“En México, la ciencia es un apéndice”: Antonio Lazcano
Montserrat Muñoz – Edición 497
Considerado como uno de los biólogos más importantes del mundo, el investigador mexicano no ha dudado en señalar los descalabros que la ciencia ha sufrido durante la actual administración federal
Si Antonio Lazcano Araujo hubiese nacido en el siglo XVIII, seguramente hubiera sido jesuita. Sin embargo, él mismo acepta, con pícara sonrisa, que la aventura no se habría prolongado mucho: tarde o temprano lo iban a expulsar. Jesuita o no, nacido en aquel siglo o en el pasado, su destino estaba irremediablemente atado a la ciencia y al conocimiento, tanto en su producción como en su divulgación.
Profesor emérito de la Facultad de Ciencias de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) desde 2017, Lazcano Araujo es miembro de El Colegio Nacional y del Sistema Nacional de Investigadores (SNI), nivel III. Ha impartido cátedra en universidades de Francia, España, Suiza, Rusia, Estados Unidos, Cuba e Italia; es director honorario del Centro Lynn Margulis de Biología Evolutiva en las Islas Galápagos, Ecuador; estuvo al frente de la International Society for the Study of the Origins of Life y de la Gordon Conference of the Origins of Life; ha recibido tres doctorados honoris causa; ha sido consejero de la Administración Nacional de Aeronáutica y el Espacio (NASA, por sus siglas en inglés) en cuestiones de astrobiología y ha recibido numerosos reconocimientos y distinciones por su quehacer científico.
Desde siempre enamorado de la divulgación de la ciencia y mundialmente conocido por sus trabajos en torno al origen y la evolución temprana de la vida, Antonio Lazcano Araujo es uno de los científicos más prolíficos del país —para muestra, sus más de 230 publicaciones, entre artículos, investigaciones y libros— y también uno de los más críticos de las políticas científicas instrumentadas en México. A su parecer, la más reciente, la de la autoproclamada Cuarta Transformación de Andrés Manuel López Obrador, ha sido la más devastadora de los últimos años, provocando lo que considera un avasallador desmantelamiento del aparato científico.
Alzar la voz le valió perder su cargo como parte de la Comisión Dictaminadora del Área 2 de Biología y Química del SNI. Sin embargo, este revés no logró que el investigador bajara el volumen. Además de continuar siendo partidario de incluir a la comunidad científica en la definición de políticas nacionales en la materia, así como de la imperante necesidad de incrementar la inversión en ciencia como vehículo para impactar positivamente en dimensiones como educación, desarrollo económico, equidad de género y tantas otras, Lazcano Araujo continúa haciendo sonar su voz en espera de que los oídos correctos lo escuchen y se detonen nuevas vocaciones científicas.
¿Cómo debe interpretarse la máxima de la 4T, “Primero los pobres”, desde una perspectiva de desarrollo científico?
Creo que todos estaremos de acuerdo con que las personas menos privilegiadas de la sociedad tienen el derecho a contar con oportunidades —y los demás tenemos la obligación de abrirlas— para desarrollarse individual y colectivamente de la mejor manera. Pero también creo que el “Primero los pobres” suena como a película de Pedro Infante. Refleja una actitud paternalista que no reconoce el hecho de que la ciencia debe ser un bien individual y común que requiere una política general.
Hay que decir que, desde mucho antes de que el presidente López Obrador pasara a ocupar el puesto que ahora tiene, el Estado mexicano ha carecido de una política científica de largo plazo. Los tiempos de la política científica son distintos de los de la vida política, y eso se nota en proyectos que dejan de recibir apoyo en cuanto se acaba el sexenio. Y es que, en México, la ciencia es apenas un apéndice de los informes presidenciales. Lo que tiene que haber es un apoyo sostenido en forma de becas para que los estudiantes puedan llevar a cabo sus estudios y para que haya crecimiento de las universidades —que, por cierto, son la principal fuente de empleo para los investigadores en el país—.
El problema está en que no ha habido aumento de presupuesto a las universidades públicas y a las privadas, por una serie de obsesiones ideológicas completamente ridículas; les han quitado apoyos a los que legítimamente tienen derecho. La investigación podría dar la sensación de que es cara. No lo es. Es mucho más caro no investigar en ciencia a corto, mediano y largo plazos —sobre todo a mediano y largo—. Si seguimos así, la investigación no se va a poder sostener mínimamente en niveles decorosos.
A todo eso hay que agregar el golpe brutal —que se está repitiendo ahora con los empleados del Poder Judicial— con el que el presidente, a través de María Elena Álvarez-Buylla, la directora del Consejo Nacional de Humanidades, Ciencias y Tecnologías (Conahcyt), expropió los fideicomisos. Eso es completamente ilegítimo, completamente feroz y refleja una actitud anticientífica y antiintelectual muy profunda. Todo esto hay que englobarlo en el hecho de que el presidente, en el fondo, desdeña mucho la actividad intelectual, científica y cultural.
¿Cuál ha sido el impacto de la política científica lopezobradorista en la capacidad de México de responder ante desafíos como la pandemia?
Totalmente negativo: todo ha sido promesas falsas e intenciones fallidas. Piense, por ejemplo, en los ventiladores que nunca llegaron, o en la vacuna “Patria”, que nunca se ha visto. Vea lo que ocurrió en el Centro de Investigación y Docencia Económicas (CIDE), ahora completamente destruido; piense en el resentimiento que tienen muchos miembros de la comunidad científica contra el gobierno, o en las esperanzas rotas de multitud de adolescentes, a quienes la ciencia no se les ofrece como una alternativa de desarrollo intelectual y personal.
¿Cuál hubiera sido un camino para lo que quería ser la Cuarta Transformación, sin menoscabar la actividad científica del país?
Primero que nada, se debió haber minimizado el presidencialismo mexicano. A diferencia de lo que muchos esperábamos, el presidente ha concentrado el poder y lo ha ejercido en una forma caprichosa, en forma de ocurrencias. Y sucede que las ocurrencias son una mala forma de organizar la vida intelectual, política y económica de un país.
En segundo lugar, el presidente tiene una ignorancia apabullante sobre asuntos culturales y, en particular, sobre ciencia. Ahora bien, no hay mandatario que sepa todo lo que hay que saber, pero el buen político, la buena política, se rodea de consejeros. Y sí había mucha gente dispuesta a dar sugerencias, de muy buena fe y desinteresadamente, pero no hubo oídos.
Yo creo que el presidente ni siquiera escucha a Álvarez-Buylla, aunque el mito que ella ha tratado de transmitir es que es del círculo íntimo del presidente. Una persona con mucho poder y completamente ignorante de las necesidades que tiene el país en términos científicos y sobre la forma de dirigir una política científica, estaba condenada a fracasar.
¿Qué debería suceder con el nuevo gobierno para fortalecer la investigación y el desarrollo científico en el país?
Quien quede de presidenta debe escuchar a la comunidad, que está muy dispuesta a armar agendas para que se restituya lo que hemos perdido y que además se mejore la situación en la que estábamos antes. Una de las cosas que habría que procurar de inmediato es recuperar la evaluación de pares; tenemos que dejar de creer que la persona que ocupe la dirección del Conahcyt es la que va a dirigir los caminos de la ciencia con base, únicamente, en lo que esa persona tenga en mente.
El nuevo gobierno habrá de garantizar que la descentralización se siga desarrollando, y tratar de reparar la fisura tan brutal que se hizo entre la comunidad científica y las personas que dirigen el sector. En este momento, la enorme mayoría de los miembros de la comunidad científica ve con desconfianza al Conahcyt, y eso no puede ser. Tiene que existir un plan de cooperación y entendimiento entre todos los actores, lo cual requiere que las autoridades escuchen a los investigadores.
También toca reforzar a las universidades estatales. El ITESO y la Universidad de Guadalajara son afortunadas, pero si uno va a algunas universidades de los estados, ve que hay una pobreza brutal.
Se tiene que enviar el mensaje de que la ciencia no es una actividad que va a ser controlada de manera autoritaria y vertical por quien ocupe los puestos de dirección, sino que se va a estar escuchando a la gente que quiere hacer investigación.
Usted ha afirmado que la mayor riqueza que tiene la ciencia en México son los jóvenes, por lo que es imperativo afinar mecanismos de educación y de divulgación de la ciencia. ¿Cuáles podrían ser algunas estrategias para avanzar en ese sentido?
Lo primero que debería hacerse es apoyar la educación, desde primaria hasta el nivel de doctorado. En México están muy sectorizados los niveles educativos; quienes entran a secundaria no tienen continuidad con lo que aprendieron en la primaria, y los que pasan de secundaria al bachillerato tienen unos cortes brutales. No hay una continuidad como la que uno ve en países desarrollados como Suiza, Alemania, Francia, Inglaterra.
Invertir en educación significa garantizar que una niña que vive en la sierra de Chiapas tenga exactamente las mismas posibilidades que un niño que vive en Guadalajara o en Ciudad de México. No sabemos cuántas madame Curie hay en la sierra de Chiapas. Y aunque no saliera de allí ningún científico porque los niños no sientan que ésa sea su vocación, de cualquier manera se sensibilizan a la ciencia y eso les permite hacer y pensar cosas extraordinarias.
Lo que el país tiene que hacer es invertir en ciencia: en la educación de científicos, en tener laboratorios bien preparados, en que el sistema científico tenga la capacidad de decidir sus caminos. Y, por supuesto, en garantizar programas de divulgación de la ciencia. El Conacyt —antecesor del Conahcyt— tenía programas de divulgación espléndidos, como los Veranos de la Investigación Científica. Dos de mis colegas llegaron a mi laboratorio siendo estudiantes de Guadalajara en Veranos de la Investigación Científica y ahora son investigadores de primera línea. Todas esas vocaciones científicas se pueden despertar, desarrollar y afianzar a partir de una buena política de divulgación científica.
Hay un problema terrible que afecta al aparato científico mexicano en términos de los sueldos, disparidades de empleo y temporalidad. Tenemos un enorme número de profesores por hora que no alcanzaron puestos de tiempo completo; habrá que pensar en profesionalizar esos servicios de enseñanza, porque no puede ser que sigamos generando perfiles que no logren encontrar un empleo definitivo como científicos.
¿Cómo considera usted que este desarrollo científico brinda bienestar a la sociedad?
La ciencia puede hacer muchas cosas por la sociedad. Las vacunas, por ejemplo, son una demostración de la capacidad de la ciencia para resolver, en un tiempo muy corto, un problema absolutamente aterrador que cobró millones de muertos en todo el planeta —y en México, cuando menos, 800 mil—. Desde la ciencia también se puede responder al problema del cambio climático, que ecólogos y geofísicos han insistido en que es un problema muy real en el país, y al que el presidente ha prestado oídos sordos. Necesitamos afianzar redes de prevención de tragedias como las que acabamos de ver con el huracán Otis, en Guerrero.
También tenemos un problema muy severo con la agricultura y necesitamos trabajar en preservar los recursos hídricos y biológicos del país; Veracruz era uno de los estados con mayor riqueza biológica en de toda la nación y ha perdido selvas de una manera espeluznante. La investigación y la ciencia tienen mucho que aportar en estos asuntos. A los jóvenes que tienen aspiraciones científicas: sigan su vocación. Apelen a los recursos que ahora tenemos en la red, con videos, con TikTok, con libros. Acérquense a los científicos. La comunidad científica siempre está dispuesta a hacer divulgación y a escuchar y atender a los jóvenes para que vayan madurando su vocación y su capacidad para definir sus objetivos en esa dirección. Tal vez resulte que después de dos años no quieren ser matemáticos y descubren que lo que les interesa es la sociología, no importa. Lo que aprendieron, seguro que les va a servir.
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El Dr. Lazcano excelente como siempre