Entre el suelo y el cielo
Hugo Hernández – Edición 474
El cine puede ser un medio propicio para vivir en las nubes. Por eso son tan socorridas la fantasía, la aventura y la comedia ligera; y es riguroso el final feliz. Pero en ocasionalmente el cine reconoce sus miserias, sus afanes manipuladores, el distanciamiento deliberado con la realidad
Hollywood es considerado “la fábrica de sueños”. Más justo sería calificarlo como “fábrica de quimeras”, pues sus sueños se fabrican con el deseo del consumidor de habitar otros mundos y vivir otras vidas, de tener acceso a experiencias imposibles, de lograr la superación —separación— de la realidad: el cine puede ser un medio propicio para vivir en las nubes. Por eso son tan socorridas la fantasía, la aventura y la comedia ligera; y es riguroso el final feliz. El espectador halla en la pantalla un terreno seguro, una vía para la distracción y hasta para la evasión.
Hollywood, inmodesto, ha hecho de Hollywood la gran aventura y la gran fantasía. Así, no faltan los personajes que llegan ahí con el sueño de ser estrellas. Porque los que alcanzan la fama y tienen una carrera exitosa son estrellas y viven más allá de las nubes. Como la protagonista de El artista (2011), cinta que gustosa celebró la Academia estadounidense, porque a Hollywood, onanista, le gusta premiar a Hollywood: no es raro que una película que lo tenga como su asunto o su fondo se lleve su Óscar.
Pero cuando se ilumina su lado oscuro, Óscar voltea para otro lado. Así sucedió con Barton Fink (1991), que muestra la demencia presente en la Costa Oeste. Cannes le otorgó la Palma de Oro y los premios a Mejor Director y Mejor Actor, pero la Academia no le dio nada. No obstante, con ojo (auto)crítico y por lo general desde perspectivas europeas, ocasionalmente el cine reconoce sus miserias, sus afanes manipuladores, el distanciamiento deliberado con la realidad. Baja, entonces, a ras de tierra.
La rosa púrpura del Cairo(The Purple Rose of Cairo, 1985), Woody Allen
Corren los años de la Depresión y Cecilia vive en la depresión. Su matrimonio y su trabajo dan poca emoción a su existencia. Asiste al cine con frecuencia y con fruición, pues en la sala oscura se ilumina su grisura. Aún más cuando un personaje repara en su habitual presencia, sale de la pantalla y huye con ella. Woody Allen, que ha exhibido en más de una ocasión las contrariedades que caben en el cine, muestra cómo el público estadounidense ha hecho del séptimo arte un vehículo propicio para el autoengaño y la evasión.
8½ (1963), Federico Fellini
Desde la subjetividad y con ricas atmósferas oníricas, el cine de Fellini se mueve entre la nostalgia y la melancolía. 8½ es emblemática en este aspecto. Desde el inicio, que es memorable: un hombre huye de un embotellamiento y vuela hasta las nubes. Pero es obligado a descender. Es el sueño del protagonista, un realizador que vive un bloqueo creativo. Después regresa su pasado, padece el presente y se proyecta en más de una fantasía. Para él —para Fellini y para Freud—, la evasión no es posible ni en el sueño.
La noche americana(La nuit américaine, 1973), François Truffaut
Una noche americana es una escena filmada de día que simula ser de noche. El título revela la falsedad del cine al estilo estadounidense. Registra el rodaje de Te presento a Pamela, en la que una joven inglesa huye con su suegro, que es francés. Es una historia de amor convencional, es decir, un tanto fantasiosa. Es una película. Detrás de cámaras, el cast y el crew protagonizan conflictos con sus parejas, pasiones secretas y crisis personales: las relaciones son más complejas que lo que el cine registra. Truffaut dixit.
Mulholland Drive (2001), David Lynch
Una joven sobrevive a un accidente automovilístico en la hollywoodense calle del título, pero pierde la memoria. Después se involucra con una actriz, y con ella trata de averiguar su identidad. Mientras tanto, avanza una trama que involucra a un realizador y unos mafiosos. Para no variar, Lynch concibe una cinta que posee un desdoblamiento inquietante, en el que se desmiente lo que vimos y se revela que la verdad está en el inconsciente. Los mecanismos del cine entran en cuestión, y así vamos del sueño a la pesadilla.
The Truman Show: historia de una vida(The Truman Show, 1998), Peter Weir
Truman ha crecido en un vecindario amable. Tiene un trabajo que le gusta y lleva una vida apacible. Pero todo es una puesta en escena: sin saberlo, él protagoniza un show televisivo que es seguido por miles de espectadores. Weir exhibe la perversidad de la televisión (como antes lo hizo Bertrand Tavernier en La muerte en directo, en la que se sigue a una mujer a la que hacen creer que va a morir), que encuentra campo fértil en los espectadores, dispuestos a ser cómplices de un engaño para evadir su propia grisura.