Intimidad abierta a todo público
Eduardo Huchín Sosa – Edición 430
El negocio del espectáculo necesita que dejemos por un momento los detalles biográficos de una mujer adúltera para hablar de las Kardashian, por ejemplo —cuyos problemas parecen lejanos, sí, pero al menos son fotogénicos.
La regla dicta que las muertes de los muy famosos desplacen a las de los famosos término medio, como le sucedió a Farrah Fawcett, cuyo triste destino fue morir unas horas antes que Michael Jackson. Un proceso parecido experimenta el mercado de las historias íntimas. Todo el tiempo fluyen noticias de divorcios, pleitos y mezquindad en los medios, pero también en la oficina, la universidad o el barrio. Sin embargo, nuestro sistema de consumo requiere la atención de un drama doméstico a la vez. A primeras horas de la mañana puede abrir con fuerza la separación de tu compañera la contadora; al mediodía, seguramente cotiza mejor la infidelidad de Kristen Stewart (sobre la cual Google arroja 2 millones 400 resultados).
¿Por qué? En primer lugar, porque el negocio del espectáculo necesita que dejemos por un momento los detalles biográficos de una mujer adúltera para hablar de las Kardashian, por ejemplo —cuyos problemas parecen lejanos, sí, pero al menos son fotogénicos—. Ni siquiera se debe a que la cotidianidad de un famoso sea más interesante que la del chico de mantenimiento de tu edificio, pero como mercancía tiende a mostrarse increíblemente práctica. Está disponible en todos los aparadores y no lleva la molesta etiqueta de “Manéjese con cuidado”.
En su ensayo “El secreto de la fama”, Gabriel Zaid ha mencionado los testimonios de celebridades para quienes ser el objeto de atención de millones de personas se ha convertido en un auténtico infierno. Un principio similar mueve la historia que protagoniza Leopoldo (Roberto Benigni) en To Rome With Love de Woody Allen: la popularidad destruye nuestras vidas personales, pero una vez que se ha ido, la queremos de vuelta (y la queremos ahora).
Uno de los retratos más penetrantes de nuestra fascinación por la farándula proviene del cuento “Donde los desechos desembocan en el mar”, de Irvine Welsh, que narra las desazones de cuatro estrellas obsesionadas con la privacidad de la gente ordinaria, como los empleados de mudanzas o las acomodadoras del cine. A través de revistas del corazón, Madonna y Kylie Minogue husmean la cotidianidad de la clase trabajadora, porque las personas comunes representan una experiencia de mundo ajena a sus vidas.
Quizá sea ese mismo interés morboso por la otredad lo que anime nuestra urgencia de historias de celebridades. Podemos juzgarlas, seguirlas en detalle, cuchichear sobre sus malas decisiones y confirmar que, en el fondo, la masa cobra caro a quien no tiene un trabajo de verdad. m
Para leer
:: “El secreto de la fama”, ensayo de Gabriel Zaid
:: Acid House, de Irvine Welsh, donde se incluye el cuento “Donde los desechos desembocan en el mar”