimiento y cuando me decidí… pues ya. Pasa como con un enamoramiento: te decides, y ya.

Y tu vocación por la filosofía, ¿cómo se dio?

Yo sabía que al entrar a la Compañía entraba en indiferencia [dispuesto a cumplir cualquier tarea que le asignaran] y que me podían dar cualquier cosa: lavar los platos o servir de portero. Estaba dispuesto a eso. Cuando hablé con mi maestro de novicios, le dije que tenía esta carrera iniciada y que la podía terminar y, a la larga, ya siendo sacerdote, trabajar como ingeniero químico para tener contacto con la realidad, dar clases en la universidad y luego dedicarme a la investigación. Me dijo: “El plan se me hace perfecto: ése es tu camino, Jorge, no le dudes”. Después, ya ordenado, cuando el provincial nos iba a dar nuestros destinos, nos dijo que el Instituto Libre de Filosofía tenía “penuria de profesores” y pidió que tres nos ofreciéramos para suplir una temporada. Por primera vez en mi vida pensé mal de un provincial. Payaso —pensé, porque se me ocurrió que ya estaban elegidos los que trabajarían ahí, que eran tres compañeros que siempre habían tenido gusto por la filosofía. Entonces, un poco en esta onda de que el provincial quedara satisfecho, levanté la mano. De los tres, sólo uno lo hizo. El tercero se había arrepentido y ya no fue posible echar marcha atrás. Pensé que era un destino provisional, una temporada, pero de pronto me di cuenta de que no era así. Entonces decidí amar la filosofía. No me considero filósofo o trabajador filosófico. Me interesa más la historia que la filosofía misma.

Tus cursos sobre Kierkegaard, Nietzsche y Platón han sido muy concurridos. ¿Cómo decidiste especializarte en su pensamiento?

Cuando decidí dedicarme a esto, con pasión elegí filósofos que dijeran cosas diferentes de lo que decía la filosofía aristotélica-tomista. Escogí a Hegel, Kierkegaard y Nietzsche. Después, cuando retomé la academia, vi que para mis propósitos era muy interesante Platón. En los últimos quince años me he concentrado en este cuadrilátero, con dos técnicos —Hegel y Platón— y dos rudos —Kierkegaard y Nietzsche—. Los cuatro, si los sabes leer, y me refiero no sólo por encima sino profundizando, te ponen retos muy fuertes a tu existencia concreta.

Viviste varios años en Dinamarca. ¿Cómo fue que llegaste ahí y qué te aportó la experiencia?

Pasé diez días muy intensos en Dinamarca. De ellos hablo en el libro Al rasgarse el arcoíris. Yo había tenido un año sabático y ya me regresaba a México cuando, por un reajuste en mis clases, tuve posibilidad de alargar mi sabático seis meses más. Pedí autorización a mis superiores y me fui a Dinamarca para aprender danés y poder leer a Kierkegaard en los originales. Cuando ya tenía fecha de regreso, en septiembre de 1974, me mandó llamar el obispo de Dinamarca y me dijo, con tono muy humilde: “Jorge, yo sé que estuviste aquí para aprender danés y sé que tienes trabajo en México. Pero te voy a pedir un favor: nos han llegado muchos refugiados políticos de América Latina [que huían de las dictaduras en Sudamérica]. Como obispo católico quisiera estar con ellos, pero mis sacerdotes no hablan castellano y además sé que la mayoría de los refugiados son muy de izquierdas y aquí todos somos de derechas. ¿Aceptas quedarte un tiempecito para atenderlos?”. Tuve que responder en tres minutos. Dije que sí, acepto. Cuando me di cuenta, el “tiempecito” había durado diez años.

Ya que vieron que me quedaba, los jesuitas me dijeron: “Jorge, fíjate que al capellán de cárceles [había uno para todas las cárceles porque los católicos son muy poquitos] que está ahorita lo cambian de ciudad los superiores, así que te toca”. Yo me defendí un poco, pero terminé como capellán de prisiones. Fueron dos trabajos muy difíciles, muy intensos, muy rudos, pero fabulosos.

¿Por qué?

Encontrarse con la experiencia de los exiliados fue terrible. Es inexplicable, incomprensible, cómo matan a la gente, como la torturan tan a sangre fría. Por otra parte, como capellán de cárceles me di cuenta de la verdad de un dicho de Dostoyevski: “El alma del ruso se ve en las cárceles”. Así es: ahí ves al hombre por dentro, entras en lo profundo del ser humano. Si me hubieran dado a escoger, no hubiera escogido estos trabajos. Pero me tocó y muy bien.

A través de tus conferencias, cursos y participaciones en medios de comunicación te has ocupado recurrentemente de temas “sobrenaturales”. ¿De dónde viene tu interés en estos temas?

Es un ámbito que está súper inflado. Entonces, lo que yo he intentado es deslindar a la gente de temores injustificados, que no tienen por qué tener y son muy dañinos. Sobre todo, subrayar el amor de Dios hacia nosotros. Pero es chistoso: si anuncias conferencias como “El amor de Dios a nosotros”, no viene ni mi abuela, y eso que me quería mucho. Entonces, además de saber escoger los temas, hay que saberlos nombrar. Un día alguien me dijo “Oye, el Purgatorio ya lo descontinuaron, ¿verdad?”. Pensé: tendría que organizar un ciclo de conferencias sobre el Purgatorio e indulgencias, pero si le pongo así no viene ni mi susodicha abuela. Entonces lo titulé “Reencarnación y karma”. Vino muchísima gente. Hablé del Purgatorio en un apartado el último día, pero el objetivo era ése.

Al mirar tu vida en retrospectiva, ¿cuál es el hilo conductor que encuentras?

Para responder de forma breve, puedo decir que el hilo ha sido todo lo que puede reproducir la alegría de vivir. Por ejemplo, Nietzsche tuvo una problemática espantosa e inventó un personaje fascinante para resolver todos sus problemas: Zaratustra. Kierkegaard, desde lo trágico que es en el campo de lo religioso, y cuando habla de las renuncias, pide al renunciante que sea feliz y, si no es así, quiere decir que no hizo bien ninguna de sus renuncias. Yo viviría lo mismo, exactamente igual, y con gusto. m

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