El swing del adiós

Denver Airport Security

El swing del adiós

– Edición 484

Denver Airport Security / El Periódico USA

Muchas veces he estado en esta penosa situación de tener que despedirme de cosas materiales, muchas más veces de las que quisiera. Casi siempre porque las he perdido en esa sucesión de eventos terriblemente silentes y decisiones minúsculas que llevan a la catástrofe de la pérdida

Voy a viajar a Ciudad de México. Llego al aeropuerto. Me formo en la primera de varias filas que haré esta mañana. Revisan mis papeles. Pase al módulo de inspección de equipaje. Deje sus cosas en estas charolas, el abrigo aparte. Señora, también el anillo, levante las manos, recoja sus pertenencias, siga caminando. Vuelvo a una fila. Puerta 33, grupo 2. Pase de abordar en la mano, bienvenida. Asiento 22f.

Espero. Miro por la ventana con la angustia disimulada de siempre cuando viajo en avión. Me froto las manos y con horror descubro que me falta mi alianza de matrimonio. Recuerdo con dolor que la última vez que la vi fue cuando la eché en la charola del módulo de revisión, la dejé ahí de forma apresurada porque el guardia la señaló con cierta desesperación cuando iba a pasar por el arco detector. Por instinto quiero levantarme. Inútil: las puertas del avión ya están cerradas y, además, sería en vano volver sobre mis pasos, si es que, en primer lugar, me lo permitieran. Miro por la ventanilla. Siento más tristeza que angustia por volar. Adiós, querido anillo.

Muchas veces he estado en esta penosa situación de tener que despedirme de cosas materiales, muchas más veces de las que quisiera. Casi siempre porque las he perdido en esa sucesión de eventos terriblemente silentes y decisiones minúsculas que llevan a la catástrofe de la pérdida. Tal vez los olvidadizos perdamos muchos más objetos, pero no por ello somos mejores para aceptarlo; cada uno de esos adioses obligados es doloroso. Aunque quizá para las personas meticulosas sea más difícil pasar por algo así, porque no están acostumbradas a los estragos constantes de perder cosas bonitas, eso que los despistados llegamos a conocer muy bien.

Ya en Ciudad de México me siento tranquila de aterrizar y con mi pérdida. Sé que esta calma es pasajera, que habrá ratos en los que sentiré la ausencia de la alianza en mi dedo anular y volverá el reproche incisivo, el repaso de los hechos, la recriminación de mis decisiones, para caer de nueva cuenta en la resignación pasajera. Así será durante algún tiempo, conozco bien este camino. El duelo tiene su propio swing y nada puede hacerse para adelantar su tempo. Con suerte, la resignación plena llegará después. Hasta que el reproche se desgaste por completo, hasta que repasar los hechos dé pereza, hasta que a la recriminación se le achaten las puntas. Habrá quien llegue a la resignación con sabiduría y desapego; sin embargo, los olvidadizos mundanos sólo sabemos llegar a ella por agotamiento. Ahora el llanto. Un clásico de los adioses obligados. De todas formas me consuelo, lo merezco. Finjo indiferencia, improviso con humor: al menos esta vez perdiste la alianza y no el matrimonio. Me sirve. Sonrío entre lágrimas. Conozco el camino hacia la resignación. Así fue con el matrimonio que perdí y así será con la alianza recién extraviada. No hay duelos pequeños ni pérdidas nimias, nos exigen el mismo desapego, transitamos el mismo sendero. A veces es corto, a veces intrincado. Al menos conozco este swing.

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