Fronteras hay en todas partes: por supuesto, entre los países, pero también en el cine, en los medios de comunicación, en las ciudades, en la música. Y, también por supuesto, siempre hay gente dispuesta a saltarse las fronteras.
Porque es fruto de la imaginación humana, no hay frontera que no sea imposición: el accidente geográfico que divide una tierra de otra, el muro que alguien levanta para impedir el paso de alguien más, las distinciones menos o más arbitrarias entre los individuos y sus quehaceres, los límites con que la naturaleza refrena nuestras posibilidades. Las fronteras quieren que lo que hay permanezca como está, sin intrusiones ni mezclas.
Pero tampoco hay frontera que no espere ser transgredida: de ahí la inestabilidad y la precariedad de todo trazo que pretenda fijar lo que contiene y lo que deja fuera. Por eso un prejuicio, un tabú, una figuración cualquiera de que el estado presente de las cosas ha de ser invariable, son tan susceptibles de derribarse como una valla. ¿De aquí no se puede pasar? Allá vamos, entonces.