Esa alimaña: el gozo

Foto: pexels.com

Esa alimaña: el gozo

– Edición 506

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Una llega a esta edad y se sorprende de que todavía pueda gozar algo. Lo que sea. Aunque sea una dosis de Schadenfreude.

Una no puede llegar a los 43 años sin aprender que el gozo es un animal muy raro.

No es igual que la felicidad. Esa es un poco más complicada a pesar de que le gusta decir que es más sutil, que su inconstancia no quiere decir que no sea parte de nuestra vida, que a veces se duerme y a veces está despierta como en un ataque maniático. El gozo no se lleva bien con ella, la verdad. Supongo que es nuestra culpa, porque hemos intentado sentarlos a la mesa para que departan. “Mira, qué bonita se puso hoy la felicidad, ¿por qué no le hablas de lo que hiciste, gozo?”. Y el otro se pone a contar, con toda naturalidad, que liberó dopamina a lo loco viendo el video en el que un grupo de billonarios implotó en el fondo del océano, que si quiere verlo también, que lo tiene en sus guardados de TikTok para no perderlo. La felicidad lo mira con una combinación de horror y de lástima, porque ella ya aprendió a ver a las personas por lo que de verdad importa: el interior (“Interior el que se esparció como confeti en el susodicho desastre marítimo”, se imagina el gozo), mientras celebra que existan las lecciones de vida después de cada mal día, los gatitos esponjosos y las flores amarillas.

El gozo nomás voltea los ojos.

Es que no es igual que la felicidad, le cuesta convivir con ella y sus muy preocupadas preguntas de por qué le gusta lo que le gusta, mientras él mismo está pensando, detrás de esos ojos que la miran como pistola, por qué no intenta averiguar lo que realmente quiere saber: por qué el gozo sí se presenta cuando se le invoca con el estímulo adecuado, por qué es tan versátil, por qué no le da miedo soltar o cambiar de actividades, por qué no juzga a la persona que lo experimenta. El gozo cree que la felicidad es medio cobarde ahí arriba de su tabique moral. Cuando le da la espalda, le gusta remedarla: “Ay, es que yo no soy egoísta, sólo quiero que la gente triunfe, que mi Twitter sea pura luz entre tanta oscuridad, blabla”.

Y ahí anda una luego, pensando en cómo racionalizarle a los demás cuando elegimos gozar de tres horas de televisión en vez de practicar 40 minutos de ejercicio. O que reguemos las plantas con parsimonia en el mismo instante en que tres jóvenes son desaparecidos en la ciudad. O que nos dejemos llevar al sueño junto a un gato que marrulla suavemente en la madrugada lluviosa cuando al otro lado del mundo los misiles de Netanyahu destruyen una escuela. Una vez que aprendes a leer las noticias, andar por la vida gozando a pesar de todo lo demás se siente como de psicópatas.

¿Valdrá la pena seguir viviendo si nos sentimos bien tomando traguitos de veneno cada viernes, cantando canciones que nos destrozan el alma con sus letras, privándonos del sueño porque sentimos que si no vemos salir el Sol entonces nada valió la pena? Una llega a esta edad y se sorprende de que todavía pueda gozar algo. Lo que sea. Aunque sea una dosis de Schadenfreude, porque no toda la gente puede ser la bigger person. Alguien tiene que darle de comer al más extraño de los animales.

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MAGIS, año LXI, No. 506, julio-agosto de 2025, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A. C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Édgar Velasco, 1 de julio de 2025.

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