Horror vacui en la pantalla… o en la sala
Hugo Hernández – Edición 449
El cine moderno —como lo designa Michelangelo Antonioni en los años cincuenta— es un cine de crisis, y en él es más relevante lo que pasa dentro de los personajes que lo que los vemos hacer: su vacío interior se visibiliza mejor en las pausas
Alguien comentó alguna vez que comenzó a ver Luz silenciosa (2007) de Carlos Reygadas en DVD y, desesperado ante la lentitud del amanecer que ahí se registra —en el que, decía, “no pasa nada”—, oprimió la tecla de fast forward. Pero el resto de la cinta para él no fue menos pesado. No es rara una experiencia como ésta si del cine se espera sólo entretenimiento, un espectáculo distractor (a menudo vacío), un proveedor de emociones “positivas”.
Sin embargo, el cine moderno —como lo designa Michelangelo Antonioni en los años cincuenta— es un cine de crisis, y en él es más relevante lo que pasa dentro de los personajes que lo que los vemos hacer: hombres y mujeres viven profundos impasses existenciales que se ven en la necesidad de encarar. Su vacío interior se visibiliza mejor en las pausas, por eso Antonioni filmaba aun después de la voz de “corte”. En esos pasajes, como en la lentitud, se invita al espectador a abandonar su pasividad e iniciar una reflexión. Pero no todos están dispuestos a participar.
En la actualidad, el horror vacui y el aburrimiento —síntoma del vacío— los evadimos frente a diversas pantallas (de celular, televisión o cine). No nos atrevemos a vivirlos, y cuando aparecen en la sala oscura endosamos el aburrimiento a la película (pero las películas no se aburren: no hay películas aburridas, hay espectadores aburridos). Mas como hacen ver Intensamente (2015), de Pixar, o el filósofo Han Byung-Chul en su lectura de Melancolía, de Lars von Trier, de algo negativo puede surgir algo positivo: la apertura al otro.
Del vacío en pantalla al vacío en la sala dan cuenta algunos títulos:
La noche (La notte, 1961), de Michelangelo Antonioni
Antonioni exploró como nadie el desencanto de los que ya no asumen ningún compromiso con la realidad (como les sucedía a los personajes del neorrealismo), con los otros. Limitados por su egoísmo, los personajes que habitan La noche, un escritor y su esposa, viven a la deriva. Se involucran en actividades concurridas —visitan en el hospital a un amigo moribundo, asisten a una presentación de un libro de él, a una fiesta—, pero si los vemos juntos es inevitable observar la incomunicación, la separación, la distancia entre ambos, que es la suma del vacío de ambos.
Fuegos de artificio (Hanna-bi, 1997), de Takeshi Kitano
En la filmografía del nipón Takeshi Kitano, los estados emocionales y mentales se manifiestan en largos silencios y pasajes de profusa violencia. En Fuegos de artificio seguimos a Nishi (interpretado por él mismo), un policía que vive atormentado por la inminente muerte de su mujer y la culpa por las lesiones de un compañero. Se embarca entonces en acciones que le permiten aplazar hasta cierto punto el malestar que lo aqueja, pero que también lo llevan a su propia aniquilación. Pareciera hacer suyas las letras de Dylan: “cuando no tienes nada, no tienes nada que perder”.
Sin aliento (À bout de souffle, 1959), de Jean-Luc Godard
Michel es un joven que sólo sale del ocio para hacer pequeños robos o para estar con Patricia. No se compromete con nada ni nadie, pero el hallazgo de un arma y su posterior uso le dan un sentido provisional a su vida: huir. Godard presenta en Sin aliento, una juventud sin rumbo; después, en películas como Masculino, femenino (1966), aquélla se jactará, como protesta, de su vacío político. Godard no ha dejado de reflexionar acerca de la política y la historia, pero el cine francés hoy vive un vacío político, como anotó recientemente la revista Cahiers du Cinéma.
Las oscuras primaveras (2014), de Ernesto Contreras
La familia y el trabajo suelen ofrecer una serie de ocupaciones y entretenimientos que alcanzan para paliar la evidencia del vacío individual. Es lo que les sucede a Flora e Igor en esta cinta. O casi. La cotidianidad como madre de la primera y la rutina del segundo como esposo, les ofrecen pretextos abundantes para el autoengaño. En el sexo extramarital —más no extralaboral— es donde se sienten realmente vivos: aun si tiene una enorme carga de culpa, ambos lo practican con enjundia. Pero no hay excitación que alivie la soledad, el vacío que viene después del orgasmo.
Flores rotas (Broken Flowers, 2005), de Jim Jarmusch
Los protagonistas de las películas de Jarmusch por lo general no son protagonistas de sus propias existencias. Viven en la adolescencia perenne y personifican todas las acepciones del errar: vagan, divagan, se equivocan. El cincuentón Don Johnston no es la excepción. Transita por la vida en permanentes vacaciones (como se titula la opera prima del cineasta): es una vida sabática. Hasta que un anónimo le hace creer que es padre. Entonces pasa de la calma vacía a la incertidumbre y al desasosiego; viaja con un propósito y cree que su vida tiene un sentido.
Para saber más
:: Antonioni habla de La noche.
:: Antonioni habla de su cine.
:: Acerca del vacío en Kitano.