El prestigio científico de la rutina

El prestigio científico de la rutina

– Edición 507

Algunos científicos han hecho de algo tan rutinario como mirar las nubes una herramienta para la ciencia. Foto: Wikimedia Commons

Además de ser un buen material literario, la rutina también es una herramienta valiosísima, casi indispensable, para el trabajo científico

Al escuchar la palabra rutina, automáticamente (rutinariamente, deberíamos decir) experimentamos una sensación de rechazo. Y, sin embargo, pocas cosas son tan saludables para nuestro cerebro como la rutina, porque a través de la repetición constante de procesos y respuestas consigue ordenar nuestras costumbres y nuestros hábitos: la rutina representa una auténtica estrategia de supervivencia, de otra manera no tendríamos la capacidad de poner atención a todas las cosas nuevas que vamos conociendo, y aún no se han convertido, rutinariamente, en parte de nuestra vida. Los neurocientíficos han localizado evidencias de que el cerebro nos “premia” con ciertas dosis de dopamina para provocar que nos sintamos felices en cada ocasión en que actuamos con la misma respuesta ante situaciones conocidas. Sin la rutina, no seríamos capaces de tocar instrumentos musicales o de andar en bicicleta.

La rutina, además, es buen material literario. Wisława Szymborska, por ejemplo, escribió: “Nada ocurre dos veces / y nunca ocurrirá./ Nacimos sin experiencia,/ moriremos de rutina”. Y Olivier Rolin firmó un libro, exquisito y doloroso, que denuncia la crueldad del sistema soviético, titulado El meteorólogo, donde cuenta la historia real del ucraniano Alekséi Feodósievich Vangengheim, quien dedicó su vida a registrar, rutinariamente, las condiciones meteorológicas del infinito territorio que conformó la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas, y que no existe más. Rolin nos dice que la especialidad de Vangengheim “eran las nubes: las largas plumas de hielo de los cirros, las torres granulentas de los cumulonimbos, los jirones recortados de los estratos, los estratocúmulos que arrugan el cielo, como hacen las olitas de la marea con la arena de las playas, los altoestratos que forman velos en el sol, todas las grandes formas a la deriva bordeadas de luz, los gigantes algodonosos de los que caen la lluvia, la nieve y los rayos. Sin embargo, no era una persona que estuviese en las nubes…”. Y es que la rutina también es una herramienta valiosísima, casi indispensable, para el trabajo científico.

En la ciudad de Guadalajara habitaron algunos meteorólogos rutinarios y fantásticos como el propio Vangengheim, pero menos amargos, como Lázaro Pérez, para quien ningún fenómeno de la naturaleza le resultaba ajeno. Y por ello fue el creador de la primera guarida entre nosotros para atisbar las nubes, la lluvia, la temperatura: el primer observatorio meteorológico en la ciudad de Guadalajara, sobre la azotea de su propia casa, con un recipiente voluminoso para recolectar el agua de lluvia y una regla de madera para medir su altura, un termómetro y una veleta. Luego, en múltiples libretas, hizo un elogio a la rutina anotando con religiosa constancia todos los datos que observaba: al mediodía marcaba las observaciones barométricas, anemométricas y “las relativas al estado del cielo”; el registro de la temperatura máxima marcada por el termómetro después de las tres de la tarde, y la temperatura mínima a las seis de la mañana, minutos antes de medir el agua recopilada en el pluviómetro durante el día anterior.

Sin que nadie se lo pidiera, Lázaro Pérez —de manera semejante a aquel costurero y comerciante holandés llamado Antoine van Leeuwenhoek, a quien según Eduardo Galeano “no lo tomaban en serio” porque “no hablaba latín ni tenía estudios, y sus descubrimientos eran fruto de la casualidad”— hizo de la rutina un generoso y apasionado experimento científico que ayudó a salvar las cosechas y las vidas de sus asombrados compatriotas.

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MAGIS, año LXI, No. 507, septiembre-octubre de 2025, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A. C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Édgar Velasco, 1 de septiembre de 2025.

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