Jimena Canales y las cosas invisibles
Gerardo Lammers – Edición 458
Historiadora y divulgadora de la ciencia que ha ganado proyección internacional gracias a los libros que ha publicado, la física mexicana Jimena Canales sabe que el estudio del trabajo científico tiene más sentido en la medida en que se sitúe históricamente
Si me preguntan por Jimena Canales, responderé que es una historiadora y filósofa de la ciencia, cuyo tema es el tiempo; pero si le pregunto a Jimena sobre el tiempo, me dirá (riéndose) que esa pregunta no sabe ni cómo contestarla:
“Es obvio y evidente que me preocupa lo del tiempo, que tengo una cierta obsesión sobre este tema y siempre la he tenido, pero más allá de decir que es una especie de paranoia, gusto en lo positivo, no sé más”.
Había recibido el encargo de escribir un perfil sobre ella y pregunté por algo sencillo que hubiera escrito, sin sospechar que terminaríamos hablando sobre demonios. Así ha sido la historia de la ciencia (claro, esto lo digo sólo después de haber entrevistado a Jimena, lo cual ya implica un problema en el tiempo de esta historia).
Me sugirieron, para empezar, leer un texto de Jimena sobre la historia oficial de la bomba atómica y cómo el gobierno de Estados Unidos, a través de un equipo de expertos en relaciones públicas, moldeó la historia del origen de esta arma de destrucción masiva para ocultar que el Proyecto Manhattan fue resultado de un trabajo interdisciplinario que incluyó tanto a físicos como a químicos, de tal forma que el teórico físico Julius Robert Oppenheimer se convirtió, entre protestas veladas, en “el padre de la bomba atómica”.
“¿Por qué el trabajo de otras disciplinas diferentes a la Física se extravía en la historia del origen de la bomba?”, se pregunta Jimena Canales González (Ciudad de México, 1973) en el artículo que escribió para la revista estadounidense The Atlantic, publicado en abril pasado y que se titula “The Secret PR Push that Shaped the Atomic Bomb’s Origin Story” [La presión secreta de relaciones públicas que dio forma al origen de la bomba atómica].1
Su respuesta tiene que ver con un tema que, a la luz de acontecimientos recientes en el Medio Oriente, vuelve a cobrar vigencia: por connotaciones morales relacionadas con la identificación de “buenos” y “malos”, el gobierno de Estados Unidos ha ocultado que la bomba atómica no es tan distinta de las armas químicas y biológicas que este país condena a través de sus órganos oficiales.
El diálogo de la ciencia y la filosofía
He quedado de verme con Jimena por Skype.
Habría preferido un café, pero ella se encuentra en Estados Unidos, donde vive desde que se fue de México hace más de 20 años, admitida en Harvard para estudiar una maestría que terminó en doctorado. Su casa está en Boston (donde vive con Billy, su hijo), aunque da clases en la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign, donde es la única historiadora de la ciencia e imparte la cátedra “Thomas M. Siebel”.
—Descubro el gusto que tienes por contar una historia que surge a partir de una investigación propia y que cuestiona la historia oficial, y al hacerlo produce un nuevo conocimiento. ¿Es algo que tú buscas como científica, como historiadora de la ciencia, como escritora?
—Sí. Lo que me motiva es cuando voy a las fuentes y veo que algo no checa con la historia oficial —responde amable, sonriente, quitándose sus lentes—. Y no es nada más el impulso de corregir algo que no checa, sino de explicar problemas que seguimos teniendo en el presente. A veces es importante rascar un poco y ver en qué momento nos fuimos por la vereda equivocada como historiadores, y tratar de corregirla.
Por lo que puedo ver en la pantalla, Jimena es una mujer pulcra, ordenada (quizá al extremo), que ama los libros. Sobre la mesa de mi escritorio tengo los dos que ella ha escrito hasta el momento: The Tenth of a Second: A History (The University of Chicago Press, 2009) y The Physicist and the Philosopher: Einstein, Bergson, and the Debate that Changed our Understanding of Time (Princeton University Press, 2015).
Aclamado por la Academia en Estados Unidos, The Tenth of a Second es, como su nombre lo indica, un libro de microhistoria sobre la décima de segundo, esa gran inquietud suscitada desde mediados del siglo XIX y hasta principios del siglo XX entre la comunidad científica por el microtiempo, y que contribuyó a que la ciencia y la tecnología se desarrollaran vertiginosamente. Entender el impacto que tuvo la medición (pensar es, bajo la lógica positivista, medir) de una décima de segundo en ámbitos tan diversos como la física, la astronomía o la cinematografía —pero también en la comunicación y aun en la misma filosofía— es, nos explica Canales, una manera de entender la modernidad. Y para entender los tiempos posmodernos en que vivimos, bien vale dar un paso atrás.
The Tenth of a Second cierra con un capítulo dedicado a un breve encuentro: el ocurrido el 6 de abril de 1922 en París, entre la gran figura de la física en ese momento, Albert Einstein, y la gran figura de la filosofía, Henri Bergson. El desacuerdo entre Einstein y Bergson sobre sus respectivas visiones del tiempo (hablaron sobre los efectos de la relatividad en el tiempo y sobre la simultaneidad) puso de manifiesto la escisión entre ciencia y filosofía, que son justamente los dos ámbitos que a Jimena Canales más le interesan, y que la llevaron a escribir The Physicist and the Philosopher.
“Aunque el tiempo es divisible indefinidamente en teoría, en la práctica no lo es, como este libro ilustra bellamente. La décima de segundo es el umbral en el cual la fisiología, la física y la filosofía tropiezan”, escribió Bruno Latour sobre el primer libro de Jimena. “En referencia a la disputa entre Bergson y Einstein, Jimena Canales muestra lo fecundo de esta otra dimensión del tiempo, la de la nueva historia de la ciencia que físicos y filósofos tienden fácilmente a olvidar”.
Contra el aburrimiento
De madre chilanga, psicóloga, y padre regiomontano, abogado, Jimena Canales nació en la Ciudad de México y creció en Monterrey. Su hermana menor, la arquitecta Fernanda Canales, recuerda que en la infancia, mientras ella y su otra hermana —la mayor, la novelista Lorea Canales— jugaban juegos de niñas, Jimena desarmaba el televisor de la casa:
“La conectaba con el teléfono. Siempre hacía inventos, no sé si más de tecnología o de ciencia, pero la recuerdo jugando todo el día, desarmando cosas, resolviendo otras posibilidades de usar la radio, la tele, el teléfono. Muy chistoso. No sé de dónde sacó eso”.
Pero además de des/componer aparatos, Jimena, que se describe como una lectora ávida, leía lo mismo novelas en inglés para adolescentes, como las escritas por Judy Blume, que libros más heavies.
“Tuve suerte de que en la casa de mis papás tuvieran una buena biblioteca. Muchos libros de arte, sobre todo, que era algo que le interesaba a mi mamá. También había muchos libros sobre leyes e incluso libros de Foucault, primeras ediciones que mi papá compró”.
El 16 de julio de 1945, Estados Unidos realizó con éxito la prueba “Trinity” del proyecto Manhattan, que representó el inicio de la era nuclear. Un mes después se lanzaron las bombas en Hiroshima y Nagasaki. Foto: Wikimedia Commons
El norte de México, y en particular el Monterrey de los años ochenta y principios de los noventa, con su espíritu emprendedor e industrial, progresista y moderno, con su aire “pionero”, le resultaron propicios. Llegado el momento de elegir una carrera universitaria, Jimena se inscribió en Ingeniería Física Industrial en el ITESM.
“Ahí me di cuenta de que me encantaba la ciencia pero me gustaba más la parte humanística de la ciencia: me gustaban las preguntas grandes. Aunque me encantaba el trabajo técnico de laboratorio, el Tec en particular fue muy bueno para eso, mi área de especialización dentro de Ingeniería Física Industrial fue Mecánica Electricista. Entonces ya sabes: armábamos computadoras, hacíamos circuitos. Pero yo seguía leyendo los textos importantes escritos por científicos y me encantaba su vida; me encantaba el contexto histórico”.
En este punto de la historia, conviene regresar a la época en que ella estudiaba la primaria: la historia tradicional, la de los libros de texto, le aburría horrores, quizá con excepción de un asunto: la Revolución Francesa.
“Nunca me enganchó leer sobre la historia de los reyes o los presidentes: no explica las transformaciones más básicas que nos han afectado. Por ejemplo, una de mis preocupaciones de mi libro sobre la décima de segundo era tratar de averiguar por qué en esta sociedad contemporánea estamos tan atados a estos aparatos, donde tú me estás viendo, nos estamos oyendo, tengo una pantalla enfrente de mí, un teclado, y al mismo tiempo puedes leer hasta morirte (del aburrimiento) de todos los reyes y presidentes de Europa y de las naciones Estado. Y (al hacerlo) no te enteras de cómo llegamos hasta aquí. Nos hemos acostumbrado a enfocarnos en la historia de los grandes hombres o las grandes máquinas, pero es más importante fijarnos en cambios más pequeños, más olvidados, más escondidos, que en realidad son más relevantes”.
Y vaya si Jimena se fijó en algo pequeño.
“Me burlo de mí misma diciendo que he escrito el libro más largo sobre el periodo más corto de la historia”, dice entre risas.
El sentido que da la historia
Después del éxito de The Tenth of a Second podría pensarse que la publicación de su siguiente libro sería “a piece of cake”, máxime teniendo a Einstein y Bergson como protagonistas y a su encuentro en París como un episodio extrañamente poco difundido. Sin embargo, no fue del todo así.
“Pensé que estaba ante una gran oportunidad. Muy emocionada escribí el libro. Pero luego me di cuenta de por qué el episodio no se había mencionado tanto. Y es que Einstein no sale tan bien librado: no hablaba bien francés y dijo ciertas cosas que no son compatibles con lo que luego escribiría en su diario privado (Bergson insistió en pensar el tiempo en relación con la conciencia, los individuos y la vida; mientras que para Einstein el tiempo y la simultaneidad eran independientes de los individuos). Es un episodio que los historiadores oficiales de Einstein no habían querido revivir, pues lo quieren como un genio transparente. Y mi libro habla de que en aquel momento no tenía dinero y de que se guardó un pedacito de jabón para dárselo a su esposa cuando regresara a Alemania. Detalles que para mí le aportan mucho a la historia”.
Aunque hubo quien, dentro del ambiente académico, aconsejó que The Physicist and the Philosopher no fuera publicado, al final el libro vio la luz, algo que a la propia Canales le resulta muy revelador.
“A mí me gusta resaltar que, aunque hay mil tendencias, los historiadores se dividen en dos: los que les gusta escribir la historia como si no hubiera una división entre lo que se escribe y lo que pasó en realidad, y los que piensan que hay un espacio muy grande entre lo que sucede en la vida cotidiana, en el mundo, y lo que se escribe que sucedió. Yo me ubico entre estos últimos: me gusta interrogar por qué (en la historiografía) no están nuestras memorias, nuestra relación afectiva con ciertos aspectos del mundo, por qué a veces (lo que investigamos) no es compatible con la historia oficial, con la historia de los medios, de los periódicos y también de los libros de historia”.
Le pregunto entonces por el rezago de la ciencia en México.
“La historia de la ciencia está atada a la historia del capitalismo. Entonces, sin duda, los países ricos ganan en cuestión de ciencia. Porque hacer ciencia cuesta dinero y la disciplina está totalmente atada a intereses industriales y comerciales. El rezago que hay en México está relacionado con la pobreza del país en términos económicos. Es un país muy rico en muchos otros sentidos”.
Y sobre su interés por dar clases (Jimena, especialista en el periodo que va desde la Ilustración hasta mediados del siglo XX, tiene un amplio portafolio de cursos, que incluyen materias y asuntos relacionados con los estudios visuales de la ciencia), lo mismo que escribir para “lectores generales” en revistas como Wired, The New Yorker o The Atlantic, afirma:
“Creo que la ciencia no tiene sentido si no la entiendes históricamente, o si no eres parte de esa historia. Puede resultar increíblemente absurdo tratar de aprender química o física: ¿por qué los átomos?, ¿por qué los electrones?, ¿por qué hablamos de fuerzas? Porque son preguntas que hemos heredado de la historia. Entonces creo que es importante enseñar la ciencia en su contexto: es la única manera en que acaba teniendo sentido”.
¡Demonios!
En pantalla veo a Jimena mostrándome dibujos de demonios, que apenas alcanzo a distinguir, publicados en libros de texto.
El demonio de Maxwell, de James Clerk Maxwell, físico del siglo XIX, por ejemplo, es uno de los más conocidos: ayudó a desarrollar las leyes de la termodinámica.
“Me he dado cuenta de que científicos muy importantes, desde Descartes, Laplace, Darwin o Einstein, han tenido demonios que toman sus nombres. Existe la idea de que la ciencia llegó y quitó nuestras creencias irracionales en estos seres, pero no es tan sencillo porque cuando vas a las fuentes ves que los científicos en su trabajo hablan de demonios. Muchísimo”.
Suena un tanto esotérico, le digo.
“Sí, no te esperas que los científicos ortodoxos, modernos, escriban sobre demonios en revistas especializadas. Se trata de demonios que no existen. Los científicos los consideran imaginarios, pero les ayudan a hacer sus teorías, a avanzar su ciencia”.
En la actualidad Jimena trabaja en esto, en un libro sobre los demonios de la ciencia. El libro aún no tiene título. O prefiere no decirlo.
“¡Es de mala suerte (hablar de eso)!”
Tardé unas cuantas décimas de segundo en entender que estaba bromeando. m.