El realizador más grande

Andrei_Tarkovsky

El realizador más grande

– Edición 425

En su filmografía somos testigos de la angustia que surge apenas uno se ocupa con honestidad del humano devenir, y emerge con enjundia la irracionalidad, la fuerza del hombre de f.

En las primeras horas del 29 de diciembre de 1986 murió, en la clínica Hartman, en Neuilly, en los alrededores de París, Andrei Arsenievich Tarkovski. Tenía 54 años y desde hacía algunos meses se le había diagnosticado cáncer de pulmón. Dejó tres cortometrajes y ocho largos: una obra tan escasa como portentosa. El 25 aniversario de su muerte es un buen pretexto —como si faltaran— para regresar sobre la filmografía del realizador más grande en la historia del cine.

Su caso es singular, una verdadera tragedia. A pesar de que desde su primer largometraje fue premiado y elogiado, las vejaciones que recibió alcanzan para hacer un compendio de humana mezquindad. Rara vez el gran talento es acogido sin envidias, pero él fue objeto de la infinita maldad. Indomable, nunca se doblegó ante las disposiciones de las autoridades cinematográficas de la Unión Soviética (donde había un comité para el cine, el GOSKINO, cuyo presidente tenía el rango de ministro), que pretendían hacer del séptimo arte un instrumento de propaganda. Así, sus proyectos eran aplazados indefinidamente y sus películas, marginadas. Para acabarla, su hijo fue retenido por años luego de que él partiera al exilio.

Así las cosas, Tarkovski vivió en la precariedad y en la amargura. En su diario abundan las listas de los proyectos por venir (y que nunca llegaron: más de 40): de El idiota de Dostoievski a una cinta biográfica sobre el novelista; de La montaña mágica, de Thomas Mann, a La muerte de Iván Ilich, de León Tolstoi. En el último párrafo de su diario, fechado el 15 de diciembre, sueña aún con realizar Hamlet. Ese día fue al hospital y no volvió a su casa. Lo demás es silencio.

 

Dios (solo) en el cine

El danés Lars von Trier dedicó a Tarkovski su Anticristo (2009). Al preguntarle la razón, el escandinavo respondió: “Para mí, él es Dios”. Yo, a ese Dios también le rezo. Y es que el ruso era capaz de concebir un dispositivo audiovisual fascinante: por medio de la cámara, que registra largos planos, a menudo largos travels, y una puesta en escena fantástica en la que no es raro que se desafíe la ley de la gravedad, conseguía atmósferas oníricas que tienen efectos hipnóticos.

Admirador del cine de Luis Buñuel, Michelangelo Antonioni (al que visitó en más de una ocasión en su casa en la costa italiana), Robert Bresson e Ingmar Bergman, en su cine dialogan las grandes disciplinas que se ocupan de las humanas creaciones en las que se congregan las ambiciones de trascendencia: arte, religión y filosofía. No es extraño que recibiera halagos y agradecimientos luego de alguna función, pues la visión de sus películas abre las fronteras del tiempo y el espacio a dimensiones que, a falta de mejor adjetivo, habría que calificar como espirituales: ver una película de Tarkovski es lo más cercano a una experiencia religiosa.

En su filmografía somos testigos de la angustia que surge apenas uno se ocupa con honestidad del humano devenir, y emerge con enjundia la irracionalidad, la fuerza del hombre de fe: por eso se materializan los pensamientos en Solaris y se cumplen los deseos en la Zona de Stalker; por eso la humanidad puede ser salvada por medio del ritual (Nostalgia) o del sacrificio (El sacrificio). No es exagerado el comentario de Von Trier: con el cine de Tarkovski dan ganas de creer. m

 

Los asesinos (Ubiytsy, 1956)

Dadas las precariedades de la escuela de cine de Moscú, los ejercicios escolares eran dirigidos por tres realizadores, y en este cortometraje Tarkovski comparte créditos con Marika Beiku y Aleksandr Gordon (que años después se casaría con la hermana de Andrei). Ellos se inspiran aquí en el cuento homónimo de Ernest Hemingway y, en blanco y negro —de acuerdo con los cánones del cine negro—, siguen las pesquisas que hacen dos pistoleros que buscan en un restaurante a un sujeto. Gordon afirma que Mijail Romm (el gran realizador soviético y maestro de todos ellos) “alabó la película”. Sí, es un buen ejercicio.

 

La aplanadora y el violín (Katok i skripka, 1961)

Un niño que sufre las burlas de sus vecinos y toma clases de violín, conoce al conductor de una aplanadora que trabaja afuera de su edificio. El obrero ayuda al niño y ambos se hacen amigos. Este mediometraje, que fue la tesis de Tarkovski para graduarse de la escuela de cine, se inscribe en la ideología oficial. Así, mientras el obrero no es insensible al arte, el joven artista no tiene prejuicios para relacionarse con el trabajador. Con todo, son abundantes las imágenes que escapan al realismo (socialista, también él) y el relato avanza con pocos diálogos a un ritmo apacible. 

 

La infancia de Iván (Ivanovo detstvo, 1962)

Originalmente iba a dirigirla otro cineasta. Tarkovski entró al quite y se apropió del material, que tiene su origen en un cuento de Vladimir Bogomólov. La historia sigue a Iván, un niño que colabora con el ejército soviético durante la Segunda Guerra Mundial. Su vida, que se inscribe en la tragedia, es abordada con un aliento onírico. El estilo deja ver las huellas de la estética del cine soviético de la época. No obstante, Tarkovski imprime su sello, y en Venecia, donde obtuvo el León de Oro, se celebró su fuerza poética para abordar el amor y la libertad.

 

Andrei Rúbliov (1966)

Andrei Rúbliov fue un monje que vivió a principios del siglo XV y ganó celebridad por los iconos religiosos que pintó. Tarkovski registra algunos episodios de su vida (en los que discute de teología, es víctima de los paganos y testigo del vandalismo tártaro), pero no alberga un aliento biográfico: sus afanes pasan por explorar el genio artístico, la singularidad del artista que transita en un medio hostil. Andrei deja ver aquí toda su maestría y hace del otro Andrei una especie de alter ego con el que lanza un agudo comentario sobre su circunstancia. Por eso, aunque ganó el Premio de la Crítica en Cannes, su estreno se aplazó y se aplazó…

 

Solaris (1972)

Frente al planeta epónimo hay una estación espacial cuyos residentes regresan a la Tierra perturbados. Un cosmonauta viaja entonces y descubre que Solaris tiene la virtud de materializar los pensamientos, y entonces habrá de vérselas con los fantasmas de su pasado. Tarkovski se inspiró en la novela homónima de Stanislav Lem, quien hizo múltiples objeciones a los guiones que le proponían. El realizador quiso eliminar toda huella de ciencia ficción, pero no lo consiguió. Y aunque ganó el Gran Premio del Jurado y el de la Crítica en Cannes, el ruso nunca estuvo satisfecho del resultado.

 

El espejo (Zerkalo, 1975)

El prólogo muestra a un joven tartamudo que, luego de un tratamiento, afirma sin titubear: “Yo puedo hablar”. El episodio se endosa al cineasta que, seguro de manejar los medios del cine, se lanza por la ruta autobiográfica. Reúne aquí, de forma poética, viñetas de su infancia con otras protagonizadas por su madre o por inmigrantes españoles. La cinta parece emerger de un universo onírico y, más que proponer una historia, establece un puente entre el pasado y el presente. Y la imagen que surge de este espejo es fascinante.

 

Stalker (1979)

Cerca de una ciudad industrial y gris está la Zona, un paraje en el que cayó un meteorito y es resguardado por la milicia. Ahí está el cuarto donde pueden cumplirse los deseos. Guiados por el Stalker, hasta allá llegan el Escritor y el Profesor. Todos albergan deseos diferentes. Stalker se inspira en una novela de Arkady y Boris Strugatski, y en ella Tarkovski deja ver su maestría para moverse en más de un registro genérico. Vuelve sobre el escepticismo de la gente y exhibe las frías certezas que ofrece la ciencia. Es, acaso, la mejor película del cineasta: una obra maestra.

 

Tiempo de viaje (Tempo di viaggio, 1983)

Como parte de los preparativos de Nostalgia, en el verano de 1979 Tarkovski viajó a Italia para buscar locaciones. Lo acompañó su amigo, el guionista Tonino Guerra. Tiempo de viaje es un documental concebido para la televisión que recoge el recorrido que hacen Guerra y Tarkovski por diversos parajes. Hay, además, algunos pasajes en los que el italiano lee su poesía; en otros, el ruso da lecciones a los jóvenes cineastas o habla de sus autores venerados. Esta cinta es valiosa porque en ella es posible ver y oír a Tarkovski, un tipo inquieto que parece estar incómodo en todas partes.

 

Nostalgia (Nostalghia, 1983)

Un poeta soviético viaja a Italia buscando las huellas de un músico ruso del siglo XVIII. Ahí conoce a un hombre mayor que trata de despertar de su letargo a los que lo rodean, quien le pide que realice un acto para salvar al mundo. Y el poeta se enferma de nostalgia. Nostalgia fue filmada en Italia. Es una película, según confiesa el realizador, “sobre ese estado de ánimo tan peculiar de nuestra nación que afecta a los rusos que están lejos de su suelo nativo”. Pero también aborda la fe: Dios también es una añoranza. Mejor Director en Cannes.

 

El sacrificio (Offret, 1986)

El mundo vive una crisis nuclear y su fin se acerca. Un hombre cae en la cuenta de que puede salvar a la humanidad con un sacrificio. Y se aleja de las cosas de este mundo, habitado por hombres que están demasiado preocupados por lo material y que por eso han perdido, sin darse cuenta, parte importante de sí mismos: la espiritualidad. Tarkovski filmó El sacrificio en Suecia y contó con la participación de dos colaboradores de cabecera de Ingmar Bergman: el actor Erland Josephson y el cinefotógrafo Sven Nykvist. Es su última película. Es un gran testamento. Gran Premio del Jurado en Cannes.

 

Lectura imprescindible

:: Esculpir el tiempo, de Andrei Tarkovski (Centro Universitario de Estudios Cinematográficos, UNAM, México, 3ª edición, 2009).

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