¿Inodora, incolora e insípida?
Mario Édgar López Ramírez – Edición 405
¿Es agua lo que corre por el cauce del río Santiago? La pregunta parecería ir contra toda lógica, ya que, por definición, en un río lo que existe, lo que debe haber, es agua. Pero, tal como nos lo han enseñado desde la primaria, las características básicas del agua son las siguientes: debe ser inodora, incolora e insípida. Así debe ser el agua, ese líquido extraordinario que permite la vida. Pero ninguna de estas condiciones se cumple con el líquido que corre por el río Santiago. Bastan el sentido común y unos minutos de estancia en la cascada que divide las cabeceras municipales de Juanacatlán y El Salto, para darse cuenta de esto. Lo que sea que corre por el torrente del río, tiene ese olor característico a huevo podrido que proporciona la presencia de ácido sulfhídrico en grandes cantidades. También es posible identificar el miasma de los desechos orgánicos que en gran medida llegan de la Zona Metropolitana de Guadalajara, y la fetidez metálica de algunos otros compuestos químicos arrojados por las más de 200 empresas que se ubican en ese corredor industrial (no hay datos oficiales concretos que permitan identificar cuáles empresas tratan el agua antes de descargarla al cauce). Este olor es perenne, de día y de noche; pero aumenta en la madrugada y al caer la tarde, sobre todo cuando se abre el cárcamo, expulsando bocanadas de heces: la defecación que la ciudad lanza en forma de diarrea violenta, para enseñarle al río que lo único que valora de él es su poder de arrastre.
El aire transporta ese hedor a cientos de metros a la redonda y provoca náuseas, mareo y dolores de cabeza; males comunes que padecen quienes viven en su ribera, síntomas y advertencias de la enfermedad, de la falta de bienestar, pero también del miedo. Un hombre del lugar refiere: “Una noche me levanté con el corazón latiendo acelerado, me despertó un olor extraño que causaba la sensación de sofocamiento en mi cuarto. Lo primero que pensé fue: ‘¿a dónde corro, cómo me salgo de aquí?’, pero me di cuenta de que no tenía a dónde correr, pues lo peor de ese olor en realidad estaba afuera, no tenía ninguna salida. Me quedé inmóvil, oyendo cómo me golpeaba el pulso; por fin, después de un rato, se fue el olor”. Por eso nadie duerme en paz. Nadie se levanta en paz cerca de ese río fétido. Por su parte, otra de las entrevistadas del lugar, que padece cáncer, comenta: “Yo no sé de medicina, pero estoy segura que es por el río [que padezco cáncer], nada que sea bueno para la salud huele de esa forma”. No muy lejos de ahí es posible ver un cartel que dice que el río Santiago está dentro de los estándares ambientales que marcan las normas.
Tal parece que es cierto: ya no hay agua en el Santiago. Quizá sólo hay litio, mercurio, arsénico y plomo. Todos metales pesados. Todos productores de matiz, de pigmentación, de tono: nada de transparencia prístina, ningún rastro de transparencia, de ausencia de color. Sobre la superficie de ese líquido que corre prácticamente por todo el río hay una capa grasosa de tonalidad blanca: pasta derretida, sebo flotante, aceite. Pero específicamente en la cascada de El Salto los colores se suceden en tornasol: “he visto tonos rojos, azules, verdes y grises”, señala otro testigo, “también hay amarillos, pero la espuma que vuela sobre el pueblo y que produce inmediatamente manchas y picazón al caer sobre la piel, ésa siempre es blanca, como la espuma del jabón”. Son éstos los colores que anuncian la leucemia, la insuficiencia renal crónica, las deformaciones congénitas, la hepatitis, la dermatitis, la conjuntivitis y el mal de Parkinson: “tengo cuatro hijos con tumores en el cerebro”; “en el espacio de un año, mi esposo y mis dos hijos murieron de cáncer”; “yo ya sólo estoy aquí, sentado, esperando la muerte”. Y lo más doloroso, lo que más afecta, lo que más golpea los sentidos: “Mira mamá, ya no estés triste, ya están limpiando el río, ¡mira cómo se ve de blanca la espuma!”.
La nota final. El agua es insípida. Quizá el sabor del líquido que corre por el río Santiago sólo lo conozcan los perros que rondan la ribera, y que, llenos de tumoraciones terribles, defecan sangre. O las vacas que se pudren vivas, que vomitan bocanadas de pus antes de morir, por haber degustado el sabor del río. Los peces, que serían testigos confiables, hace mucho que dejaron de existir. Pero tal vez habrá hombres de negocios valientes que quieran probar un buche de ese líquido que corre por el río Santiago, para demostrar lo equivocados que están todos. m.