Finales de película
Hugo Hernández – Edición 431
En mayor o menor medida, todas las películas que tratan el tema del fin del mundo invitan a la reflexión sobre el presente y el propósito de la vida humana.
El cine regresa a menudo al fin del mundo: no es uno de sus temas favoritos, pero sí lo retoma con cierta regularidad, haciendo eco de las preocupaciones que al respecto cobran fuerza en algunas épocas. Ya sea que el final llegue por fenómenos naturales (como el hielo en El día después de mañana, 2004), la maldad alienígena (Día de la independencia, 1996), la enfermedad (Exterminio, 2002) o la guerra nuclear (La hora final, 1959), el asunto en pantalla es fascinante y permite explorar los grandes miedos humanos.
Numerosos acercamientos apuestan por el espectáculo (como los antes citados); pero también los hay que proponen abordajes desde la intimidad (como la mayoría de los que más adelante se comentan). Los primeros registran las histéricas reacciones de la masa, que hace compras de pánico y se apresta a desplazarse a cualquier lugar donde la vida siga pareciendo posible. Las segundas acompañan a personajes que toman con calma la muerte inevitable: hay algo de tranquilizador en saber que al fin se acabará toda la humanidad, esa “especie fallida” (como la denomina Woody Allen en Así pasa cuando sucede).
En mayor o menor medida, todas las películas que tratan este tema invitan a la reflexión sobre el presente y el propósito de la vida humana. Algunas apuestan por la supervivencia al Apocalipsis: el hombre es un virus resistente y, mientras queden algunos especímenes, habrá esperanza. No obstante, no todas son ingenuas, y rara vez son optimistas. m
Melancolía
Lars von Trier, 2011
Justine vive con disgusto su fiesta de bodas y boicotea el programa que diseñó Claire, su hermana. Pero cuando el planeta Melancolía se acerca a la Tierra y amenaza con destruirla, Justine está tranquila; Claire es presa de la angustia. El danés Lars von Trier muestra cómo en la inminencia del final, los melancólicos —como Justine y él— encuentran la paz; para los demás es una gran tragedia. La diferencia está en el sabor —cuya etimología es la misma que de saber— de la pérdida; dice el cineasta: “Hay una dulzura del desastre. Es uno de los rasgos de la melancolía, la dulzura en el sufrimiento”.
Doctor insólito
Stanley Kubrick, 1964
El general Jack D. Ripper, militar estadunidense, decide ponerle calor a la Guerra Fría: cree que se avecina una ofensiva soviética, por lo que se adelanta e inicia un ataque nuclear. Sus jefes quieren detenerlo, pero no tienen éxito. Stanley Kubrick concibe una película bélica-humorística en tiempos en los que el miedo por el fin planetario era más que justificado. Entre abundantes alusiones sexuales y dosis de picardía muestra que, cuando se piensa con los genitales, hacer el amor significa hacer la guerra, la destrucción es una victoria y el Apocalipsis es un orgasmo.
Wall·E
Andrew Stanton, 2008
La humanidad ha dejado la huella de su paso por la faz de la Tierra: hasta donde alcanza la mirada, sólo hay ruinas. En ese paisaje wall·e, un robot recolector de basura, sigue haciendo su trabajo (y tiene mucho que hacer). Entre sus hallazgos está una planta, y la posibilidad de vida. Andrew Stanton nos recuerda las escasas razones por las que vale la pena aferrarse a la idea de que el género humano perviva; en particular una que es irracional: el amor. Y uno termina por apoyar la propuesta: con Pixar, la calidez es proporcional a la candidez.
Cartas de un hombre muerto
Konstantin Lopushanski, 1985
Después de la guerra nuclear, la vida retrocede a cierta animalidad, por lo que es natural que los militares ostenten el poder. Un científico, que vive bajo tierra, escribe cartas a su hijo desaparecido, en las que trata de explicar(se) lo acontecido. Con un aliento poético y una cinefotografía memorables, el soviético Konstantin Lopushanski nos lleva al día después de la catástrofe. Y aunque el paisaje es gris, algunos rayos de luz alcanzan para aferrarse a la esperanza: seguir apostando por la razón en la devastación es tal vez una desproporción… humana, demasiado humana.
El caballo de Turín
Béla Tarr y Ágnes Hranitzky, 2011
Se dice que Friedrich Nietzsche enloqueció después de ver que un cochero maltrataba a su caballo. El húngaro Béla Tarr sigue a la bestia y a su dueño (o, mejor, a la bestia y al equino) al ventoso y lejano paraje que habitan. Al día siguiente, el animal se niega a caminar; luego el cochero y su hija van perdiendo lo necesario para hacer la vida. Con una veintena de planos, Tarr da cuenta de la rutinaria existencia humana que se afana en continuar más por voluntad que por tener un propósito. Y cuando el fin se acerca, el sinsentido se revela, dejando un pasado vacío, lleno de tristeza.
Un tema que no tiene fin
La búsqueda de “fin del mundo” en Internet Movie Database arroja 334 títulos, entre los cuales hay:
197 películas para cine (con 109 dramas y 62 comedias)
59 para la televisión
10 juegos de video
43 cortometrajes