“Ésta será la generación del 15M, la del #YoSoy132”: Javier Toret
José Miguel Tomasena – Edición 438
No importa si es la plaza Tahrir en Egipto, la Puerta del Sol en España, Occupy Wall Street en Estados Unidos, #YoSoy132 en México, el parque Gezi en Turquía o el aumento al transporte público en Brasil: las escenas se repiten: por todos lados hay miles de jóvenes que salen a las calles a protestar y a exigir cambios en la manera de gobernar. ¿Cuál es el común denominador? La red.
“Estamos muy avanzados en los asuntos tecnológicos, pero el cambio político está muy atrás, no tenemos un modelo de sociedad de recambio”. Esta contradicción parece empujar la acción y el pensamiento de Javier Toret, activista e investigador del Programa de Comunicación y Sociedad Civil de la Universidad Oberta de Catalunya, donde colabora con el profesor Manuel Castells.
Formado en los movimientos comunicativos como Indymedia y el activismo social en Málaga, Toret ha estado involucrado en colectivos como x.net, Democracia Real Ya y, más recientemente, el Partido X, iniciativas que buscan el cambio social y político a través de las tecnologías.
Recientemente coordinó el estudio Tecnopolítica y 15M: la potencia de las multitudes conectadas, en el que el colectivo DatAnalysis15M, formado por programadores, sociólogos, activistas, psicólogos, estudiosos de los sistemas complejos y de las ciencias cognitivas, ha analizado distintos aspectos del movimiento del 15M español —conocido también como “Los Indignados”—.
En octubre pasado, Toret ofreció una charla sobre tecnopolítica en el ITESO.
Las protestas en Brasil comenzaron como reacción al aumento a las tarifas del transporte público, pero muy pronto se extendieron a todo el país como una forma de canalizar la frustración ciudadana por la situación política y económica del país, marcada por la pobreza y la desigualdad. Foto: Flickr/Izaias Buson
¿Cuáles son las diferencias entre los movimientos sociales tradicionales y los nuevos movimientos emergentes, como el 15M, Occupy Wall Street, #Yosoy132, o los más recientes en Brasil y Turquía?
Un movimiento social tiene otra forma. 76 por ciento de la gente que participó en el 15M no era activista, y 94 por ciento de la gente participaba en redes sociales. Claro, en España hay un índice de penetración de internet de 72 por ciento; México, si no me equivoco, está en cuarenta, cuarenta y tantos…
Esos movimientos red son más amplios que las categorías de los movimientos sociales, por muchas razones. No tienen esas características de pertenencia ideológica o una identidad que se construye con el tiempo; es más bien una explosión que se hace viral en la red y que aumenta la emocionalidad de la gente, y que se expande y se contagia gracias a la tecnología.
¿Qué es lo que buscan los movimientos en red?
Los movimientos cuestionan, en general, cómo está hecha la sociedad. Por eso son movimientos. Aunque no tengan demandas de “el comunismo” y no pongan un modelo totalmente cerrado de sociedad, están planteando una impugnación del sistema. Y esa crítica transversal es distinta a la de un movimiento social, que critica un elemento. Aquí hay una crítica generalizada e interconectada, y por eso estos movimientos son revolucionarios en la medida en que los sistemas políticos y económicos no están preparados para aceptar ninguna de esas demandas. “Acabar con el monopolio de los medios”, es muy radical. “Que cambie la democracia representativa por algo más participativo, donde haya más control ciudadano”, es un cambio muy profundo. No es “La Revolución” con mayúsculas, sino un conjunto de críticas que van a la raíz de cómo funciona el sistema neoliberal.
Manifestación del movimiento #YoSoy132 en la ciudad de México. 23 de marzo de 2012. Foto: Reuters
Nosotros estamos mucho más cerca de pensar estos movimientos no desde las teorías de la sociología, sino de las teorías de los sistemas complejos, de las ciencias cognitivas, de los estudiosos del comportamiento de las bandadas de pájaros o de las cosas que pasan en el cerebro, que es también una red de neuronas con una complejidad tal que hace que muchos elementos se coordinen sin que haya un centro. Para nosotros es muy claro: se trata de un proceso emergente y de autoorganización en el que patrones sencillos se repiten, se replican y generan un orden más complejo. Esa explicación nos parece más certera.
¿Cuáles son los factores que explican el surgimiento de estos movimientos?
En Europa hay una situación tremenda de paro juvenil y una serie de malestares que no son sólo de los jóvenes, sino de todas las capas de la sociedad, que ven que no hay democracia, que se están reduciendo sus expectativas de vida. Antes la gente estaba aislada, los grandes medios como O Globo, como Televisa, tenían un poder tremendo. Y estos movimientos rompen esa hegemonía. En la medida en que la gente hace un uso político de la red y de las miles de posibilidades —que puedes crear, relacionarte, hacer cosas, sobre todo en Facebook y Twitter, YouTube, streamings—, ha conseguido convertir el malestar, la impotencia, el “cabreo”, en una agrupación temporal y, sobre todo, transversal de la sociedad.
No olvidemos que este fenómeno es mundial. Si contamos siete países, que son los que estamos estudiando y en los que luchamos (Túnez, Egipto, España, Estados Unidos, México, Turquía y Brasil), entre 2011 y 2013 hay una secuencia de explosiones sociales que suman alrededor de 800 millones de habitantes. Si la proporción de gente que simpatiza con estos movimientos en cada parte del mundo es de 50 y hasta 65 por ciento, podríamos hablar de entre 400 y 500 millones de personas que han apoyado a estos movimientos.
Concentración en la Plaza del Sol para festejar el primer aniversario del 15M. Foto: EFE
Lo que el movimiento consiguió con la dinámica de autoorganización en la red es que tú te das cuenta de que hay personas trabajando contigo y se están dejando las horas; hay un volumen de actividad y organización que estás viendo, lo estás sintiendo, porque son relaciones humanas. Todo ese tráfico de interacciones es capaz de convertir la soledad, la impotencia, el miedo, en potencia. “Podemos, vamos a hacer esto”. Es una autoconstrucción de los estados de ánimo colectivos, como lo llamamos nosotros, y las tecnologías y la mediación para hacer eso.
Ya sea para motivarte a salir a la calle o si te pegan —si el sistema te agrede—; si estás conectado y tu versión es más potente y más distribuida y tiene más credibilidad que la de los medios que tratan de reprimirte, el movimiento crece. Si en los medios te cercan y eres “anarquista”, “revoltoso”, y hay mucha gente que los apoya, es más difícil crecer. Pero si se ve que hay un agravio del poder a algo que es legítimo, ciudadano, justo, hay un proceso de contagio tecnológicamente estructurado.
¿Qué papel tienen las tecnologías en estos procesos de contagio?
Los streaming, los “tuits” y las fotos han hecho la revolución en directo. Tú puedes seguir lo que está pasando en la calle en tiempo real. No sólo vas a ver la narración de los medios masivos: ahora vas a tener a muchas personas que están haciendo una información distribuida del mismo acontecimiento en primera persona. Ahí se transmite mucha emoción, porque es directo y porque hay riesgo, y la gente que lo está viendo también lo está percibiendo y está preocupada. Y si hay violencia se activan sus neuronas espejo, se activa el cerebro y dice: “No puede ser, esto es intolerable” y empieza a tuitear o sale a protestar, o a lo mejor no puede ir a protestar ese día porque está trabajando o porque la protesta no es en su ciudad o en su país. Pero esto también es importante para entender lo que está pasando: no son movimientos aislados, son movimientos interconectados.
¿Cuáles son los elementos en común entre el 15M y otros movimientos red como #YoSoy132, Ocuppy Wall Street?
Hay cosas distintas entre la Primavera Árabe, el 15M y Occupy Wall Street, porque son distintos los contextos. Por ejemplo, con Occupy no hay un movimiento muy fuerte en internet como el que hay en España, sino una cosa más de activistas. Sin embargo, el movimiento crece cuando hay una represión muy fuerte.
En España, la clave es la noche del 16 de mayo, cuando la gente se queda a acampar, algo que no estaba planificado. Esa noche los dejan estar —un gran error de la policía—, y al día siguiente los desalojan. Entonces se lanza en Twitter: “¡Venid a acampar, venid a acampar!”. Y claro, como la gente estaba tan caliente de la manifestación y estaba tan empoderada —dos días antes había habido una movilización muy importante en todo el país que los medios habían silenciado—, esa noche llegan 40 o 50 mil personas a [Puerta del] Sol, cercan a la policía y ésta se tiene que ir.
Yo estaba en Barcelona siguiendo por streaming, y hay un momento en que toda la plaza empieza a cantar al unísono: “Ha empezado la revolución…”. Toda la gente que estaba viendo el streaming se fue como loca a acampar a su ciudad y en dos días tenías todo el país acampado.
La activista Ayse Diskaya (derecha), su hijo Mazlum y su nuera Sureyya se unieron a las protestas en el parque Gezi, el 9 de junio de 2013, después de la boda de la pareja. Diskaya se unió al movimiento porque piensa que las políticas del primer ministro Tayyup Erdogan amenazan la vida secular de la sociedad turca y ponen en riesgo los derechos de las mujeres. Foto: Reuters
¿Podemos decir que hay un desplazamiento de los movimientos sociales tradicionales, que se articulan a través de demandas políticas, a movilizaciones alrededor de emociones?
No es verdad que no haya contenidos. La convocatoria de Democracia Real Ya, que es la que le da lugar al 15M, tiene ya ocho puntos de consenso social sobre el tema de la banca, de la vivienda, de la precariedad, sobre la no separación del poder político y financiero.
Pero no son demandas en el sentido tradicional, porque no puedes plantear una negociación para conseguirlas.
No eran demandas para negociar, pero sí orientaban medidas básicas, algunas más concretas que otras. No eran tan abstractas… yo qué sé: cambio de la ley electoral es muy concreto. Otras eran demandas de sentido común. Y después, en la acampada, también se hicieron unas propuestas de demandas. Sólo que era una locura construir esas demandas, porque para decidir cuáles eran las reivindicaciones del movimiento, todo el mundo quería participar. Entonces hubo un intento que se llamó “el consenso de mínimos”, que consistía en alcanzar cuatro puntos de consenso. Pero fue un proceso raro, no terminó de funcionar bien.
Una de las críticas a los movimientos red es que son muy efímeros. En cuanto pasa la efervescencia emocional, se apagan.
Nosotros hemos analizado los periodos del movimiento [15M] hasta junio de 2012. El movimiento sigue vivo, pero nosotros hemos tomado un periodo de tiempo para el análisis. Así hemos descubierto algunas etapas. Primero hay un periodo de gestación: en 15M fue de tres meses, en Ocuppy Wall Street no fue tan potente y #YoSoy132 no tuvo. Después hay un momento de explosión del sistema. Es un proceso de autoorganización acelerado, porque el empoderamiento y la indignación se aceleran a la velocidad de la información y del afecto, que es infinito. Se crean perfiles colectivos, cada ciudad hace su acampada. A esto lo llamamos “contagio tecnológicamente estructurado”. Después hay una caída por cansancio, por agotamiento. Es la fase de latencia, porque ahí hay millones de personas que han vivido una cosa que no van a olvidar nunca. Luego viene una fase de evolución-mutación de los movimientos, porque impacta en la sociedad de una manera muy trasversal y muy fuerte, y la sociedad también se mueve. El espíritu del 15M, sus metodologías, el ADN, se han impregnado en muchos sectores sociales y la protesta ya no viene del 15M, viene de la sanidad, de los alumnos.
¿Podríamos decir que la etiqueta cambia, pero que las personas o los colectivos se agrupan alrededor de otras iniciativas, otros nombres?
El movimiento, por un lado, activa a la sociedad y, por otro, ayuda a propagar lo que dicen otros sectores. Por ejemplo, la PAH [Plataforma de Afectados por la Hipoteca,] que ha sido capaz de profundizar en demandas concretas. Han llevado una iniciativa legislativa popular al Congreso. Ese movimiento es un poco hijo del 15M porque, aunque nació en Barcelona unos años antes, sólo tenía dos nodos antes del 15M y ahora tiene 160. Están en todo el país y son muy poderosos, muy grandes. Se ha abierto un espacio público expandido que está receptivo a que se lancen iniciativas.
“Los lazos humanos valen más que los bonos del tesoro”. Austin Guest canta durante una de las protestas del movimiento #OccupyWallStreet afuera de la Bolsa de Valores de Nueva York, el 16 de abril de 2012. Foto: Reuters
Si las emociones son tan importantes, ¿cómo lidiar con la desilusión, la frustración, que también se contagian?
Cuando hay un subidón de emoción tan grande, puedes tener una gran desilusión si estás confiando en que esto es la victoria definitiva. Esto es un ciclo de largo recorrido, y hay momentos en los que hay una insurrección conectada de estos cuerpos, pero una insurrección no cambia las relaciones de poder para siempre. Es como una sacudida, como si una ola pega en una muralla y la agrieta. Pero claro, la muralla está ahí, todavía. Y claro, cambiar la estructura del sistema en sus rasgos fundamentales es un desafío de una complejidad enorme.
Yo también lo veo como un asunto de generación. Ésta será la generación del 15M, como la generación del #YoSoy132, y tenemos que cuidar, modular, aprender, escuchar, experimentar, trabajar, para que estas generaciones tengan un recorrido de diez, veinte años, y sean capaces de asumir los límites que han tenido, de experimentar, de profundizar.
¿Qué detiene a este tipo de movimientos?
Nosotros intentamos estudiar cómo es un poder constituyente, esto es, que es capaz de construir un nuevo marco social, con otra idea de democracia y donde, como dicen en Ecuador, todo esté orientado al bien vivir de los ciudadanos.
Nosotros creemos que tocamos un techo de cristal, que hemos construido una mayoría social. Si es 70 por ciento de la población, tenemos que ver cómo entrar en la escena institucional. Tenemos una oportunidad histórica, con una mayoría que quiere un cambio y no se siente representada por un partido político. Pero claro, nosotros sabemos que no es una cosa de un solo partido, ni de reproducir los partidos que hay, ni de hacer partidos más de izquierdas. Tiene que haber una relación entre un movimiento red, abierto, inteligente y la sociedad. Una nueva forma de construir sociedad y un poder ciudadano distribuido que la pone en marcha, que es capaz de estar en las movilizaciones y en las protestas sectoriales pero, al mismo tiempo, también es capaz de entrar a las instituciones de muchas formas. Pero no se detiene… m