Este año es mi año

Este año es mi año

– Edición 503

Foto: pexels.com

El año nuevo es una promesa. Hemos ingresado en los días ingrávidos donde aún caben los proyectos, donde germina nuestra esperanza de edificar un hábito hasta entonces inexistente

La materia con la que están manufacturados los meses les otorga, a cada uno de ellos, una densidad particular. Insuficiente medirlos en su longitud de 28 o 31 días: a los meses hay que pesarlos. Hechos de plumas o de acero, su transcurrir nos aligera o nos obliga a cargarlos fatigosamente sobre la espalda. No es lo mismo una semana de abril —maciza, concreta y cotidiana como un puré de papa—, que esos pesadísimos y herrumbrosos siete días en que los estudiantes entregan trabajos finales aletargados por el inclemente calor del verano. O que aquella dulzona, liviana y perezosa semana que enlaza la Navidad con la Nochevieja. A cada mes le corresponde un peso determinado por el ritmo de nuestros oficios, de nuestro corazón y por aquellos fardos que, en colectivo, les ponemos encima o les restamos.

Noviembre, por ejemplo, va despojándose de sus kilos hasta entrar a esos primeros días de diciembre, ya ligerísimos como el algodón. Su liviandad nos incita a ejercer el noble arte de la postergación y aplazar todo hasta el año próximo. No importa que las actividades pendientes nos tomen tiempo con el que, de hecho, contamos; su momento no es ahora. Pues, ¿por qué habríamos de resolver asuntos de naturaleza matutina ya bien entrados en la noche del calendario?

Enero, mes de renovación y expectativa, nos hace confiar en la cándida asepsia de los inicios. Limpio como la mesa después de pasarle el trapo a conciencia, intacto como un cuaderno recién abierto, calmo como la avenida silenciosa al romper del alba: el año nuevo es una promesa. Hemos ingresado en los días ingrávidos en que la vida parece, apenas, su propio resplandor. Donde aún caben los proyectos, donde germina nuestra esperanza de edificar un hábito hasta entonces inexistente, donde las cosas podrían —ahora sí— suceder como siempre hemos querido. El año en que bajaremos de peso, terminaremos nuestra tesis, renunciaremos al cigarro, encontraremos al amor de nuestra vida. Una a una esas estampas recorren nuestra mente mientras las uvas se agolpan en nuestra garganta al límite de la asfixia. (¿No es clara la metáfora?  Asumimos el riesgo de dejarnos ahogar por nuestros propios deseos.) Y allí nos instalamos, en el optimismo del reinicio, con ovejas que imantan dinero y ropa interior cuyos colores invocan a la fortuna. Días ligeros que transcurren en la pureza de las agendas, carnicerías que nos regalan calendarios de pared, listas de propósitos. Un optimismo por lo venidero que comienza a tambalearse al preguntarnos, poco después, hasta cuándo sigue siendo válido desearle feliz año nuevo a los vecinos. ¿Indecoroso pronunciarlo cinco días después? ¿Quince? O, mejor dicho: ¿hasta cuándo seguimos confiando en nuestro porvenir? Quizás hasta que las jornadas comienzan a parecerse a sí mismas otra vez, a tomar la densidad de la rutina. Hasta que pesan de nuevo y nos recuerdan que hay cosas que, simplemente, no habrán de concretarse nunca. No, al menos, hasta que dejemos de ver nuestra vida como una lista de pendientes que se arrastran durante doce días, doce meses, doce años y doce eternidades.

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MAGIS, año LX, No. 502, noviembre-diciembre 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de noviembre de 2024.

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