Elon Musk, el hombre que morirá en Marte
Naief Yehya – Edición 454
Ha influido decisivamente en la economía global al crear la plataforma más usada para las transacciones digitales, y también en la industria automotriz, al apostar al desarrollo de automóviles eléctricos competitivos con los impulsados por motores de combustión interna. Ahora está por llevar la tecnología aeroespacial a cruzar una de sus más desafiantes fronteras. Este inventor y empresario, mezcla de visionario y soñador, es una de las presencias que más notoriamente trabajan por que este mundo ya no sea lo que venía siendo
Entre 1997 y 2001 tuvo lugar un fenómeno singular relacionado con la naciente World Wide Web. Inversionistas de todo el mundo desataron una auténtica fiebre del oro al comprar y encarecer las acciones de casi cualquier empresa cuyo nombre comenzara con “e—” o terminara con un “.com”. La burbuja estalló después de un crecimiento especulativo delirante de la bolsa de valores: las acciones de numerosas empresas de tecnología digital, incluidas algunas de las compañías emblemáticas del ciberespacio, colapsaron de manera catastrófica. A pesar de esa contundente lección en arrogancia empresarial, que ha pasado a la historia con la expresión dot com bubble, la ambición de los emprendedores no disminuyó y los sueños de capitalizar instantáneamente con ocurrencias oportunistas e ideas a medio cocer, no se detuvieron.
Después de ese fiasco, una de las empresas que resultaron fundamentales para la transición a una economía digital más estable fue PayPal, un sistema seguro y eficiente de cobros y envío de dinero. En 2000, Confinity, una empresa de software que se dedicaba a transferencias de pagos, se fusionó con el banco en línea X.com, creado apenas un año antes por un sudafricano canadiense en extremo astuto y ambicioso, Elon Musk. Al año siguiente, la nueva compañía fue bautizada como PayPal y de inmediato comenzó a crecer y expandirse hasta convertirse en el estándar de oro de las transacciones monetarias en línea y en el sistema con el que se realizaba más de 70 por ciento de las compras en eBay. De ahí que este popular sitio de subastas pagara, en julio de 2002, mil 500 millones de dólares por ella. Éste era el ejemplo perfecto de cómo en un parpadeo se creaban imperios y gigantescas fortunas en una economía naciente y confusa. Musk recibió alrededor de 180 millones por esa venta, suficiente como para retirarse cómodamente o, bien, para invertir en docenas de ideas con potencial de generar enormes ganancias. Sin embargo, optó por el camino menos fácil, por cumplir fantasías de la infancia y sueños de transformar y salvar al mundo. Esto no es poca cosa en un tiempo en el que la mayoría de los desarrolladores de software dedica su talento y su energía a la búsqueda de la killer app definitiva (la aplicación exitosa y con rendimiento millonario).
Elon Musk (izquierda) con sus hermanos Kimbal y Tosca.
Musk nació en Pretoria hace 45 años, hijo de un ingeniero sudafricano y una modelo canadiense. Desde muy chico pasaba el día leyendo (cuentan que cuando agotó los libros de la biblioteca pública local, leyó toda la Enciclopedia Británica). A los 12 años diseñó el juego de video Blaster, y lo vendió en 500 dólares. A los 17 dejó Sudáfrica, durante el tiempo del apartheid, por lo menos en parte para evitar servir en un “ejército fascista”, y se fue a estudiar a Canadá. Más tarde viajó a Estados Unidos para continuar sus estudios en Economía y Física, en la Universidad de Pensilvania. Posteriormente obtuvo su maestría en Wharton. Con su hermano fundó la empresa de servicios de medios Zip2, que vendió en 1999 a Compaq en 307 millones de dólares, de los cuales a él le correspondieron 22 millones. Se casó con la escritora de libros de fantasía Justine Wilson y, en mayo de 2002, nació su primer hijo, que por desgracia falleció en julio de ese mismo año, víctima del síndrome de muerte súbita. En 2004, Musk y Wilson tuvieron gemelos y, en 2006, trillizos.
Al infinito y más allá
Durante las últimas décadas del siglo XX, los viajes espaciales parecían empresas fútiles y la ambición de revivir el programa espacial se veía como un despilfarro y una obsesión un poco ingenua y nostálgica. No obstante, Musk no solamente pensaba que era tiempo de lanzar nuevas misiones cósmicas, sino que eventualmente sería necesario considerar el establecimiento de colonias extraterrestres. Cuando declaró que no le parecía una mala idea morir en Marte —mientras no fuera a causa del impacto de la llegada—, muchos pensaron que deliraba o bien que estaba burlándose del mundo. Musk cree que hay dos razones principales para viajar al espacio: la primera, como seguro de vida en caso de que la Tierra se vuelva inhabitable y haya que convertir a la humanidad en una especie multiplanetaria; y la segunda —la razón que prefiere—, es que sería la aventura más grande de la humanidad, una de la cual él quiere ser parte como inventor, financiero, constructor y, llegado el momento, como pionero.
En 2002, Musk lanzó SpaceX, una empresa comprometida con poner al día la exploración y la conquista del espacio con dinero, investigación e iniciativas privadas. Al principio trató de comprar un misil intercontinental ruso, pero después de inútiles e intensas negociaciones descubrió que los precios de esa tecnología estaban artificialmente inflados, por lo que decidió construir, con base en sus lecturas e información, sus propios cohetes de bajo costo (desde el motor, el fuselaje, la base de lanzamiento, la torre de control y el software de aviónica), con la intención de crear un servicio regular de transporte espacial que funcione como una aerolínea comercial que dé servicio a empresas, particulares y agencias gubernamentales. Su primer lanzamiento, en marzo de 2006, terminó con el cohete estrellado en el suelo en menos de un minuto. Dos años más tarde, el Falcón 1 fue el primer cohete en alcanzar órbita construido por la iniciativa privada y, en 2012, la cápsula Dragon fue el primer vehículo comercial que logró acoplarse con la Estación Espacial Internacional (EEI). El pasado 1 de septiembre, el Falcon 9 estalló antes de su lanzamiento en Cabo Cañaveral, Florida; el cohete transportaba un satélite de comunicaciones de Spacecom, empresa israelí que tiene entre sus clientes a Facebook.
Elon Musk durante el lanzamiento del Modelo X. Foto: AFP
Musk tenía claro que para que sus aventuras espaciales tuvieran futuro, no sólo debían ser competitivas comercialmente, sino que también debían estimular la imaginación. Así, por un lado, ha logrado abaratar costos con cohetes reciclables y ha trabajado en crear naves que puedan despegar y aterrizar verticalmente, con lo que logró reducir los costos de una misión a la EEI, de mil millones de dólares, a apenas sesenta mil; por otra parte, quiere desarrollar el cohete más poderoso de la historia, el Falcon Heavy, y se ha dedicado a promover la idea de una colonización masiva de Marte.
Es necesario señalar que otros empresarios de la economía digital también han entrado al negocio de la conquista del espacio y al diseño de naves espaciales, como Jeff Bezos, fundador y director de Amazon, y John Carmack, el celebrado diseñador de juegos de video como Doom, Wolfenstein 3D y Quake. Musk no considera a Richard Branson, con su empresa Virgin Galactic, como un competidor serio en la carrera espacial, sino que lo ve como alguien que va a ofrecer a sus clientes “diversión en un paseo suborbital de unos cuantos minutos”. Y aunque Bezos y Carmack tienen sin duda el talento, los recursos y la pasión para aventurarse por este camino, con dificultad podrán igualar la dedicación infatigable y el fervor casi maniaco de Musk.
El rey de las carreteras
En 2004, Musk pasó a formar parte de la junta de directores y a financiar la empresa de autos eléctricos Tesla Motors, fundada por Martin Eberhard y Marc Tarpenning. Ésta era otra idea brillante que había llevado a la ruina a muchos empresarios en el pasado, y que los expertos afirmaban que era una pérdida de tiempo, por lo menos mientras las grandes empresas petroleras tuvieran el poder suficiente para impedir la comercialización de autos que usaran energía alternativa. Musk, como Ford en su momento, siempre ha sostenido que el objetivo estratégico de esta empresa es producir autos eléctricos accesibles para el mercado masivo. Hasta la llegada de Tesla, los autos eléctricos eran una curiosidad con poca popularidad y un alcance limitado. Tesla ha construido sorprendentes autos de lujo, cómodos, estables, en extremo veloces (el modelo S puede acelerar de 0 a 100 kilómetros por hora en cinco segundos), con gran autonomía (485 kilómetros en una sola carga) y con un precio que promete seguir bajando (en su versión familiar y más económica costarán alrededor de 32 mil dólares, mientras que los primeros modelos costaban más de 100 mil dólares). El empresario compró también la empresa de energía solar SolarCity Corp. y planea crear una red de estaciones de súpercarga para asegurar que sus autos puedan recorrer las ciudades y carreteras sin temor de quedarse sin batería.
Musk observa una demostración de montaje en la reapertura de la planta NUMMI, hoy conocida como Fábrica Tesla. Foto: Steve Jurvetson/Flicrk
Musk no escatima en pronósticos y promesas extraordinariamente ambiciosos. Como su afirmación de que en agosto de 2016 aumentaría la producción semanal de autos en 50 por ciento con respecto a la primera mitad del año. Si bien no pudo cumplir ese objetivo, Tesla ha dejado de ser una empresa de autos exóticos y se ha convertido en una competidora feroz de la industria automotriz, valuada en 34 mil millones de dólares, con un crecimiento más vertiginoso que Ford y General Motors. Las acciones de la empresa, de las cuales Musk es el principal propietario, han aumentado en más de 760 por ciento en los últimos cinco años. En julio pasado, Musk publicó el “plan maestro” de Tesla, en el que anuncia la próxima producción de camionetas pick-up, camiones de carga, autobuses y más vehículos que poblarán las carreteras del mundo, ya que el objetivo del empresario es producir un millón de autos al año para finales de 2020.
Además de que los autos Tesla ya compiten contra los mejores y más eficientes autos de gasolina en casi todos los ámbitos, también están a la vanguardia de los vehículos que no necesitan conductor. Una actualización del software del piloto automático permite a los autos acelerar, mantenerse en un carril o cambiar a otro e incluso estacionarse sin ninguna intervención del conductor. Obviamente, el accidente del 7 de mayo de 2016, en el que murió el primer pasajero de un Tesla que viajaba en piloto automático, Joshua Brown, fue un golpe duro para la empresa y un serio obstáculo para esta tecnología. Pero es difícil contradecir el hecho de que los autos conducidos por humanos son armas más letales que aquellos con piloto automático. Aparentemente, los sensores del auto de Brown malinterpretaron el costado de un tráiler blanco al pensar que era el cielo, y ni el auto ni el conductor frenaron a tiempo.
La Gigafábrica de Tesla es una enorme fábrica de baterías de iones de litio que se comenzó a construir en Reno, Nevada, en septiembre de 2014. Foto: Tesla.com
Las revoluciones que vienen
Los tres negocios de Musk son independientes, pero a la vez están vinculados tanto a corto como a largo plazos, ya que son partes de un plan de gran alcance. A éstos es de esperar que finalmente añada un cuarto elemento: una internet cósmica, con unos cuatro mil satélites que él piensa fabricar y lanzar a bajo costo, con los que no solamente espera dar servicio a todos los rincones del planeta, sino también a los viajeros interplanetarios y, probablemente, a los colonos de Marte. Otro de los sueños de Musk es la creación del Hyperloop, un servicio de transporte público entre San Francisco y Los Ángeles, que consistirá en cápsulas para pasajeros que se desplacen a unos mil 125 kilómetros por hora, por presión de aire, o, como Musk explica: “una fusión entre el Concorde, un cañón de riel electromagnético y un hockey de mesa”.
En el fatídico año 2008, mientras la crisis financiera planetaria arrasaba con empresas y fortunas, Musk se divorció y la producción del auto modelo Roadster, que debía ser emblemático de su producción, se vio obstaculizada por una serie de problemas. Ese año, tres de los lanzamientos de sus cohetes fracasaron de forma estrepitosa —en el tercero se destruyó la carga que incluía cuatro satélites, uno de ellos de la NASA—. Así, con el riesgo de la bancarrota a cuestas, tanto para SpaceX como para Tesla, el futuro de Musk dependía de su cuarto lanzamiento, que financió con todo el dinero que le quedaba. El cohete despegó perfectamente y eso le aseguró un contrato con la agencia espacial por doce viajes a mil 600 millones de dólares. En diciembre de ese año logró también conseguir fondos de último momento para salvar a Tesla, que estaba a punto del colapso. En 2010 volvió a casarse, esta vez con Talulah Riley, quien aguantó pocos años vivir al lado de un empresario demasiado ocupado y sus cinco hijos. En 2012 se divorciaron, pero al año siguiente se casaron otra vez.
El imaginario de Musk está repleto de referencias, pesadillas, promesas y épicas inspiradas de sus numerosas lecturas científicas y de ciencia ficción. Por una parte, reconoce que la serie de novelas de Isaac Asimov, Fundación, es su fuente de inspiración. Y, por otra, es uno de los científicos, académicos y empresarios (junto con Stephen Hawking y Steve Wozniak) preocupados por el progreso vertiginoso de la inteligencia artificial y sus posibles consecuencias. Quizás el elemento más provocador de su visión consista en el hecho de reimaginar el uso y la adquisición de energía a fin de asumir la transformación total de la infraestructura energética del planeta. Esto ha sido soñado por muchos idealistas y ambientalistas, pero Musk parece estar en la búsqueda del mecanismo que haga esto, no sólo posible tecnológicamente, sino también deseable. Musk se ha expresado en numerosas ocasiones al respecto de la necesidad de detener, o por lo menos desacelerar, el calentamiento global. Pero en caso de fracasar y que la Tierra se convierta en un infierno inhabitable, la alternativa que propone es escapar a colonias espaciales en otro planeta a bordo de sus cohetes. Su objetivo no se limita a la exploración o al ocasional turismo espacial, sino a “desarrollar la tecnología para transportar grandes números de personas y carga a Marte”, como declaró en una entrevista a The Guardian (17-7-2013). Es decir, que le interesa poder mudar comunidades enteras, ciudades completas, y, si bien no siente que haya una enorme prisa para hacerlo, está convencido de que la amenaza es real e inminente.
Bocetos del Hyperloop, un sistema de transporte de alta velocidad diseñado por Elon Musk. Foto: spacex.com
Curiosamente, este hombre, que fue la inspiración para el personaje del Iron Man fílmico y que quiere salvar a la humanidad, o por lo menos a una parte de ella, tiene una reputación de jefe déspota e incluso cruel, que trata a sus subalternos con desprecio, es implacable ante sus errores y no siente tener que recompensar ni siquiera la extrema fidelidad de sus trabajadores más leales. Musk es un ególatra con muy poca empatía, es un sujeto con pocas destrezas sociales y menor generosidad. Muchos lo critican señalando que nunca ha inventado nada, sino que se ha limitado a retomar las invenciones de otros, una queja a menudo escuchada con respecto a Steve Jobs. Pero la realidad es que resulta ocioso enfocarse en ese aspecto cuando sus logros y la motivación que ha generado entre otros inventores y financieros es descomunal.
Musk es, en cierta forma, un producto de Silicon Valley, pero al mismo tiempo es un disidente de ese mundo empresarial. No han sido pocas las controversias en que se ha enredado al criticar las prácticas y creencias de otros magnates de la economía digital. Ha dicho que la ingeniería es la cosa más cercana a la magia y ha querido emplearla para iniciar una revolución cultural y tecnológica. Los pioneros de la computación, armados con partes electrónicas genéricas, lenguaje de máquina y una vaga idea de los usos prácticos que podrían dar a sus rudimentarias computadoras personales, se embarcaron en la apropiación de una máquina que hasta entonces se concebía como un mastodonte electrónico para usos exclusivamente corporativos, militares y científicos. La revolución digital conquistó al mundo de la información y el entretenimiento, con lo que transformó a la humanidad. De manera semejante, pero aún más ambiciosa, Musk y sus seguidores están tratando de apropiarse de las industrias energética, espacial y del transporte. Es difícil imaginar cómo estas revoluciones transformarán la vida en las próximas décadas. Lo que es seguro es que Musk pudiera convertirse en el aventurero que, no solamente cambie al mundo, sino también a alguno que otro planeta e incluso termine sus días enterrado bajo la superficie de Marte. m.
Concepto de arte del cohete Falcon que, según el proyecto de Elon Musk, servirá para poner en órbita la nave Elon Musk, fundador y director de SpaceX, durante la proyección de un video luego de presentar la nave espacial Dragon V2 en Hawthorne, California, en 2014 y llevar humanos a Marte. Foto: EFE