El oficio del escucha (I can’t go for that)

El oficio del escucha (I can’t go for that)

– Edición 420

La mujer de mi cama se levanta rumbo a la cocina. Escucho que abre el refrigerador, pone un vaso sobre la mesa; el sonido del líquido golpeando el cristal parece la fonética de un espejismo. Por la ventana descubro las calles vacías iluminadas por los faroles.

Ahora suena esa canción. Estoy en una ciudad distinta con una mujer que me hace recordarte. ¿La señorita Fassio es una extensión de ti? Aprecio la insistencia del destino: se llaman igual. A quien busco en mi mente lleva meses lejos de mi vida; quien ahora dormita mientras aumento el volumen de la grabadora es un método para huir con displicencia de los parajes sentimentales impuestos por una separación. Cambié mi vida por esos momentos; lo haría de nueva cuenta si se presentara la oportunidad.

El silencio se agrandaba cuando las volutas de tu cigarro ascendían hasta el techo, pequeñas frases de una sintaxis incandescente. Suspirabas girando el rostro hacia el biombo.

—¿En quién estás pensando? —intenté hurgar en tu corazón.

—Tengo marejadas sentimentales, nada más.  

Lloraste. Nos sujetamos con el pretexto de mitigar el frío. Finalmente, yo también sufrí marejadas emocionales. Y los cantos de las aves, la vocinglera de los autos, el ajetreo de los otros vecinos eran el signo de la rutina que siempre temimos compartir. Los pasos descendían por la escalera mientras mis manos trataban de memorizar, y lo hicieron, los lunares de tu pecho; tu peinado perdía elegancia entre las almohadas, recuerdo. Cerraba los ojos para oír tu respiración agitada, galopante, aún la siento. Imaginaba la brisa tenue de los bosques en otoño, el crujido de las hojas y la voz del viento ronroneando mi nombre cuando entraba totalmente en ti. Eras un bosque, árboles espléndidos que no le tenían miedo a la muerte. Aquí estás. Mis manos sujetan tu pecho suave.

—¿Cómo te imaginas la vida?

—Así —aprieto imaginariamente tu cuerpo—. Entre nubes.

La mujer de ahora desnuda su tatuaje de la entrepierna: serpiente bífida buscando un árbol de gran follaje. Bosteza, su cabello largo y castaño le oculta el rostro. Suspira. Se parece tanto a ti, incluso en la voz grave. 

Esta noche cumpliríamos cuatro años de borracheras juntos, de pleitos; pero aquella madrugada, cuando los dos éramos una respuesta sentimental a los deseos del otro, supe a qué vine al mundo al observarte. Temblabas; froté tus brazos para despertar el calor de tu piel. Vi en el sillón nuestras mochilas juntas. Tendremos un viaje, auguré vistiendo mis anhelos con la fantasía de un recorrido por Italia.

—Hay que dormir un poco. ¿Sí? —solicitaste.

—Hace días que lo hago cuando te beso —es lo más dulce que me he dicho; nunca me había tomado tan en serio—. De verdad.

La mujer de mi cama se levanta rumbo a la cocina. Escucho que abre el refrigerador, pone un vaso sobre la mesa; el sonido del líquido golpeando el cristal parece la fonética de un espejismo. Por la ventana descubro las calles vacías iluminadas por los faroles. Un hombre rompe la nocturnidad fría del instante al poner en movimiento las ruedas de su bicicleta: atraviesa esta ciudad entre los sueños de los habitantes. Ninguna ventana está encendida, sólo ésta: hablo de mi pecho.

La primera vez que estuvimos solos escuchamos el radio toda la noche; nos mirábamos largamente. Salgo de aquel tiempo para entrar en éste cuando la mujer de ahora prende un cigarro con el Zippo que me compré al conocerte.

—No eres precavida, mujer. Podría besarte, desvestirte y, ¿qué harías tú solita?  —pusiste la mirada en mis manos.

—Eres un coqueto —jugaste con el Zippo en silencio—. Ya vi cómo te tratan las muchachas del bar. ¿Sales con alguna?  

—¿Sabes por qué me gustan las muchachas de cantina?  —Hice una pausa para desabrochar uno de los botones de mi camisa—. Porque son oscuras, alegres y burbujeantes, como la Coca-Cola.

No soy ese tipo ahora; tampoco era el mismo cuando descubrí mi mochila junto a la tuya. Supe que mi vida estaba por cambiar de hábitos; aunque sólo por un breve lapso. 

A medida que pasaron los días, aprendí cómo funcionaba tu sentido del humor (bromas sencillas, con la intención de generar una tenue carcajada; nunca el estruendo fue una característica de tu risa); tu neurosis era un capricho de niña malcriada, hermosamente malcriada. Conocí el lenguaje femenino del silencio: tus ojos grandes aprehendían todo.       

Pero me descuidé: en los billares comenzaron los pleitos por simplezas; por frases insulsas, en el trabajo; en la calle, por miradas hirientes, según mi apreciación. Frecuenté Garibaldi, Eje Central y Tlatelolco por cocaína; ofrecían buen material. Las persecuciones con la policía fueron el inicio del derrumbe. Llegó la cárcel, con ella tu desaparición.   

La fonética del radio proyecta en mi mente imágenes insuperables en oficios amatorios; tú eres la protagonista. La mujer de ahora observa mi nostalgia. 

—¡Sigues ahí! —fro-

ta sus párpados con los dedos de las manos; se recuesta en la cama y levanta suavemente la pierna—.Ven, pequeño. ¿No quieres conocer una mujer? Apaga la grabadora. 

No puedo hacerlo, es mi piel. Tengo la acústica vital de mi pasado. Entiendo: la vida lanza pequeños beats que incrementan mi anhelo, la esperanza pequeña, pero esperanza, finalmente, del reencuentro contigo.

—¿Te acuerdas de la película donde aparece un ángel que anda por el mundo como si nada? Es de un alemán.

Oui, madamoiselle.

—Soñé que tú eras el ángel, pero no me buscabas. Seguías a una mujer como yo, pero no era yo. Tenía el cabello largo, muy lacio. Sin tatuajes ella, nada encima de la piel, ni ropa siquiera; la muy puta te bailaba, pequeño.    

Va bene, amore.      

—Mañana piensas todo el día, anda. Ven. Tengo frío. Ven muy rápido —golpeteó el colchón con la planta del pie. 

La canción se acaba. El presente nace con la voz de Bowie: Let’s dance.

Estoy en la estancia de una ruptura, algo amargo sube hasta mi boca, aprieto la mandíbula: respiro profundo. Cuento mentalmente: uno, due, tre, quattro, cinque… Me levanto de la silla. Quiero callar a esta mujer, hundirla en otros mundos, lejos del mío. Con el pulgar de mi diestra froto sus labios vaginales. Abre las piernas, comienza levemente a empujar la cadera. Mis dedos acarician el vello negro, la carne rosada. Mi lengua se familiariza con los pezones erguidos, duros. Desciendo por sus piernas y la serpiente, minutos después, toca mi mejilla. Breves jadeos opacan la invitación al baile que Bowie enuncia con tanto candor. Jalo su cabello suave. Y mi presente busca desesperadamente tu voz, tu olor, tu presencia. Al cerrar los ojos estás conmigo.

—Entra, pequeño. ¡Entra! —Sujeta mi espalda y me acomodo, con los ojos cerrados, encima de esta mujer. Utilizo sus piernas para remar. Navego.

—Piensa en el mar, en cuerpos de agua tocándote, en la suavidad de la espuma. Soy de agua, dime, soy de agua —sugiero en su oído.  

Navego con las velas desplegadas.

Permanezco junto a ella, sin tocarla; escucho su respiración, veo cómo el sol pinta de rojo los vitrales. Observo el techo, siento la presencia voluminosa de sus nalgas. Un escalofrío me ataca. El sonido del teléfono evita que siga frotando mi pecho. Ring-ring-ring. Ring-ring. Tengo el presentimiento enorme de que al tomar el auricular escucharé la voz invocada.

—Voy a dejarte ­—digo con la voz entrecortada.

No sé si ella duerme, pero aprieto su cuerpo. El ruido del día entra por completo al departamento. Apago la grabadora y me dirijo al baño. De regreso a la recámara enciendo el televisor: ahí está con su gabardina oscura; observa los movimientos de una mujer, desde la inmensa elevación de un edificio, persigue con la mirada el cuerpo blanco, terrestre de la elegida. Ring-ring-ring. Ring-ring-ring. Agarro el Zippo y prendo un cigarro. Ring-ring-ring. Esta película ya la he visto. Ring-ring-ring. m

 

Federico Vite

Ha publicado los libros de cuentos De oscuro latir (Universidad de Guanajuato) y Entonces las bestias (Instituto Cultural de Aguascalientes), además de la novela Fisuras en el continente literario (Fondo Editorial Tierra Adentro), que fue traducida al francés.

Ha sido becario del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca) 2010-2011; del Fondo de Estímulos a la Creación Artística de Guerrero (2009-2010); el Centro de las Artes San Agustín (2007) y de la Fundación para las Letras Mexicanas (2005-2004 y 2004-2003).

cereal68@hotmail.com

MAGIS, año LX, No. 502, noviembre-diciembre 2024, es una publicación electrónica bimestral editada por el Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO), Periférico Sur Manuel Gómez Morín 8585, Col. ITESO, Tlaquepaque, Jal., México, C.P. 45604, tel. + 52 (33) 3669-3486. Editor responsable: Humberto Orozco Barba. Reserva de Derechos al Uso Exclusivo No. 04-2018-012310293000-203, ISSN: 2594-0872, ambos otorgados por el Instituto Nacional del Derecho de Autor. Responsable de la última actualización de este número: Edgar Velasco, 1 de noviembre de 2024.

El contenido es responsabilidad de los autores. Se permite la reproducción previa autorización del Instituto Tecnológico y de Estudios Superiores de Occidente, A.C. (ITESO).

Notice: This translation is automatically generated by Google.