Uno de los cambios más decisivos a raíz de la pandemia tiene que ver con que, a partir de que la proximidad física de los demás se volvió amenazante, el confinamiento nos llevó a explorar los pasadizos que conducen a nuestro interior
Ya casi no quedan razones para no creer que nuestras formas de relacionarnos han cambiado de modos inesperados hasta hace apenas unos meses. Falta ver si esas alteraciones serán irreversibles. Pero uno de los cambios más decisivos podría ser el que operó cuando, a partir de que la proximidad física de los demás se volvió amenazante, el confinamiento nos llevó a explorar los pasadizos —antes acaso inadvertidos— que conducen a nuestro propio interior.
¿Qué hemos hallado, ya que llegamos ahí? La posibilidad del silencio y de la soledad, quizás, y también la ocasión de reconsiderar detenidamente lo que somos. Porque parece que eso es, justamente, lo que nos define: no el modo en que somos vistos mientras pasamos por el mundo, sino el modo privadísimo en que nos movemos a lo largo y a lo ancho de ese territorio secreto llamado “yo mismo”.