El Milagro de los Peces es un proyecto que busca que los habitantes del Polígono Sur, en Sevilla, instalen pequeños huertos dentro de sus casas para que produzcan sus propios alimentos
Según relatan los textos bíblicos, en alguna ocasión Jesús alimentó a toda una muchedumbre con apenas algunos panes y unos pocos peces. El milagro, conocido como “la multiplicación de los panes y los peces”, se viene repitiendo desde hace tiempo en un barrio de Sevilla, donde han cambiado los panes por vegetales pero, eso sí, siguen multiplicando peces: se trata de un proyecto que busca que los habitantes del Polígono Sur, un barrio periférico de esa ciudad española, instalen pequeños huertos dentro de sus casas para que produzcan sus propios alimentos.
Hace un par de meses, el diario español El País presentó la iniciativa El Milagro de los Peces, que cuenta con el apoyo de la Universidad de Sevilla y la asociación ecologista Verdes del Sur. En términos generales, se trata de instalar en las casas de este barrio sevillano —conocido por sus problemas de inseguridad, narcotráfico y exclusión social— espacios para cultivar frutas, vegetales y peces. Para lograrlo se echa mano de la acuaponía, un sistema conocido por los aztecas y los chinos y que en la actualidad utilizan algunas empresas. Ahora, la intención es que se vuelva de uso común.
Foto: goteo.org
El sistema es sencillo: en un estanque se crían tilapias. El agua del estanque, con las bacterias y los desechos de los peces, se bombea al huerto que está sobre el contenedor y se usa para regar los vegetales. Las raíces y la tierra filtran el agua, que se vierte de nuevo al estanque. Básicamente se trata de repetir el ciclo natural del agua, pero en pequeña escala. Los resultados son cuantificables: El País retoma el caso de Soledad Nieto, una mujer de 67 años que durante 2014 generó 21 kilos de pescado y 60 de hortalizas y frutas.
José Lobillo, comisionado para el Polígono Sur de Sevilla, ha dicho que El Milagro de los Peces tiene cuatro objetivos: “producir comida, generar autoempleo, utilizar el método como recurso educativo en la zona y enseñar a cuidar el medio ambiente”. Cuando arrancó el proyecto, en 2012, se contó con la participación de 50 familias que, para finales de 2014, ya se habían convertido en 180. La intención es llegar a 200.
Y a pesar de todas sus bondades y beneficios, el sistema también tiene sus bemoles. “Me da pena comer los peces que criamos. Les cojo cariño”, contó Soledad Nieto al reportero de El País. Pero no todo es sentimiento: Nieto va más allá: “Si los huertos fueran más grandes, podríamos dar comida a más criaturitas del barrio que lo necesitan, que se acercan a los contenedores de basura a buscarla o van al banco de alimentos”. m.
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