Humor imprescindible
Hugo Hernández – Edición 439
Tal vez lo cómico sea un mejor imán para la taquilla, pero el humor es el que deja huella. De ahí que bien valga la pena —o, mejor, la risa— ir tras la huella de algunos cineastas que hicieron de la risa una estrategia de largo aliento
El cine no ha reflexionado mucho acerca de la risa y sus mecanismos. Acaso la película más emblemática al respecto sea Patch Adams (1998), y no es particularmente afortunada. No obstante, al revisar la larga tradición de la comedia es fácil advertir que en todas las épocas han aparecido propuestas que provocan las risas del público. El menú de posibilidades es amplísimo. Hay desde el burdo pastelazo (categoría en la que el físico tiene el papel primordial, en la que caben lo mismo caídas y golpes y que permite reírse de la desgracia ajena desde el anonimato de la sala oscura) hasta la sutileza (que recurre más a la expresión facial y al diálogo y que permite abordar asuntos de mayor amplitud). El primer caso, diría Julio Cortázar, apuesta por la comicidad, se agota en las situaciones que propone y tendría en Jerry Lewis a un buen exponente; el segundo, por el humor, va más allá del chiste (cabrían lo mismo la crítica que la sátira y hasta el drama) y, de acuerdo con el escritor argentino, Woody Allen sería un buen representante.
Tal vez lo cómico sea un mejor imán para la taquilla, pero el humor es el que deja huella. De ahí que bien valga la pena —o, mejor, la risa— ir tras la huella de algunos cineastas que hicieron de la risa una estrategia de largo aliento. O, al menos, de algunas de sus joyas que, más allá de de la época o la geografía, aún son frescas y vigentes, y conservan el poder de hacernos reflexionar por medio de la risa.
Así pasa cuando sucede (Whatever Works, 2009)
Woody Allen
Boris (Larry David) es un sexagenario que condensa el repertorio de personajes a los que Woody Allen ha prestado su facha: lúcido, inquieto, cínico y mordaz, vive angustiado por el sinsentido de la existencia y la estupidez ambiental. Sin embargo, cuando toca a su puerta una joven, él no deja pasar la oportunidad, como lo hizo Isaac en Manhattan (1979). Habla a cámara y así hace de nosotros sus cómplices mientras esboza un diagnóstico de la vida en pareja y su fugaz felicidad. El asunto genera risas a montones: de algunas miserias es mejor reír para sobrevivir.
Tiempos modernos (Modern Times, 1936)
Charles Chaplin
La industrialización, que ha contribuido a mejorar la calidad de vida de los consumidores, ha estancado la de los obreros que trabajan en las fábricas. Casi diez años después de la gravedad de Metrópolis (1927), Chaplin imprime irreverencia al asunto y hace de la factoría un mundo raro, mecanizado y singularmente inhumano. El habitual vagabundo de Chaplin debe ajustarse a horarios y a un paisaje rico en engranes. Sin embargo, tiene atisbos de la solidaridad del proletariado. Casi 80 años después, ya no hay risa que alcance. De la solidaridad, mejor ni hablamos.
Mi tío (Mon oncle, 1958)
Jacques Tati
La ciudad según Tati ofrece dos paisajes contrastantes: uno es geométrico, gris y mecanizado (la modernidad); el otro es libre, soleado y caótico (el viejo barrio). En uno se vive para el trabajo; en otro se trabaja para vivir. Sólo los perros —callejeros o caseros— cruzan la frontera de forma irresponsable. En Mi tío, y luego en Playtime (1967), Tati ilustra cómo el modo estadounidense de vida se ha impuesto en todo el mundo. En él no hay lugar para los despistados (como su Mr. Hulot). Sus observaciones son tan felizmente valiosas como tristemente vigentes.
La ley de la hospitalidad (Our Hospitality, 1923)
Buster Keaton
El joven Willie McKay (Keaton) conoce a una chica cuando va de visita a la casa de sus padres. Pronto descubre que ella forma parte de una familia que odia a muerte a la suya. Para sobrevivir se apega a la ley del título: mientras esté en casa de ellos habrán de respetar su vida. Buster Keaton regresa a las peleas entre los colonos que fundaron Estados Unidos y con ingenio, presente lo mismo en su actuación que en los gags que se sustentan en la puesta en escena, hace una crítica a la hipocresía que se esconde en la convivencia… y la conveniencia de seguir la ley.
Abril (Aprile, 1998)
Nanni Moretti
Nanni Moretti es considerado el Woody Allen italiano, pero su faz pública (no duda en subir a arengar a la masa desde la tribuna) le concede un lugar aparte. Atribulado por la situación política, en Abril pretendía hacer un documental. Como su hijo viene en camino, decide hacer para él un álbum de notas periodísticas. Sus tormentos, entonces, van del statu quo a la primera película que el nonato “ha visto”. Luego descubre que no hay preocupación más importante y urgente, más vital, que su paternidad. Y, desde su perspectiva, este asunto sí da risa.