Habitar la crisis: cuatro experiencias para navegar el fin del capitalismo
Ángel Melgoza – Edición 475
En un presente en el que la incertidumbre y la precariedad amenazan constantemente, el trabajo de los periodistas independientes ha abierto rumbos para el ejercicio profesional que convendría que tuvieran en cuenta quienes se desempeñan en otros ámbitos
Tres veinteañeros quieren escribir acerca de los temas que realmente les interesan, darles tiempo a las historias, viajar, conocer; desde un salón de clases en España anhelan hacerse de una forma de vida que no dependa de estar metidos en la sala de redacción de un medio. Un joven aventurero que había estudiado Historia, participado en movimientos callejeros, trabajado y vagado por Europa y Medio Oriente, llega a México para explorar América Latina con la excusa del periodismo. Una mujer que había cambiado el mar por la comunicación deja el puerto de Veracruz: quiere entender el mundo a través de las historias de otros. Un adulto que de niño amaba escribir y que a sus 12 años hacía crónicas de basquetbol, viaja a Francia para recibir un premio literario: aún no lo sabe, pero sintiéndose lejos de su familia, fuera de lugar, comenzará la mayor aventura de su vida.
Los veinteañeros, el joven, la mujer y el niño son periodistas. Periodistas que también se podrían presentar como narradores, documentalistas o empresarios. Son personas que ejercitan una sensibilidad especial para dotar de sentido a la lectura que hacen del mundo. Pero, ¿qué mundo?
Hoy en día vivimos una fase crítica, probablemente mortal, de la sociedad capitalista, evidenciada en el estancamiento del crecimiento económico, el aumento de las deudas pública y privada y la creciente desigualdad. Esta crisis se hace tangible en fenómenos como la precarización del trabajo denominado autónomo, independiente o freelance. ¿Pueden las experiencias de estos periodistas ayudarnos a pensar mejor el reto del trabajo en medio de la crisis capitalista?
Respeta quién eres
José Luis Pardo, Alejandra Sánchez Inzunza y Pablo Ferri se conocieron mientras estudiaban una maestría en Periodismo, y soñaron con la posibilidad de dejarlo todo, viajar por América y contar historias. Los tres padecían dromomanía: una obsesión enfermiza por trasladarse de un lugar a otro.
No les gustaba su trabajo y no querían continuar con las carreras que habían emprendido (José Luis, en televisión; Alejandra, en un medio deportivo; y Pablo en un periódico regional de España), pues trabajar en un medio de comunicación por lo general significa hacer lo que se te pide que hagas. Si es un periódico, puede que te pidan escribir tres o cuatro notas por día desde la “redacción web” (una computadora), atender una rueda de prensa o entrevistar al político o al artista en turno.
De izquierda a derecha: José Luis Pardo, Alejandra Sánchez Inzunza y Pablo Ferri en su Volkswagen Pointer de tercera mano. Foto: Cortesía
Los Dromómanos querían contar historias de largo aliento, viajar, conocer otras realidades. En 2011 comenzaron un viaje continental. Por 30 mil pesos se compraron un auto con el que pudieron recorrer 55 mil kilómetros, primero desde Guatemala hasta Chile, y después por México y Estados Unidos. ¿Cuál era el elemento común de todos estos países? Ellos sabían que 16 de los 25 países más violentos del mundo se encontraban en América Latina, y el narcotráfico parecía la pieza clave para contar el rompecabezas del continente.
Siguiendo el rastro de las drogas, recorrieron América durante más de dos años. En el viaje chocaron el carro, se quedaron varados en la sierra y fueron acusados de ser narcotraficantes. Al final, su trabajo de investigación previa (de un mes y medio en las capitales de los países visitados), que incluía conexión con fuentes (personas que conocían el terreno) y estrategias de seguridad y cuidado de sí mismos, los mantuvo a salvo.
Los Dromómanos contaron el lado cotidiano del narcotráfico, ese que es indispensable para miles de comunidades —según dijo José Luis— porque se ha vuelto una alternativa para los latinoamericanos en cuyos países predominan Estados débiles. El colectivo publicó en 2015 el libro Narcoamérica, y con sus reportajes —una serie publicada en la revista Domingo, del periódico El Universal— ganaron el Premio Nacional de Periodismo de México (2013) y el Premio Ortega y Gasset (2014). El experimento salió más que bien, y pronto Dromómanos pasó de ser un colectivo a convertirse en una empresa formal a la que José Luis y Alejandra dieron continuidad.
Al iniciar su viaje retomaron los contactos que tenía Alejandra por haber trabajado en México, y no les resultó complicado encontrar espacios para colaborar. Lo difícil fue encontrar la forma de hacer compatible su ánimo de hacer periodismo de largo aliento, que necesita tiempo e inversión, con necesidades concretas como pagar la renta, la comida y todos los gastos que implica vivir. Combinaron su trabajo periodístico con textos comerciales, trabajos que requerían poco tiempo —como escribir entradas de blog— y aseguraban un pago rápido. Su primera preocupación siempre era el dinero: “Suena muy prosaico, pero si alguien dice lo contrario, es un poco ficticio”, dice José Luis.
¿Es más importante salir y hacer las cosas antes que institucionalizarse? Es decir, ¿cómo debemos iniciar los proyectos, incluso los no periodísticos?
Creo que la clave es analizar la viabilidad de los proyectos. Ser realista, digamos. Saber cuánto cuesta un proyecto, qué impacto va a tener, qué ganancias se van a obtener. Porque la idea es que tú tienes que vivir —o sobrevivir.
José Luis Pardo explica que, si uno quiere ser independiente de verdad, lo que debe buscar es la viabilidad de los proyectos a través de un modelo de negocio. “Te lo digo por experiencia, nosotros nos lanzamos como veinteañeros y tuvimos que hacer muchas cosas más, no sólo reportear, escribir historias y viajar”, recuerda José Luis.
Dromómanos se ha formalizado como una productora de contenidos periodísticos; trabajan sus propios proyectos, pero también colaboran con academia, sociedad civil, instituciones y particulares ofreciendo consultoría en storytelling —cómo contar historias—, para que las investigaciones y los trabajos de sus clientes tengan gran impacto.
Los aprendizajes de los Dromómanos también pueden aplicarse fuera del periodismo. “A la hora de formar equipos, a la hora de hacer alianzas, a la hora de tener clientes, es muy importante siempre saber con quién estás tratando. Conocer el adn de todo tu universo de gente. Al final, uno tiene estándares éticos, tiene una visión, una manera de entender las cosas […] Siempre tienes que respetar quién eres”, dice el periodista.
En su libro ¿Cómo terminará el capitalismo?, el sociólogo alemán Wolfgang Streeck señala que existen cuatro comportamientos que están permitiendo prolongar la vida del capitalismo neoliberal: “Búscate la vida, espera, dópate y compra”. Señala que el primer comportamiento, “buscarse la vida”, está caracterizado por esfuerzos individuales extremos, “sin ayuda de nadie y siempre con buen ánimo”. En cambio, Dromómanos ha comprobado que trabajar en colectivo y formar nuevas asociaciones, que respondan a las necesidades de todos sus miembros, puede significar un paso en la formación de un nuevo modelo.
La libertad no tiene precio
Un auto atraviesa el árido tramo de la carretera federal 85. Cruza el estado de Nuevo León con rumbo a la ciudad de Nuevo Laredo, en Tamaulipas. El conductor, un periodista, viaja solo. No se imagina que ésta es una de las últimas veces que podrá hacerlo. Es 2004, Ioan Grillo busca historias para el Houston Chronicle, uno de los tres principales diarios de Texas. La guerra desatada entre los Zetas y el Cártel del Golfo contra el Cártel de Sinaloa ha llamado la atención de los vecinos del norte, aunque en México estas historias no son de primera plana. No todavía.
Ioan llegó a México en 2000. Comenzó viajando por el país, y después impartió clases de inglés hasta que consiguió un empleo en The News, un extinto diario escrito en inglés con base en Ciudad de México. Ahí empezó a escribir para las páginas de Cultura y luego pasó a cubrir la nota roja, fuente que unos años más tarde se convertiría en la portada de todos los medios mexicanos debido a la militarización de la seguridad pública en el marco de la “guerra contra el narcotráfico” iniciada por Felipe Calderón.
El nuevo escenario de violencia no tomó a Ioan por sorpresa: estaba acostumbrado a los ambientes de drogas, pues nació en Brighton, Inglaterra, donde cuatro de sus amigos murieron por sobredosis de heroína; también había viajado por Medio Oriente, donde lo mismo trabajó en comunas agrícolas —o kibutz—, que cargando bultos de cemento para la construcción; había participado en protestas antifascistas en Inglaterra; estudiado Historia y Política; escrito una tesis acerca de la Falange Española; participado en una radio pirata y en un fanzine punk de Londres. Con todos estos antecedentes, se puede decir que Ioan tenía lo que se necesitaba para competir por las mejores notas: agallas.
Ioan Grillo en un retrato de Renato Miller
Poco a poco, las historias que cubría subieron de intensidad. Su carrera como periodista lo llevó del diario texano a la agencia Associated Press (ap) y después de nuevo a “freelancear”.
Entonces llegó 2008, un año que Ioan califica como “clave”, tanto para México como para su vida: “Fue el año en que la violencia realmente explota. Es cuando el Cártel de Sinaloa se rompe, viene la guerra de los Beltrán Leyva y Amado Carrillo Fuentes contra El Chapo. Yo estaba trabajando para la revista Time y para documentales. Pasé meses en Sinaloa. Recuerdo que estuve en un pueblo llamado El Pozo, cerca de Culiacán, y ahí vi a la gente salir de sus casas como refugiados después de dos masacres. Una caravana de autos salió del pueblo. Fue en aquel momento en que pensé: ‘Esta cosa va a ser un choque fuertísimo para el país. Ésta no es una historia policiaca’”.
Ioan Grillo pensó que estos fenómenos no se podían explicar en textos de dos o cuatro cuartillas, tampoco en notas para la televisión y ni siquiera en los documentales para los que trabajaba. Necesitaba un formato más grande para retratar el contexto. Por ello, decidió escribir su primer libro. El Narco: En el corazón de la insurgencia criminal mexicana (Urano), se publicó en 2011. El segundo, Caudillos del crimen: De la Guerra Fría a las narcoguerras (Grijalbo), apareció en 2016. Tras colaborar con medios como The New York Times, The Guardian, bbc, cnn, la revista Time, Gatopardo y las agencias ap y Reuters, entre otros, Ioan ha construido una base más sólida para lograr emprender los proyectos que le interesan, pero no ha sido fácil.
“Siempre ha sido una lucha. Siempre estoy haciendo varios proyectos al mismo tiempo. Estoy viendo mis gastos y revisando lo que tengo que pagar. La lucha nunca ha parado. Incluso, después de mi primer libro entré a la agencia Reuters; fue un trabajo de planta, ya me estaba acercando a los 40 años, pero al final me di cuenta de que no es lo mío […] La libertad no tiene precio, tener la oportunidad de moverse, viajar, cubrir y vivir historias es algo impresionante. Pero del lado económico sí es inestable”, reflexiona Ioan.
El último de los comportamientos mencionados por Wolfgang Streeck dice “compra”, y se refiere a la actitud hiperconsumista: “Los mercados de bienes de consumo están saturados, por lo que es esencial, para la rentabilidad capitalista, disponer de individuos que, aun teniendo cubiertas las necesidades elementales, desarrollen deseos que den lugar a nuevos deseos desde el momento en que se satisfacen”, escribió el sociólogo, y lo hizo con verdad: ninguno de nosotros ha estado a salvo de este comportamiento consumista.
Sin embargo, siempre podemos establecer límites, asumirnos conscientes y luchar por un estilo de vida coherente con nuestra forma de pensar. Ioan habla de sus amigos fuera del periodismo, de sus trabajos estables y vidas “sin estas presiones”, dice: “Pero éstos son los riesgos que uno está dispuesto a tomar por seguir su corazón”.
Al preguntarle por un lado menos romántico del periodismo, dice que hay momentos en que uno quiere justificar la cobertura de la violencia pensando que sirve para encontrar soluciones: “Y al final veo que Javier Sicilia todavía está marchando en 2020. Yo recuerdo que en 2011 pensaba que, llegado este momento, ya no íbamos a estar viviendo esta violencia […] Pero como periodista uno no cambia tanto las cosas, uno está documentando, contando… Quizá son los límites del periodismo. Al final, para cambiar las cosas necesitas movimientos políticos, y el periodismo no es un movimiento político”.
Si bien el periodismo no es un movimiento político, ¿el oficio de contar historias podría comprometerse con la búsqueda de un nuevo modelo social?
Pensamos en la medida en que escuchamos a los demás
Daniela Rea salió de Veracruz porque había recibido una oferta laboral del diario Reforma, pero realmente viajaba hacia Ciudad de México pensando en convertirse en detective. Había nacido en Irapuato, Guanajuato, y vivido en Veracruz cuando pensaba ser marinera, aunque terminó por matricularse en la “menos fea” de las carreras: Ciencias de la Comunicación, con especialidad en Periodismo. En realidad, quiso ser muchas cosas y nunca tuvo la convicción de ser periodista: a ella le interesaba el mundo, la gente, buscaba entender.
Daniela Rea. Foto: Perrocronico
Daniela llegó a Reforma en 2005, y con sus coberturas de asuntos relacionados con la pobreza, los derechos humanos y los conflictos sociales se fue convirtiendo en una de las periodistas mexicanas más respetadas. En 2011 colaboró en los libros País de muertos. Crónicas contra la impunidad (Debate) y 72 migrantes (Almadía). Después vendrían tres más durante 2012: Generación Bang (Temas de Hoy México), Nuestra aparente rendición (Grijalbo) y Entre las cenizas. Historias de vida en tiempos de muerte (Creative Commons).
Daniela dejaría el periódico para concentrarse en un proyecto de documental que estrenó en 2017: No sucumbió la eternidad, una película acerca de los sobrevivientes de la guerra contra el narcotráfico en México. En 2018 se publicó Tsunami, una antología de textos escritos por mujeres en la que Daniela colaboró, y su más reciente libro, La tropa: por qué mata un soldado, escrito con Pablo Ferri, fue publicado en 2019.
En La tropa, Pablo y tú hacen un ejercicio de transparencia al contar los dilemas que implicó el trabajo de investigación. ¿Qué intención tenían al clarificar así su trabajo?
Nunca fue una intención desde el inicio. Cuando comenzó el proyecto esperábamos encontrar una respuesta contundente, clara, casi un documento que dijera, no sé, que Calderón había mandado al ejército y le había dicho que matara a las personas. Pero no lo encontramos, y lo que teníamos eran cosas muy complejas. Decidimos compartir el proceso de reflexión con el objetivo de compartir lo complejo del proceso […] Fue como decirle al lector: “Nosotros quisimos llegar a algo, llegamos de manera diferente, y en este camino aprendimos, encontramos y reflexionamos esto”. Creo que se hace explícita esa reflexión porque nos dimos cuenta de que la propuesta del libro, más que decir “encontramos un documento que obliga a los militares a matar civiles”, es que esto no se va a resolver si no pensamos de manera conjunta y en conversaciones seguras sobre los soldados que han cometido actos de violencia.
Daniela habla de conversaciones seguras, de la creación de espacios seguros a través de su trabajo. Dice que ahora entiende el periodismo de investigación no tanto como uno que denuncia corrupciones o señala “a los malos”, sino como uno que invita al diálogo seguro, a la reflexión. “Podría decir que entender, acompañar, aprender, serían las motivaciones que tengo para seguir haciendo periodismo. Y, finalmente, claro que me gustaría que las cosas cambiaran. Que nuestro trabajo pudiera aportar a la construcción de un lugar más humano y más justo; y ya no hablo ni siquiera de la justicia legal, sino de una justicia que podamos construir entre nosotros, que nos la inventemos, que nos la imaginemos”.
Si antes Ioan reflexionaba acerca de los límites del periodismo, Daniela invita a expandirlos desde el frente común de la narrativa que ejercita la empatía, es decir, desde el ejercicio de contar, leer y pensar las experiencias de los otros, de nosotros.
Lo que Daniela ha aprendido no sólo es útil para los periodistas, sino para cualquier persona abierta a cuestionarse el mundo antes de juzgarlo: “¿Qué otras cosas he aprendido? Que uno siempre está aprendiendo, que somos falibles, que afortunadamente nunca lo vamos a saber todo y que eso nos va a empujar a la calle a preguntar. He aprendido que tenemos que hacer preguntas más atentas. Que tenemos que identificar muy bien cuáles son nuestros propios prejuicios y los prejuicios sociales cuando salimos a reportear. He aprendido que se vale decir no, que no tengo que ser valiente todo el tiempo, que se vale tener miedo. He aprendido a escuchar mi corazón, mi cuerpo, y saber cuándo ya no puedo seguir en algo o cuándo tengo que parar. He aprendido que pensamos en la medida en la que escuchamos a los demás”.
Según Streeck, la espera —descrita como “un esfuerzo mental individual por imaginar y creer en una vida mejor para uno mismo en un futuro no muy lejano”— es uno de los comportamientos que alargan la vida del neoliberalismo. En contraste, Daniela nos invita a la acción. Una acción que implica imaginar juntos, escucharnos, tomarnos el tiempo y hacer el esfuerzo por entendernos y construir en colectivo.
Todo lo que me gustase llama Orsai
De los 20 a los 25 pasó por todos los puestos del trabajo editorial: escribió crónicas deportivas, tuvo una imprenta, dobló pliegos de revistas, vendió publicidad, fundó periódicos, revistas… para ser perezoso, como Hernán Casciari se describe, era uno muy activo. Hasta sus 30 años, su trabajo consistía, además de lo anterior, en escribir cuentos y enviarlos a concursos literarios que pagaran en dólares, euros o alguna buena cantidad de la moneda en turno. Investigaba quiénes eran los jurados, veía cómo escribían y mandaba cuentos escritos con la mejor intención de parecerse al estilo de los jurados, “que es lo que les suele gustar a los escritores”, dice Hernán. Y funcionaba.
En 1998 recibió el Premio Juan Rulfo otorgado por la cadena Radio Francia Internacional en la categoría Relato, y viajó a París para recibirlo. Allá conoció a Cristina, una catalana con quien se quedó a vivir en España por 15 años. Más o menos en aquellas fechas fue que inició su famoso blog, Orsai, que es como se le dice al fuera de juego en la jerga futbolera sudamericana. Así se sentía Hernán: fuera de juego, fuera de su país. El blog fue ganando popularidad y los textos que publicaba gratuitamente en internet comenzaron a ser mirados por la industria. Cuando el teléfono sonó para invitarlo a publicar su primera novela, el escritor se sentió soñado. El empujón lo llevaría a publicar en El País, de España, y La Nación, de Argentina, diarios en los que fue fichado como columnista. Casciari estaba en la Luna, pero eso apenas duraría.
En una entrada de su blog durante septiembre de 2010, Hernán renunció a las editoriales y los medios donde colaboraba. Renunciaba, como escribió, porque había aprendido “que solamente me puedo divertir en un medio sin publicidad, y que solamente puedo dormir los viernes —de un tirón, sin telefonazos intempestivos— estando en un medio sin ideología”.
Se reducían los espacios en los diarios, tenías una sensación permanente de que las editoriales te robaban, ¿por qué decidiste entrar en un primer momento a la industria?
Siempre me dio un poquito de resquemor la gente que dice “Yo no me meto en la industria”. Porque una cosa es decirlo cuando te vas de la industria y otra cosa cuando ella nunca te llamó. Cuando la industria nunca te llamó, es como cuando te gusta mucho una chica y no te da cabida y entonces decís: “No, en realidad no me gusta”. Antes de publicar con Random, Grijalbo o Sudamericana, no es que yo haya sido independiente por convicción, sino porque nunca me había llamado nadie. Yo no sabía que la industria era lo que luego descubrí. Pero hay gente que se siente como un pez en el agua en esos ambientes superficiales, trepando o tratando de conseguir la mejor tajada. ¿Quién soy yo para decirles a las personas que no hagan eso, si tienen muchas ganas de hacerlo?
Hernán Casciari. Foto: Notife
Hernán Casciari fundó la revista Orsai en enero de 2011. Una revista sin límite para sus textos y sin compromiso con algún agente de marketing empresarial. La revista, que había sido pensada para publicar cuatro ediciones a lo largo de un año, llegó a los 16 números y dejó de publicarse en 2013 porque la mitad de su equipo editorial se fue a vivir a Buenos Aires. “Antes estábamos todos en España y yo me quedé bastante solo. La revista nunca fue rentable en un sentido de ganancia, pero nos divertíamos mucho estando todos juntos. Una vez que se desbandó el staff, la dejamos de hacer”, cuenta Casciari.
Y es que en los proyectos de Casciari podrá haber carencias económicas o problemas logísticos, pero una de las cosas que más procura es disfrutar el proceso, divertirse.
Un día Casciari se miró en el espejo de la muerte y, luego de eso, decidió volver a la carga: a finales de 2015 sufrió un ataque al corazón en Uruguay y el infarto se convirtió en el impulso para que en 2016 Orsai volviera a publicarse. “La empezamos a hacer de vuelta inmediatamente cuando volví a Buenos Aires. Y la estamos pasando muy bien. Esta segunda temporada es increíble, porque no tenemos más problemas económicos, es rentable, aprendimos de los errores, la hacemos pensando únicamente en la parte artística y casi en ningún momento pensamos en la parte económica o en las zozobras de las aduanas y todas las complicaciones de novatos que tuvimos antes”.
Los errores a los que alude Casciari son aspectos clave, como dónde imprimir, cómo distribuir y qué es mejor para administrar el negocio. Al final, dice, fueron errores de logística “que en una sobremesa aburrirían a la mayoría”, y resume diciendo que “te das cuenta de que los gobiernos no propician el intercambio de la cultura. Es más fácil pasar cocaína de un país a otro que pasar una revista cultural”.
Esto se puede problematizar más a la luz del tercer comportamiento mencionado por el sociólogo Wolfgang Streeck, el dopaje. Éste se refiere tanto a las sustancias que “mejoran el rendimiento”, como a las que “lo reemplazan”: en la primera categoría estarían los fármacos legales, que hacen millonaria a la industria farmacéutica, y en la segunda, sustancias que en su mayor parte son ilegales, como la cocaína, pero que se trafican a escala mundial. ¿Será que facilitar el intercambio cultural atenta más contra el orden establecido que el tráfico de drogas? Quizá no es para tanto, pero vale la pena mencionar que la “felicidad sintética” o mantenerse “irrazonablemente feliz” son dos condiciones necesarias, de acuerdo con Streeck, para preservar la cultura capitalista de consumo y producción.
Además de la revista y la editorial, Orsai es el nombre de un bar y una productora que organiza las presentaciones en vivo donde Casciari narra sus textos; desde enero de 2019 también aparece en la televisión argentina leyendo cuentos, mismos que se pueden ver en YouTube. “Todo lo que me gusta se llama Orsai, y posiblemente lo siguiente que venga será la Fundación Orsai, que es un sueño grande porque tiene que ver con apuntalar, propiciar y apoyar todos los proyectos narrativos de habla hispana que podamos”.
Eres el escritor que deja a la industria, funda su editorial, imprime su revista, abre bares, tiene una productora, ¿cómo definirías tu paradigma del éxito?
Esa parte la tengo clarísima: levantarme en la mañana y que lo que dice el Google Calendar sea divertido. Es todo. Yo creo que si uno se focaliza en sus obsesiones y en las cosas que realmente le gustan, la segunda parte de la película, que es el dinero, tiene que venir. Recomiendo absolutamente que ése sea el objetivo de cada uno. Fíjate bien, ¿eh?: te despertás en la mañana y lo que hay te gusta. No hay nada mejor que eso.
Hace 15 años, el escritor David Foster Wallace comenzó un discurso de graduación contando: “Están dos peces nadando uno junto al otro cuando se topan con un pez más viejo, quien los saluda y dice: ‘Buen día, muchachos, ¿cómo está el agua?’. Los dos peces siguen nadando y después de un tiempo uno voltea hacia el otro y pregunta: ‘¿Qué demonios es el agua?’”.
En ese discurso, Foster Wallace elaboró un argumento sobre el valor verdadero de la educación, que es aprender a pensar. Y decidir en qué hacerlo. Que también es una forma de habitar. De ser conscientes. En ese sentido, vale la pena preguntar si, además de vivir la crisis del capitalismo, ¿podemos habitarla?
Cuestionar nuestras acciones, aspiraciones y nuestros sentimientos, como han hecho los sujetos de los cuatro ejemplos relatados, puede ayudarnos a ajustar prácticas, y hacerlo en colectivo es indispensable para tejer juntos una “conciencia de lo que es real y esencial, tan escondido a simple vista a nuestro alrededor, que tenemos que recordarnos a nosotros mismos una y otra vez: esto es agua. Esto es agua”, citando a Foster Wallace.
Esto, la precarización del trabajo y el incierto futuro de millones de jóvenes, es una patología de un modelo que se derrumba. ¿Cómo se configurará el siguiente? ¿Quién está construyéndolo? ¿Cómo podemos sumarnos? .
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